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El fervor por el cambio que inspiraron las resoluciones en Túnez y Egipto está ahora agitando a Baréin, pero el levantamiento en Manama difiere de las protestas en masa que derrocaron a gobernantes del África septentrional que llevaban mucho tiempo en el poder. De hecho, las líneas de fallas sectarias, junto con el completo vasallaje de las fuerzas de seguridad a la monarquía, reducen en gran medida la probabilidad de un cambio pacífico de régimen.
Mientras que Túnez y Egipto son países relativamente homogéneos –los musulmanes suníes constituyen más del 90 por ciento de sus habitantes–, los suníes de Baréin, incluidas la familia real y la minoría política y económica dominante, comprenden sólo una tercera parte, aproximadamente, de la población. El resto son chiíes. Cada uno de esos grupos está formulando peticiones diferentes, si no contradictorias.
Lo chiíes están centrados en las reformas políticas que reflejarían su condición mayoritaria. Sin embargo, los suníes agraviados quieren cambios socioeconómicos, como, por ejemplo, viviendas asequibles y, mientras que los egipcios de todas clases que protestaban encontraron un entendimiento común al insistir en que el Presidente Hosni Mubarak dimitiera, a los bareiníes les resultará casi imposible acordar una consigna común.
La familia Al Jalifa gobernante no cederá el poder de buen grado. Para protegerse, el régimen cuenta con fuerzas de seguridad importadas que sólo guardan lealtad a la familia real. Como son originarias de Jordania, del Pakistán y del Yemen, no tienen inconveniente en golpear y matar a los que protestan, porque saben que cualquier cambio en la cumbre significará una derrota no sólo para los Al Jalifa, sino también para ellos.
De hecho, las fuerzas de seguridad bareiníes han sido despiadadas en sus ataques contra los manifestantes y han matado a seis de ellos. Dado ese alineamiento de fuerzas y el derramamiento de sangre que ya ha habido en la plaza de la Perla de Manama, no es probable que se reproduzcan en este país las escenas habidas en El Cairo de manifestantes cogidos del brazo con soldados y muchedumbres abrazando a tripulantes de tanques.
Además, mientras que en Egipto, país históricamente estable, dieciocho días de caos fueron suficientes para convencer al ejército a fin de que restableciera el orden destituyendo a Mubarak, los bareiníes tienen una mayor experiencia en materia de malestar social que los egipcios o los tunecinos. La inestabilidad política es una forma de vida en Baréin. Desde la agitación del decenio de 1920, a raíz de las reformas administrativas, hasta las protestas obreras en el de 1950, el país está acostumbrado a la agitación. A consecuencia de ello, no es probable que las luchas intestinas inspiren pánico a los gobernantes y menos probable aún es que los persuadan de que el Rey debe abdicar, para salvar el país.
También el papel y la influencia del poder legislativo en esos tres países varían. En Túnez y Egipto, los regímenes autoritarios no permitieron espacio político a las voces discrepantes. Cuando Mubarak sintió que su poder se le escapaba y tendió la mano a sus adversarios, se encontró con partidos de oposición desorganizados, con poca experiencia política y sin apoyo en la sociedad. No pudieron formular posiciones coherentes ni peticiones prácticas, sino que se aferraron a posiciones intransigentes, con lo que impidieron a Mubarak encontrar una solución para salir del atolladero.
Pero aquí, en Baréin, la situación es diferente. Los partidos de oposición han estado activos desde hace casi un decenio y tienen una representación importante en el poder legislativo. El principal grupo de oposición, Al Wifaq, ocupa 18 de los 40 escaños del Parlamento. En las conversaciones con la oposición, la monarquía se encontrará con políticos experimentados y dispuestos a negociar unas peticiones sostenidas desde hace mucho y, con el apoyo generalizado de sus seguidores, Al Wifaq puede contribuir mucho a reducir las tensiones.
