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Guest
El gobierno portugués continúa esforzándose para alejar el fantasma del rescate. Sus dirigentes políticos no han conseguido convencer con palabras de que no necesitará ayuda externa para pagar su deuda, por lo que el país vuelve a intentarlo con hechos. Afronta un nuevo ajuste, el enésimo desde que en mayo del año pasado la crisis griega pusiera bajo el ojo del huracán a todas las economías de la periferia europea.
El nuevo plan prevé ahorrar a las arcas públicas 5.000 millones de euros hasta 2013. Los recortes afectan básicamente a sectores que hasta ahora habían conseguido esquivar los anteriores programas de ajuste: pensiones (nuevo impuesto para quienes cobren más de 1.500 euros al mes), sanidad (medidas de copago), educación (racionalización de la red) y subsidio de paro (nueva limitación temporal del cobro de prestaciones). A todo ello se une una reforma laboral que rebaja la indemnización por despido con el objetivo de mejorar en competitividad, uno de los talones de Aquiles de la economía lusa.
Todas estas medidas no han conseguido apaciguar las tensiones. Pocos días después de su presentación, Moody's rebajó el rating luso. Tampoco los inversores redujeron la presión y elevaron sus exigencias para comprar deuda lusa en la subasta celebrada esta semana. Y, mientras, tanto afán por recortar está pasando factura al crecimiento. La economía lusa recayó en el último trimestre de 2010 y no se espera que remonte al menos hasta el próximo año.
La situación política tampoco deja mucho espacio a la esperanza. El primer ministro, el socialista José Sócrates, que gobierna en minoría, está cada vez más aislado en el Parlamento. Los presupuestos de 2011 sólo salieron adelante por un pacto in extremis con el principal partido de la oposición y sacar adelante cualquier nueva ley exige un ejercicio negociador de tal calibre que acentúa la debilidad del ejecutivo. En este escenario, la credibilidad del gobierno entre sus ciudadanos está en mínimos y más del 60 por 100 le considera incapaz de gestionar la situación actual.
En definitiva, un panorama con muchas más sombras que luces y un sinfín de dudas que sólo el tiempo despejará.
El nuevo plan prevé ahorrar a las arcas públicas 5.000 millones de euros hasta 2013. Los recortes afectan básicamente a sectores que hasta ahora habían conseguido esquivar los anteriores programas de ajuste: pensiones (nuevo impuesto para quienes cobren más de 1.500 euros al mes), sanidad (medidas de copago), educación (racionalización de la red) y subsidio de paro (nueva limitación temporal del cobro de prestaciones). A todo ello se une una reforma laboral que rebaja la indemnización por despido con el objetivo de mejorar en competitividad, uno de los talones de Aquiles de la economía lusa.
Todas estas medidas no han conseguido apaciguar las tensiones. Pocos días después de su presentación, Moody's rebajó el rating luso. Tampoco los inversores redujeron la presión y elevaron sus exigencias para comprar deuda lusa en la subasta celebrada esta semana. Y, mientras, tanto afán por recortar está pasando factura al crecimiento. La economía lusa recayó en el último trimestre de 2010 y no se espera que remonte al menos hasta el próximo año.
La situación política tampoco deja mucho espacio a la esperanza. El primer ministro, el socialista José Sócrates, que gobierna en minoría, está cada vez más aislado en el Parlamento. Los presupuestos de 2011 sólo salieron adelante por un pacto in extremis con el principal partido de la oposición y sacar adelante cualquier nueva ley exige un ejercicio negociador de tal calibre que acentúa la debilidad del ejecutivo. En este escenario, la credibilidad del gobierno entre sus ciudadanos está en mínimos y más del 60 por 100 le considera incapaz de gestionar la situación actual.
En definitiva, un panorama con muchas más sombras que luces y un sinfín de dudas que sólo el tiempo despejará.