María Abascal - Economista Jefe,
Regulación y Public Policy - BBVA Research
Los nuevos requerimientos de capital y liquidez, conocidos bajo el nombre de Basilea III, suponen un hito en el diseño de la nueva arquitectura financiera internacional. El objetivo es exigir más capital y de mayor calidad a las entidades para hacerlas más resistentes frente a futuros shocks financieros. A esto contribuirán, también, los nuevos estándares de liquidez y apalancamiento.
El capital mínimo regulatorio propuesto ha sido finalmente inferior a lo que el mercado descontaba. Con todo, puede hablarse de un aumento de la calidad del capital exigido, aunque el capital total permanece estable en el 8% de los activos ponderados por riesgo. Se produce un cambio en la composición del balance que pasa a tener predominancia del capital “pata negra”. La mayoría de analistas considera que las necesidades de capital son asequibles y que la banca europea cumpliría holgadamente con las nuevas exigencias. Ello no es óbice para que se pueda producir un impacto negativo en la economía, principalmente a través del canal de crédito. El alargamiento del periodo de transición (8 años) hacia la nueva normativa ha contribuido a la buena acogida del mercado.
No obstante, persisten dudas respecto a los ajustes por calidad y la liquidez. Tampoco queda claro si las nuevas medidas son las adecuadas para reconducir los incentivos de los gestores de riesgo. Falta un análisis de las disyuntivas e impacto acumulativo de Basilea III y otras medidas presentes en la agenda regulatoria internacional, como la fijación de un impuesto a la banca o requisitos más estrictos aplicables a las entidades de importancia sistémica. Esta última cuestión está especialmente en boga tras la propuesta suiza de subir el ratio de capital al 19% e introducir recargos por tamaño y cuota de mercado. Una propuesta ineficiente al identificar de forma demasiado simplista tamaño con riesgo sistémico. Por último, no se identifican ni valoran las prácticas bancarias que se han revelado más prudentes y eficaces durante la crisis, con el consiguiente efecto perverso sobre los incentivos futuros.
Por todo ello, Basilea III debe entenderse sólo como una parte de la historia. Evitar la repetición de episodios de crisis financieras como la actual requiere avanzar en una supervisión más efectiva, desarrollar políticas macro-prudenciales que permitan afinar el diagnóstico de potenciales vulnerabilidades o potenciar los “testamentos vitales”. Pero la gran reforma pendiente es sin duda la transparencia y simplicidad. Con Basilea se gana en resistencia pero con conceptos como el capital contingente convertible, corremos el riesgo de hacer más complejo y menos comprensible el pasivo, alejándonos de la deseable transparencia.