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Hace dos decenios, muchos pensaban que la enseñanza que se desprendía del decenio de 1980 era la de que la variante del capitalismo propia del Japón era el mejor modelo y otros países de todo el mundo debían seguirlo y así lo harían. El modelo japonés no tardó en perder su gloria en el decenio de 1990.
Hace un decenio, muchos pensaban que la enseñanza que se desprendía del decenio de 1990 era la de que la variante del capitalismo propia de los Estados Unidos era el mejor modelo y los demás países debían seguirlo y así lo harían. El modelo americano perdió su atractivo en el decenio de 2000.
Así, pues, ¿adónde deben mirar los países ahora, en 2010, en busca de modelos de éxito económico que emular?
Tal vez debieran mirar a la periferia de la economía mundial. En ella muchos países pequeños han experimentado con políticas e instituciones que resultarían útiles a otros.
Costa Rica, en Centroamérica, y Mauricio, en África, se situaron a la cabeza de sus pares regionales hace algún tiempo. Entre muchas otras decisiones que les han dado buenos resultados, los dos países han renunciado a tener un ejército permanente. Gracias a ello, la historia política de ambos ha estado libre de golpes de Estado y han disfrutado de ahorros financieros que se pueden utilizar para educación, inversión y otros fines positivos.
Una panoplia de innovaciones ha ayudado a Chile a superar los resultados de sus vecinos sudamericanos. Las instituciones fiscales de Chile garantizan un presupuesto anticíclico. Muchos gobiernos aumentan el gasto excesivamente en los períodos de auge y después se ven obligados a reducirlo en los de contracción, con lo que exacerban los vaivenes cíclicos.
Las instituciones fiscales de Chile presentan dos elementos decisivos:
• Una norma que impone un equilibrio presupuestario estructural permite déficits sólo en la medida en que el precio actual del cobre sea inferior a su equilibrio en un período de diez años o su producción sea inferior a su tendencia a largo plazo.
• Dos equipos de expertos técnicos son los encargados de juzgar las tendencias de los precios y la producción del cobre, respectivamente, aislados de los procesos políticos, que, de lo contrario, pueden sucumbir a las ideas ilusorias.
Esas instituciones son particularmente dignas de imitación por otros países exportadores de materias primas para vencer la llamada “maldición de los recursos naturales”. Incluso países avanzados como, por ejemplo, los Estados Unidos y el Reino Unido podrían aprender algo de Chile, en vista de que en la última expansión olvidaron, evidentemente, cómo aplicar una política fiscal anticíclica.
Singapur logró la condición de país rico con una estrategia de desarrollo excepcional. Entre sus muchas innovaciones figuraban una concepción paternalista del ahorro y una utilización del mecanismo de los precios para vencer la congestión del tráfico urbano (actitud adoptada más adelante por Londres).
Otros pequeños países avanzados también tienen enseñanzas que ofrecer. Nueva Zelanda dio ejemplo a gran parte de los bancos centrales del mundo al centrarse en la lucha contra la inflación, junto con muchas reformas liberalizadoras, a finales del decenio de 1980. Tal vez se debiera reconocer el mérito de su Partido Laborista como iniciador de la aplicación del principio de que a veces los gobiernos de centro izquierda pueden lograr la liberalización mejor que sus oponentes de centro derecha.
Irlanda mostró la importancia de la inversión extranjera directa. Estonia dio ejemplo al simplificar su sistema impositivo mediante un impuesto uniforme en 1994, seguida por Eslovaquia y otros países pequeños de la Europa central y oriental y de otras partes del mundo (incluido una vez más Mauricio).
México fue el iniciador de la aplicación de la idea de transferencias de efectivo condicionales (el programa OPORTUNIDADES –originalmente, PROGRESA– lanzado en 1998). Dichos programas han sido emulados más adelante por muchos países de América Latina, Asia y África.
La innovación de México constituyó, en realidad, dos revoluciones en una. En primer lugar, estuvo la idea política específica de condicionar los subsidios destinados a los pobres a la asistencia a la escuela de los niños (idea que se ha adoptado incluso en la ciudad de Nueva York). En segundo lugar –y tal vez sea más importante–, los mexicanos aplicaron la idea metodológica de hacer experimentos controlados para descubrir qué políticas dan resultado y cuáles no en los países en desarrollo (que ha contribuido al movimiento de los ensayos de control aleatorio en la esfera de la economía del desarrollo).
También en el decenio de 1990, gracias en gran medida a la capacidad de dirección del entonces Presidente Ernesto Zedillo, México adoptó instituciones electorales federales no partidistas que en 2006 demostraron poder resolver con éxito una elección disputada. (En cambio, en noviembre de 2000 resultó que los Estados Unidos carecían de un mecanismo semejante, salvo las preferencias de los designados políticos.) Más recientemente, el Presidente actual, Felipe Calderón, ha cerrado una empresa de servicio público eléctrico muy consolidada y ha aplicado unas reformas en materia de impuestos y pensiones y de otra índole muy necesarias.
Al destacar algunas instituciones muy concretas que se podrían adoptar con éxito en otros países, no pretendo indicar que se puedan trasladar sin esfuerzo de un marco nacional a otro. Tampoco pretendo señalar que esos ejemplos sean enteramente los causantes del éxito económico de los países en que se dan. (De hecho, algunos de esos países han tenido que lidiar recientemente con problemas graves.) Pero un país no tiene que ser grande para servir de modelo a otros.
Los países pequeños suelen estar abiertos al comercio. Con frecuencia están abiertos a nuevas ideas y tienen más libertad que los grandes para experimentar. Los resultados de esos experimentos –incluso los que fracasan– entrañan enseñanzas útiles para todos nosotros.
