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El capital mundial no para. Como unos tipos de interés bajísimos en los países industriales envían capital por todo el mundo en busca de rendimientos mayores, varios bancos centrales de países con mercados en ascenso están interviniendo intensamente, comprando las entradas de capitales extranjeros y reexportándolos para impedir que sus divisas se aprecien. Otros han estado imponiendo controles de capital de un tipo o de otro. En las últimas semanas, el Japón ha pasado a ser la primera gran economía industrial que ha intervenido directamente en los mercados de divisas.
¿Por qué nadie quiere entradas de capital? ¿Qué políticas intervencionistas son legítimas y cuáles no? ¿Y en qué acabarán todas esas intervenciones, si continúan ininterrumpidamente?
La porción de entradas de capital que no es reexportada representa las entradas netas de capital, que financian el gasto nacional en productos extranjeros. Así, pues, una razón por la que a los países no les gustan las entradas de capital es la de que significan más “pérdidas” de demanda interna hacia el extranjero. De hecho, como las entradas de capitales hacen con frecuencia que se aprecie el tipo de cambio interno, fomentan un mayor gasto en productos extranjeros, porque los productores nacionales dejan de ser competitivos.
Otra razón por la que a los países no les gustan las entradas de capitales extranjeros es la de que parte de ellos podrían ser dinero especulativo, deseoso de entrar cuando los tipos de interés extranjeros son bajos y los precios de los activos locales están aumentando y que se apresura a salir a la primera señal de problemas o cuando vuelven a atraerlo las oportunidades en sus países de origen. Las corrientes volátiles de capitales inducen volatilidad en la economía que las recibe, al hacer que los auges y las crisis sean más pronunciados de lo que, en caso contrario, habrían sido.
Pero, como se suele decir, para aplaudir hacen falta dos manos. Si los países pudieran mantener la disciplina y limitar el gasto de sus familias, empresas o gobiernos, el capital extranjero no sería necesario y se podría reexportar fácilmente, sin que tuviera grandes efectos en la economía receptora. Los problemas surgen cuando los países no pueden –o no quieren– gastar sensatamente.
Los países pueden gastar más de la cuenta por diversas razones. Las economías latinoamericanas estereotípicas del pasado solían tener dificultades por el gasto de sus gobiernos populistas, mientras que las economías del Asia oriental las tenían por una excesiva inversión a largo plazo. En los Estados Unidos, en el período anterior a la crisis, el crédito fácil, sobre todo para viviendas, indujo a las familias a gastar demasiado, mientras que en Grecia fue el gobierno el que creó los problemas al endeudarse demasiado.
Sin embargo y lamentablemente, mientras países como China, Alemania, el Japón y los exportadores de petróleo inunden la economía mundial con un exceso de productos, no todos los países podrán reducir su gasto para no superar sus posibilidades. Como el mundo no exporta a Marte, algunos países tienen que absorber esos productos y aceptar las entradas de capitales que financian su consumo.
A medio plazo, los excesivamente gastadores deben reducir sus desembolsos y los exportadores habituales deben aumentar los suyos. Sin embargo, a corto plazo el mundo está inmerso en una partida gigantesca de pasar paquetes, sin que ningún país quiera aceptar los productos de los exportadores habituales y sus excedentes de capitales. A eso se debe que las políticas de enriquecimiento a costa de otros resulten actualmente tan destructivas: aunque algunos países tendrán que absorber en su momento los superávits y el capital, todos los países están intentando rehuirlos.
Así, pues, ¿qué intervenciones políticas son legítimas? Cualquier política de intervención en el tipo de cambio o de imposición de aranceles a las importaciones o de controles de capitales suele obligar a otros países a hacer ajustes mayores. La intervención del tipo de cambio por parte de China probablemente perjudique a varios otros países exportadores con mercados en ascenso que no intervienen tanto y a consecuencia de ello resultan menos competitivos.
Pero también los países industriales intervienen en gran medida en los mercados. Por ejemplo, mientras que la intervención de los EE.UU. en materia de política monetaria (sí, la política monetaria es también una intervención) ha contribuido poco a impulsar la demanda, ha espoleado al capital nacional para que busque rendimientos en todo el mundo. El dólar de los EE.UU. bajaría en gran medida, lo que fomentaría mayores exportaciones, si no fuera porque los bancos centrales extranjeros están devolviendo gran parte del capital al comprar valores estatales de los EE.UU.
