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Manuel Lionza.– Intervenir en la economía o no intervenir. Este ha sido el engorroso dilema de la crisis resuelto en sentido afirmativo para evitar previsiblemente la llegada de una recesión mundial de consecuencias bastante desagradables. Pero las dudas acerca de la idoneidad de una intervención en la economía para estimular la demanda y evitar quiebras sistémicas han estado presentes desde el origen de la crisis y han cobrado bríos en Estados Unidos tras los desalentadores indicadores de crecimiento económico. ¿Qué hubiera pasado si las administraciones, tanto deGeorge W. Bush como de Barak Obama, no hubieran tomado medidas de estímulo para evitar una posible recesión? ¿La factura que han pagado los contribuyentes estadounidenses les ha ahorrado unos costes ulteriores muy superiores?
Las respuestas ya la han encontrado dos economistas, uno de la Fed y el otro de Moody`s, con unos complejos modelos matemáticos. La conclusión de la investigación es que sin el rescate de Wall Street, las pruebas de resistencia del sistema bancario y los programas de emergencia llevados por la Fed, inyectando liquidez a través de compras masivas de activos, el PIB de Estados Unidos se habría desplomado a tasas venezolanas: un 6,5% este año.
Pero, además, habría aumentado el número de parados y la economía estaría experimentando deflación, en lugar de una baja inflación. El panorama alternativo resulta desolador porque si la primera potencia mundial hubiera llegado a presentar un cuadro clínico tan adverso, cabe deducir que el resto del mundo, salvo quizá los emergentes-triunfadores de la crisis, habría padecido inevitablemente las consecuencias.
Es razonable pensar que cuando se abrió el intenso debate político y académico a favor y en contra de pasar a los contribuyentes la factura de la crisis, se valoraran todas las posibilidades: desde la de una destrucción creativa de la economía estadounidense, posición que siempre ha preferido el profesor Milton Friedman y algunos otros, que les gusta recordar los errores de los años 30, hasta la clásica de impulsar la demanda agregada con políticas de gasto público, incluyendo rescates puros y duros de entidades financieras, que provocaron eczemas en las filas republicanas y en las del liberalismo económico. "Aunque la eficacia de algunas medidas por separado pueden ser discutibles, hay pocas dudas de que en conjunto, la respuesta fue muy eficaz", aseguran los dos expertos.
Según sus cálculos, la recesión ha tenido un coste directo total de 1,6 billones de dólares, más 750.000 millones por la caída de ingresos fiscales por la menor actividad económica, lo cual suma 2,35 billones, el 16 por ciento del PIB. En comparación, la crisis de las cajas de ahorro costó a los contribuyentes estadounidenses unos 350.000 millones en dólares actuales: 275.000 millones de coste directo y otros 75.000 millones de la recesión de 1990-91, equivalente a alrededor del 6 por ciento del PIB de entonces.
Los autores destacan que si la respuesta a la crisis financiera no hubiera sido conjunta, con medidas tanto de alcance financiero como de estímulo económico, los efectos hubieran sido muy pobres, si bien el llamado Programa de Ayuda para Activos Problemáticos y las acciones de la Fed habrían tenido un ligero mayor impacto positivo que el plan de estímulo económico por si solo. Por ejemplo, únicamente con el plan de estímulo fiscal el PIB habría descendido un 5% el año pasado y el número de parados habría llegado a los 12 millones.
En el supuesto de que se hubieran puesto en práctica solo las medidas financieras, la economía habría caído un 4% y el desempleo se hubiera situado en los 10 millones. En opinión de otros economistas, los efectos combinados de ambas políticas no pueden compararse directamente con cada una de ellas aplicada aisladamente porque "las medidas tienden a reforzarse entre sí".
Las respuestas ya la han encontrado dos economistas, uno de la Fed y el otro de Moody`s, con unos complejos modelos matemáticos. La conclusión de la investigación es que sin el rescate de Wall Street, las pruebas de resistencia del sistema bancario y los programas de emergencia llevados por la Fed, inyectando liquidez a través de compras masivas de activos, el PIB de Estados Unidos se habría desplomado a tasas venezolanas: un 6,5% este año.
Pero, además, habría aumentado el número de parados y la economía estaría experimentando deflación, en lugar de una baja inflación. El panorama alternativo resulta desolador porque si la primera potencia mundial hubiera llegado a presentar un cuadro clínico tan adverso, cabe deducir que el resto del mundo, salvo quizá los emergentes-triunfadores de la crisis, habría padecido inevitablemente las consecuencias.
Es razonable pensar que cuando se abrió el intenso debate político y académico a favor y en contra de pasar a los contribuyentes la factura de la crisis, se valoraran todas las posibilidades: desde la de una destrucción creativa de la economía estadounidense, posición que siempre ha preferido el profesor Milton Friedman y algunos otros, que les gusta recordar los errores de los años 30, hasta la clásica de impulsar la demanda agregada con políticas de gasto público, incluyendo rescates puros y duros de entidades financieras, que provocaron eczemas en las filas republicanas y en las del liberalismo económico. "Aunque la eficacia de algunas medidas por separado pueden ser discutibles, hay pocas dudas de que en conjunto, la respuesta fue muy eficaz", aseguran los dos expertos.
Según sus cálculos, la recesión ha tenido un coste directo total de 1,6 billones de dólares, más 750.000 millones por la caída de ingresos fiscales por la menor actividad económica, lo cual suma 2,35 billones, el 16 por ciento del PIB. En comparación, la crisis de las cajas de ahorro costó a los contribuyentes estadounidenses unos 350.000 millones en dólares actuales: 275.000 millones de coste directo y otros 75.000 millones de la recesión de 1990-91, equivalente a alrededor del 6 por ciento del PIB de entonces.
Los autores destacan que si la respuesta a la crisis financiera no hubiera sido conjunta, con medidas tanto de alcance financiero como de estímulo económico, los efectos hubieran sido muy pobres, si bien el llamado Programa de Ayuda para Activos Problemáticos y las acciones de la Fed habrían tenido un ligero mayor impacto positivo que el plan de estímulo económico por si solo. Por ejemplo, únicamente con el plan de estímulo fiscal el PIB habría descendido un 5% el año pasado y el número de parados habría llegado a los 12 millones.
En el supuesto de que se hubieran puesto en práctica solo las medidas financieras, la economía habría caído un 4% y el desempleo se hubiera situado en los 10 millones. En opinión de otros economistas, los efectos combinados de ambas políticas no pueden compararse directamente con cada una de ellas aplicada aisladamente porque "las medidas tienden a reforzarse entre sí".