El rey Hamad dispone de otras diversas opciones. Como los ciudadanos tienen tantas reivindicaciones, puede hacer mucho para aplacarlos. Puede atender las denuncias de discriminación por parte de los chiíes ofreciéndoles más cargos en los ministerios gubernamentales. Puede prometer que invertirá fondos estatales en sus comunidades, que presentan condiciones deplorables. Puede apaciguar tanto a los chiíes como a los suníes concediéndoles viviendas asequibles. Puede calmar a las dos comunidades poniendo fin a una política de naturalización que concede la nacionalidad a suníes de origen extranjero, con lo que erosiona la mayoría chií, y puede destituir al Primer Ministro, Jalifa ben Salman Al Jalifa, que ha agotado la paciencia de muchos a los dos lados de la divisoria sectaria durante los cuarenta años que lleva en el poder.
En una palabra, los gobernantes de Baréin tienen muchas cartas que pueden jugar... y parece probable que la reacción internacional ante el levantamiento fortalezca aún más al régimen. Al fin y al cabo, Baréin es un aliado americano decisivo, pues alberga la Quinta Flota de la Marina de Guerra de los Estados Unidos, que patrulla el golfo Pérsico y mantiene a raya al Irán. Aunque los EE.UU. han instado al Gobierno de Baréin a que frene a sus fuerzas de seguridad, no desean, evidentemente, presionar en pro de un cambio de régimen. El mantenimiento de sus bases navales será una prioridad fundamental para los EE.UU., de la que dependerá en última instancia su reacción ante la situación en Baréin.
También es de esperar que Arabia Saudí haga todo lo que esté en su poder para impedir la caída de los Al Jalifa. Baréin es el aliado más leal del Reino en esa región y los saudíes temen que el malestar sectario se propague a la región oriental del país, donde una minoría chií abriga agravios de antiguo. Durante años, los saudíes han apuntalado el régimen bareiní al brindarle petróleo gratuito y financiar su presupuesto. Cuando estallaron los disturbios, parece ser que Arabia Saudí envió a unidades militares para reforzar las deficientes fuerzas armadas de Baréin.
Puede que el cambio esté llegando a gran parte de Oriente Medio, pero, en vista de que las líneas de falla social de Baréin son demasiado difíciles de saltar, el régimen, dispuesto a recurrir a una violencia brutal para aplastar cualquier levantamiento, y la comunidad internacional, dispuesta a mirar para otro lado, los que protestan en Manama deberían estar preparados para la derrota.
Mientras que Túnez y Egipto son países relativamente homogéneos –los musulmanes suníes constituyen más del 90 por ciento de sus habitantes–, los suníes de Baréin, incluidas la familia real y la minoría política y económica dominante, comprenden sólo una tercera parte, aproximadamente, de la población. El resto son chiíes. Cada uno de esos grupos está formulando peticiones diferentes, si no contradictorias.
Lo chiíes están centrados en las reformas políticas que reflejarían su condición mayoritaria. Sin embargo, los suníes agraviados quieren cambios socioeconómicos, como, por ejemplo, viviendas asequibles y, mientras que los egipcios de todas clases que protestaban encontraron un entendimiento común al insistir en que el Presidente Hosni Mubarak dimitiera, a los bareiníes les resultará casi imposible acordar una consigna común.
La familia Al Jalifa gobernante no cederá el poder de buen grado. Para protegerse, el régimen cuenta con fuerzas de seguridad importadas que sólo guardan lealtad a la familia real. Como son originarias de Jordania, del Pakistán y del Yemen, no tienen inconveniente en golpear y matar a los que protestan, porque saben que cualquier cambio en la cumbre significará una derrota no sólo para los Al Jalifa, sino también para ellos.
De hecho, las fuerzas de seguridad bareiníes han sido despiadadas en sus ataques contra los manifestantes y han matado a seis de ellos. Dado ese alineamiento de fuerzas y el derramamiento de sangre que ya ha habido en la plaza de la Perla de Manama, no es probable que se reproduzcan en este país las escenas habidas en El Cairo de manifestantes cogidos del brazo con soldados y muchedumbres abrazando a tripulantes de tanques.
