droblo
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Empiezo con una típica versión liberal explicada de forma amena y entendible por J.R.Rallo:
La actividad de los empresarios consiste en intermediar dos precios: el precio (o coste) al que pueden comprar los factores productivos y el precio al que pueden vender la mercancía fabricada con esos factores productivos. En otras palabras, su función es asegurarse de que las rentas que perciben por la comercialización de sus productos (sus ingresos) no superen los pagos que realizan para fabricarlos (sus gastos). Ahora bien, fijémonos en que los gastos del empresario son los ingresos de sus factores productivos (los salarios, por ejemplo), y que esos ingresos, a su vez, serán el gasto con el que se comprará el género de otros empresarios (y por tanto sus ingresos).
Emerge así una apariencia de circularidad tan del gusto de los keynesianos: el gasto de fulanito es la renta de menganito y la renta de menganito es el gasto de zutanito, que, vaya, es también la renta de fulanito. Si por cualquier motivo menganito deja de gastar su renta en zutanito, fulanito se queda a su vez sin ingresos y, dado que no podrá gastar, oh sorpresa, menganito también se verá desprovisto de ingresos. Al final, pues, el ahorro de menganito tiende a... ¡destruir su propio ahorro!
La realidad, sin embargo, es un poco más compleja. Los empresarios no pagan a sus factores productivos a partir de los ingresos de sus ventas, sino mediante sus propios ahorros (o mediante los ahorros ajenos que consiguen prestados). Piénselo: usted quiere montar una empresa para convertirse en multimillonario. Debe empezar a fabricar mercancías, y para ello tiene que contratar antes a varios trabajadores, alquilar un inmueble, comprar varias máquinas... ¿Cómo hará frente a todos esos desembolsos si todavía no ha obtenido ingreso alguno por la venta de la aún inexistente producción? Pues obviamente con ahorro (no otra cosa es el pasivo de las empresas: el detalle de las fuentes de financiación de la compañía). De ahí que si los empresarios no satisfacen las necesidades de los consumidores, no recuperarán con la venta del género el dinero que han adelantado a sus factores: sufrirán pérdidas irrecuperables que les obligarán a modificar sus planes de acuerdo con las necesidades de los consumidores.
Por consiguiente, el no gasto –el ahorro–, a pesar de lo que opinen las versiones más pueriles del subconsumismo, no provoca una reducción de nuestra riqueza, sino al contrario: hay más capital disponible para que los empresarios puedan desarrollar planes empresariales que incrementen las rentas (y la capacidad de gasto) futuras de la sociedad. La única interrupción entre la creación de rentas y el gasto se produce no cuando los agentes ahorran el dinero y lo invierten, sino cuando lo ahorran y no lo gastan en nada (cuando lo atesoran o, más llanamente, lo meten debajo del colchón).
Pero ¿por qué motivo la gente atesora su dinero? Es decir, ¿por qué decide no consumir o no invertir? Al fin y al cabo, si ha estado trabajando o se ha desprendido de otros bienes para conseguir dinero será porque querrá darle algún uso en algún momento; y si ese momento no es el actual, tendría más sentido que lo invirtiera para lograr una rentabilidad extra.
El motivo de ese extraño comportamiento por el que los individuos se abstienen de consumir o de invertir es sólo uno: que los empresarios no están ofertando aquello que los agentes demandan. Si los empresarios sacan a la venta bienes de consumo distintos de los que éstos quieren o más caros de lo que están dispuestos a pagar, lo lógico es que no consuman. Si, además, creen que el resto de consumidores tampoco va a demandar esos bienes de consumo, lo lógico será que tampoco inviertan, pues difícilmente van a poder ganar dinero metiéndolo en una empresa incapaz de dar salida a sus mercancías.
Así, los individuos, cuando atesoran, están mandando un mensaje bien claro a los empresarios: "La estáis pifiando; rectificad, ofertad aquello que los consumidores soberanos os exigimos". Y los empresarios, ante tan omnímodo poder, se ven forzados a rectificar, readaptando sus planes empresariales. O eso o quiebran, en cuyo caso serán otros quienes los readapten.
Por tanto, al contrario de lo que opinan Krugman y los keynesianos, cada empresario individual sí se ocupa de que las rentas totales de una economía coincidan con el gasto total, sólo que se trata de una ocupación no deliberada, resultado no intencionado de su actividad. Cada empresario, al producir, genera unas rentas (los gastos en sus factores de producción) que sólo se convertirán en ingresos de otro empresario (sólo gastarán en él esas rentas) si ese otro empresario ha producido la mercancía que se demandaba (generando con ello otras rentas que sólo se transformarán en gasto si otros empresarios hacen lo propio).
Cuando un empresario ajusta su producción a la demanda está contribuyendo a que las rentas totales de la economía se igualen al gasto total; cuando se equivoca, y hasta que no rectifique, ambas divergirán. Pero el proceso de mercado asegura que aquellas compañías que no rectifiquen desaparecerán para que otras ocupen su puesto y hagan coincidir ambas variables.