Todo eso crea distorsiones que retrasan el ajuste: los tipos de cambio son demasiado bajos en los mercados en ascenso, con lo que retrasan la necesaria reducción de sus exportaciones, mientras que la facilidad con la que se está financiando el Gobierno de los EE.UU. crea pocos incentivos para que los políticos de los EE.UU. reduzcan el gasto a medio plazo.
En lugar de intervenir para obtener un aumento a corto plazo en su participación en la demanda mundial que aumenta lentamente, tiene sentido para los países hacer que sus economías estén más equilibradas y sean más eficientes a medio plazo, lo que les permitirá contribuir de forma sostenible a una demanda mundial en aumento.
China, por ejemplo, debe transferir más ingresos a las familias y menos a sus empresas para que el consumo privado aumente. Los EE.UU. deben mejorar la educación y las aptitudes de sectores importantes de su mano de obra para que puedan producir más exportaciones de productos de primera calidad del sector de los servicios y de los conocimientos en las que está especializado este país. Unos mayores ingresos aumentarían sus ahorros, con lo que reducirían la dependencia de la deuda por parte de las familias, aun manteniendo sus niveles de consumo.
Lamentablemente, todo ello requerirá tiempo y los ciudadanos impacientes por conseguir puestos de trabajo y crecimiento están apremiando a sus políticos. Todos los países del mundo están adoptando políticas de estrechas miras que atienden a las necesidades inmediatas de sus electores. Hay excepciones. La India, por ejemplo, ha rehuido hasta ahora la intervención en el mercado de divisas, pese a haberse abierto al mismo tiempo a las entradas de deuda a largo plazo en rupias, para intentar financiar proyectos de infraestructuras muy necesarias.
La disposición de la India a gastar cuando todos los demás están intentando vender y ahorrar entraña riesgos que se deben gestionar cuidadosamente, pero su ejemplo brinda también una vislumbre de lo que el mundo podría lograr colectivamente. Al fin y al cabo, las políticas de enriquecimiento a costa de los demás sólo conseguirán empobrecernos a todos.
Raghuram Rajan, ex economista jefe del FMI, es profesor de Hacienda en la Escuela Booth de Administración de Empresas de la Universidad de Chicago
¿Por qué nadie quiere entradas de capital? ¿Qué políticas intervencionistas son legítimas y cuáles no? ¿Y en qué acabarán todas esas intervenciones, si continúan ininterrumpidamente?
La porción de entradas de capital que no es reexportada representa las entradas netas de capital, que financian el gasto nacional en productos extranjeros. Así, pues, una razón por la que a los países no les gustan las entradas de capital es la de que significan más “pérdidas” de demanda interna hacia el extranjero. De hecho, como las entradas de capitales hacen con frecuencia que se aprecie el tipo de cambio interno, fomentan un mayor gasto en productos extranjeros, porque los productores nacionales dejan de ser competitivos.
Otra razón por la que a los países no les gustan las entradas de capitales extranjeros es la de que parte de ellos podrían ser dinero especulativo, deseoso de entrar cuando los tipos de interés extranjeros son bajos y los precios de los activos locales están aumentando y que se apresura a salir a la primera señal de problemas o cuando vuelven a atraerlo las oportunidades en sus países de origen. Las corrientes volátiles de capitales inducen volatilidad en la economía que las recibe, al hacer que los auges y las crisis sean más pronunciados de lo que, en caso contrario, habrían sido.
Pero, como se suele decir, para aplaudir hacen falta dos manos. Si los países pudieran mantener la disciplina y limitar el gasto de sus familias, empresas o gobiernos, el capital extranjero no sería necesario y se podría reexportar fácilmente, sin que tuviera grandes efectos en la economía receptora. Los problemas surgen cuando los países no pueden –o no quieren– gastar sensatamente.
Los países pueden gastar más de la cuenta por diversas razones. Las economías latinoamericanas estereotípicas del pasado solían tener dificultades por el gasto de sus gobiernos populistas, mientras que las economías del Asia oriental las tenían por una excesiva inversión a largo plazo. En los Estados Unidos, en el período anterior a la crisis, el crédito fácil, sobre todo para viviendas, indujo a las familias a gastar demasiado, mientras que en Grecia fue el gobierno el que creó los problemas al endeudarse demasiado.
