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Pau Rabanal, colaborador del servicio de estudios de La Caixa:
En tiempos de desaceleración económica, los agentes sociales suelen reclamar a los bancos centrales que dejen de lado el objetivo de inflación y reactiven la economía mediante una rebaja de los tipos de interés. En el caso de la Unión Económica y Monetaria (UEM) europea, voces críticas con el Banco Central Europeo (BCE) sugieren que entre sus objetivos se debería incluir la maximización del nivel de empleo, lo que permitiría al BCE bajar tipos aun cuando la inflación estuviera en valores superiores al objetivo del 2%. Dichas críticas no son descabelladas: la Reserva Federal estadounidense, por ejemplo, tiene un mandato de estabilidad de precios con la máxima tasa de empleo sostenible. Por tanto, es razonable preguntarse si el BCE debería tener un mandato similar en lugar de centrarse exclusivamente en la inflación como requiere su objetivo primario de estabilidad de precios.
En este trabajo se examina el comportamiento del BCE durante sus primeros diez años de existencia. El objetivo es comparar el mandato legal de la autoridad monetaria europea con lo que el BCE hace en la práctica y con lo que el BCE debería hacer, dadas las rigideces en los mercados de productos y de trabajo a las que se enfrenta. Tras revisar el mandato legal del BCE y compararlo con el de la Reserva Federal en la sección 2, este trabajo evalúa la eficacia del BCE en el cumplimiento de su objetivo principal de mantener la inflación «por debajo, pero cerca, del 2% sobre el medio plazo». Utilizando una perspectiva de diez años de datos, la sección 3 muestra que la inflación media en la zona del euro ha sido del 2,18%, y que la inflación se ha mantenido por debajo del 2% sólo el 30% del tiempo. Además, se compara el tipo de referencia del BCE con distintas versiones de la «regla de Taylor», que se suele utilizar en los debates de política monetaria como una aproximación a lo que un banco central debería hacer. La conclusión que se obtiene de estos ejercicios es la misma: el BCE ha mantenido una política monetaria relativamente expansiva, y ha sacrificado su objetivo de inflación en aras de un mayor crecimiento económico y creación de empleo, y no a la inversa.
Posteriormente, en la sección 4 se pasa a examinar desde un punto de vista econométrico el comportamiento del BCE durante los últimos diez años. Para ello, se estiman los coeficientes de una regla de política monetaria que responde a la inflación y a un indicador de actividad económica (la tasa de desempleo y la brecha del producto, o output gap), y se comparan los resultados en el período a partir del cual el BCE tomó las riendas de la política monetaria (a partir de 1999) con el comportamiento de los bancos centrales nacionales de la zona del euro durante la década de los noventa. El resultado que se obtiene puede parecer sorprendente dada la retórica oficial del BCE: durante los últimos diez años, el BCE reacciona a fluctuaciones de los indicadores de actividad, pero no a fluctuaciones de la inflación. Por otro lado, los bancos centrales de la zona del euro reaccionaban a ambas variables durante los años noventa. Por tanto, las críticas que sugieren que el BCE no presta suficiente atención a indicadores de actividad real, y en concreto a la tasa de paro en la zona del euro, no parecen tener una base empírica sólida.
Para entender los efectos de la política monetaria y las disyuntivas a las que se enfrenta el BCE para estabilizar la inflación y la tasa de paro en la zona del euro, la sección 5 utiliza un modelo macroeconómico de fluctuaciones económicas que incluye rigideces en los mercados de productos y de trabajo, basado en el trabajo de Blanchard y Galí (2008). La principal conclusión es que si el banco central se enfrenta a un mercado laboral poco flexible, como es el caso europeo, una política monetaria con un doble mandato de inflación y empleo es preferible a un mandato único de estabilidad de precios.
Por último, la sección 6 discute dos recomendaciones para reformar el mandato del BCE. Una de las propuestas consistiría en adoptar un objetivo central de inflación del 2% con una banda de fluctuación de un 1%, lo que es práctica habitual en otros países industrializados con objetivos de inflación. Ello otorgaría más flexibilidad a la hora de gestionar la política monetaria, en especial en un contexto de incrementos de precios de las materias primas ante los que el BCE no puede hacer nada directamente. Además, al ser un objetivo más fácil de cumplir que el actual, también sería más creíble. El coste de este cambio sería nulo, pues la inflación ya fluctúa de hecho entre el 1% y el 3% la mayoría del tiempo. En segundo lugar, los resultados empíricos y teóricos de este trabajo sugieren que el BCE podría optar abiertamente por un doble mandato de estabilidad de precios con máximo empleo sostenible. Las dos recomendaciones representarían pasos para minimizar las discrepancias entre las acciones del BCE y su mandato, lo que redundaría en una mayor credibilidad.
