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Hoy día, los patronos del Brasil vitorean tan fuertemente a Lula como los sindicalistas, cosa que no es de extrañar, dadas las enormes sumas que se están gastando en infraestructuras (con un gasto público en gran escala), el generoso programa de desembolso de capital de Petrobras, compañía petrolera estatal, y los créditos otorgados por bancos estatales para viviendas destinadas a personas de bajos ingresos.
Pero la popularidad de Lula refleja tanto su habilidad política como el éxito de su programa económico y social. Su gobierno puede jactarse de haber reducido la pobreza del 35 por ciento al 22 por ciento de la población y también de haber mantenido una tendencia hacia una menor desigualdad, pues el coeficiente Gini --escala de concentración de la riqueza de 0 a 1-- se ha reducido de 0,583 en 2003 a 0,548 en 2008.
Más de doce millones de familias en estado de pobreza complementan sus ingresos con un subsidio otorgado a través de un programa de transferencias monetarias condicionadas llamado “Bolsa Familia”. En la misma línea, los ingresos reales de los pensionistas han aumentado, en promedio, más de un 30 por ciento en los ocho últimos años, lo que refleja unos aumentos importantes del salario mínimo.
El éxito económico del Brasil durante los años de Lula se debe a la decisión de mantener el marco de la política macroeconómica del gobierno anterior -para eso fue necesario oponer resistencia a opiniones más radicales dentro del Partido de los Trabajadores de Lula-. Ese éxito aumentó gracias en parte a la creación de confianza en los primeros años pero también al ambiente internacional favorable hasta 2008. China, con su enorme demanda de materias primas brasileñas, fue un factor fundamental a ese respecto. La relación de intercambio del Brasil es ahora un 18 por ciento mayor que en 2002.
Durante el mandato de Lula, el crecimiento se aceleró en comparación con períodos anteriores y la inflación se mantuvo dentro de los límites establecidos durante la mayor parte del tiempo, si bien sigue siendo ligeramente mayor que la de otros países. Pero la tasa de crecimiento del 7 por ciento en este año, que coloca al Brasil casi a la par con China y la India, no se puede sostener, pues excede el crecimiento potencial por un gran margen. El consumo ha resultado estimulado por las más bajas tasas de desempleo –inferiores al 7 por ciento– jamás habidas y por el aumento del crédito, que se ha duplicado, del 22 por ciento al 45 por ciento del PIB, entre 2002 y 2010.
Pero, si bien el Brasil no puede seguir creciendo tan rápidamente como China, aun es probable que se mantenga en la cabeza de la carrera. El aumento de la inversión ha reanudado su ritmo sin precedentes anterior a la crisis, pero, con el 19 por ciento del PIB, la inversión sigue siendo demasiado escasa para poder apoyar un mayor crecimiento sostenido. En el último decenio se han eliminado los desequilibrios de la balanza de pagos, pero amenazan con resurgir, si la demanda sigue superando el aumento de la producción.
Sin embargo, a corto plazo la financiación no debería ser un problema: las reservas de divisas han llegado a ser más de 250.000 millones; la inversión extranjera directa, que ha disminuido en otros países, sigue siendo prometedora. Las condiciones monetarias mundiales parecen apuntar a un período prolongado de gran liquidez y bajos tipos de interés internacionales. En el Brasil, la tasa de interés real básica ronda entre el 5 y el 6 por ciento al año, el nivel más bajo desde que el Brasil introdujo el real moderno en 1994 (si bien sigue figurando entre los más altos del mundo).
Sin embargo, el ahorro interno sigue siendo una importante limitación. La austeridad fiscal contribuyó a invertir la tendencia en aumento de la deuda pública y después la redujo a niveles más viables (aun así, la deuda sigue siendo relativamente alta). La presión fiscal ha aumentado en diez puntos porcentuales del PIB en 15 años, hasta un nivel (35 por ciento) que coloca al Brasil en una posición desfavorable en comparación con países con niveles similares de renta por habitante.
La asignación de los impuestos a fines especiales hizo que el gasto corriente (en particular el correspondiente a las prestaciones de la seguridad social) aumentara junto con los ingresos; eso redujo el margen para una contribución mayor del sector público al ahorro interno. Una reciente disminución de los superávits primarios ha agravado ese problema. A largo plazo, el envejecimiento de la población representa una amenaza importante para un sistema de seguridad social que ya gasta, como porcentaje del PIB, tanto como los países desarrollados, donde el porcentaje de la población de 65 y más años de edad es el doble de la del Brasil.
Aunque la inversión pública ha ido en aumento, las deficientes infraestructuras del país siguen siendo un obstáculo para un mayor crecimiento, como también lo son los frecuentes cambios de normas y el debilitamiento de los organismos reguladores, que reflejan una desatención a la estabilidad y la consiguiente necesidad de fortalecer el marco institucional del país.
Además, la intervención estatal va en aumento, tendencia caracterizada por una mayor dependencia de los bancos públicos, en particular el BNDES, para apoyar la inversión con tipos de interés subvencionados. Sin embargo, la productividad a largo plazo depende de mejoras en la educación, una dotación suficiente de bienes e infraestructuras públicas y un ambiente empresarial sólido que estimule el espíritu de empresa y la innovación. Esto, a su vez, requiere en parte una reforma del sistema fiscal, considerado una causa de ineficiencias y distorsiones que perjudican la producción nacional.
En esos sectores, los resultados obtenidos por el gobierno de Lula han sido insuficientes, pero hasta ahora la popularidad no ha entrañado populismo, al menos no hasta el extremo de poner en peligro el desarrollo económico y social futuro. Pero podría llegar un día en que así fuera, si el nuevo gobierno no invierte las tendencias recientes.
