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Los dirigentes del G-20 que se burlan de la propuesta de los Estados Unidos de poner límites numéricos a las balanzas comerciales deberían saber que están jugando con fuego. Más que una exigencia, los Estados Unidos están expresando una súplica de ayuda.
Según un reciente informe conjunto del Fondo Monetario Internacional y la Organización Internacional del Trabajo, el 25 por ciento del aumento del desempleo desde 2007, que asciende a 30 millones de personas a escala mundial, se ha producido en los EE.UU. Si persiste esa situación, como llevo mucho tiempo advirtiendo que podría ocurrir, pondrá los cimientos para unas enormes fricciones comerciales mundiales. La irritación de los votantes expresada en las elecciones de mitad de período de los EE.UU. podría resultar ser sólo la punta del iceberg.
Unas medidas comerciales proteccionistas –tal vez en forma de un riguroso arancel aduanero en los EE.UU.– a las importaciones chinas, serían profundamente destructivas, aun cuando no se adoptaran las inevitables medidas de represalia, pero que nadie se engañe: el terreno para la economía populista está volviéndose cada día más fértil.
El nuevo Congreso de los EE.UU. está buscando chivos expiatorios para el atolladero económico del país y, con un Presidente que a veces ha puesto en entredicho claramente una rígida adhesión ideológica al libre comercio, todo es posible, en particular en el período anterior a las elecciones presidenciales de 2012. Si estallan las fricciones comerciales, las autoridades podrían recordar las “guerras de divisas” actuales como una escaramuza menor en una batalla mucho mayor.
A la luz de las actuales dificultades de los Estados Unidos, se debe considerar un gesto constructivo su nueva propuesta para abordar el perenne problema de los desequilibrios mundiales. En lugar de insistir sin cesar en la vinculación de la divisa de China, que es sólo una pequeña parte del problema, los EE.UU. han pedido ayuda donde importa: en su raíz.
Es cierto que los desequilibrios comerciales actuales son en parte una manifestación de más amplias tendencias económicas a largo plazo, como, por ejemplo, el envejecimiento de la población de Alemania, la deficiente red de seguridad social de China y las preocupaciones legítimas en Oriente Medio por la posible pérdida de ingresos procedentes del petróleo y, desde luego, a los países les resultaría difícil en la práctica poner un tope a sus superávits comerciales: sencillamente, hay demasiadas incertidumbres macroeconómicas y de medición.
Además, resulta difícil ver como podría nadie –incluido el FMI, como prevén las propuestas de los EE.UU.– imponer el cumplimiento de los límites de los superávits comerciales. El Fondo tiene poca capacidad de influencia en los países grandes, que se encuentran en el centro del problema.
Aun así, aun cuando otros dirigentes mundiales concluyan que no pueden apoyar metas numéricas, deben reconocer las dificultades que están arrostrando los EE.UU. en nombre del libre comercio. Deben buscar de algún modo formas de ayudar los a aumentar sus exportaciones. Por fortuna, los mercados en ascenso tienen mucho margen para actuar.
La India, el Brasil y China, por ejemplo, siguen aprovechándose de las normas de la Organización Mundial del Comercio que permiten largos períodos para la apertura progresiva de sus mercados internos a las importaciones de los países desarrollados, mientras que sus exportadores disfrutan de un acceso completo a los mercados de los países ricos. El escaso respeto de los derechos de propiedad intelectual exacerba el problema considerablemente, lo que obstaculiza las exportaciones de programas informáticos y de entretenimiento de los EE.UU.
Un esfuerzo decidido para aumentar las importaciones de los EE.UU. (y de Europa) por parte de los países con mercados emergentes que tienen superávits exteriores contribuiría mucho más a abordar los desequilibrios comerciales mundiales a largo plazo que las modificaciones de los tipos de cambio o las políticas fiscales. Los mercados en ascenso han llegado a ser, sencillamente, demasiado importantes para que se les permita funcionar con su sus propias normas comerciales. Sus dirigentes deben hacer algo más para abordar los intereses nacionales atrincherados y fomentar la competencia extranjera.
