La sorprendente resistencia de la Europa del Este

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(artículo de Anders Åslund, investigador senior del Instituto Peterson de Economía Internacional)

Hace dos años, cinco de los diez nuevos miembros de Europa del Este de la Unión Europea - los tres países bálticos, Hungría y Rumania - parecían devastados por la crisis financiera mundial. Se cernían sobre ellos el descontento social, enormes devaluaciones y protestas populistas.

Y luego, nada. Hoy en día, todos estos países están volviendo a la salud financiera y al crecimiento económico sin perturbaciones significativas. Ningún país ha ni siquiera cambiado su régimen de tipo de cambio. La Vieja Europa debería aprender del poco publicitado éxito de la nueva Nueva Europa.

La causa de la crisis financiera de Europa del Este fue un ciclo estándar de auge y caída del crédito. Los países del Este atrajeron grandes flujos internacionales de capital, debido a la laxa política monetaria mundial y las fáciles condiciones comerciales. Terminó habiendo un exceso de préstamos bancarios a corto plazo, que se utilizaron para financiar un derroche de inversión inmobiliaria y consumo, al tiempo que se afianzaba la inflación.

Por otra parte, se acumularon los déficit de cuenta corriente, generando una importante deuda externa del sector privado, mientras las finanzas públicas se encontraban en buen estado de todos estos países, excepto en la Hungría gobernada por los socialistas. Esta crisis de éxito y sobrecalentamiento recordaba la del Este de Asia en 1997-1998.

Las naciones del Este de Asia, así como Rusia en 1998 y Argentina en 2001, salieron de sus crisis a través de la devaluación. Un coro de prominentes economistas norteamericanos, como Paul Krugman, Kenneth Rogoff y Nouriel Roubini, afirmaron que Letonia, Estonia y Lituania también tenían que devaluar. Ninguno lo hizo y, sin embargo, pudieron salir de la crisis.

Los Estados bálticos tenían muchas razones para no devaluar. Su objetivo es adoptar el euro tan pronto como sea posible, algo que una devaluación habría complicado. Puesto que sus economías pequeñas y abiertas ya estaban muy "euroizadas", la expresión de mayores precios externos en inflación habría sido enorme después de cualquier devaluación, que también habría roto sus sistemas bancarios, que todos los demás aspectos se encontraban en condiciones razonablemente sanas.

En lugar de ello, los tres gobiernos bálticos optaron por una "devaluación interna", reduciendo los salarios y costes del sector público. En 2009, los tres países redujeron el gasto público en un 8-10% del PIB, lo que - notablemente - fue políticamente más fácil que aplicar recortes marginales. Cuando los cortes son grandes, la gente se da cuenta de la gravedad de la crisis, y lo políticamente imposible se vuelve necesario. Por lo general, los recortes pequeños se suelen aplicar de manera uniforme, lo que afecta a todos los servicios públicos, mientras que los cortes profundos tienen que ser selectivos y estructurales. Por lo tanto, pueden mejorar la eficiencia económica.

Todos los países en crisis aplican recortes a su administración y salarios públicos. Letonia recortó los salarios estatales en un 35% y el número de organismos públicos a la mitad. También cerró la mitad de su excesivo número de hospitales y despidió a los maestros superfluos, de los cuales había uno por cada seis niños antes de la crisis.

Estonia, Lituania, Hungría, Rumania y Bulgaria han realizado reformas similares, aunque no tan radicales. (Lituania, por ejemplo, llevó a cabo una reforma de la educación superior para mejorar la eficiencia y la calidad). Y, aunque los ingresos del Estado han caído por la recesión, obligando a algunos países a aumentar los impuestos de valor añadido, ninguno ha aumentado los impuestos sobre la renta, y ninguno de los siete países que habían establecido un impuesto uniforme sobre la renta lo ha abandonado. Como resultado, estos países salen de la crisis más productivos.

Contrariamente a lo esperado -y a las experiencias griega y francesa- el malestar social ha sido mínimo. No se han beneficiado los extremistas de derecha ni izquierda. En las elecciones al Parlamento Europeo celebradas en junio de 2009, los partidos de centro-derecha obtuvieron la mayoría en los diez países europeos del este de la UE , y los partidos de centro-derecha ahora gobiernan en nueve de ellos, con la única excepción de Eslovenia.

