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Se dice que el economista británico de principios del siglo XIX J.R. McCulloch dio origen al viejo chiste de que el único entrenamiento que necesita un loro para ser un economista político pasable es una frase: “oferta y demanda, oferta y demanda”. La semana pasada, el presidente de la Reserva Federal de Estados Unidos, Ben Bernanke, dijo que la economía de McCulloch –la economía de la oferta y la demanda- de ninguna manera había sido desacreditada por la crisis financiera y que seguía siendo extraordinariamente útil.
Es difícil no coincidir con el sentimiento de Bernanke: la economía sería útil si los economistas fueran, en realidad, como los loros de McCulloch –vale decir, si de veras analizaran la oferta y la demanda-. Pero creo que una buena parte de la economía se vio desacreditada por la imposibilidad evidente de muchos economistas de ser tan inteligentes como los loros de McCulloch.
Consideremos los argumentos –hoy desenfrenados en Estados Unidos- de que los nuevos intentos por parte del gobierno por aliviar el desempleo fracasarán, porque el actual desempleo elevado de Estados Unidos es “estructural”: una falla de cálculo económico dejó al país con los recursos productivos inapropiados para satisfacer la demanda de los hogares y las empresas. El problema, sostienen los defensores de esta postura, es una escasez de oferta productiva y no una escasez de demanda agregada.
Pero debería ser fácil –al menos para un loro promedio- decir si una caída en las ventas se debe a una escasez de oferta o a una escasez de demanda. Si una caída en las ventas se debe a una escasez de demanda mientras que la oferta es amplia, entonces, a medida que caigan las cantidades en relación a la tendencia, los precios también caerán. Si, por el contrario, la caída en las ventas se debe a una escasez de oferta mientras que la demanda es amplia, entonces los precios aumentarán a medida que caigan las cantidades.
¿Qué es lo que vemos ahora? No hay ningún lugar en la economía estadounidense donde los salarios o los precios de los productos aumenten más rápidamente de lo esperado. No hay ningún lugar donde una escasez de mano de obra calificada o de capacidad disponible sea lo suficientemente grande como para inducir a los gerentes a pagar más de lo que han venido pagando por buenas manos o maquinarias útiles.
El loro de McCulloch diría que es concluyente. La coexistencia de un alto desempleo con una caída de la inflación y ninguna suba de precios o salarios motivada por un cuello de botella nos dice que las explicaciones “estructurales” del lado de la oferta para el actual desempleo elevado de Estados Unidos son extremadamente exageradas
O consideremos los argumentos –también desenfrenados en estos días- de que los nuevos intentos del gobierno por aumentar la demanda, ya sea a través de una política monetaria destinada a aliviar una falta de liquidez, una política bancaria para aumentar la tolerancia al riesgo o una política fiscal para ofrecer un vehículo de ahorro tan necesario, también fracasarán. Estas medidas, también, están supuestamente condenadas al fracaso porque todas implican un aumento del pasivo de los gobiernos, y los mercados financieros están en un punto crítico con respecto a la deuda soberana. Si los gobiernos que ya han agotado su capacidad de deuda hoy emitieran más deuda o dinero o garantías, le asestarían un golpe moral a la confianza.
Una vez más, un loro correctamente entrenado, a diferencia de muchos economistas hoy en día, preguntaría si los problemas económicos que están causando los actuales niveles de deuda gubernamental reflejan demasiada deuda pública ofrecida por los gobiernos o demasiada deuda pública solicitada por el sector privado. Si el problema fuera que la oferta es demasiado grande, entonces toda nueva emisión de deuda gubernamental estaría acompañada de precios bajos –es decir, de tasas de interés elevadas-. Si el problema fuera que la demanda es demasiado grande, entonces las nuevas emisiones de deuda gubernamental estarían acompañas de precios altos –es decir, de tasas de interés bajas.
¿Adivinen cuál es el problema de Estados Unidos y de muchos otros países? Para un loro, es una obviedad: el problema de la deuda pública no es que los gobiernos hayan emitido tanta deuda que los inversores perdieron la confianza, sino que los gobiernos han emitido demasiado poca deuda dada la enorme demanda del sector privado de lugares seguros donde depositar la riqueza. El problema, diría el loro, es que los hogares y las empresas todavía están intentando acrecentar sus tenencias de activos seguros y de alta calidad, y están pasando de gastar en comprar bienes y servicios producidos actualmente a incrementar sus participaciones en una oferta inadecuada de pasivos del gobierno.
Cuando los historiadores económicos examinen la Gran Recesión, probablemente el consenso abrumador al que lleguen sea que su gravedad y duración reflejaron la negativa por parte de los gobiernos a intentar hacer algo más, y no que intentaron hacer demasiado. Coincidirán con los loros en que la caída de la inflación demostró que el problema macroeconómico fue una demanda insuficiente de bienes y servicios producidos actualmente, y que el bajo nivel de las tasas de interés sobre pasivos del gobierno seguros y de alta calidad demostró que la oferta de activos seguros –ya sea dinero proporcionado por el banco central, garantías ofrecidas por la política bancaria o deuda gubernamental proporcionada a través de gastos deficitarios- fue demasiado baja.
El interrogante que les resultará un misterio es por qué tantos economistas de nuestros días no sabían cómo decir: “oferta y demanda, oferta y demanda”.
