droblo
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(la opinión es de un ex-jefe económico del FMI)
Lo que estamos viendo es un acuerdo entre partidos sobre una estrategia muy peligrosa para las finanzas públicas: una continuación y una extensión de lo que el presidente George H.W. Bush memorablemente llamó “economía vudú”. Sus consecuencias están por pasarles factura a Estados Unidos, y al mundo.
Bush competía con Ronald Reagan por la candidatura republicana en 1980. Reagan sugirió que los recortes impositivos se pagarían solos; es decir, que en realidad generarían ingresos –una noción que luego se conoció como economía “del lado de la oferta”-. No tiene nada de malo preocuparse por el efecto desmotivador de mayores impuestos, pero la versión extrema planteada por Reagan en realidad no se aplicaba a Estados Unidos. Cuando uno recorta impuestos, obtiene menores ingresos, lo que significa un mayor déficit presupuestario.
Con certeza, no hay nadie sensato que hoy reivindique el efecto Reagan total –en parte porque la Oficina de Presupuesto del Congreso obligó a todos a estar atentos cuando reveló en detalle que los recortes impositivos aumentarán el déficit a cerca de 900.000 millones de dólares. Pero sí está en marcha un razonamiento más amplio al estilo Reagan: el desempleo es alto, la economía no está creciendo lo suficientemente rápido y “necesitamos un estímulo fiscal”. Para aquellos a quienes generalmente les gustan los impuestos más bajos, por supuesto, esto también es un pensamiento ilusorio.
La experiencia con la política fiscal en las últimas décadas es clara. Vale la pena estimular a la economía con una política fiscal discrecional sólo ocasionalmente –en especial, cuando no hacerlo resultaría calamitoso-. En consecuencia, tenía sentido aplicar algún tipo de estímulo fiscal a comienzos de 2009.
En términos más generales, es improbable que el estímulo fiscal tenga un efecto muy duradero, como es el caso hoy en día. Puede haber algún impacto positivo temporario en la demanda, o las tasas de interés más altas podrían compensar todo el estímulo fiscal -las tasas para el bono de referencia del Tesoro de Estados Unidos a 10 años subieron significativamente con respecto a hace un mes (de 3,21% a 4,16%), cuando la discusión sobre los recortes impositivos empezó a cobrar más ímpetu.
El mercado está nervioso –principalmente ante la perspectiva de grandes déficits fiscales hasta donde llegue la vista-. Algunos analistas lo descartan por considerarlo irracional, pero, una vez más, eso es pensamiento ilusorio. El trabajo innovador que hizo durante muchos años Carmen Reinhart, mi colega en el Instituto Peterson en Washington, deja esto muy en claro –ningún país, ni siquiera Estados Unidos, escapa a las consecuencias destructivas de déficits fiscales importantes y persistentes. (De hecho, el libro que coescribió con Ken Rogoff, This Time Is Different, debería ser de lectura obligatoria para los diseñadores de políticas de Estados Unidos).
En este contexto, un mayor estímulo fiscal puede resultar contraproducente, ya que el gasto adicional estaría contrarrestado por el efecto negativo en el mercado inmobiliario de tasas de interés más altas. La Reserva Federal de Estados Unidos prometió mantener bajas las tasas a más largo plazo, pero sus compromisos en esa dirección hoy parecen ineficaces.
Sin embargo, ese no es el peligro real en este momento. A la mayoría de los políticos norteamericanos les gusta pensar y hablar sólo sobre Estados Unidos. Pero las tasas de interés a más largo plazo de Estados Unidos están muy afectadas por lo que sucede en el resto del mundo –y por cómo los inversores del sector privado ven la deuda del gobierno de Estados Unidos en relación con la deuda soberana de otros países.
