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Lo que es especialmente sofisticado respecto de las nuevas ideas que surgen en Estados Unidos, Europa, India, China y otras partes es el reconocimiento de que, como sucede con los medicamentos y los juguetes, resulta imposible anticipar qué productos financieros deberíamos permitir y cuáles no, porque no podemos imaginar todos los productos que pueden salir al mercado. De ahí la necesidad de un organismo crítico que pueda analizar un producto nuevo y formarse una opinión sobre su conveniencia.
De hecho, los nuevos planes tienen un costado preocupante: deben transitar un sendero estrecho entre la libertad imprudente para las instituciones financieras, que contribuyó a la reciente crisis financiera global, y la cautela excesiva, que puede sofocar la innovación y crear ineficiencias.
Consideremos un préstamo de bajo pago inicial, que al principio cobra un interés bajo o ni siquiera cobra interés, con tasas mucho más altas que se disparan en una fecha posterior. Sin duda, se trata de un producto peligroso, y efectivamente hizo que muchas familias cayeran en una trampa de deuda insostenible. Pero esos préstamos pueden ser de gran valor para firmas y hogares sofisticados con buenos motivos para creer que sus ingresos futuros serán superiores a sus ahorros actuales. Esas entidades podrían hacer inversiones que no serían posibles de otro modo.
Este es sólo un ejemplo. Es imposible anticipar los numerosos productos financieros que el ingenio humano puede crear, y cuya utilización puede resultar peligrosa pero que, para algunos, es de gran valor. El riesgo creado por muchas de las medidas regulatorias en consideración en el mundo castigado por la crisis es que pueden terminar regulando excesivamente nuestros mercados al punto de bloquear el surgimiento de nuevos productos valiosos.
Pero existe una salida para este dilema. Al crear nuevas regulaciones financieras, necesitamos llevar la analogía médica un paso más allá –creando el equivalente de la prescripción-. En lugar de prohibir o permitir libremente todos los productos peligrosos, necesitamos identificar productos que sean valiosos para algunos clientes pero no para todos –llamémoslos “productos financieros de venta bajo receta”- y crear un organismo de profesionales registrados de las finanzas (RFP, por su sigla en inglés) facultados para certificar la compra de estos productos por parte de individuos.
Por ejemplo, usted está planeando comprar una casa. Su banco local le ofrece lo que está certificado como un préstamo con un bajo pago inicial –un producto de venta bajo receta-. Puede tomar un crédito de esas características siempre y cuando un RFP apruebe ese contrato.
En resumen, de la misma manera que no prohibimos los esteroides porque son peligrosos pero exigimos que los compradores tengan una receta válida, deberíamos institucionalizar la precaución en la manera en que se pueden usar los productos financieros –y quién puede hacer uso de ellos-. Esta opción podría acortar marcadamente la lista de productos que tendrán que ser prohibidos en el acto.
Sin embargo, deberíamos evitar la convención médica según la cual cada producto es de venta libre o bajo receta, más allá de quién compre el producto. Para mantener el sistema limpio, debería existir una cláusula para exceptuar a algunos individuos y firmas –aquellos lo suficientemente sofisticados como para manejar sus propios asuntos, o con los fondos suficientes como para hacer frente a un fracaso financiero- del requisito de aprobación de un RFP antes de comprar un producto financiero bajo receta.
La razón que argumento para esta cláusula es mi experiencia positiva en la India, después de haberme trasladado recientemente aquí desde Estados Unidos. Hace unos meses, fui a conocer al propietario de la farmacia de nuestro barrio. Sin fastidiarlo con una receta, le dije de una manera un tanto tímida que iba a emprender un viaje prolongado al exterior y quería llevar conmigo una tira de antibióticos a título de prevención. Me miró de arriba abajo, me evaluó y luego dijo: “Ya que se va por tanto tiempo, le sugeriría que se llevara dos tiras”.
Kaushik Basu es asesor económico jefe del gobierno de la India y profesor de Economía y Estudios Internacionales, en la Cornell University.
De hecho, los nuevos planes tienen un costado preocupante: deben transitar un sendero estrecho entre la libertad imprudente para las instituciones financieras, que contribuyó a la reciente crisis financiera global, y la cautela excesiva, que puede sofocar la innovación y crear ineficiencias.
Consideremos un préstamo de bajo pago inicial, que al principio cobra un interés bajo o ni siquiera cobra interés, con tasas mucho más altas que se disparan en una fecha posterior. Sin duda, se trata de un producto peligroso, y efectivamente hizo que muchas familias cayeran en una trampa de deuda insostenible. Pero esos préstamos pueden ser de gran valor para firmas y hogares sofisticados con buenos motivos para creer que sus ingresos futuros serán superiores a sus ahorros actuales. Esas entidades podrían hacer inversiones que no serían posibles de otro modo.
Este es sólo un ejemplo. Es imposible anticipar los numerosos productos financieros que el ingenio humano puede crear, y cuya utilización puede resultar peligrosa pero que, para algunos, es de gran valor. El riesgo creado por muchas de las medidas regulatorias en consideración en el mundo castigado por la crisis es que pueden terminar regulando excesivamente nuestros mercados al punto de bloquear el surgimiento de nuevos productos valiosos.
Pero existe una salida para este dilema. Al crear nuevas regulaciones financieras, necesitamos llevar la analogía médica un paso más allá –creando el equivalente de la prescripción-. En lugar de prohibir o permitir libremente todos los productos peligrosos, necesitamos identificar productos que sean valiosos para algunos clientes pero no para todos –llamémoslos “productos financieros de venta bajo receta”- y crear un organismo de profesionales registrados de las finanzas (RFP, por su sigla en inglés) facultados para certificar la compra de estos productos por parte de individuos.
Por ejemplo, usted está planeando comprar una casa. Su banco local le ofrece lo que está certificado como un préstamo con un bajo pago inicial –un producto de venta bajo receta-. Puede tomar un crédito de esas características siempre y cuando un RFP apruebe ese contrato.
En resumen, de la misma manera que no prohibimos los esteroides porque son peligrosos pero exigimos que los compradores tengan una receta válida, deberíamos institucionalizar la precaución en la manera en que se pueden usar los productos financieros –y quién puede hacer uso de ellos-. Esta opción podría acortar marcadamente la lista de productos que tendrán que ser prohibidos en el acto.
Sin embargo, deberíamos evitar la convención médica según la cual cada producto es de venta libre o bajo receta, más allá de quién compre el producto. Para mantener el sistema limpio, debería existir una cláusula para exceptuar a algunos individuos y firmas –aquellos lo suficientemente sofisticados como para manejar sus propios asuntos, o con los fondos suficientes como para hacer frente a un fracaso financiero- del requisito de aprobación de un RFP antes de comprar un producto financiero bajo receta.
La razón que argumento para esta cláusula es mi experiencia positiva en la India, después de haberme trasladado recientemente aquí desde Estados Unidos. Hace unos meses, fui a conocer al propietario de la farmacia de nuestro barrio. Sin fastidiarlo con una receta, le dije de una manera un tanto tímida que iba a emprender un viaje prolongado al exterior y quería llevar conmigo una tira de antibióticos a título de prevención. Me miró de arriba abajo, me evaluó y luego dijo: “Ya que se va por tanto tiempo, le sugeriría que se llevara dos tiras”.
Kaushik Basu es asesor económico jefe del gobierno de la India y profesor de Economía y Estudios Internacionales, en la Cornell University.