La derecha liberal nunca ha sido más fuerte en Europa del Este. Los comunistas casi han desaparecido y los socialistas se han visto gravemente debilitados. La extrema derecha ha perdido apoyo en todas partes, excepto Hungría.

Este año, los partidos de la centro-derecha responsable han logrado tres victorias sorpresivas, en la República Checa, Eslovaquia y Letonia. El nuevo ministro de exteriores checo, Karel Schwarzenberg, declaró: "Ganamos por decir la verdad. El populismo ya no es popular. "

Lo más destacable fue la victoria del primer ministro de Letonia, Valdis Dombrovskis, el 2 de octubre. Su coalición aumentó sus escaños parlamentarios del 45% al 63%, aunque el PIB cayó el año pasado por un abrumador 18%. Dombrovskis culpó a sus irresponsables predecesores y los votantes lo vieron claramente como el solucionador de problemas de mayor credibilidad.

Tres países de la región - Hungría, Letonia y Rumania - necesitaron programas de emergencia del Fondo Monetario Internacional. El FMI había aprendido de la experiencia del Este de Asia, por lo que puso menos condiciones y ofreció más financiación del presupuesto, porque los problemas eran temporales y no estructurales. La UE también dio financiación, mientras que el Banco Central Europeo, que podría haber dado créditos de permutas o "swap", no desempeñó ningún papel de utilidad.

Como resultado de su exitosa salida de la crisis, los miembros de Europa del Este de la UE lucen mejor fiscal y estructuralmente que los miembros de la eurozona tradicionales. De los 12 miembros que pertenecían a la eurozona en 2001, sólo dos (Finlandia y Luxemburgo) tienen una deuda pública inferior al 60% del PIB, en comparación nueve de los diez nuevos miembros del este. Sólo Hungría tiene una gran deuda pública. Los europeos del este padecían una elevada deuda del sector privado, que en gran medida evitaron transformar en deuda pública.

Todo esto, junto con una mejoría posterior a la crisis en las instituciones de la UE (por ejemplo, los reguladores financieros) contribuye a una mayor convergencia europea. Si bien las economías de Europa del Este parecen más saludables que los países de la eurozona, no están abandonando el proyecto de la UE. Por el contrario, este año Estonia calificó para entrar en la zona del euro en enero de 2011.
 

Tizo

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El 9 de mayo las instituciones de la Unión Europea entregarán el Premio Carlomagno a la presidenta de Lituania, Dalia Grybauskaite. No se quiere premiar a una antigua comisaria de la Comisión, sino más bien a quien encarna el éxito de tres pequeños países del norte de Europa en su voluntad de salir de su profunda crisis económica, intento logrado en dos breves años. Mientras las poblaciones de la Europa del Mediterráneo y Francia están alzadas en armas contra las políticas de austeridad impuestas desde Bruselas y Francfort para salir del estancamiento y salvar el euro, dos de las naciones de la Europa del Báltico no ven la hora de entrar en la moneda común.

Los países bálticos pasaron el amargo expediente por el que está pasando el Sur, entre 2008 y 2010 sometiéndose a drásticos planes de austeridad fiscal. Hoy disfrutan de cuentas saneadas y economías en crecimiento, y ambicionan entrar en fases tecnológicamente avanzadas de la expansión industrial.

Dos nuevos candidatos al euro

Todo ello lo hicieron en un clima de relativa paz social y consenso., a pesar de que en un solo año (2009) efectuaron un ajuste fiscal medio del 9% del PIB. En Lituania, el mayor de los tres países, la caída fue del 15% en ese año. Letonia logró su completa rehabilitación fiscal en 2009. Estonia logró sus objetivos de estabilidad (inflación, deuda y déficit) tan rápidamente, que el 1 de enero de 2011 se convirtió en el miembro no. 17 de la Eurozona. Los reajustes han liberado un enorme potencial de crecimiento: los tres bálticos crecieron a tasas ligeramente superiores al cinco por ciento en 2011, y entre el 2,6 y el 2,8% en 2012, para seguir manteniendo el empuje en el 2013.