J. Bradford DeLong, ex subsecretario del Tesoro de Estados Unidos, es profesor de Economía en la Universidad de California en Berkeley y socio investigador en la Oficina Nacional para la Investigación Económica.
Es difícil no coincidir con el sentimiento de Bernanke: la economía sería útil si los economistas fueran, en realidad, como los loros de McCulloch –vale decir, si de veras analizaran la oferta y la demanda-. Pero creo que una buena parte de la economía se vio desacreditada por la imposibilidad evidente de muchos economistas de ser tan inteligentes como los loros de McCulloch.
Consideremos los argumentos –hoy desenfrenados en Estados Unidos- de que los nuevos intentos por parte del gobierno por aliviar el desempleo fracasarán, porque el actual desempleo elevado de Estados Unidos es “estructural”: una falla de cálculo económico dejó al país con los recursos productivos inapropiados para satisfacer la demanda de los hogares y las empresas. El problema, sostienen los defensores de esta postura, es una escasez de oferta productiva y no una escasez de demanda agregada.
Pero debería ser fácil –al menos para un loro promedio- decir si una caída en las ventas se debe a una escasez de oferta o a una escasez de demanda. Si una caída en las ventas se debe a una escasez de demanda mientras que la oferta es amplia, entonces, a medida que caigan las cantidades en relación a la tendencia, los precios también caerán. Si, por el contrario, la caída en las ventas se debe a una escasez de oferta mientras que la demanda es amplia, entonces los precios aumentarán a medida que caigan las cantidades.
¿Qué es lo que vemos ahora? No hay ningún lugar en la economía estadounidense donde los salarios o los precios de los productos aumenten más rápidamente de lo esperado. No hay ningún lugar donde una escasez de mano de obra calificada o de capacidad disponible sea lo suficientemente grande como para inducir a los gerentes a pagar más de lo que han venido pagando por buenas manos o maquinarias útiles.
El loro de McCulloch diría que es concluyente. La coexistencia de un alto desempleo con una caída de la inflación y ninguna suba de precios o salarios motivada por un cuello de botella nos dice que las explicaciones “estructurales” del lado de la oferta para el actual desempleo elevado de Estados Unidos son extremadamente exageradas
O consideremos los argumentos –también desenfrenados en estos días- de que los nuevos intentos del gobierno por aumentar la demanda, ya sea a través de una política monetaria destinada a aliviar una falta de liquidez, una política bancaria para aumentar la tolerancia al riesgo o una política fiscal para ofrecer un vehículo de ahorro tan necesario, también fracasarán. Estas medidas, también, están supuestamente condenadas al fracaso porque todas implican un aumento del pasivo de los gobiernos, y los mercados financieros están en un punto crítico con respecto a la deuda soberana. Si los gobiernos que ya han agotado su capacidad de deuda hoy emitieran más deuda o dinero o garantías, le asestarían un golpe moral a la confianza.
Una vez más, un loro correctamente entrenado, a diferencia de muchos economistas hoy en día, preguntaría si los problemas económicos que están causando los actuales niveles de deuda gubernamental reflejan demasiada deuda pública ofrecida por los gobiernos o demasiada deuda pública solicitada por el sector privado. Si el problema fuera que la oferta es demasiado grande, entonces toda nueva emisión de deuda gubernamental estaría acompañada de precios bajos –es decir, de tasas de interés elevadas-. Si el problema fuera que la demanda es demasiado grande, entonces las nuevas emisiones de deuda gubernamental estarían acompañas de precios altos –es decir, de tasas de interés bajas.
¿Adivinen cuál es el problema de Estados Unidos y de muchos otros países? Para un loro, es una obviedad: el problema de la deuda pública no es que los gobiernos hayan emitido tanta deuda que los inversores perdieron la confianza, sino que los gobiernos han emitido demasiado poca deuda dada la enorme demanda del sector privado de lugares seguros donde depositar la riqueza. El problema, diría el loro, es que los hogares y las empresas todavía están intentando acrecentar sus tenencias de activos seguros y de alta calidad, y están pasando de gastar en comprar bienes y servicios producidos actualmente a incrementar sus participaciones en una oferta inadecuada de pasivos del gobierno.
Cuando los historiadores económicos examinen la Gran Recesión, probablemente el consenso abrumador al que lleguen sea que su gravedad y duración reflejaron la negativa por parte de los gobiernos a intentar hacer algo más, y no que intentaron hacer demasiado. Coincidirán con los loros en que la caída de la inflación demostró que el problema macroeconómico fue una demanda insuficiente de bienes y servicios producidos actualmente, y que el bajo nivel de las tasas de interés sobre pasivos del gobierno seguros y de alta calidad demostró que la oferta de activos seguros –ya sea dinero proporcionado por el banco central, garantías ofrecidas por la política bancaria o deuda gubernamental proporcionada a través de gastos deficitarios- fue demasiado baja.
El interrogante que les resultará un misterio es por qué tantos economistas de nuestros días no sabían cómo decir: “oferta y demanda, oferta y demanda”.
J. Bradford DeLong, ex subsecretario del Tesoro de Estados Unidos, es profesor de Economía en la Universidad de California en Berkeley y socio investigador en la Oficina Nacional para la Investigación Económica.