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Cuando Dominique Strauss-Kahn, ex ministro de Finanzas francés, fue nombrado director gerente del Fondo Monetario Internacional en 2007, muchos países en desarrollo pusieron objeciones –no a él, sino a la tradición que le otorgaba el principal cargo del FMI a un europeo, mientras que los norteamericanos instalaban a uno de los suyos en el Banco Mundial.
Este anticuado tráfico internacional de influencias es un resabio del orden post-Segunda Guerra Mundial, en el que las potencias victoriosas se dividieron entre sí los puestos dominantes en las instituciones económicas mundiales. Ese acuerdo tenía cierto sentido cuando Estados Unidos representaba el 35% de la economía mundial y Europa occidental otro 26%, pero hoy, el equilibrio del poder económico cambió. Estados Unidos representa sólo el 20% de la economía mundial, y Europa occidental, el 19%.
Sin embargo, había una razón aún más convincente –aunque no obvia en aquel momento- por la que el director del FMI nombrado en 2007 no tendría que haber sido oriundo de Europa: la necesidad de evitar conflictos de intereses.
Cuando el crédito del FMI estaba principalmente concentrado en Asia y América Latina, era lógico que el director proviniera de un país fuera de estas regiones. Después de todo, ¿con qué credibilidad un director gerente japonés podría imponerle condiciones duras a Corea del Sur, o un director chileno, a la vecina Argentina? En un momento en el que los países en desarrollo eran los que más dinero prestado pedían y los países desarrollados los que más dinero prestaban, la primacía de Estados Unidos y Europa estaba justificada.
Sin embargo, hoy en día los países en desarrollo representan una porción mucho mayor de la producción global –y una porción aún mayor del préstamo mundial-. De modo que, de la misma manera que nadie querría que un banco estuviera controlado por sus principales prestatarios, a todos debería preocuparles que un europeo con potenciales ambiciones políticas esté a cargo de la política del FMI dadas las actuales dificultades financieras de Europa.
De hecho, la grave crisis de deuda soberana que hoy enfrentan muchos países europeos implica que lo único peor que un europeo al frente del FMI es un europeo al frente del FMI que, como en el caso de Strauss-Kahn, también puede ser candidato a la presidencia de su país.
La crisis de deuda soberana de Europa está obligando a que se tomen decisiones difíciles, y el director del FMI debe trabajar en varios planes de contingencia. ¿Qué debería hacer el FMI si un país quiere dejar la eurozona o si un país europeo entra en un incumplimiento de pago de sus deudas, como lo hizo Argentina?
Aunque esos escenarios pueden parecer improbables, es la responsabilidad del FMI mirar para adelante y prepararse para las peores contingencias. Es importante que no se crea que ese tipo de preparativos, y las decisiones que se tomaron después, se vieron influidos de alguna manera por consideraciones y ambiciones políticas personales.
El potencial para un conflicto de intereses se agravaría si Europa enfrentara otra crisis. ¿Cómo podrían los ciudadanos de un país que está siendo rescatado por el FMI aceptar condiciones que tal vez hayan estado influenciadas por un deseo de mejorar las posibilidades electorales de un potencial candidato para el cargo máximo, en lugar de un deseo de mejorar la sustentabilidad a largo plazo del país? ¿Y cómo los ciudadanos europeos comunes y corrientes juzgarían la equidad de los costos cuando el hombre a cargo de determinar y asignar esos costos puede decidir aspirar a la presidencia de Francia?
Muchos países intentan impedir que los derechos adquiridos “capturen” al estado al prohibirles a los funcionarios de gobierno ocupar empleos en el sector privado durante un determinado período. ¿Por qué no debería aplicarse un régimen similar a los funcionarios de organizaciones internacionales con respecto a puestos políticos en sus propios países?
Un famoso economista francés me dijo que esperaba que ninguna crisis nueva afectara a Europa antes de junio, porque una crisis antes de esa fecha pondría en peligro la posibilidad de que Strauss-Kahn abandone el FMI en el momento apropiado para presentarse en la primaria del Partido Socialista francés para las elecciones presidenciales de 2012. Esos comentarios pueden ser entendibles si provienen de un francés preocupado por el bienestar de su país, pero deberían ser inaceptables para cualquier otro. Durante la próxima crisis, a nadie debería gustarle que el director del FMI estuviera distraído, o sopesando intereses que no son pertinentes para proteger la estabilidad financiera global.
Por el bien de la credibilidad del FMI –y de la estabilidad de la economía mundial-, Strauss-Kahn debería ponerle fin a esta cuestión de una vez y para siempre, declarando inequívocamente sus intenciones con respecto a la presidencia francesa. Cualquiera sea el camino que elija, no puede seguir teniendo una posición ambigua sobre este tema. Si opta por postularse a la presidencia, debe abandonar el FMI.
