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Andrés Velasco fue Ministro de Hacienda de Chile y ha escrito este artículo para Project Syndicate:
Pocos debates de política son más extraños que los relacionados con los controles de capital. Si uno menciona el asunto a un banquero o un economista que adhiera a las corrientes predominantes y es probable que obtenga una vehemente respuesta: los controles de capital no funcionan, porque los especuladores pueden evadirlos a bajo o ningún coste, pero los países nunca deben adoptarlos, ya que hacerlo es muy costoso. ¿Soy el único que se encuentra esta lógica un poco torcida?
La siguiente etapa de la conversación suele ser igual de extraña. Al enfrentar aumentos repentinos y potencialmente desestabilizadores de flujos de capital, no son recomendables los controles de capital, pero es bastante aceptable un concepto llamado regulación prudencial. Es probable que a uno le digan que los controles de capital discriminan entre operaciones en función del país de residencia de las partes involucradas, y que eso es malo. La regulación prudencial discrimina sobre la base de la moneda de denominación o vencimiento de la transacción, y eso es bueno.
Si esta conversación tiene lugar en una fiesta, en este momento usted haría bien en pedir otra copa.
Ese ha sido el estado del debate, hasta hace poco. El gran cambio intelectual ha venido del Fondo Monetario Internacional, en el pasado enemigo declarado de los controles de capital. En una serie de estudios, los economistas del FMI han dejado de tratar el asunto en términos de bien y mal, y han comenzado a tratarlo como una elección económica normal: los controles de capital tienen costes y beneficios que se pueden medir y comparar. El Fondo sostiene ahora que debe ser una herramienta a disposición de los políticos prudentes cuando las circunstancias lo requieran.
Otro gran cambio se origina en los mercados emergentes de rápido crecimiento, muchos de los cuales, frente a los grandes flujos de dinero procedentes de los países avanzados de crecimiento lento (y conscientes de los costes que pueden conllevar los flujos de capital volátiles de gran volumen), han optado por aplicar controles de capital. Brasil, Indonesia, Corea del Sur, Tailandia y Taiwán han introducido recientemente desincentivos a la entrada de capital. Otros países emergentes, como Perú, han endurecido las regulaciones prudenciales internas con el mismo objetivo.
Quienes afirman que los controles de capital son ineficaces rara vez especifican en qué se supone que lo sean. Un artículo reciente de Marcos Chamon, Atish Ghosh, Jonathan Ostry y Mahvash Qureshi, economistas del Departamento de Estudios del FMI, sugiere que los controles de capital sí pueden ser eficaces. Los autores concluyen que, mediante la reducción de la proporción de deuda de corto plazo en moneda extranjera en las obligaciones totales de un país, los controles de capital pueden reducir la vulnerabilidad ante las crisis financieras.
Los economistas del FMI inquieren cómo les fue a 50 países durante la reciente crisis financiera mundial, y miden el rendimiento por el crecimiento económico en 2008-09 con respecto a 2003-2007. Su principal conclusión es que los países que poseían de antemano controles de capital respondieron de mejor manera: sus índices de crecimiento cayeron menos durante la crisis. Esto se debió a que tenían menos apalancamiento que conciliar y menos capital sin base fija que pudiera abandonar el país en caso de problemas financieros mundiales.
Esto no quiere decir que los controles de capital pueden resolver todos los problemas: el mismo estudio muestra que son relativamente ineficaces en la prevención de los auges de crédito, otra de las principales causas de la vulnerabilidad económica. Esto no debería sorprender, ya que muchos factores además de los flujos de deuda externa pueden provocar que los bancos nacionales abandonen toda prudencia y comiencen a prestar de modo temerario.
Pero el documento también muestra que las políticas prudenciales nacionales -tales como la limitación de los préstamos hipotecarios a un determinado porcentaje del valor de la propiedad, o el aumento de los requisitos de capital de los bancos durante los periodos de auge económico- pueden ser eficaces para contener 'booms' del crédito. Esto sugiere que los controles de capital y las políticas prudenciales pueden complementarse, al contrario de lo que a menudo supone la creencia general.
Tampoco estas conclusiones sugieren que los controles de capital no impliquen coste alguno. Por ejemplo, como la economista del MIT Kristin Forbes ha documentado, aumentan el costo del financiamiento para las pequeñas y medianas empresas.
A todos los aspirantes a economista se les enseña la regla cardinal de la disciplina: los gobiernos (y las personas, para el caso) deben emprender medidas hasta el punto que, en el margen, sus beneficios se equiparen a sus costes. Los estudios recientes, al cuantificar en detalle los posibles costes y beneficios, permite que esta lógica estándar se pueda aplicar a la cuestión de si se deben aplicar controles de capital y, de ser así, cuándo. Para un economista, esto es motivo de celebración: no es necesario ir a por una copa.
