Las lecciones latinoamericanas para la eurozona

Johngo

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La crisis de deuda de los países de América Latina en la década del ‘80 tiene aristas similares a la que actualmente afecta a varios países de la Unión Europea. La implementación del Plan Brady en América puede dar algunas pistas para resolver los problemas actuales

John Paul Rathbone – Financial Times

Contribuyentes, inversores y funcionarios están considerando ansiosamente el futuro de la eurozona debido al endeudamiento excesivo de varias de sus economías. La preocupación es aún mayor porque no existe una hoja de ruta que indique cómo terminará la crisis. Sin embargo, la crisis de la deuda latinoamericana de la década de los 80 sugiere que podría haber una.
En esa década, muchos países de la región quedaron fuera de los mercados internacionales de capital y cayeron en cesación de pagos. Aquella crisis, que casi puso de rodillas al sistema financiero de Estados Unidos, se resolvió a través de las amortizaciones.
Aunque ambos continentes son muy diferentes, las similitudes entres las dos situaciones son notables. Primero, en ambos casos la deuda fue emitida en una moneda sobre la cual los países que se endeudaban no tenían control. En Latinoamérica era el dólar; para los grandes deudores europeos como Grecia, Irlanda, Portugal, España e Italia, es el euro.
En segundo lugar, las crisis siguieron a un período de sostenida facilidad en el crédito. Grecia se convirtió en un deudor entusiasta tras adherir al euro, cuando resultó que podía tomar préstamos a una tasa de interés casi igual a la que pagaba Alemania.
Del mismo modo, a fines de los 70, la abundancia de petrodólares se reciclaba en préstamos concedidos a países latinoamericanos que eran tan blandos que los bancos de EE.UU. a veces no sabían qué le prestaban a quién. Se suponía que los préstamos sindicados, compartidos entre hasta 500 bancos, reducían el riesgo. Pero no fue así.
Tercero, ambas crisis coincidieron con una recesión global sucesivamente considerada como la peor desde la Gran Depresión. En 1981, esto se precipitó después de que Paul Volcker, presidente de la Reserva Federal de EE.UU., decidió elevar 20% las tasas de interés.
Un año después, México anunció que se había quedado casi sin reservas y ya no podía pagar el servicio de una deuda externa por valor de u$s 80.000 millones porque los acreedores se negaban a refinanciar préstamos a corto plazo salvo a tasas exorbitantes. México pidió una moratoria y solicitó ayuda de los gobiernos y el Fondo Monetario Internacional.
En la actualidad, el colapso de Lehman Brothers, en 2008, fue el “momento mortal” comparable. Dos años después de que se produjera esa caída, Grecia e Irlanda requirieron ayuda.
No está claro qué pasará ahora en la eurozona, pero la experiencia latinoamericana deja valiosas lecciones.
En 1982, la respuesta inicial a la crisis latinoamericana fue apostar al crecimiento económico que permitiría a los países reducir su deuda. Todo lo que necesitaban eran margen de tiempo para lograrlo y eso lo brindaría una serie de rescates oficiales. Muchos esperaban que para 1985 el problema estaría resuelto. Llevó años comprender que los salarios deflacionados y las economías achicadas no eran conducentes al pago total de la deuda. Lo que al principio pareció un problema de liquidez, resultó un tema de solvencia: en 1987 Brasil anunció que dejaría de pagar intereses.
La respuesta era el perdón de la deuda, pero esto no ocurrió hasta 1989 bajo el plan Brady, que tenía el nombre del entonces secretario del Tesoro de EE.UU. Nicholas Brady. La deuda bancaria se convirtió en bonos Brady negociables, que contaban con el respaldo de títulos del Tesoro estadounidense, lo que le daba seguridad a los inversores. Y los países deudores se comprometieron a una serie de reformas económicas: el denominado consenso de Washington. La carga de deuda seguía siendo formidable, pero ya no era una crisis.
Algunos sostienen que este plan debería haberse aplicado antes, pero en 1982 los préstamos a países en desarrollo, en su mayoría latinoamericanos, representaban más de dos veces la base de capital de los bancos estadounidenses, según el FMI. Los pases a pérdida tempranos hubieran producido una crisis financiera sistémica en EE.UU.
Lo mismo es cierto hoy en la eurozona. Las acciones de los bancos europeos se están negociando en torno a su valor libro. Como la capitalización de mercado combinada de todas las entidades es de 903.000 millones de euros, eso sugiere que el capital bancario total es similar.
En cuanto a la exposición, el Banco Internacional de Pagos puede ofrecer una cifra aproximada. El total de deuda griega, irlandesa, portuguesa, española e italiana con bancos europeos es de casi 1,8 billones de euros. Con lo que la exposición de estas entidades a deuda de la eurozona potencialmente con problemas de recupero podría ser de alrededor del doble de su capital, lo que es comparable a lo que ocurría con los bancos de EE.UU. en la crisis latinoamericana.
Especialmente, esto sería así porque la mayoría de los bancos no tendría asentada la deuda soberana en sus libros a valor de mercado. Hoy, la deuda a 10 años del gobierno griego se negocia a 68% de su valor nominal, los bonos irlandeses a 74 centavos y la portuguesa a 87.
Si lo que ocurrió en Latinoamérica es un ejemplo, la crisis de la eurozona se mantendrá durante algunos años.
¿Cómo sería un plan Brady para la eurozona?
La mecánica es simple. Los países ofrecerían un menú de bonos con un valor que sea una fracción de las obligaciones vigentes. Si se usa como ejemplo el plan Brady, las quitas no serían tan grandes. Los pequeños países, como Costa Rica, obtuvieron una reducción de 47%; lo deudores más grandes mucho menos. Pero lo importante fue que el acuerdo Brady confirió credibilidad macroeconómica.
Esto podría no funcionar ahora, dado el compromiso de Europa con el mercado libre. Sin embargo, en una situación equivalente, economías más pequeñas, como Irlanda, podrían lograr quitas importantes.
Los nuevos bonos necesitarán un endulzante: los eurobonos con garantía alemana podrían jugar una papel similar al de los títulos del Tesoro que respaldaron los bonos Brady latinoamericanos.
Por último, en 1989 Latinoamérica le seguía debiendo gran parte de su deuda a los mismos acreedores que en 1982: los bancos comerciales. Hoy, en cambio, las compras de bonos por parte del Banco Central Europeo y los desembolsos del pacto de estabilidad financiera de Europa implican que los acreedores oficiales pueden tener un rol mayor en reducir la deuda.
 
