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Well-Known Member
La mayoría la tienen pequeña
25 de octubre de 2010
Hay empresarios y empresarios. Algunos se llaman a sí mismos empresarios pero no son sino altos ejecutivos de grandes corporaciones. Por ejemplo los grandes mandatarios de las cajas de ahorros. No son propietarios del capital, no arriesgan su dinero, no son propiamente empresarios aunque muchas veces parezca que actúan como tales e incluso hablen en nombre de ellos. Hay empresarios sin empresa, emprendedores que en su momento crearon y desarrollaron una compañía que después, por avatares de la vida y la economía, tal vez cerró; o tal vez la vendió o simplemente se jubiló pero sigue sintiéndose empresario y morirá como tal. Hay grandes empresarios que tienen grandes empresas. Y minúsculos empresarios que tienen grandes empresas. Pero la mayoría, la inmensa mayoría, la tienen más bien pequeña.
En efecto, de los 3,3 millones de empresas contabilizadas por el Instituto Nacional de Estadística en 2010, apenas 5.000 tienen más de 200 empleados (un 0,15%) mientras que 3,13 millones (un 95%) tienen menos de 10. Así es el tejido empresarial español. Un descomunal granero de empresas de reducida dimensión, de microempresas y de empresarios individuales.
Y esto, ¿es bueno o malo? En sí mismo no es bueno ni es malo. Cuantas más empresas haya, sean del tamaño que sean, mucho mejor. El espíritu emprendedor es un signo de vitalidad propio de las sociedades más dinámicas. Las empresas, todas, son creadoras de riqueza y generadoras de empleo. Pero, afinando más el análisis, es obvio que en España tenemos un problema de tamaño. Nos faltan empresas de gran dimensión, entendiendo como tales las de más de 250 trabajadores o con un volumen de negocio superior a los 50 millones de euros. Y eso, en un mercado global, nos sitúa en una situación de desventaja con relación a nuestros principales países competidores incluyendo a los nuevos mercados emergentes.
Es posible que la raíz de esta situación pueda atribuirse a factores históricos y culturales, entre ellos una desmedida propensión al individualismo que se hace más patente en algunas comunidades y menos en otras. Es sabido que en el País Vasco y Navarra la dimensión media de las empresas es mayor que, por ejemplo, en Cataluña. Pero en todas partes, la preferencia a ser cabeza de ratón antes que cola de león es generalizada. Y eso tiene consecuencias negativas en términos de competitividad en unos mercados cada vez más complejos y más globales que exigen una mayor masa crítica para beneficiarnos, como están haciendo otros, de las economías de escala. El proceso de concentración que está viviendo el sector financiero español, que ha hecho en este sentido de la necesidad virtud, no está ocurriendo en otros ámbitos de la economía. Y eso es especialmente sangrante en la industria, aquejada secularmente de un problema de falta de dimensión para competir a escala planetaria, y lo es también en los sectores primarios.
Este podría ser un buen momento para acometer procesos de fusión. Pero, aunque pueda parecer extraño, las fusiones entre pequeñas y medianas empresas son más difíciles y más inhabituales que entre las grandes. Es comprensible. En las pymes el factor humano tiene un peso específico tanto mayor cuanto menor es la dimensión de la empresa. Por eso suele ser más factible la absorción que la fusión. En cualquier caso, si de esta crisis acaba emergiendo un tejido industrial menos atomizado habremos sacado algo positivo de ella.
Pero el problema de tamaño no se reduce solo al mundo empresarial. Valdría para muchos otros ámbitos, desde el asociacionismo cultural a las ONG. Hay uno, sin embargo, que me parece especialmente preocupante, tanto o más como el tamaño de nuestras empresas, y es el tamaño de los municipios. En España hay más de 8.100 municipios, de los cuales más de 7.300 tienen una población inferior a 10.000 habitantes e incluso más de mil no llegan ni siquiera a 100. Todos ellos con sus alcaldes y concejales y con sus competencias en materia de urbanismo, suministros básicos, transporte o seguridad, entre muchas otras. ¿Les parece esto eficiente? ¿Les parece sostenible? Les prometo abundar en ello en un próximo artículo.