Paulo M. Levy es investigador económico en el IPEA, instituto estatal de investigaciones económicas aplicadas del Brasil.
Pero la popularidad de Lula refleja tanto su habilidad política como el éxito de su programa económico y social. Su gobierno puede jactarse de haber reducido la pobreza del 35 por ciento al 22 por ciento de la población y también de haber mantenido una tendencia hacia una menor desigualdad, pues el coeficiente Gini --escala de concentración de la riqueza de 0 a 1-- se ha reducido de 0,583 en 2003 a 0,548 en 2008.
Más de doce millones de familias en estado de pobreza complementan sus ingresos con un subsidio otorgado a través de un programa de transferencias monetarias condicionadas llamado “Bolsa Familia”. En la misma línea, los ingresos reales de los pensionistas han aumentado, en promedio, más de un 30 por ciento en los ocho últimos años, lo que refleja unos aumentos importantes del salario mínimo.
El éxito económico del Brasil durante los años de Lula se debe a la decisión de mantener el marco de la política macroeconómica del gobierno anterior -para eso fue necesario oponer resistencia a opiniones más radicales dentro del Partido de los Trabajadores de Lula-. Ese éxito aumentó gracias en parte a la creación de confianza en los primeros años pero también al ambiente internacional favorable hasta 2008. China, con su enorme demanda de materias primas brasileñas, fue un factor fundamental a ese respecto. La relación de intercambio del Brasil es ahora un 18 por ciento mayor que en 2002.
Durante el mandato de Lula, el crecimiento se aceleró en comparación con períodos anteriores y la inflación se mantuvo dentro de los límites establecidos durante la mayor parte del tiempo, si bien sigue siendo ligeramente mayor que la de otros países. Pero la tasa de crecimiento del 7 por ciento en este año, que coloca al Brasil casi a la par con China y la India, no se puede sostener, pues excede el crecimiento potencial por un gran margen. El consumo ha resultado estimulado por las más bajas tasas de desempleo –inferiores al 7 por ciento– jamás habidas y por el aumento del crédito, que se ha duplicado, del 22 por ciento al 45 por ciento del PIB, entre 2002 y 2010.
Pero, si bien el Brasil no puede seguir creciendo tan rápidamente como China, aun es probable que se mantenga en la cabeza de la carrera. El aumento de la inversión ha reanudado su ritmo sin precedentes anterior a la crisis, pero, con el 19 por ciento del PIB, la inversión sigue siendo demasiado escasa para poder apoyar un mayor crecimiento sostenido. En el último decenio se han eliminado los desequilibrios de la balanza de pagos, pero amenazan con resurgir, si la demanda sigue superando el aumento de la producción.
Sin embargo, a corto plazo la financiación no debería ser un problema: las reservas de divisas han llegado a ser más de 250.000 millones; la inversión extranjera directa, que ha disminuido en otros países, sigue siendo prometedora. Las condiciones monetarias mundiales parecen apuntar a un período prolongado de gran liquidez y bajos tipos de interés internacionales. En el Brasil, la tasa de interés real básica ronda entre el 5 y el 6 por ciento al año, el nivel más bajo desde que el Brasil introdujo el real moderno en 1994 (si bien sigue figurando entre los más altos del mundo).
Sin embargo, el ahorro interno sigue siendo una importante limitación. La austeridad fiscal contribuyó a invertir la tendencia en aumento de la deuda pública y después la redujo a niveles más viables (aun así, la deuda sigue siendo relativamente alta). La presión fiscal ha aumentado en diez puntos porcentuales del PIB en 15 años, hasta un nivel (35 por ciento) que coloca al Brasil en una posición desfavorable en comparación con países con niveles similares de renta por habitante.
La asignación de los impuestos a fines especiales hizo que el gasto corriente (en particular el correspondiente a las prestaciones de la seguridad social) aumentara junto con los ingresos; eso redujo el margen para una contribución mayor del sector público al ahorro interno. Una reciente disminución de los superávits primarios ha agravado ese problema. A largo plazo, el envejecimiento de la población representa una amenaza importante para un sistema de seguridad social que ya gasta, como porcentaje del PIB, tanto como los países desarrollados, donde el porcentaje de la población de 65 y más años de edad es el doble de la del Brasil.
Aunque la inversión pública ha ido en aumento, las deficientes infraestructuras del país siguen siendo un obstáculo para un mayor crecimiento, como también lo son los frecuentes cambios de normas y el debilitamiento de los organismos reguladores, que reflejan una desatención a la estabilidad y la consiguiente necesidad de fortalecer el marco institucional del país.
Además, la intervención estatal va en aumento, tendencia caracterizada por una mayor dependencia de los bancos públicos, en particular el BNDES, para apoyar la inversión con tipos de interés subvencionados. Sin embargo, la productividad a largo plazo depende de mejoras en la educación, una dotación suficiente de bienes e infraestructuras públicas y un ambiente empresarial sólido que estimule el espíritu de empresa y la innovación. Esto, a su vez, requiere en parte una reforma del sistema fiscal, considerado una causa de ineficiencias y distorsiones que perjudican la producción nacional.
En esos sectores, los resultados obtenidos por el gobierno de Lula han sido insuficientes, pero hasta ahora la popularidad no ha entrañado populismo, al menos no hasta el extremo de poner en peligro el desarrollo económico y social futuro. Pero podría llegar un día en que así fuera, si el nuevo gobierno no invierte las tendencias recientes.
Paulo M. Levy es investigador económico en el IPEA, instituto estatal de investigaciones económicas aplicadas del Brasil.