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En dos sectores decisivos –la macroeconomía y el desarrollo económico mundial–, prevaleció la opinión de las economías en desarrollo y de la cumbre resultó una propuesta excelente de vincular los dos programas –el de la macroeconomía y del desarrollo–, que se aplicará en 2011.
Un rasgo fundamental de la economía mundial actual es el de que funciona con dos velocidades. Los Estados Unidos y gran parte de Europa siguen empantanados con las secuelas de la crisis financiera que estalló en el otoño de 2008, con un elevado desempleo, un crecimiento económico lento y continuos problemas en el sector bancario. Sin embargo, los mercados en ascenso han superado en general la crisis. Mientras que 2009 fue un año duro para toda la economía mundial, en 2010 los mercados en ascenso se recuperaron con fuerza, a diferencia de los países ricos.
Los datos recientes de Perspectivas de la Economía Mundial al Día del Fondo Monetario Internacional explican por qué. Durante 2010, se espera que los países con renta elevada logren un modesto crecimiento anual del PIB de un 2,7 por ciento, aproximadamente, mientras que las economías en ascenso del G-20, junto con el resto del mundo en desarrollo, se espera que crezcan con una sólida tasa de 7,1 por ciento. Las economías en desarrollo de Asia están disparadas, con un 9,4 por ciento de crecimiento. Se espera que América Latina crezca un 5,7 por ciento. Incluso el África subsahariana, tradicionalmente rezagada, se espera que crezca un 5 por ciento en 2010.
Esa economía mundial de dos velocidades es en gran medida un reflejo de que el comienzo de la crisis financiera de 2008 se debiera al excesivo endeudamiento de los propios países ricos. Dos economías de renta elevada se encontraron en dificultades. Los Estados Unidos, donde los consumidores, ayudados por la imprudente concesión de créditos a familias insolventes, se habían endeudado profundamente para comprar casas y automóviles, fue el principal responsable. La periferia de la Unión Europea –Irlanda, Portugal, España y Grecia– comenzó también una orgía de endeudamiento hace un decenio, nada más adherirse al euro, lo que alimentó un auge inmobiliario que asimismo acabó en una depresión.
La mayoría de las economías en ascenso no cayeron en un endeudamiento excesivo tan desastroso. Desde luego, una razón fue el vívido recuerdo en Asia de la crisis financiera de 1997, que puso de relieve la necesidad de poner límites a los préstamos bancarios y a las entradas de capitales. En general, las economías asiáticas en ascenso estuvieron gestionadas con más prudencia durante el pasado decenio. Lo mismo se puede decir del Brasil, que asimiló las enseñanzas de su propia crisis de 1999, como también de África y otras regiones.
En el período inmediatamente anterior a la cumbre de Seúl, el Gobierno de los EE.UU. lanzó la propuesta de que las regiones del mundo con superávit aumentaran su demanda interna –principalmente el consumo– para impulsar las importaciones y ayudar así a las regiones con déficit (incluidos los EE.UU.) a recuperarse. Los países con economías en ascenso del G-20 no se dejaron impresionar. Su respuesta fue muy sencilla: la crisis comenzó con el endeudamiento excesivo de los EE.UU, por lo que les corresponde a estos últimos, y no a ellos, resolver el embrollo. Los EE.UU. deben reducir su déficit presupuestario, aumentar su tasa de ahorro y en general poner orden en su casa.
Las economías en ascenso reaccionaron de forma similar ante otra iniciativa de los EE.UU.: la llamada “relajación cuantitativa” de la Reserva Federal. Una vez más los países con economías en ascenso hablaron casi al unísono. Dijeron a los EE.UU. que no aumentara artificialmente la masa monetaria, pues con ello crearía el riesgo de otra burbuja financiera, esa vez en las economías en ascenso y los mercados de materias primas. Una vez más, el claro mensaje para los EE.UU. fue el de que dejara de recurrir a trucos como el estímulo fiscal o la emisión de moneda y, en su lugar, emprendiera una reestructuración económica en serio y a largo plazo para impulsar el ahorro, la inversión y las exportaciones netas.
Por su parte, las economías en ascenso querían substituir el tema de debate del estímulo macroeconómico y los desequilibrios a corto plazo por las cuestiones del desarrollo a largo plazo. El gobierno anfitrión, el de Corea del Sur, se mostró particularmente dinámico al respecto. Pidió a los miembros del G-20 que se centraran en imperativos, como, por ejemplo, la consecución de los objetivos de desarrollo del Milenio de las Naciones Unidas, el aumento de la producción agraria y la construcción de infraestructuras sostenibles en las economías en desarrollo. Fue la primera vez en que se incluyeron tan claramente cuestiones de desarrollo a largo plazo en el programa del G-20, lo que constituye una señal de la influencia geopolítica en aumento del grupo de los miembros con mercados en ascenso.