La actividad de los empresarios consiste en intermediar dos precios: el precio (o coste) al que pueden comprar los factores productivos y el precio al que pueden vender la mercancía fabricada con esos factores productivos. En otras palabras, su función es asegurarse de que las rentas que perciben por la comercialización de sus productos (sus ingresos) no superen los pagos que realizan para fabricarlos (sus gastos). Ahora bien, fijémonos en que los gastos del empresario son los ingresos de sus factores productivos (los salarios, por ejemplo), y que esos ingresos, a su vez, serán el gasto con el que se comprará el género de otros empresarios (y por tanto sus ingresos).
Emerge así una apariencia de circularidad tan del gusto de los keynesianos: el gasto de fulanito es la renta de menganito y la renta de menganito es el gasto de zutanito, que, vaya, es también la renta de fulanito. Si por cualquier motivo menganito deja de gastar su renta en zutanito, fulanito se queda a su vez sin ingresos y, dado que no podrá gastar, oh sorpresa, menganito también se verá desprovisto de ingresos. Al final, pues, el ahorro de menganito tiende a... ¡destruir su propio ahorro!
La realidad, sin embargo, es un poco más compleja. Los empresarios no pagan a sus factores productivos a partir de los ingresos de sus ventas, sino mediante sus propios ahorros (o mediante los ahorros ajenos que consiguen prestados). Piénselo: usted quiere montar una empresa para convertirse en multimillonario. Debe empezar a fabricar mercancías, y para ello tiene que contratar antes a varios trabajadores, alquilar un inmueble, comprar varias máquinas... ¿Cómo hará frente a todos esos desembolsos si todavía no ha obtenido ingreso alguno por la venta de la aún inexistente producción? Pues obviamente con ahorro (no otra cosa es el pasivo de las empresas: el detalle de las fuentes de financiación de la compañía). De ahí que si los empresarios no satisfacen las necesidades de los consumidores, no recuperarán con la venta del género el dinero que han adelantado a sus factores: sufrirán pérdidas irrecuperables que les obligarán a modificar sus planes de acuerdo con las necesidades de los consumidores.
Por consiguiente, el no gasto –el ahorro–, a pesar de lo que opinen las versiones más pueriles del subconsumismo, no provoca una reducción de nuestra riqueza, sino al contrario: hay más capital disponible para que los empresarios puedan desarrollar planes empresariales que incrementen las rentas (y la capacidad de gasto) futuras de la sociedad. La única interrupción entre la creación de rentas y el gasto se produce no cuando los agentes ahorran el dinero y lo invierten, sino cuando lo ahorran y no lo gastan en nada (cuando lo atesoran o, más llanamente, lo meten debajo del colchón).
Pero ¿por qué motivo la gente atesora su dinero? Es decir, ¿por qué decide no consumir o no invertir? Al fin y al cabo, si ha estado trabajando o se ha desprendido de otros bienes para conseguir dinero será porque querrá darle algún uso en algún momento; y si ese momento no es el actual, tendría más sentido que lo invirtiera para lograr una rentabilidad extra.
El motivo de ese extraño comportamiento por el que los individuos se abstienen de consumir o de invertir es sólo uno: que los empresarios no están ofertando aquello que los agentes demandan. Si los empresarios sacan a la venta bienes de consumo distintos de los que éstos quieren o más caros de lo que están dispuestos a pagar, lo lógico es que no consuman. Si, además, creen que el resto de consumidores tampoco va a demandar esos bienes de consumo, lo lógico será que tampoco inviertan, pues difícilmente van a poder ganar dinero metiéndolo en una empresa incapaz de dar salida a sus mercancías.
Así, los individuos, cuando atesoran, están mandando un mensaje bien claro a los empresarios: "La estáis pifiando; rectificad, ofertad aquello que los consumidores soberanos os exigimos". Y los empresarios, ante tan omnímodo poder, se ven forzados a rectificar, readaptando sus planes empresariales. O eso o quiebran, en cuyo caso serán otros quienes los readapten.
Por tanto, al contrario de lo que opinan Krugman y los keynesianos, cada empresario individual sí se ocupa de que las rentas totales de una economía coincidan con el gasto total, sólo que se trata de una ocupación no deliberada, resultado no intencionado de su actividad. Cada empresario, al producir, genera unas rentas (los gastos en sus factores de producción) que sólo se convertirán en ingresos de otro empresario (sólo gastarán en él esas rentas) si ese otro empresario ha producido la mercancía que se demandaba (generando con ello otras rentas que sólo se transformarán en gasto si otros empresarios hacen lo propio).
Cuando un empresario ajusta su producción a la demanda está contribuyendo a que las rentas totales de la economía se igualen al gasto total; cuando se equivoca, y hasta que no rectifique, ambas divergirán. Pero el proceso de mercado asegura que aquellas compañías que no rectifiquen desaparecerán para que otras ocupen su puesto y hagan coincidir ambas variables.