Estos son los mejores tiempos de Brasil. El país se ha convertido en líder indiscutible de América Latina y un jugador clave a nivel global. Su economía fue de las primeras en recuperarse con fuerza de la reciente crisis financiera, y desde entonces ha mantenido un crecimiento impresionante. La pobreza se ha reducido drásticamente y la desigualdad de los ingresos está disminuyendo a medida que crece la clase media. Y, gracias al descubrimiento de vastas reservas de petróleo en alta mar, Brasil no sólo se ha vuelto autosuficiente en materia energética, sino que está a punto de convertirse en un importante exportador de petróleo.
Sin embargo, a pesar de todas las buenas noticias, los brasileños deberían preocuparse, porque los buenos tiempos durarán sólo si Brasil aborda una serie de retos crecientes de política económica. Algunos tienen relación con problemas de corto plazo, mientras otros son más bien de mediano plazo.
En el corto plazo, es prevenir el sobrecalentamiento económico: el crecimiento anual del PIB real superó el 10% en 2010, debido a políticas de expansión fiscal y monetaria y a términos de intercambio favorables. Es necesario asegurar que la demanda interna se desacelere a un ritmo más sostenible, para moderar la presión alcista sobre los precios que amenaza la credibilidad del marco de políticas monetarias y objetivos de inflación; de hecho, en abril el índice de inflación al consumidor a 12 meses estuvo por sobre el límite superior de la banda de tolerancia del Banco Central. Asimismo, Brasil tiene que enfriar su recalentado mercado laboral y detener el deterioro de la balanza exterior (que ha oscilado desde un pequeño superávit a un déficit de más del 2% del PIB en los últimos tres años, a pesar de un gran aumento en los términos de intercambio).
Moderar la demanda interna requiere ante todo un ajuste fiscal, ya que más incrementos de las tasas de interés, que ya son relativamente altas, no harían más que impulsar mayores flujos de entrada de capitales, ejerciendo aún más presión al alza sobre el real, que ya está sobrevaluado. Las autoridades han adoptado las primeras medidas para ajustar la política fiscal con el anuncio de importantes recortes en el presupuesto aprobado, pero se estima que, incluso entonces, el gasto del gobierno central aumentará en un 4% en términos reales en 2011 desde su nivel históricamente alto de 2010. Las autoridades están complementando un ajuste fiscal moderado con medidas macroprudenciales de restricción del crédito, las medidas y una serie de controles de capital, en su mayoría basados en impuestos.
A más largo plazo, Brasil se enfrenta a una serie de retos de reforma fiscal. Abordarlos con éxito permitiría al país generar los ahorros necesarios para cumplir con las enormes y crecientes necesidades de inversiones públicas: la expansión de la infraestructura productiva (carreteras, puertos y aeropuertos) con el fin de eliminar graves obstáculos a un crecimiento no inflacionario más rápido, un nivel sin precedentes de futuras inversiones en exploración de petróleo y generación de electricidad, y los próximos eventos deportivos internacionales (la Copa del Mundo y los Juegos Olímpicos) de los que el país será anfitrión en los próximos años.
Brasil también necesita espacio presupuestario para dar cabida a la inversión en infraestructura social, en particular instalaciones de saneamiento básico y atención de salud, con el fin de reducir la incidencia de enfermedades infecciosas. También precisa financiar programas bien focalizados para reducir aún más la pobreza y asegurar el acceso universal a la educación básica, perfeccionar la educación secundaria, con vistas a mejorar las capacidades técnicas de la fuerza de trabajo, y apoyar la investigación e innovación eficientes.
Finalmente, las autoridades de Brasil deberían apuntar a eliminar, o al menos reducir considerablemente, los obstáculos fiscales que existen en la actualidad a la eficiencia y la competitividad.
Entonces, ¿qué reformas fiscales son necesarias para alcanzar estos objetivos?
En primer lugar, Brasil debería adoptar un marco fiscal de mediano plazo que apunte a un camino de disminución gradual de la deuda pública, incluido un compromiso con un ajuste correspondiente de la meta para el superávit presupuestario primario. El cálculo y la publicación sistemática de los indicadores fiscales ajustados cíclicamente ayudaría a mantener la disciplina, promoviendo la rendición de cuentas, al igual que otras mejoras sobre transparencia, especialmente en relación con las operaciones cuasifiscales y los pasivos contingentes del gobierno y las empresas públicas. La creación de un consejo fiscal independiente para examinar las proyecciones oficiales también sería de ayuda para el cumplimiento de las metas fiscales.
En el frente de los ingresos, Brasil debería sustituir el actual impuesto al valor agregado (IVA) de nivel estatal, que está plagado de importantes distorsiones, y los impuestos federales en cascada a las facturaciones con un moderno IVA dual (federal y estatal) al consumo, con una base común y un número muy reducido de tasas. También se debe reducir gradualmente la gran cantidad de impuestos de nómina que actualmente añaden alrededor de un 50% en promedio a los costes laborales, lo que dificulta la competitividad y crea un incentivo importante al empleo informal.
Por el lado del gasto, Brasil necesita una nueva ronda de reformas de las pensiones, lo que es claramente una prioridad, dado el rápido envejecimiento de la población. Las reformas deberán incluir tanto el aumento de la edad de jubilación como los cambios en los beneficios, sobre todo la desvinculación de la pensión mínima con respecto al salario mínimo. Además, se requiere una serie de reformas del funcionariado para mejorar la flexibilidad y aumentar la productividad, mientras que los programas de salud y educación requieren una mayor eficacia en función de los costes.
En resumen, a pesar de las apariencias color de rosa, Brasil claramente se enfrenta a una agenda compleja y, en algunos aspectos, abrumadora, que no cabe esperar que la recién elegida presidenta Dilma Rousseff pueda lograr dentro de su actual mandato. Sin embargo, es importante que el gobierno comience con determinación, seleccionando algunas "victorias rápidas" para ganar credibilidad tanto ante los brasileños como en los mercados globales.
En la actualidad Brasil se beneficia de un entorno externo favorable, una fuerte credibilidad internacional y una prosperidad sin precedentes para segmentos cada vez mayores de la población. Pero esta ventana de oportunidad no debe desperdiciarse si ha de consolidar sus éxitos actuales y desarrollarse con ellos como base.
Teresa Ter-Minassian fue directora del Departamento de Asuntos Fiscales del FMI. Encabezó las negociaciones del FMI con Brasil a fines de los años 90.