Además, mientras que en Egipto, país históricamente estable, dieciocho días de caos fueron suficientes para convencer al ejército a fin de que restableciera el orden destituyendo a Mubarak, los bareiníes tienen una mayor experiencia en materia de malestar social que los egipcios o los tunecinos. La inestabilidad política es una forma de vida en Baréin. Desde la agitación del decenio de 1920, a raíz de las reformas administrativas, hasta las protestas obreras en el de 1950, el país está acostumbrado a la agitación. A consecuencia de ello, no es probable que las luchas intestinas inspiren pánico a los gobernantes y menos probable aún es que los persuadan de que el Rey debe abdicar, para salvar el país.
También el papel y la influencia del poder legislativo en esos tres países varían. En Túnez y Egipto, los regímenes autoritarios no permitieron espacio político a las voces discrepantes. Cuando Mubarak sintió que su poder se le escapaba y tendió la mano a sus adversarios, se encontró con partidos de oposición desorganizados, con poca experiencia política y sin apoyo en la sociedad. No pudieron formular posiciones coherentes ni peticiones prácticas, sino que se aferraron a posiciones intransigentes, con lo que impidieron a Mubarak encontrar una solución para salir del atolladero.
Pero aquí, en Baréin, la situación es diferente. Los partidos de oposición han estado activos desde hace casi un decenio y tienen una representación importante en el poder legislativo. El principal grupo de oposición, Al Wifaq, ocupa 18 de los 40 escaños del Parlamento. En las conversaciones con la oposición, la monarquía se encontrará con políticos experimentados y dispuestos a negociar unas peticiones sostenidas desde hace mucho y, con el apoyo generalizado de sus seguidores, Al Wifaq puede contribuir mucho a reducir las tensiones.
El rey Hamad dispone de otras diversas opciones. Como los ciudadanos tienen tantas reivindicaciones, puede hacer mucho para aplacarlos. Puede atender las denuncias de discriminación por parte de los chiíes ofreciéndoles más cargos en los ministerios gubernamentales. Puede prometer que invertirá fondos estatales en sus comunidades, que presentan condiciones deplorables. Puede apaciguar tanto a los chiíes como a los suníes concediéndoles viviendas asequibles. Puede calmar a las dos comunidades poniendo fin a una política de naturalización que concede la nacionalidad a suníes de origen extranjero, con lo que erosiona la mayoría chií, y puede destituir al Primer Ministro, Jalifa ben Salman Al Jalifa, que ha agotado la paciencia de muchos a los dos lados de la divisoria sectaria durante los cuarenta años que lleva en el poder.
En una palabra, los gobernantes de Baréin tienen muchas cartas que pueden jugar... y parece probable que la reacción internacional ante el levantamiento fortalezca aún más al régimen. Al fin y al cabo, Baréin es un aliado americano decisivo, pues alberga la Quinta Flota de la Marina de Guerra de los Estados Unidos, que patrulla el golfo Pérsico y mantiene a raya al Irán. Aunque los EE.UU. han instado al Gobierno de Baréin a que frene a sus fuerzas de seguridad, no desean, evidentemente, presionar en pro de un cambio de régimen. El mantenimiento de sus bases navales será una prioridad fundamental para los EE.UU., de la que dependerá en última instancia su reacción ante la situación en Baréin.
También es de esperar que Arabia Saudí haga todo lo que esté en su poder para impedir la caída de los Al Jalifa. Baréin es el aliado más leal del Reino en esa región y los saudíes temen que el malestar sectario se propague a la región oriental del país, donde una minoría chií abriga agravios de antiguo. Durante años, los saudíes han apuntalado el régimen bareiní al brindarle petróleo gratuito y financiar su presupuesto. Cuando estallaron los disturbios, parece ser que Arabia Saudí envió a unidades militares para reforzar las deficientes fuerzas armadas de Baréin.
Puede que el cambio esté llegando a gran parte de Oriente Medio, pero, en vista de que las líneas de falla social de Baréin son demasiado difíciles de saltar, el régimen, dispuesto a recurrir a una violencia brutal para aplastar cualquier levantamiento, y la comunidad internacional, dispuesta a mirar para otro lado, los que protestan en Manama deberían estar preparados para la derrota.