"Una mayor competitividad, sin importar el costo, no hará sino agravar la crisis"

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Cuando el año pasado se hizo evidente la magnitud de la crisis, muchos estaban seguros de que se la manejaría mal: tal vez debamos estar agradecidos por el solo hecho de que se haya manejado. A diferencia de la década de 1930, los responsables de la toma de decisiones actuaron con rapidez, haciendo caso omiso de los dogmas que advertían en contra de una intervención rápida.

Además, sabían que, en contraste con el período de entreguerras, sería necesaria una estrecha coordinación internacional. En 2008-2009, la influencia del G-20 creció a expensas del G-8. La gente tomó conciencia de la necesidad de una gobernanza verdaderamente global. Y, por fin, surgió una serie de propuestas encaminadas a hacerla realidad.

Resulta ser que la experiencia no es sólo el nombre que damos a nuestros errores. Como ha puesto de manifiesto la crisis financiera, también es el proceso que nos permite incrementar nuestro entendimiento y, finalmente, atisbar un mundo nuevo.

Sin embargo, desafortunadamente este proceso no ha ido lo suficientemente lejos, lo que está permitiendo a muchos bancos, gobiernos e instituciones internacionales volver a "lo de siempre". De hecho, hoy en día los incendiarios de la economía global se han convertido en fiscales y acusan a los bomberos de haber provocado las inundaciones .

En el punto álgido de la crisis, los gobiernos tuvieron la oportunidad de crear una nueva infraestructura financiera mundial, pero se les escapó de las manos. El hecho de que muchas economías occidentales salieron de la recesión del año pasado no debe engañarnos, haciéndonos pensar que la crisis no era más que un breve interludio y que el mundo post-crisis puede volver al statu quo previo. Hay presiones para reescribir la historia de esta crisis de un modo que represente los efectos como si fueran causas, y culpar a los gobiernos que gestionaron la crisis por iniciarla.

Un punto bajo - tal vez habría que decir "ridículo" - se alcanzó el año pasado cuando las agencias de calificación intensificaron su vigilancia de la deuda pública y los mercados que habían sido víctimas de su incompetencia y la mala fe terminaron presas de una obsesión por cómo serían sus evaluaciones. Lehman Brothers había recibido una calificación alta en la víspera misma de su colapso y, sin embargo, ahora las agencias de calificación critican a los gobiernos que sacaron a la economía mundial del abismo por violar principios de contabilidad.

¿Están las agencias de calificación y los mercados realmente tan mal informados sobre el gasto público? Según el Fondo Monetario Internacional, los países del G-20 destinan en promedio el 17,6% de su PIB al apoyo a sus sistemas bancarios, a pesar de gastan mucho menos. Del mismo modo, el gasto para estimular la economía real fue de sólo el 0,5% del PIB en 2008, un 1,5% en 2009 y probablemente un 1% este año. En total, los planes de recuperación de los miembros de la Unión Europea llegaron a sólo un 1,6% del PIB frente al 5,6% en los EE.UU..

Los gobiernos tomaron las medidas adecuadas para salvar a los bancos, pero ignoraron las consecuencias políticas. Al repartir grandes sumas de dinero para rescatar al sistema financiero, sin pedir garantías reales a cambio, evidenciaron falta de previsión. Fue inexcusable el que reconocieran que las agencias de calificación eran incompetentes sin hacer nada por regularlas.

Como resultado, los contribuyentes pueden tener que pagar dos veces, una por el rescate y otra vez por la deuda de baja calidad en que han incurrido durante el mismo, como lo atestiguan los programas de austeridad dados a conocer en Europa. Paradójicamente, la creciente sensación de que se ha evitado una catástrofe ha dado lugar a una creciente demanda de que los gobiernos reduzcan el gasto público y social, y que se abstengan de proponer programas de inversiones. La gente está regresando apuradamente a las políticas que causaron la crisis en primer lugar.

Pero los gobiernos no son culpables de engañar al público, en todo caso, actuaron ingenuamente y ahora están pagando el precio. En realidad, no tienen otra opción: deben asumir la responsabilidad y ejercer el poder, incluso si esto requiere nadar contra la marea de la opinión pública y, sobre todo, si ello puede ayudar a aliviar el sufrimiento social provocado por la crisis.

De hecho, debemos recordar que el crecimiento económico fue sostenible sólo en países con sistemas de bienestar social altamente desarrollados, como Francia. Sí, estos países se recuperarán a un ritmo más lento que otros lugares, pero los que han caído en un pozo profundo tienen que esforzarse más que los que han caído en un hoyo superficial.

Tal vez lo más importante de notar sea el que la tendencia hacia una mayor competitividad, sin importar el costo, no hará sino agravar la crisis. Después de todo, las políticas de crecimiento impulsado por las exportaciones sólo pueden tener éxito si otros países están dispuestos a incurrir en déficits. Si se considera que no se han abordado los desequilibrios mundiales que llevaron a la crisis, el aumento de la competitividad será una victoria pírrica que se cobrará una grave reducción de los niveles de vida y el consumo internos.

Jean-Paul Fitoussi es profesor de Economía en Sciences-Po, París y Luiss, Roma.
 
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