Jeffrey Frankel es profesor de Políticas Públicas en la Escuela John F. Kennedy de Políticas Públicas de la Universidad de Harvard.
Hace un decenio, muchos pensaban que la enseñanza que se desprendía del decenio de 1990 era la de que la variante del capitalismo propia de los Estados Unidos era el mejor modelo y los demás países debían seguirlo y así lo harían. El modelo americano perdió su atractivo en el decenio de 2000.
Así, pues, ¿adónde deben mirar los países ahora, en 2010, en busca de modelos de éxito económico que emular?
Tal vez debieran mirar a la periferia de la economía mundial. En ella muchos países pequeños han experimentado con políticas e instituciones que resultarían útiles a otros.
Costa Rica, en Centroamérica, y Mauricio, en África, se situaron a la cabeza de sus pares regionales hace algún tiempo. Entre muchas otras decisiones que les han dado buenos resultados, los dos países han renunciado a tener un ejército permanente. Gracias a ello, la historia política de ambos ha estado libre de golpes de Estado y han disfrutado de ahorros financieros que se pueden utilizar para educación, inversión y otros fines positivos.
Una panoplia de innovaciones ha ayudado a Chile a superar los resultados de sus vecinos sudamericanos. Las instituciones fiscales de Chile garantizan un presupuesto anticíclico. Muchos gobiernos aumentan el gasto excesivamente en los períodos de auge y después se ven obligados a reducirlo en los de contracción, con lo que exacerban los vaivenes cíclicos.
Las instituciones fiscales de Chile presentan dos elementos decisivos:
• Una norma que impone un equilibrio presupuestario estructural permite déficits sólo en la medida en que el precio actual del cobre sea inferior a su equilibrio en un período de diez años o su producción sea inferior a su tendencia a largo plazo.
• Dos equipos de expertos técnicos son los encargados de juzgar las tendencias de los precios y la producción del cobre, respectivamente, aislados de los procesos políticos, que, de lo contrario, pueden sucumbir a las ideas ilusorias.
Esas instituciones son particularmente dignas de imitación por otros países exportadores de materias primas para vencer la llamada “maldición de los recursos naturales”. Incluso países avanzados como, por ejemplo, los Estados Unidos y el Reino Unido podrían aprender algo de Chile, en vista de que en la última expansión olvidaron, evidentemente, cómo aplicar una política fiscal anticíclica.
Singapur logró la condición de país rico con una estrategia de desarrollo excepcional. Entre sus muchas innovaciones figuraban una concepción paternalista del ahorro y una utilización del mecanismo de los precios para vencer la congestión del tráfico urbano (actitud adoptada más adelante por Londres).
Otros pequeños países avanzados también tienen enseñanzas que ofrecer. Nueva Zelanda dio ejemplo a gran parte de los bancos centrales del mundo al centrarse en la lucha contra la inflación, junto con muchas reformas liberalizadoras, a finales del decenio de 1980. Tal vez se debiera reconocer el mérito de su Partido Laborista como iniciador de la aplicación del principio de que a veces los gobiernos de centro izquierda pueden lograr la liberalización mejor que sus oponentes de centro derecha.
Irlanda mostró la importancia de la inversión extranjera directa. Estonia dio ejemplo al simplificar su sistema impositivo mediante un impuesto uniforme en 1994, seguida por Eslovaquia y otros países pequeños de la Europa central y oriental y de otras partes del mundo (incluido una vez más Mauricio).
México fue el iniciador de la aplicación de la idea de transferencias de efectivo condicionales (el programa OPORTUNIDADES –originalmente, PROGRESA– lanzado en 1998). Dichos programas han sido emulados más adelante por muchos países de América Latina, Asia y África.
La innovación de México constituyó, en realidad, dos revoluciones en una. En primer lugar, estuvo la idea política específica de condicionar los subsidios destinados a los pobres a la asistencia a la escuela de los niños (idea que se ha adoptado incluso en la ciudad de Nueva York). En segundo lugar –y tal vez sea más importante–, los mexicanos aplicaron la idea metodológica de hacer experimentos controlados para descubrir qué políticas dan resultado y cuáles no en los países en desarrollo (que ha contribuido al movimiento de los ensayos de control aleatorio en la esfera de la economía del desarrollo).
También en el decenio de 1990, gracias en gran medida a la capacidad de dirección del entonces Presidente Ernesto Zedillo, México adoptó instituciones electorales federales no partidistas que en 2006 demostraron poder resolver con éxito una elección disputada. (En cambio, en noviembre de 2000 resultó que los Estados Unidos carecían de un mecanismo semejante, salvo las preferencias de los designados políticos.) Más recientemente, el Presidente actual, Felipe Calderón, ha cerrado una empresa de servicio público eléctrico muy consolidada y ha aplicado unas reformas en materia de impuestos y pensiones y de otra índole muy necesarias.
Al destacar algunas instituciones muy concretas que se podrían adoptar con éxito en otros países, no pretendo indicar que se puedan trasladar sin esfuerzo de un marco nacional a otro. Tampoco pretendo señalar que esos ejemplos sean enteramente los causantes del éxito económico de los países en que se dan. (De hecho, algunos de esos países han tenido que lidiar recientemente con problemas graves.) Pero un país no tiene que ser grande para servir de modelo a otros.
Los países pequeños suelen estar abiertos al comercio. Con frecuencia están abiertos a nuevas ideas y tienen más libertad que los grandes para experimentar. Los resultados de esos experimentos –incluso los que fracasan– entrañan enseñanzas útiles para todos nosotros.
Jeffrey Frankel es profesor de Políticas Públicas en la Escuela John F. Kennedy de Políticas Públicas de la Universidad de Harvard.