Los problemas de la eurozona con certeza ayudan a Estados Unidos a vender más deuda a precios más bajos –por ahora-. Pero hay muchas posibilidades de que la eurozona resuelva sus dificultades en un año aproximadamente (más probablemente después de uno o dos episodios de crisis), en parte a través del uso prudente de la austeridad fiscal. Sería totalmente sensato si un núcleo liderado por Alemania surgiera con más fuerza y más integrado políticamente que antes –dentro de una eurozona que tiene una composición diferente, una estructura diferente y reglas muy diferentes-. Esta entidad política supuestamente más unificada desde un punto de vista fiscal resultaría altamente atractiva para los inversores.
De aquí a un año, ¿qué tipo de economía tendrá Estados Unidos? Cualquier efecto a corto plazo del "estímulo fiscal” se habrá desgastado, el desempleo seguirá siendo alto y sin duda habrá políticos reclamen a gritos más recortes impositivos. El déficit presupuestario probablemente esté en el rango del 8-10% del PBI, aunque el crecimiento se restablezca en alguna medida. Y los mercados de bonos estarán mucho más nerviosos, lo que se traducirá en pagos de intereses más altos, cosa que ampliará aún más el déficit. También podríamos ser testigos de una potencial baja de la calificación de la deuda gubernamental de Estados Unidos -lo que implica la perspectiva de tasas de interés aún más elevadas.
Hay quienes esperaban que Paul Ryan, una estrella en ascenso dentro del Partido Republicano que se convertirá en presidente de la comisión de presupuesto de la Cámara Baja en el próximo Congreso, mostrara una actitud fiscalmente responsable en la próxima ronda del debate sobre el déficit en Estados Unidos. En un artículo publicado por The Financial Times a comienzos de noviembre, Ryan sugirió que “Estados Unidos está ansioso por tener una conversación adulta sobre la amenaza de la deuda”. Pero todo indica que es tan infantilmente temerario en materia de política fiscal como la mayoría de sus colegas republicanos desde Ronald Reagan.
Desafortunadamente, todavía no hay ninguna señal tampoco de que los líderes demócratas estén listos para una conversación madura sobre consolidación fiscal. A los líderes de ambos partidos les llegará el momento –pero sólo cuando los mercados financieros los arrastren, haciéndolos patalear y dar alaridos.
Lo que estamos viendo es un acuerdo entre partidos sobre una estrategia muy peligrosa para las finanzas públicas: una continuación y una extensión de lo que el presidente George H.W. Bush memorablemente llamó “economía vudú”. Sus consecuencias están por pasarles factura a Estados Unidos, y al mundo.
Bush competía con Ronald Reagan por la candidatura republicana en 1980. Reagan sugirió que los recortes impositivos se pagarían solos; es decir, que en realidad generarían ingresos –una noción que luego se conoció como economía “del lado de la oferta”-. No tiene nada de malo preocuparse por el efecto desmotivador de mayores impuestos, pero la versión extrema planteada por Reagan en realidad no se aplicaba a Estados Unidos. Cuando uno recorta impuestos, obtiene menores ingresos, lo que significa un mayor déficit presupuestario.
Con certeza, no hay nadie sensato que hoy reivindique el efecto Reagan total –en parte porque la Oficina de Presupuesto del Congreso obligó a todos a estar atentos cuando reveló en detalle que los recortes impositivos aumentarán el déficit a cerca de 900.000 millones de dólares. Pero sí está en marcha un razonamiento más amplio al estilo Reagan: el desempleo es alto, la economía no está creciendo lo suficientemente rápido y “necesitamos un estímulo fiscal”. Para aquellos a quienes generalmente les gustan los impuestos más bajos, por supuesto, esto también es un pensamiento ilusorio.
La experiencia con la política fiscal en las últimas décadas es clara. Vale la pena estimular a la economía con una política fiscal discrecional sólo ocasionalmente –en especial, cuando no hacerlo resultaría calamitoso-. En consecuencia, tenía sentido aplicar algún tipo de estímulo fiscal a comienzos de 2009.