El resultado de la deliberación es un nuevo marco para las relaciones del G-20 con el resto de los países en desarrollo, conocido como Consenso de Seúl sobre el Desarrollo para el Crecimiento Compartido. El G-20 decidió atinadamente centrarse en los sectores del programa mundial de desarrollo en los que las economías más importantes tienen una ventaja relativa: la financiación de infraestructuras, como, por ejemplo, las carreteras o la energía eléctrica, la creación de empresas y el apoyo a las mejoras de la agricultura en los países más pobres. Otros aspectos del programa de desarrollo –por ejemplo, la salud y la educación– no serán objeto de atención especial del G-20.
El nuevo programa de desarrollo del G-20 ofrece una vía excelente para combinar las preocupaciones por los desequilibrios mundiales con la necesidad de acelerar el ritmo de desarrollo en los países más pobres. Los EE.UU. han estado incitando a China, Alemania, el Japón y otros países a aumentar el consumo para impulsar la demanda, pero hay una forma mejor de utilizar las elevadas tasas de ahorro de esos países con superávits. En lugar de incitar a sus familias a consumir más, el G-20 debe esforzarse más por encauzar esos ahorros hacia los países más pobres con miras a financiar inversiones en infraestructuras urgentemente necesarias.
El Primer Ministro de la India, Manmohan Singh, lo expresó perfectamente, al observar que ahora el África subsahariana está en condiciones de absorber más entradas de capitales para la construcción de infraestructuras. Recomendó que se reciclaran los superávits del G-20 en esos y otros países pobres para financiar dichas inversiones. “Dicho de otro modo”, dijo Singh, “debemos allanar los desequilibrios de un tipo para reducir los del otro tipo”.
Encauzando los ahorros de China, Alemania, el Japón y otros países con superávits hacia inversiones en infraestructuras en los países pobres, las economías del mundo funcionarían de verdad en armonía. La cumbre del G-20 en Seúl puede haber iniciado ese importante proceso.
Jeffrey D. Sachs es profesor de Economía y director del Instituto de la Tierra de la Universidad de Columbia.
Un rasgo fundamental de la economía mundial actual es el de que funciona con dos velocidades. Los Estados Unidos y gran parte de Europa siguen empantanados con las secuelas de la crisis financiera que estalló en el otoño de 2008, con un elevado desempleo, un crecimiento económico lento y continuos problemas en el sector bancario. Sin embargo, los mercados en ascenso han superado en general la crisis. Mientras que 2009 fue un año duro para toda la economía mundial, en 2010 los mercados en ascenso se recuperaron con fuerza, a diferencia de los países ricos.
Los datos recientes de Perspectivas de la Economía Mundial al Día del Fondo Monetario Internacional explican por qué. Durante 2010, se espera que los países con renta elevada logren un modesto crecimiento anual del PIB de un 2,7 por ciento, aproximadamente, mientras que las economías en ascenso del G-20, junto con el resto del mundo en desarrollo, se espera que crezcan con una sólida tasa de 7,1 por ciento. Las economías en desarrollo de Asia están disparadas, con un 9,4 por ciento de crecimiento. Se espera que América Latina crezca un 5,7 por ciento. Incluso el África subsahariana, tradicionalmente rezagada, se espera que crezca un 5 por ciento en 2010.
Esa economía mundial de dos velocidades es en gran medida un reflejo de que el comienzo de la crisis financiera de 2008 se debiera al excesivo endeudamiento de los propios países ricos. Dos economías de renta elevada se encontraron en dificultades. Los Estados Unidos, donde los consumidores, ayudados por la imprudente concesión de créditos a familias insolventes, se habían endeudado profundamente para comprar casas y automóviles, fue el principal responsable. La periferia de la Unión Europea –Irlanda, Portugal, España y Grecia– comenzó también una orgía de endeudamiento hace un decenio, nada más adherirse al euro, lo que alimentó un auge inmobiliario que asimismo acabó en una depresión.