Alemania podría aducir con razón que ha adoptado una actitud relativamente propia del laissez-faire en materia de comercio y que no debe ser castigada, pese a sus superávits crónicos. Al fin y al cabo, se ha mantenido cruzada de brazos, mientras el euro experimentaba una gran subida recientemente. No obstante, Alemania se ha beneficiado en gran medida del libre comercio mundial y no carece precisamente de instrumentos y medios para reducir sus superávits: por ejemplo, presionando para desreglamentar sus mercados, enormemente rígidos, de productos.
En vista de sus recientes dificultades económicas, resulta notable que hasta ahora los EE.UU. se hayan mantenido firmes en su apoyo al libre comercio. Aun en los casos en que su retórica ha enviado mensajes mixtos, sus políticas han sido claramente liberales.
Pensemos en las inacabables negociaciones EE.UU.-Colombia sobre libre comercio. Aunque nunca nos enteraríamos al escuchar el debate en el Congreso, el efecto principal de un acuerdo sería el de reducir los obstáculos colombianos a los productos de los EE.UU. y no viceversa. Los productos colombianos ya disfrutan de una entrada prácticamente libre en el mercado de los EE.UU., mientras que los consumidores colombianos se beneficiarían enormemente, si su país correspondiera con la apertura de sus mercados a los productos y los servicios de los EE.UU. No ha sido así: se trata de uno de los incontables ejemplos de obstáculos que afrontan las empresas de los EE.UU. en todo el mundo. Se deberían limitar todos ellos.
Puede que a la hegemonía americana en la economía mundial no le queden ya demasiados decenios. China, la India, el Brasil y otros mercados en ascenso siguen subiendo. ¿Se hará la transición sin contratiempos y propiciará una economía mundial a un tiempo más equitativa y más próspera?
Por mucho que abriguemos esa esperanza, el estancamiento que padecen actualmente los EE.UU. podría resultar ser un problema para el resto del mundo. El desempleo en los EE.UU. es elevado, mientras que las políticas fiscal y monetaria han llegado a sus límites. Las exportaciones son la mejor salida, pero los EE.UU. necesitan ayuda. De lo contrario, las fricciones latentes podrían provocar de repente una inversión profunda de la mundialización. No sería la primera vez.
Autor: Kenneth Rogoff, ex economista jefe del FMI, es profesor de Economía y Políticas Públicas en la Universidad de Harvard.
Según un reciente informe conjunto del Fondo Monetario Internacional y la Organización Internacional del Trabajo, el 25 por ciento del aumento del desempleo desde 2007, que asciende a 30 millones de personas a escala mundial, se ha producido en los EE.UU. Si persiste esa situación, como llevo mucho tiempo advirtiendo que podría ocurrir, pondrá los cimientos para unas enormes fricciones comerciales mundiales. La irritación de los votantes expresada en las elecciones de mitad de período de los EE.UU. podría resultar ser sólo la punta del iceberg.
Unas medidas comerciales proteccionistas –tal vez en forma de un riguroso arancel aduanero en los EE.UU.– a las importaciones chinas, serían profundamente destructivas, aun cuando no se adoptaran las inevitables medidas de represalia, pero que nadie se engañe: el terreno para la economía populista está volviéndose cada día más fértil.
El nuevo Congreso de los EE.UU. está buscando chivos expiatorios para el atolladero económico del país y, con un Presidente que a veces ha puesto en entredicho claramente una rígida adhesión ideológica al libre comercio, todo es posible, en particular en el período anterior a las elecciones presidenciales de 2012. Si estallan las fricciones comerciales, las autoridades podrían recordar las “guerras de divisas” actuales como una escaramuza menor en una batalla mucho mayor.
A la luz de las actuales dificultades de los Estados Unidos, se debe considerar un gesto constructivo su nueva propuesta para abordar el perenne problema de los desequilibrios mundiales. En lugar de insistir sin cesar en la vinculación de la divisa de China, que es sólo una pequeña parte del problema, los EE.UU. han pedido ayuda donde importa: en su raíz.
Es cierto que los desequilibrios comerciales actuales son en parte una manifestación de más amplias tendencias económicas a largo plazo, como, por ejemplo, el envejecimiento de la población de Alemania, la deficiente red de seguridad social de China y las preocupaciones legítimas en Oriente Medio por la posible pérdida de ingresos procedentes del petróleo y, desde luego, a los países les resultaría difícil en la práctica poner un tope a sus superávits comerciales: sencillamente, hay demasiadas incertidumbres macroeconómicas y de medición.