Luigi Zingales es profesor de Iniciativa Empresarial y Finanzas en la Escuela de Graduados de Negocios de la Universidad de Chicago
Este anticuado tráfico internacional de influencias es un resabio del orden post-Segunda Guerra Mundial, en el que las potencias victoriosas se dividieron entre sí los puestos dominantes en las instituciones económicas mundiales. Ese acuerdo tenía cierto sentido cuando Estados Unidos representaba el 35% de la economía mundial y Europa occidental otro 26%, pero hoy, el equilibrio del poder económico cambió. Estados Unidos representa sólo el 20% de la economía mundial, y Europa occidental, el 19%.
Sin embargo, había una razón aún más convincente –aunque no obvia en aquel momento- por la que el director del FMI nombrado en 2007 no tendría que haber sido oriundo de Europa: la necesidad de evitar conflictos de intereses.
Cuando el crédito del FMI estaba principalmente concentrado en Asia y América Latina, era lógico que el director proviniera de un país fuera de estas regiones. Después de todo, ¿con qué credibilidad un director gerente japonés podría imponerle condiciones duras a Corea del Sur, o un director chileno, a la vecina Argentina? En un momento en el que los países en desarrollo eran los que más dinero prestado pedían y los países desarrollados los que más dinero prestaban, la primacía de Estados Unidos y Europa estaba justificada.
Sin embargo, hoy en día los países en desarrollo representan una porción mucho mayor de la producción global –y una porción aún mayor del préstamo mundial-. De modo que, de la misma manera que nadie querría que un banco estuviera controlado por sus principales prestatarios, a todos debería preocuparles que un europeo con potenciales ambiciones políticas esté a cargo de la política del FMI dadas las actuales dificultades financieras de Europa.
De hecho, la grave crisis de deuda soberana que hoy enfrentan muchos países europeos implica que lo único peor que un europeo al frente del FMI es un europeo al frente del FMI que, como en el caso de Strauss-Kahn, también puede ser candidato a la presidencia de su país.
La crisis de deuda soberana de Europa está obligando a que se tomen decisiones difíciles, y el director del FMI debe trabajar en varios planes de contingencia. ¿Qué debería hacer el FMI si un país quiere dejar la eurozona o si un país europeo entra en un incumplimiento de pago de sus deudas, como lo hizo Argentina?
Aunque esos escenarios pueden parecer improbables, es la responsabilidad del FMI mirar para adelante y prepararse para las peores contingencias. Es importante que no se crea que ese tipo de preparativos, y las decisiones que se tomaron después, se vieron influidos de alguna manera por consideraciones y ambiciones políticas personales.
El potencial para un conflicto de intereses se agravaría si Europa enfrentara otra crisis. ¿Cómo podrían los ciudadanos de un país que está siendo rescatado por el FMI aceptar condiciones que tal vez hayan estado influenciadas por un deseo de mejorar las posibilidades electorales de un potencial candidato para el cargo máximo, en lugar de un deseo de mejorar la sustentabilidad a largo plazo del país? ¿Y cómo los ciudadanos europeos comunes y corrientes juzgarían la equidad de los costos cuando el hombre a cargo de determinar y asignar esos costos puede decidir aspirar a la presidencia de Francia?
Muchos países intentan impedir que los derechos adquiridos “capturen” al estado al prohibirles a los funcionarios de gobierno ocupar empleos en el sector privado durante un determinado período. ¿Por qué no debería aplicarse un régimen similar a los funcionarios de organizaciones internacionales con respecto a puestos políticos en sus propios países?
Un famoso economista francés me dijo que esperaba que ninguna crisis nueva afectara a Europa antes de junio, porque una crisis antes de esa fecha pondría en peligro la posibilidad de que Strauss-Kahn abandone el FMI en el momento apropiado para presentarse en la primaria del Partido Socialista francés para las elecciones presidenciales de 2012. Esos comentarios pueden ser entendibles si provienen de un francés preocupado por el bienestar de su país, pero deberían ser inaceptables para cualquier otro. Durante la próxima crisis, a nadie debería gustarle que el director del FMI estuviera distraído, o sopesando intereses que no son pertinentes para proteger la estabilidad financiera global.
Por el bien de la credibilidad del FMI –y de la estabilidad de la economía mundial-, Strauss-Kahn debería ponerle fin a esta cuestión de una vez y para siempre, declarando inequívocamente sus intenciones con respecto a la presidencia francesa. Cualquiera sea el camino que elija, no puede seguir teniendo una posición ambigua sobre este tema. Si opta por postularse a la presidencia, debe abandonar el FMI.
Luigi Zingales es profesor de Iniciativa Empresarial y Finanzas en la Escuela de Graduados de Negocios de la Universidad de Chicago