La política macroeconómica seguida por los tres fue exactamente la contraria a la que están siguiendo Grecia y España, de fuerte incremento de los impuestos, morosas reducciones del gasto fiscal e incipientes reformas estructurales. Sólo ahora, bajo intensa presión de Bruselas y después de duros choques con la realidad, el gobierno español nos anuncia la inminencia de un nuevo paquete de reformas.

La rapidez de los ajustes libró a los países bálticos de la formación de coaliciones contra la estabilidad fiscal, a diferencia de lo que hemos visto, una vez tras otra, en Grecia e Italia. Se trata de coaliciones que empiezan a formarse ahora en España, bajo la égida del partido socialista, la Junta de Andalucía, Izquierda Unida y el gobierno de la Generalidad catalana.

Letonia será pronto el miembro no. 18 de la Eurozona. Ya reúne todos los criterios para hacerlo, y es improbable cualquier veto por algún miembro del euro. Hace cuatro años el panorama era catastrófico; en 2009 su PIB se encogió un 20%. El desempleo alcanzó el 20%. Fue necesario un programa de rescate, aplicado por la Unión Europea y el Fondo Monetario Internacional, que incluía una ayuda de €7.500 millones.

La banca sueca prestó su apoyo a la letona. La moneda nacional, el lat, sujetó su cotización al euro, y así pudo conservar la credibilidad durante el proceso de reformas. También ayudó a la recuperación el hecho de que la deuda era relativamente baja; 45% del PIB. El saneamiento de las finanzas permitió que el gobierno anunciara, a finales del 2012, que adelantaría el pago de un plazo del crédito otorgado por el FMI, por valor de €714 millones.

Aunque el desempleo sigue siendo muy alto, el primer ministro letón, Valdis Dombrovsky, se muestra exultante. Letonia ha ratificado el Pacto Fiscal y su economía tiene las miras puestas en la exportación. Dombrovsky da por seguro que Letonia ingresará en el euro en 2014. Sin embargo, el apoyo de la población a esta medida no está asegurado: se estima que sólo un tercio de la población se declara a favor. Ello se explica sin duda por el hecho de que la recuperación económica se ha conseguido a costa de un reajuste drástico de los salarios.

El ingreso en el euro podría ser sometido a referéndum. Por lo menos eso es lo que piensa el presidente del Tribunal Constitucional, Gunars Kutris. Gran parte de la oposición al euro procede de la población de origen ruso, que ve en la fuerte vocación europeísta del gobierno una voluntad de poner distancias con el pasado soviético y de reducir la fuerte influencia cultural y económica que Rusia ejerce todavía sobre Letonia.

Culturas cívica y educativa del Norte y del Sur

La misma fe en el euro del gobierno letón la comparte el lituano. Esa fe le condujo a un drástico plan de reajuste, que afectó al 12% del PIB en dos años. Los salarios de la administración fueron reducidos una media de 20% y las pensiones un 10%. "Nuestro reajuste - declaraba la presidenta Grybauskaite a Der Spiegel a finales de abril - fue mucho más profundo de lo que hoy vemos en Europa del Sur. Así pudimos tener crecimiento al cabo de dos años".

La Sra. Grybauskaite percibe la existencia de una brecha de cultura cívica entre el Norte y el Sur de Europa, que explica la diferencia en los ritmos de recuperación de las dos áreas geoeconómicas. "Las reformas podrían ser más rápidas en algunas otras partes. Hay diferencias de mentalidad y diferentes ideas sobre lo que es responsabilidad política en el Norte y en el Sur". Este es el tipo de pensamiento que en el Sur se atribuye generalmente a la canciller Merkel, pero que ésta no ha expresado nunca en términos tan descarnados.

Hay otra brecha más significativa si cabe, que es la de la educación. Lituania, Estonia y Letonia se encuentran los puestos 1, 4 y 6 respectivamente en el número de personas que lograron un grado de educación superior o media en 2012, mientras que Italia, España y Portugal se quedaban los puestos 24, 25 y 27, según la Eurostat Statistical Database.

Más atención a este tipo de comparaciones "odiosas" quizás ayudaría a contemplar los problemas de nuestra crisis particular con un poco menos de neurosis y un poco más de sobrio estoicismo y resolución. En el frio Báltico parece que algunos lo están consiguiendo.
 
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