De momento poco podemos hacer. Más vale que nos lo tomemos con ironía y procuremos recuperar fuelle. Como es bien sabido, si hay impulso y consistencia, el tamaño no suele ser un problema
25 de octubre de 2010
Hay empresarios y empresarios. Algunos se llaman a sí mismos empresarios pero no son sino altos ejecutivos de grandes corporaciones. Por ejemplo los grandes mandatarios de las cajas de ahorros. No son propietarios del capital, no arriesgan su dinero, no son propiamente empresarios aunque muchas veces parezca que actúan como tales e incluso hablen en nombre de ellos. Hay empresarios sin empresa, emprendedores que en su momento crearon y desarrollaron una compañía que después, por avatares de la vida y la economía, tal vez cerró; o tal vez la vendió o simplemente se jubiló pero sigue sintiéndose empresario y morirá como tal. Hay grandes empresarios que tienen grandes empresas. Y minúsculos empresarios que tienen grandes empresas. Pero la mayoría, la inmensa mayoría, la tienen más bien pequeña.
En efecto, de los 3,3 millones de empresas contabilizadas por el Instituto Nacional de Estadística en 2010, apenas 5.000 tienen más de 200 empleados (un 0,15%) mientras que 3,13 millones (un 95%) tienen menos de 10. Así es el tejido empresarial español. Un descomunal granero de empresas de reducida dimensión, de microempresas y de empresarios individuales.
Y esto, ¿es bueno o malo? En sí mismo no es bueno ni es malo. Cuantas más empresas haya, sean del tamaño que sean, mucho mejor. El espíritu emprendedor es un signo de vitalidad propio de las sociedades más dinámicas. Las empresas, todas, son creadoras de riqueza y generadoras de empleo. Pero, afinando más el análisis, es obvio que en España tenemos un problema de tamaño. Nos faltan empresas de gran dimensión, entendiendo como tales las de más de 250 trabajadores o con un volumen de negocio superior a los 50 millones de euros. Y eso, en un mercado global, nos sitúa en una situación de desventaja con relación a nuestros principales países competidores incluyendo a los nuevos mercados emergentes.
Es posible que la raíz de esta situación pueda atribuirse a factores históricos y culturales, entre ellos una desmedida propensión al individualismo que se hace más patente en algunas comunidades y menos en otras. Es sabido que en el País Vasco y Navarra la dimensión media de las empresas es mayor que, por ejemplo, en Cataluña. Pero en todas partes, la preferencia a ser cabeza de ratón antes que cola de león es generalizada. Y eso tiene consecuencias negativas en términos de competitividad en unos mercados cada vez más complejos y más globales que exigen una mayor masa crítica para beneficiarnos, como están haciendo otros, de las economías de escala. El proceso de concentración que está viviendo el sector financiero español, que ha hecho en este sentido de la necesidad virtud, no está ocurriendo en otros ámbitos de la economía. Y eso es especialmente sangrante en la industria, aquejada secularmente de un problema de falta de dimensión para competir a escala planetaria, y lo es también en los sectores primarios.
Este podría ser un buen momento para acometer procesos de fusión. Pero, aunque pueda parecer extraño, las fusiones entre pequeñas y medianas empresas son más difíciles y más inhabituales que entre las grandes. Es comprensible. En las pymes el factor humano tiene un peso específico tanto mayor cuanto menor es la dimensión de la empresa. Por eso suele ser más factible la absorción que la fusión. En cualquier caso, si de esta crisis acaba emergiendo un tejido industrial menos atomizado habremos sacado algo positivo de ella.
Pero el problema de tamaño no se reduce solo al mundo empresarial. Valdría para muchos otros ámbitos, desde el asociacionismo cultural a las ONG. Hay uno, sin embargo, que me parece especialmente preocupante, tanto o más como el tamaño de nuestras empresas, y es el tamaño de los municipios. En España hay más de 8.100 municipios, de los cuales más de 7.300 tienen una población inferior a 10.000 habitantes e incluso más de mil no llegan ni siquiera a 100. Todos ellos con sus alcaldes y concejales y con sus competencias en materia de urbanismo, suministros básicos, transporte o seguridad, entre muchas otras. ¿Les parece esto eficiente? ¿Les parece sostenible? Les prometo abundar en ello en un próximo artículo.
De momento poco podemos hacer. Más vale que nos lo tomemos con ironía y procuremos recuperar fuelle. Como es bien sabido, si hay impulso y consistencia, el tamaño no suele ser un problema