Los problemas de Europa son por falta de estadistas

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En el ápice de la crisis irlandesa –principalmente una crisis de confianza en la estabilidad de los bancos y la fuerza y competencia del liderazgo político de Europa-, los líderes europeos discutían en público de manera bastante encarnizada. Si bien su objetivo manifiesto era salvar el euro, los líderes de gobierno involucrados hicieron exactamente lo contrario, lo que generó un mayor nerviosismo y volatilidad en los mercados financieros, que a su vez exacerbaron los problemas de Irlanda.

Alemania hizo su propio aporte para agravar la crisis al lanzar un debate público sobre la necesidad de que los bancos carguen con las pérdidas a partir de 2013. Por qué esta discusión tenía que tener lugar ahora, en el medio de la crisis irlandesa, sigue siendo el secreto de la canciller Angela Merkel. Lo más probable es que haya sido provocada únicamente por consideraciones políticas internas. De hecho, la exigencia de la participación de los bancos es popular en Alemania –y justificadamente-, a diferencia del paquete de rescate irlandés. Pero sería más productivo implementar una política de esas características que anunciarla con dos años de anticipación.

No importa hacia donde uno mire, el precio que se le pone a Europa en estos días se calcula en euros y centavos y ya no en moneda política e histórica. Alemania en particular –el país más grande de Europa y el más fuerte en términos económicos- parece haber resultado víctima de una amnesia histórica. La idea de que el propio interés nacional de Alemania dicta evitar todo aquello que aísle al país dentro de Europa, y que esa tarea, por ende, consiste en crear una “Alemania europea” y no una “Europa alemana”, parece haberse abandonado.

Con certeza, los líderes de Alemania todavía se consideran pro-europeos y rechazan esas críticas con indignación. Pero el cambio fundamental de estrategia dentro de la política europea de Alemania ya no se puede pasar por alto. Objetivamente, la tendencia es hacia una “Europa alemana”, algo que nunca funcionará.

El fracaso del euro –y, por lo tanto, de la UE y su Mercado Común- sería el mayor desastre pan-europeo desde 1945. Que este resultado sea posible –a pesar de las protestas en contra por parte de todos los involucrados- refleja la ignorancia deliberada y la falta de imaginación de los jefes de estado y de gobierno de Europa. De otra manera, admitirían que la crisis financiera ya se ha convertido hace mucho tiempo en una crisis política que amenaza la propia existencia de la UE y reconocerían, por ende, que un mecanismo de resolución de crisis permanente para los miembros agobiados por la deuda, si bien es claramente necesario, exige un mecanismo político de resolución de crisis permanente para que resulte exitoso.

Con el status quo será difícil que el euro sobreviva. Sin embargo, este mecanismo político de resolución de crisis permanente es nada menos que una unión económica que funcione bien. Las alternativas, por lo tanto, son o bien seguir adelante con una verdadera unión económica y una mayor integración de la UE, o bien regresar a una simple área de libre comercio y la renacionalización de Europa.

La noción de que la estabilidad se puede lograr exclusivamente con reglas tecnocráticas, regulaciones y mecanismos de sanción, en una eurozona donde las economías están divergiendo, resultará equivocada. La estabilidad genuina de la eurozona presupone una alineación macroeconómica, que a su vez requiere la integración política de una unión económica que funcione bien. Una alineación escalonada de las políticas económicas y sociales (como la edad de retiro legal), nuevos esquemas para cuadrar las cuentas (eurobonos como un instrumento de transferencia) y un mecanismo de estabilidad efectivo son necesarios para preservar la moneda común.

¿Cómo se pueden lograr estos objetivos de largo alcance dentro de la eurozona (junto con los miembros de la UE no pertenecientes a la eurozona que quieran sumarse)? Probablemente deberíamos olvidarnos de cambios en el tratado por el momento.

Sin embargo, el acuerdo de Schengen ofrece una alternativa, concretamente acuerdos entre estados individuales. La abolición de los controles fronterizos no fue un detalle para nada menor, y sin embargo se logró sobre la base de acuerdos intergubernamentales. ¿Por qué no también la unión económica?

Lo que la eurozona necesita ahora no es una repetición de Maastricht, sino una suerte de Schmidt/Giscard 2.0. Este tipo de iniciativa requiere el apoyo de Alemania y Francia, porque la crisis no se puede resolver sin ellos. Dada su influencia económica y política, Alemania y Francia son los líderes respectivos de las partes norte y sur de la eurozona. Por lo tanto, ambos pueden patrocinar el acuerdo indispensable entre los países más fuertes y más débiles de la eurozona.

El papel de Francia consistiría en asegurar que los países más débiles no sean víctimas de una deflación duradera. Y Alemania tendría que ser el garante de la estabilidad. Ambos países juntos, sin embargo, deben dar los primeros pasos hacia la unión económica, lo que requiere que ambos gobiernos realmente quieran eso.

Merkel tendrá que explicar la verdad incómoda a los alemanes de que el precio de tener el euro inevitablemente es una transferencia y una unión económica, y el presidente francés, Nicolas Sarkozy, tendrá que dejar en claro a los franceses el precio de una verdadera unión económica y de estabilidad. El riesgo político para ambos no será menor, pero la alternativa –el fracaso del euro- es inaceptable para ambos países.

Cualquier líder político de la eurozona cuya consideración principal hoy sea la reelección puede enfrentarse a un fracaso si encara este desafío histórico. Pero las prioridades europeas tienen que ser la principal preocupación en esta crisis –incluso si el precio es perder el cargo-. Por otra parte, tomar esta iniciativa histórica, en comparación con una maniobra táctica pusilánime, aumentaría sustancialmente las posibilidades de los políticos de ser reelegidos más adelante.

Pero Europa no tiene escasez de políticos. Lo que se necesita urgentemente hoy son genuinos estadistas, hombres y mujeres.

Joschka Fischer, ministro de Relaciones Exteriores de Alemania entre 1998 y 2005, fue un líder en el Partido Verde alemán durante casi 20 años.
 
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