Pocos debates de política son más extraños que los relacionados con los controles de capital. Si uno menciona el asunto a un banquero o un economista que adhiera a las corrientes predominantes y es probable que obtenga una vehemente respuesta: los controles de capital no funcionan, porque los especuladores pueden evadirlos a bajo o ningún coste, pero los países nunca deben adoptarlos, ya que hacerlo es muy costoso. ¿Soy el único que se encuentra esta lógica un poco torcida?
La siguiente etapa de la conversación suele ser igual de extraña. Al enfrentar aumentos repentinos y potencialmente desestabilizadores de flujos de capital, no son recomendables los controles de capital, pero es bastante aceptable un concepto llamado regulación prudencial. Es probable que a uno le digan que los controles de capital discriminan entre operaciones en función del país de residencia de las partes involucradas, y que eso es malo. La regulación prudencial discrimina sobre la base de la moneda de denominación o vencimiento de la transacción, y eso es bueno.
Si esta conversación tiene lugar en una fiesta, en este momento usted haría bien en pedir otra copa.
Ese ha sido el estado del debate, hasta hace poco. El gran cambio intelectual ha venido del Fondo Monetario Internacional, en el pasado enemigo declarado de los controles de capital. En una serie de estudios, los economistas del FMI han dejado de tratar el asunto en términos de bien y mal, y han comenzado a tratarlo como una elección económica normal: los controles de capital tienen costes y beneficios que se pueden medir y comparar. El Fondo sostiene ahora que debe ser una herramienta a disposición de los políticos prudentes cuando las circunstancias lo requieran.
Otro gran cambio se origina en los mercados emergentes de rápido crecimiento, muchos de los cuales, frente a los grandes flujos de dinero procedentes de los países avanzados de crecimiento lento (y conscientes de los costes que pueden conllevar los flujos de capital volátiles de gran volumen), han optado por aplicar controles de capital. Brasil, Indonesia, Corea del Sur, Tailandia y Taiwán han introducido recientemente desincentivos a la entrada de capital. Otros países emergentes, como Perú, han endurecido las regulaciones prudenciales internas con el mismo objetivo.
Quienes afirman que los controles de capital son ineficaces rara vez especifican en qué se supone que lo sean. Un artículo reciente de Marcos Chamon, Atish Ghosh, Jonathan Ostry y Mahvash Qureshi, economistas del Departamento de Estudios del FMI, sugiere que los controles de capital sí pueden ser eficaces. Los autores concluyen que, mediante la reducción de la proporción de deuda de corto plazo en moneda extranjera en las obligaciones totales de un país, los controles de capital pueden reducir la vulnerabilidad ante las crisis financieras.
Los economistas del FMI inquieren cómo les fue a 50 países durante la reciente crisis financiera mundial, y miden el rendimiento por el crecimiento económico en 2008-09 con respecto a 2003-2007. Su principal conclusión es que los países que poseían de antemano controles de capital respondieron de mejor manera: sus índices de crecimiento cayeron menos durante la crisis. Esto se debió a que tenían menos apalancamiento que conciliar y menos capital sin base fija que pudiera abandonar el país en caso de problemas financieros mundiales.
Esto no quiere decir que los controles de capital pueden resolver todos los problemas: el mismo estudio muestra que son relativamente ineficaces en la prevención de los auges de crédito, otra de las principales causas de la vulnerabilidad económica. Esto no debería sorprender, ya que muchos factores además de los flujos de deuda externa pueden provocar que los bancos nacionales abandonen toda prudencia y comiencen a prestar de modo temerario.
Pero el documento también muestra que las políticas prudenciales nacionales -tales como la limitación de los préstamos hipotecarios a un determinado porcentaje del valor de la propiedad, o el aumento de los requisitos de capital de los bancos durante los periodos de auge económico- pueden ser eficaces para contener 'booms' del crédito. Esto sugiere que los controles de capital y las políticas prudenciales pueden complementarse, al contrario de lo que a menudo supone la creencia general.
Tampoco estas conclusiones sugieren que los controles de capital no impliquen coste alguno. Por ejemplo, como la economista del MIT Kristin Forbes ha documentado, aumentan el costo del financiamiento para las pequeñas y medianas empresas.
A todos los aspirantes a economista se les enseña la regla cardinal de la disciplina: los gobiernos (y las personas, para el caso) deben emprender medidas hasta el punto que, en el margen, sus beneficios se equiparen a sus costes. Los estudios recientes, al cuantificar en detalle los posibles costes y beneficios, permite que esta lógica estándar se pueda aplicar a la cuestión de si se deben aplicar controles de capital y, de ser así, cuándo. Para un economista, esto es motivo de celebración: no es necesario ir a por una copa.