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Hace dos siglos, la llegada de Napoleón a Egipto anunció el advenimiento del Oriente Medio moderno. Ahora, casi noventa años después de la desaparición del Imperio Otomano, cincuenta años después del fin del colonialismo y ocho años después de que comenzara la guerra del Iraq, las protestas revolucionarias en El Cairo indican que otro cambio puede muy bien estar en marcha.
Los tres pilares sobre los que se asentó la influencia occidental en Oriente Medio –una fuerte presencia militar, vínculos comerciales y una ristra de Estados dependientes del dólar– están desmoronándose. A consecuencia de ello, en las semanas y los meses próximos, a Occidente puede resultarle mucho más difícil influir en el Oriente Medio resultante.
El primer pilar –la presencia militar– se remonta a la ocupación francesa y británica de algunas zonas del Imperio Otomano después de la primera guerra mundial y quedó reforzado con los vínculos militares de la época de la Guerra Fría, forjados por los Estados Unidos y la Unión Soviética. En 1955, Occidente era lo suficientemente fuerte incluso para reunir nada menos que a Turquía, el Iraq, el Irán y el Pakistán en algo así como una OTAN del Asia occidental, conocida como Pacto de Bagdad.
La guerra de Yom Kippur de 1973 fue una clara ilustración de la influencia militar occidental y soviética. El ejército egipcio disparó cohetes de 130 mm, mientras que los MIG sirios combatieron con los Skyhawks israelíes sobre las Alturas del Golán, pero la influencia americana y soviética no estuvo limitada al campo de batalla, pues los dos países dejaron sentir su presencia en lo alto de la cadena de mando militar. Más recientemente, las instalaciones militares en el golfo Pérsico protegieron los suministros de petróleo de la alianza de la Guerra Fría y disuadieron al Iraq baasista y al Irán del Ayatolá Ruhollah Jomeini de apoderarse de los preciados pozos de petróleo o de cortar las rutas de exportación.
Pero ese pilar militar ha ido erosionándose continuamente. Una primera señal fue el fracaso de la Operación “Garra de Águila” para rescatar a los rehenes de los EE.UU. en el Irán en 1980. Otra grieta apareció con el ataque de Hezbolá al cuartel de los marines de los EE.UU. en Beirut, que desencadenó una abrupta retirada de los EE.UU. del Líbano. Desde la invasión del Iraq en 2003, las fuerzas de los EE.UU. se han retirado de Arabia Saudí y han descubierto que su potencia militar tradicional no necesariamente tiene repercusiones en el terreno.
El segundo pilar del papel de Occidente en Oriente Medio –los vínculos comerciales– también se ha debilitado. Los Estados Unidos eran el socio comercial esencial para los países del Golfo, pero ya no es así. En 2009, Arabia Saudí exportó el 57 por ciento de su petróleo crudo a Extremo Oriente y tan sólo el 14 por ciento a los EE.UU. En consonancia con ese cambio subyacente, el rey Abdulá ha estado aplicando desde 2005 la política de “mirar al Este”, cuyo resultado ha sido un volumen comercial de más de 60.000 millones de dólares.
Esa reorientación hacia el Este ha hecho de China un socio comercial mayor que los EE.UU. para Qatar y para los Emiratos Árabes Unidos y casi la cuarta parte del comercio de Qatar es con China, frente a un poco más del cinco por ciento con los EE.UU. Asimismo, el 37 por ciento del comercio de los EAU es con China, la India y Corea del Sur. Ahora, lo que China quiere es tan importante, para muchos Estados de Oriente Medio, como los intereses de los EE.UU.
Por último, los EE.UU. ya no tienen una ristra de clientes relativamente estables en esa región. Este país creyó que las enormes cantidades de ayuda que concedió a Egipto, Israel y Jordania garantizaban la estabilidad y la cooperación para asuntos de interés americano. Así fue durante tres decenios, pero ahora ese vínculo se está debilitando.
El ritmo de pérdida de influencia occidental parece haberse acelerado a lo largo del pasado decenio. En 2003, los saudíes dijeron claramente que no podían seguir albergando instalaciones militares de los EE.UU. Tanto en su primer mandato como en el segundo, el Primer Ministro de Israel, Benyamin Netanyahu, se negó a seguir el guión de los EE.UU. sobre el proceso de paz palestino-israelí y, pese a albergar una enorme base militar de los EE.UU., Qatar mantiene estrechos vínculos con Siria y el Irán.
A ello hemos de sumar la rebelión en Egipto. Hosni Mubarak constituía el eje central de la política de Occidente: era intransigente con los posibles enemigos de los EE.UU., se podía confiar en que participara en las conversaciones de paz con los israelíes y se podía recurrir a él para fortalecer la posición americana frente al Irán. Ahora la alianza americano-egipcia está amenazada y, con ella, la política americana en todo el Oriente Medio.
Cuando se desploman los tres pilares de la política occidental en esa región, un nuevo Oriente Medio está cobrando forma, azotado por vientos comerciales del Pacífico y que entraña lealtad a más de una potencia. Las revoluciones norteafricanas, las enérgicas actitudes de Turquía, la intransigencia iraní y el desastre en el Iraq están dando forma a su estructura geopolítica. A Occidente no le resultará fácil moverse por el terreno estratégico resultante.