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En enero de 2006, unos días después de que Evo Morales fuera electo presidente de Bolivia, el presidente venezolano Hugo Chávez predijo que una nueva ola de gobiernos de izquierda se extendería por América Latina. Cinco años después, es tiempo de preguntar en qué medida han tenido éxito las administraciones de izquierda de la región. ¿Han cumplido sus promesas de aumentar la igualdad, reducir la pobreza y fortalecer la democracia? En pocas palabras, ¿están mejor que antes los países que se inclinaron a la izquierda?

Aunque la desigualdad de los ingresos no ha variado sustancialmente durante el gobierno de Chávez, Venezuela es uno de los seis países latinoamericanos, junto con Chile, Uruguay, México, Costa Rica y Argentina, con la mayor disponibilidad y la distribución más amplia de servicios básicos como la educación y la vivienda. El gobierno de Chávez también ha tenido éxito en sus esfuerzos de reducción de la pobreza, como lo ha reconocido el Banco Mundial: desde 2000, el porcentaje de hogares pobres ha caído del 40% al 21%, y la tasa de pobreza extrema ha disminuido del 20% al 8%.

Sin embargo, la hoja de balance en lo que se refiere al fortalecimiento de la democracia dista de ser tan favorable. Los avances socioeconómicos se han dado al costo de la erosión de la separación de poderes y la independencia de los medios. Las fuerzas armadas se politizan cada vez más y las organizaciones de la sociedad civil más importantes han tenido que cerrar. Las recientes elecciones parlamentarias, que fortalecieron a la oposición, podrían ser una señal de descontento por los actuales mecanismos institucionales – y por el deterioro de la democracia.

Los indicadores socioeconómicos de la Nicaragua de Ortega son mucho menos halagüeños. Alrededor del 48% de la población de Nicaragua está estancada en la pobreza, y el 79.9% vive con menos de dos dólares diarios. El país sobrevive gracias a las remesas y a la ayuda económica internacional.

Además, el historial de Nicaragua en materia de consolidación de la democracia también es pobre: las elecciones municipales de 2008 fueron criticadas por los observadores y la oposición, que las calificaron de fraudulentas, y la separación de poderes se ha visto debilitada gravemente por el deseo de Ortega de permanecer en el poder después de que termine su mandato en 2012.