Sin embargo y lamentablemente, mientras países como China, Alemania, el Japón y los exportadores de petróleo inunden la economía mundial con un exceso de productos, no todos los países podrán reducir su gasto para no superar sus posibilidades. Como el mundo no exporta a Marte, algunos países tienen que absorber esos productos y aceptar las entradas de capitales que financian su consumo.
A medio plazo, los excesivamente gastadores deben reducir sus desembolsos y los exportadores habituales deben aumentar los suyos. Sin embargo, a corto plazo el mundo está inmerso en una partida gigantesca de pasar paquetes, sin que ningún país quiera aceptar los productos de los exportadores habituales y sus excedentes de capitales. A eso se debe que las políticas de enriquecimiento a costa de otros resulten actualmente tan destructivas: aunque algunos países tendrán que absorber en su momento los superávits y el capital, todos los países están intentando rehuirlos.
Así, pues, ¿qué intervenciones políticas son legítimas? Cualquier política de intervención en el tipo de cambio o de imposición de aranceles a las importaciones o de controles de capitales suele obligar a otros países a hacer ajustes mayores. La intervención del tipo de cambio por parte de China probablemente perjudique a varios otros países exportadores con mercados en ascenso que no intervienen tanto y a consecuencia de ello resultan menos competitivos.
Pero también los países industriales intervienen en gran medida en los mercados. Por ejemplo, mientras que la intervención de los EE.UU. en materia de política monetaria (sí, la política monetaria es también una intervención) ha contribuido poco a impulsar la demanda, ha espoleado al capital nacional para que busque rendimientos en todo el mundo. El dólar de los EE.UU. bajaría en gran medida, lo que fomentaría mayores exportaciones, si no fuera porque los bancos centrales extranjeros están devolviendo gran parte del capital al comprar valores estatales de los EE.UU.
Todo eso crea distorsiones que retrasan el ajuste: los tipos de cambio son demasiado bajos en los mercados en ascenso, con lo que retrasan la necesaria reducción de sus exportaciones, mientras que la facilidad con la que se está financiando el Gobierno de los EE.UU. crea pocos incentivos para que los políticos de los EE.UU. reduzcan el gasto a medio plazo.
En lugar de intervenir para obtener un aumento a corto plazo en su participación en la demanda mundial que aumenta lentamente, tiene sentido para los países hacer que sus economías estén más equilibradas y sean más eficientes a medio plazo, lo que les permitirá contribuir de forma sostenible a una demanda mundial en aumento.
China, por ejemplo, debe transferir más ingresos a las familias y menos a sus empresas para que el consumo privado aumente. Los EE.UU. deben mejorar la educación y las aptitudes de sectores importantes de su mano de obra para que puedan producir más exportaciones de productos de primera calidad del sector de los servicios y de los conocimientos en las que está especializado este país. Unos mayores ingresos aumentarían sus ahorros, con lo que reducirían la dependencia de la deuda por parte de las familias, aun manteniendo sus niveles de consumo.
Lamentablemente, todo ello requerirá tiempo y los ciudadanos impacientes por conseguir puestos de trabajo y crecimiento están apremiando a sus políticos. Todos los países del mundo están adoptando políticas de estrechas miras que atienden a las necesidades inmediatas de sus electores. Hay excepciones. La India, por ejemplo, ha rehuido hasta ahora la intervención en el mercado de divisas, pese a haberse abierto al mismo tiempo a las entradas de deuda a largo plazo en rupias, para intentar financiar proyectos de infraestructuras muy necesarias.
La disposición de la India a gastar cuando todos los demás están intentando vender y ahorrar entraña riesgos que se deben gestionar cuidadosamente, pero su ejemplo brinda también una vislumbre de lo que el mundo podría lograr colectivamente. Al fin y al cabo, las políticas de enriquecimiento a costa de los demás sólo conseguirán empobrecernos a todos.
Raghuram Rajan, ex economista jefe del FMI, es profesor de Hacienda en la Escuela Booth de Administración de Empresas de la Universidad de Chicago