Daniel Korski es investigador superior sobre políticas en el Consejo Europeo de Relaciones Exteriores. Ben Judah es investigador sobre políticas del Consejo Europeo de Relaciones Exteriores.
Los tres pilares sobre los que se asentó la influencia occidental en Oriente Medio –una fuerte presencia militar, vínculos comerciales y una ristra de Estados dependientes del dólar– están desmoronándose. A consecuencia de ello, en las semanas y los meses próximos, a Occidente puede resultarle mucho más difícil influir en el Oriente Medio resultante.
El primer pilar –la presencia militar– se remonta a la ocupación francesa y británica de algunas zonas del Imperio Otomano después de la primera guerra mundial y quedó reforzado con los vínculos militares de la época de la Guerra Fría, forjados por los Estados Unidos y la Unión Soviética. En 1955, Occidente era lo suficientemente fuerte incluso para reunir nada menos que a Turquía, el Iraq, el Irán y el Pakistán en algo así como una OTAN del Asia occidental, conocida como Pacto de Bagdad.
La guerra de Yom Kippur de 1973 fue una clara ilustración de la influencia militar occidental y soviética. El ejército egipcio disparó cohetes de 130 mm, mientras que los MIG sirios combatieron con los Skyhawks israelíes sobre las Alturas del Golán, pero la influencia americana y soviética no estuvo limitada al campo de batalla, pues los dos países dejaron sentir su presencia en lo alto de la cadena de mando militar. Más recientemente, las instalaciones militares en el golfo Pérsico protegieron los suministros de petróleo de la alianza de la Guerra Fría y disuadieron al Iraq baasista y al Irán del Ayatolá Ruhollah Jomeini de apoderarse de los preciados pozos de petróleo o de cortar las rutas de exportación.
Pero ese pilar militar ha ido erosionándose continuamente. Una primera señal fue el fracaso de la Operación “Garra de Águila” para rescatar a los rehenes de los EE.UU. en el Irán en 1980. Otra grieta apareció con el ataque de Hezbolá al cuartel de los marines de los EE.UU. en Beirut, que desencadenó una abrupta retirada de los EE.UU. del Líbano. Desde la invasión del Iraq en 2003, las fuerzas de los EE.UU. se han retirado de Arabia Saudí y han descubierto que su potencia militar tradicional no necesariamente tiene repercusiones en el terreno.
El segundo pilar del papel de Occidente en Oriente Medio –los vínculos comerciales– también se ha debilitado. Los Estados Unidos eran el socio comercial esencial para los países del Golfo, pero ya no es así. En 2009, Arabia Saudí exportó el 57 por ciento de su petróleo crudo a Extremo Oriente y tan sólo el 14 por ciento a los EE.UU. En consonancia con ese cambio subyacente, el rey Abdulá ha estado aplicando desde 2005 la política de “mirar al Este”, cuyo resultado ha sido un volumen comercial de más de 60.000 millones de dólares.
Esa reorientación hacia el Este ha hecho de China un socio comercial mayor que los EE.UU. para Qatar y para los Emiratos Árabes Unidos y casi la cuarta parte del comercio de Qatar es con China, frente a un poco más del cinco por ciento con los EE.UU. Asimismo, el 37 por ciento del comercio de los EAU es con China, la India y Corea del Sur. Ahora, lo que China quiere es tan importante, para muchos Estados de Oriente Medio, como los intereses de los EE.UU.
Por último, los EE.UU. ya no tienen una ristra de clientes relativamente estables en esa región. Este país creyó que las enormes cantidades de ayuda que concedió a Egipto, Israel y Jordania garantizaban la estabilidad y la cooperación para asuntos de interés americano. Así fue durante tres decenios, pero ahora ese vínculo se está debilitando.
El ritmo de pérdida de influencia occidental parece haberse acelerado a lo largo del pasado decenio. En 2003, los saudíes dijeron claramente que no podían seguir albergando instalaciones militares de los EE.UU. Tanto en su primer mandato como en el segundo, el Primer Ministro de Israel, Benyamin Netanyahu, se negó a seguir el guión de los EE.UU. sobre el proceso de paz palestino-israelí y, pese a albergar una enorme base militar de los EE.UU., Qatar mantiene estrechos vínculos con Siria y el Irán.
A ello hemos de sumar la rebelión en Egipto. Hosni Mubarak constituía el eje central de la política de Occidente: era intransigente con los posibles enemigos de los EE.UU., se podía confiar en que participara en las conversaciones de paz con los israelíes y se podía recurrir a él para fortalecer la posición americana frente al Irán. Ahora la alianza americano-egipcia está amenazada y, con ella, la política americana en todo el Oriente Medio.
Cuando se desploman los tres pilares de la política occidental en esa región, un nuevo Oriente Medio está cobrando forma, azotado por vientos comerciales del Pacífico y que entraña lealtad a más de una potencia. Las revoluciones norteafricanas, las enérgicas actitudes de Turquía, la intransigencia iraní y el desastre en el Iraq están dando forma a su estructura geopolítica. A Occidente no le resultará fácil moverse por el terreno estratégico resultante.
Daniel Korski es investigador superior sobre políticas en el Consejo Europeo de Relaciones Exteriores. Ben Judah es investigador sobre políticas del Consejo Europeo de Relaciones Exteriores.