Jeffrey D. Sachs: "El presupuesto de los EUA es ingobernable"

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(Jeffrey D. Sachs es profesor de Economía y director del Instituto de la Tierra de la Universidad de Columbia, además de Asesor Especial del Secretario General de las Naciones Unidas sobre los objetivos de desarrollo del Milenio)

El corazón de todo gobierno se encuentra en el presupuesto. Los políticos pueden hacer promesas sin cesar, pero, si el presupuesto no cuadra, la política es poca cosa más que meras palabras.

Los Estados Unidos están ahora en ese apuro. En su reciente discurso sobre el estado de la Unión, el Presidente Barack Obama trazó un panorama convincente de gobierno moderno, del siglo XXI. Sus oponentes del Partido Republicano se quejaron de que las propuestas de Obama reventarían el presupuesto, pero la verdad es que los dos partidos están negándose a ver la realidad; sin más impuestos, una economía moderna, competitiva, de los EE.UU. no es posible.

Obama subrayó, acertadamente, que la competitividad en el mundo actual depende de una fuerza laboral instruida y unas infraestructuras modernas. Eso es cierto en el caso de todos los países, pero es particularmente pertinente para los países ricos. Los EE.UU. y Europa están en competencia directa con el Brasil, China, la India y otras economías en ascenso, donde los niveles salariales son en algunos casos cuatro veces inferiores (si no más incluso) a los de los países de ingresos elevados. Los Estados Unidos y Europa sólo mantendrán su alto nivel de vida basando su competitividad en aptitudes avanzadas, tecnologías de vanguardia e infraestructuras modernas.

Ésa es la razón por la que Obama pidió un aumento de las inversiones públicas de los EE.UU. en tres sectores: educación, ciencia y tecnología e infraestructuras (incluidas las conexiones por banda ancha a la red Internet, los ferrocarriles de gran velocidad y la energía no contaminante). Expuso una concepción del crecimiento futuro en la que las inversiones públicas y privadas serían complementarias, pilares que se sostendrían mutuamente.

Obama subrayó esos temas y con razón. El desempleo en los EE.UU. asciende ahora al 10 por ciento de la fuerza laboral, en parte porque en las economías en ascenso se están creando nuevos puestos de trabajo y muchos de los que ahora se están creando en los EE.UU. cuentan con salarios menores que en el pasado, dada la mayor competencia mundial. A no ser que los EE.UU. aumenten sus inversiones en educación, ciencia, tecnología e infraestructuras, esas tendencias perjudiciales continuarán.

Pero el mensaje de Obama indicaba un alejamiento de la realidad cuando se refirió al déficit presupuestario. Tras reconocer que las políticas fiscales recientes habían orientado a los EE.UU. por una trayectoria insostenible de aumento de la deuda pública, dijo que en el momento actual era esencial avanzar hacia el equilibrio presupuestario para conseguir la estabilidad fiscal. Así, pues, pidió una congelación durante cinco años de lo que el gobierno de los EE.UU. llama gasto civil “discrecional”.

El problema es que más de la mitad de dicho gasto va destinado a la educación, la ciencia y la tecnología y las infraestructuras: los sectores que, según acababa de sostener Obama, se debían reforzar. Después de decir a los americanos lo importante que es la inversión gubernamental para el crecimiento moderno, ¡prometió congelar ese gasto durante cinco años!

Los políticos cambian con frecuencia su mensaje de un discurso al siguiente, pero raras veces lo contradicen tan flagrantemente en el mismo discurso. Esa contradicción pone de relieve el triste y contraproducente carácter de las políticas presupuestarias de los EE.UU. a lo largo de los veinticinco últimos años y así será, con mucha probabilidad, en los próximos años.

Por una parte, el Gobierno de los EE.UU. debe invertir más para fomentar la competitividad económica. Por otra, los impuestos en los EE.UU. son –crónicamente– demasiado bajos para apoyar el nivel de inversión gubernamental que hace falta.

La realidad fiscal de los Estados Unidos quedó dolorosamente clara dos días después del discurso de Obama, en un nuevo estudio de la Oficina Presupuestaria del Congreso (OPC), que reveló que este año el déficit presupuestario ascenderá a casi un billón y medio de dólares, suma casi inimaginable incluso para una economía del tamaño de la de los EE.UU. Al ascender a casi el diez por ciento del PIB, el déficit está originando una montaña de deuda que amenaza el futuro de los Estados Unidos.

El estudio de la OPC mostró también con claridad que el acuerdo de diciembre sobre la reducción de impuestos entre Obama y la oposición republicana aumentó, premeditada y deliberadamente, el déficit presupuestario de forma abrupta. Diversas reducciones de impuestos acordadas por George W. Bush habían de expirar al final de 2010. Obama y los republicanos acordaron prorrogar dichas reducciones de impuestos durante al menos dos años (probablemente se volverán a prorrogar a partir de entonces), con lo que se reducirán los ingresos tributarios en 350.000 millones de dólares este año y de nuevo en 2012. Las reducciones de impuestos para los americanos más ricos formaban parte del plan.

La verdad de la política actual de los EE.UU. es sencilla. La política fundamental para los dirigentes de los dos partidos políticos es la de las reducciones de impuestos, en particular para los ricos. Los dos partidos políticos y la Casa Blanca prefieren reducir los impuestos a gastar más en educación, ciencia y tecnología e infraestructuras y la explicación es sencilla: las familias más ricas financian las campañas políticas. Así, pues, los dos partidos atienden sus deseos.

A consecuencia de ello, los ingresos tributarios totales de los Estados Unidos como porcentaje de la renta nacional figuran entre los más bajos de todos los países con ingresos elevados: el 30 por ciento, aproximadamente, frente al 40 por ciento, más o menos, en Europa, pero el 30 por ciento del PIB no es suficiente para sufragar las necesidades en materia de salud, educación, ciencia y tecnología, seguridad social, infraestructuras y otras obligaciones gubernamentales fundamentales.

En un sector presupuestario sí que se deben hacer reducciones: el gasto militar. Pero, aun cuando se reduzca profundamente el más que excesivo presupuesto militar (y los políticos de los dos partidos se resisten a hacerlo), seguirán siendo necesarios nuevos impuestos.

Las consecuencias económicas y sociales de una generación de reducciones de impuestos están claras. Los Estados Unidos están perdiendo su competitividad internacional, desatendiendo a sus pobres –uno de cada cinco niños americanos está atrapado en la pobreza– y dejando una montaña de deuda a sus jóvenes. Pese a la elevada retórica del Gobierno de Obama, en sus propuestas en materia de política fiscal no hay un intento de abordar esos problemas. Para hacerlo, es necesario pedir mayores impuestos y eso –como George H. W. Bush aprendió en 1992– no es un medio para ser reelegido
 
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