En términos más generales, es improbable que el estímulo fiscal tenga un efecto muy duradero, como es el caso hoy en día. Puede haber algún impacto positivo temporario en la demanda, o las tasas de interés más altas podrían compensar todo el estímulo fiscal -las tasas para el bono de referencia del Tesoro de Estados Unidos a 10 años subieron significativamente con respecto a hace un mes (de 3,21% a 4,16%), cuando la discusión sobre los recortes impositivos empezó a cobrar más ímpetu.
El mercado está nervioso –principalmente ante la perspectiva de grandes déficits fiscales hasta donde llegue la vista-. Algunos analistas lo descartan por considerarlo irracional, pero, una vez más, eso es pensamiento ilusorio. El trabajo innovador que hizo durante muchos años Carmen Reinhart, mi colega en el Instituto Peterson en Washington, deja esto muy en claro –ningún país, ni siquiera Estados Unidos, escapa a las consecuencias destructivas de déficits fiscales importantes y persistentes. (De hecho, el libro que coescribió con Ken Rogoff, This Time Is Different, debería ser de lectura obligatoria para los diseñadores de políticas de Estados Unidos).
En este contexto, un mayor estímulo fiscal puede resultar contraproducente, ya que el gasto adicional estaría contrarrestado por el efecto negativo en el mercado inmobiliario de tasas de interés más altas. La Reserva Federal de Estados Unidos prometió mantener bajas las tasas a más largo plazo, pero sus compromisos en esa dirección hoy parecen ineficaces.
Sin embargo, ese no es el peligro real en este momento. A la mayoría de los políticos norteamericanos les gusta pensar y hablar sólo sobre Estados Unidos. Pero las tasas de interés a más largo plazo de Estados Unidos están muy afectadas por lo que sucede en el resto del mundo –y por cómo los inversores del sector privado ven la deuda del gobierno de Estados Unidos en relación con la deuda soberana de otros países.
Los problemas de la eurozona con certeza ayudan a Estados Unidos a vender más deuda a precios más bajos –por ahora-. Pero hay muchas posibilidades de que la eurozona resuelva sus dificultades en un año aproximadamente (más probablemente después de uno o dos episodios de crisis), en parte a través del uso prudente de la austeridad fiscal. Sería totalmente sensato si un núcleo liderado por Alemania surgiera con más fuerza y más integrado políticamente que antes –dentro de una eurozona que tiene una composición diferente, una estructura diferente y reglas muy diferentes-. Esta entidad política supuestamente más unificada desde un punto de vista fiscal resultaría altamente atractiva para los inversores.
De aquí a un año, ¿qué tipo de economía tendrá Estados Unidos? Cualquier efecto a corto plazo del "estímulo fiscal” se habrá desgastado, el desempleo seguirá siendo alto y sin duda habrá políticos reclamen a gritos más recortes impositivos. El déficit presupuestario probablemente esté en el rango del 8-10% del PBI, aunque el crecimiento se restablezca en alguna medida. Y los mercados de bonos estarán mucho más nerviosos, lo que se traducirá en pagos de intereses más altos, cosa que ampliará aún más el déficit. También podríamos ser testigos de una potencial baja de la calificación de la deuda gubernamental de Estados Unidos -lo que implica la perspectiva de tasas de interés aún más elevadas.
Hay quienes esperaban que Paul Ryan, una estrella en ascenso dentro del Partido Republicano que se convertirá en presidente de la comisión de presupuesto de la Cámara Baja en el próximo Congreso, mostrara una actitud fiscalmente responsable en la próxima ronda del debate sobre el déficit en Estados Unidos. En un artículo publicado por The Financial Times a comienzos de noviembre, Ryan sugirió que “Estados Unidos está ansioso por tener una conversación adulta sobre la amenaza de la deuda”. Pero todo indica que es tan infantilmente temerario en materia de política fiscal como la mayoría de sus colegas republicanos desde Ronald Reagan.
Desafortunadamente, todavía no hay ninguna señal tampoco de que los líderes demócratas estén listos para una conversación madura sobre consolidación fiscal. A los líderes de ambos partidos les llegará el momento –pero sólo cuando los mercados financieros los arrastren, haciéndolos patalear y dar alaridos.