La mayoría de las economías en ascenso no cayeron en un endeudamiento excesivo tan desastroso. Desde luego, una razón fue el vívido recuerdo en Asia de la crisis financiera de 1997, que puso de relieve la necesidad de poner límites a los préstamos bancarios y a las entradas de capitales. En general, las economías asiáticas en ascenso estuvieron gestionadas con más prudencia durante el pasado decenio. Lo mismo se puede decir del Brasil, que asimiló las enseñanzas de su propia crisis de 1999, como también de África y otras regiones.
En el período inmediatamente anterior a la cumbre de Seúl, el Gobierno de los EE.UU. lanzó la propuesta de que las regiones del mundo con superávit aumentaran su demanda interna –principalmente el consumo– para impulsar las importaciones y ayudar así a las regiones con déficit (incluidos los EE.UU.) a recuperarse. Los países con economías en ascenso del G-20 no se dejaron impresionar. Su respuesta fue muy sencilla: la crisis comenzó con el endeudamiento excesivo de los EE.UU, por lo que les corresponde a estos últimos, y no a ellos, resolver el embrollo. Los EE.UU. deben reducir su déficit presupuestario, aumentar su tasa de ahorro y en general poner orden en su casa.
Las economías en ascenso reaccionaron de forma similar ante otra iniciativa de los EE.UU.: la llamada “relajación cuantitativa” de la Reserva Federal. Una vez más los países con economías en ascenso hablaron casi al unísono. Dijeron a los EE.UU. que no aumentara artificialmente la masa monetaria, pues con ello crearía el riesgo de otra burbuja financiera, esa vez en las economías en ascenso y los mercados de materias primas. Una vez más, el claro mensaje para los EE.UU. fue el de que dejara de recurrir a trucos como el estímulo fiscal o la emisión de moneda y, en su lugar, emprendiera una reestructuración económica en serio y a largo plazo para impulsar el ahorro, la inversión y las exportaciones netas.
Por su parte, las economías en ascenso querían substituir el tema de debate del estímulo macroeconómico y los desequilibrios a corto plazo por las cuestiones del desarrollo a largo plazo. El gobierno anfitrión, el de Corea del Sur, se mostró particularmente dinámico al respecto. Pidió a los miembros del G-20 que se centraran en imperativos, como, por ejemplo, la consecución de los objetivos de desarrollo del Milenio de las Naciones Unidas, el aumento de la producción agraria y la construcción de infraestructuras sostenibles en las economías en desarrollo. Fue la primera vez en que se incluyeron tan claramente cuestiones de desarrollo a largo plazo en el programa del G-20, lo que constituye una señal de la influencia geopolítica en aumento del grupo de los miembros con mercados en ascenso.
El resultado de la deliberación es un nuevo marco para las relaciones del G-20 con el resto de los países en desarrollo, conocido como Consenso de Seúl sobre el Desarrollo para el Crecimiento Compartido. El G-20 decidió atinadamente centrarse en los sectores del programa mundial de desarrollo en los que las economías más importantes tienen una ventaja relativa: la financiación de infraestructuras, como, por ejemplo, las carreteras o la energía eléctrica, la creación de empresas y el apoyo a las mejoras de la agricultura en los países más pobres. Otros aspectos del programa de desarrollo –por ejemplo, la salud y la educación– no serán objeto de atención especial del G-20.
El nuevo programa de desarrollo del G-20 ofrece una vía excelente para combinar las preocupaciones por los desequilibrios mundiales con la necesidad de acelerar el ritmo de desarrollo en los países más pobres. Los EE.UU. han estado incitando a China, Alemania, el Japón y otros países a aumentar el consumo para impulsar la demanda, pero hay una forma mejor de utilizar las elevadas tasas de ahorro de esos países con superávits. En lugar de incitar a sus familias a consumir más, el G-20 debe esforzarse más por encauzar esos ahorros hacia los países más pobres con miras a financiar inversiones en infraestructuras urgentemente necesarias.
El Primer Ministro de la India, Manmohan Singh, lo expresó perfectamente, al observar que ahora el África subsahariana está en condiciones de absorber más entradas de capitales para la construcción de infraestructuras. Recomendó que se reciclaran los superávits del G-20 en esos y otros países pobres para financiar dichas inversiones. “Dicho de otro modo”, dijo Singh, “debemos allanar los desequilibrios de un tipo para reducir los del otro tipo”.
Encauzando los ahorros de China, Alemania, el Japón y otros países con superávits hacia inversiones en infraestructuras en los países pobres, las economías del mundo funcionarían de verdad en armonía. La cumbre del G-20 en Seúl puede haber iniciado ese importante proceso.
Jeffrey D. Sachs es profesor de Economía y director del Instituto de la Tierra de la Universidad de Columbia.