En tiempos de desaceleración económica, los agentes sociales suelen reclamar a los bancos centrales que dejen de lado el objetivo de inflación y reactiven la economía mediante una rebaja de los tipos de interés. En el caso de la Unión Económica y Monetaria (UEM) europea, voces críticas con el Banco Central Europeo (BCE) sugieren que entre sus objetivos se debería incluir la maximización del nivel de empleo, lo que permitiría al BCE bajar tipos aun cuando la inflación estuviera en valores superiores al objetivo del 2%. Dichas críticas no son descabelladas: la Reserva Federal estadounidense, por ejemplo, tiene un mandato de estabilidad de precios con la máxima tasa de empleo sostenible. Por tanto, es razonable preguntarse si el BCE debería tener un mandato similar en lugar de centrarse exclusivamente en la inflación como requiere su objetivo primario de estabilidad de precios.
En este trabajo se examina el comportamiento del BCE durante sus primeros diez años de existencia. El objetivo es comparar el mandato legal de la autoridad monetaria europea con lo que el BCE hace en la práctica y con lo que el BCE debería hacer, dadas las rigideces en los mercados de productos y de trabajo a las que se enfrenta. Tras revisar el mandato legal del BCE y compararlo con el de la Reserva Federal en la sección 2, este trabajo evalúa la eficacia del BCE en el cumplimiento de su objetivo principal de mantener la inflación «por debajo, pero cerca, del 2% sobre el medio plazo». Utilizando una perspectiva de diez años de datos, la sección 3 muestra que la inflación media en la zona del euro ha sido del 2,18%, y que la inflación se ha mantenido por debajo del 2% sólo el 30% del tiempo. Además, se compara el tipo de referencia del BCE con distintas versiones de la «regla de Taylor», que se suele utilizar en los debates de política monetaria como una aproximación a lo que un banco central debería hacer. La conclusión que se obtiene de estos ejercicios es la misma: el BCE ha mantenido una política monetaria relativamente expansiva, y ha sacrificado su objetivo de inflación en aras de un mayor crecimiento económico y creación de empleo, y no a la inversa.
Posteriormente, en la sección 4 se pasa a examinar desde un punto de vista econométrico el comportamiento del BCE durante los últimos diez años. Para ello, se estiman los coeficientes de una regla de política monetaria que responde a la inflación y a un indicador de actividad económica (la tasa de desempleo y la brecha del producto, o output gap), y se comparan los resultados en el período a partir del cual el BCE tomó las riendas de la política monetaria (a partir de 1999) con el comportamiento de los bancos centrales nacionales de la zona del euro durante la década de los noventa. El resultado que se obtiene puede parecer sorprendente dada la retórica oficial del BCE: durante los últimos diez años, el BCE reacciona a fluctuaciones de los indicadores de actividad, pero no a fluctuaciones de la inflación. Por otro lado, los bancos centrales de la zona del euro reaccionaban a ambas variables durante los años noventa. Por tanto, las críticas que sugieren que el BCE no presta suficiente atención a indicadores de actividad real, y en concreto a la tasa de paro en la zona del euro, no parecen tener una base empírica sólida.
Para entender los efectos de la política monetaria y las disyuntivas a las que se enfrenta el BCE para estabilizar la inflación y la tasa de paro en la zona del euro, la sección 5 utiliza un modelo macroeconómico de fluctuaciones económicas que incluye rigideces en los mercados de productos y de trabajo, basado en el trabajo de Blanchard y Galí (2008). La principal conclusión es que si el banco central se enfrenta a un mercado laboral poco flexible, como es el caso europeo, una política monetaria con un doble mandato de inflación y empleo es preferible a un mandato único de estabilidad de precios.
Por último, la sección 6 discute dos recomendaciones para reformar el mandato del BCE. Una de las propuestas consistiría en adoptar un objetivo central de inflación del 2% con una banda de fluctuación de un 1%, lo que es práctica habitual en otros países industrializados con objetivos de inflación. Ello otorgaría más flexibilidad a la hora de gestionar la política monetaria, en especial en un contexto de incrementos de precios de las materias primas ante los que el BCE no puede hacer nada directamente. Además, al ser un objetivo más fácil de cumplir que el actual, también sería más creíble. El coste de este cambio sería nulo, pues la inflación ya fluctúa de hecho entre el 1% y el 3% la mayoría del tiempo. En segundo lugar, los resultados empíricos y teóricos de este trabajo sugieren que el BCE podría optar abiertamente por un doble mandato de estabilidad de precios con máximo empleo sostenible. Las dos recomendaciones representarían pasos para minimizar las discrepancias entre las acciones del BCE y su mandato, lo que redundaría en una mayor credibilidad.