Además, resulta difícil ver como podría nadie –incluido el FMI, como prevén las propuestas de los EE.UU.– imponer el cumplimiento de los límites de los superávits comerciales. El Fondo tiene poca capacidad de influencia en los países grandes, que se encuentran en el centro del problema.
Aun así, aun cuando otros dirigentes mundiales concluyan que no pueden apoyar metas numéricas, deben reconocer las dificultades que están arrostrando los EE.UU. en nombre del libre comercio. Deben buscar de algún modo formas de ayudar los a aumentar sus exportaciones. Por fortuna, los mercados en ascenso tienen mucho margen para actuar.
La India, el Brasil y China, por ejemplo, siguen aprovechándose de las normas de la Organización Mundial del Comercio que permiten largos períodos para la apertura progresiva de sus mercados internos a las importaciones de los países desarrollados, mientras que sus exportadores disfrutan de un acceso completo a los mercados de los países ricos. El escaso respeto de los derechos de propiedad intelectual exacerba el problema considerablemente, lo que obstaculiza las exportaciones de programas informáticos y de entretenimiento de los EE.UU.
Un esfuerzo decidido para aumentar las importaciones de los EE.UU. (y de Europa) por parte de los países con mercados emergentes que tienen superávits exteriores contribuiría mucho más a abordar los desequilibrios comerciales mundiales a largo plazo que las modificaciones de los tipos de cambio o las políticas fiscales. Los mercados en ascenso han llegado a ser, sencillamente, demasiado importantes para que se les permita funcionar con su sus propias normas comerciales. Sus dirigentes deben hacer algo más para abordar los intereses nacionales atrincherados y fomentar la competencia extranjera.
Alemania podría aducir con razón que ha adoptado una actitud relativamente propia del laissez-faire en materia de comercio y que no debe ser castigada, pese a sus superávits crónicos. Al fin y al cabo, se ha mantenido cruzada de brazos, mientras el euro experimentaba una gran subida recientemente. No obstante, Alemania se ha beneficiado en gran medida del libre comercio mundial y no carece precisamente de instrumentos y medios para reducir sus superávits: por ejemplo, presionando para desreglamentar sus mercados, enormemente rígidos, de productos.
En vista de sus recientes dificultades económicas, resulta notable que hasta ahora los EE.UU. se hayan mantenido firmes en su apoyo al libre comercio. Aun en los casos en que su retórica ha enviado mensajes mixtos, sus políticas han sido claramente liberales.
Pensemos en las inacabables negociaciones EE.UU.-Colombia sobre libre comercio. Aunque nunca nos enteraríamos al escuchar el debate en el Congreso, el efecto principal de un acuerdo sería el de reducir los obstáculos colombianos a los productos de los EE.UU. y no viceversa. Los productos colombianos ya disfrutan de una entrada prácticamente libre en el mercado de los EE.UU., mientras que los consumidores colombianos se beneficiarían enormemente, si su país correspondiera con la apertura de sus mercados a los productos y los servicios de los EE.UU. No ha sido así: se trata de uno de los incontables ejemplos de obstáculos que afrontan las empresas de los EE.UU. en todo el mundo. Se deberían limitar todos ellos.
Puede que a la hegemonía americana en la economía mundial no le queden ya demasiados decenios. China, la India, el Brasil y otros mercados en ascenso siguen subiendo. ¿Se hará la transición sin contratiempos y propiciará una economía mundial a un tiempo más equitativa y más próspera?
Por mucho que abriguemos esa esperanza, el estancamiento que padecen actualmente los EE.UU. podría resultar ser un problema para el resto del mundo. El desempleo en los EE.UU. es elevado, mientras que las políticas fiscal y monetaria han llegado a sus límites. Las exportaciones son la mejor salida, pero los EE.UU. necesitan ayuda. De lo contrario, las fricciones latentes podrían provocar de repente una inversión profunda de la mundialización. No sería la primera vez.
Autor: Kenneth Rogoff, ex economista jefe del FMI, es profesor de Economía y Políticas Públicas en la Universidad de Harvard.