Bolivia tampoco ha mejorado en términos socioeconómicos con la izquierda en el poder: sigue siendo de los países con peores resultados en términos de desarrollo humano (ocupa el lugar 104 de 174 países según el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo). La tasa de pobreza es de entre 59% y 61%, y casi el 25% de la población vive en la pobreza extrema.

Los indicadores de la igualdad tampoco han mejorado sustancialmente. Un gobierno que llegó al poder con la promesa de crear una unidad nacional ahora se ve desorientado ante las crecientes divisiones regionales, raciales y económicas del país. Sin embargo, a diferencia de Venezuela y Nicaragua, donde los escándalos ligados a la corrupción son la maldición de la vida política, Morales ha tratado de gobernar “con limpieza” y en buena medida lo ha logrado.

Es difícil hacer generalizaciones. Algunos analistas creen que el petróleo le ha ayudado a Chávez a obtener mejores resultados socioeconómicos que los que han alcanzado Nicaragua y Bolivia. Sin embargo, varios gobiernos venezolanos anteriores gozaron de bonanzas similares y pocos –si es que lo hizo alguno—invirtieron los recursos en proyectos públicos e iniciativas sociales, como lo ha hecho Chávez. Para saber si esta inversión es sostenible a largo plazo y la forma en que podría afectar los resultados macroeconómicos, es necesario hacer un análisis técnico, no uno ideológico.

En este sentido, eso tres casos –y el de Venezuela en particular—son un claro reflejo del modelo cubano, el cual, a pesar de que redujo sustancialmente la pobreza y dio servicios básicos de salud y educación, ahora parece menos sostenible que en el pasado. La decadencia del modelo es tan evidente que el gobierno de Raúl Castro ha empezado a reducir considerablemente la enorme burocracia estatal y ha permitido la creación de un número limitado de empresas privadas. Lo que sucede en Cuba ahora probablemente sucederá en Nicaragua, Venezuela y Bolivia en un futuro no muy lejano.

Por supuesto, debe hacerse una evaluación similar de los gobiernos latinoamericanos de derecha. Sospecho que los indicadores de Colombia, México, Perú o Chile no serán más esperanzadores y que las promesas de sus gobiernos tampoco se habrán cumplido. Los objetivos sociales y el fortalecimiento de la democracia en estos países –con la posible excepción de Chile—se han sacrificado en aras de mayores niveles de seguridad.

En toda Latinoamérica crece el número de pobres y marginados. Y sin embargo, parece que en ambos lados del espectro ideológico siguen estando lejos de las prioridades de sus gobiernos.

Sandra Borda es profesora de Ciencias Políticas en la Universidad de Los Andes de Bogotá, Colombia.
 
Hoy, la deuda a 10 años del gobierno griego se negocia a 68% de su valor nominal, los bonos irlandeses a 74 centavos y la portuguesa a 87.
Eso implica que un programa de recompra a gran escala de deuda con préstamos del fondo europeo podría reducir enormemente la deuda.

Pongamos por caso Grecia, con una deuda del 115%, si consiguiese refinanciar toda la deuda al 70% (imposible porque la deuda se revaluaría, pero buena parte está en manos del BCE y de bancos que podrían estar interesados) se quedaría en un 80%, alta pero manejable. En un escenario más realista podría reducirla por debajo del 100%.

En el caso irlandés, la deuda pública es más reducida, pero podría devolverla por debajo del 60%, lo que unido a un programa de impagos de la banca nacionalizada (por ejemplo, impagando la deuda subordinada, para empezar, o cambiándola por deuda estándar con una quita del 80%...), resolvería el problema financiero.

Saludos.
 

droblo

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La presidenta Cristina Fernández anunció el viernes que la actividad económica de Argentina registró un incremento de 9,1% en 2010 respecto al año anterior.

"Es un crecimiento muy fuerte que nos lo permitieron las políticas activas que desarrollamos", dijo Fernández en un acto oficial.

Pocas horas después del anuncio de la presidenta, el Instituto Nacional de Estadística y Censos (INDEC) dio a conocer oficialmente la cifra de crecimiento económico del año pasado e informó además de que en diciembre el producto interno bruto aumentó 9,4% respecto al mismo mes de 2009.

En 2009 la economía registró un leve crecimiento de 0,9%.

Fernández afirmó que en el último trimestre de 2010 se produjo "una reducción del índice de desocupación y hemos retornado al 7,3%". En el cuarto trimestre de 2009 la desocupación había sido de 8,4%.

Señaló que en 2010 el trabajo ilegal se redujo al 35,5% y que de cada diez empleos que se crearon, nueve son en blanco.
 
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