¿Hay vida después de la quita?

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¿Hay vida después de la quita?

Desde hace meses, los mercados, las agencias de calificación y un buen número de analistas daban por hecho que Grecia, el país de la Unión Europea más afectado por la crisis, no podría hacer frente a sus obligaciones con los acreedores.
En julio de 2010, Stephen Pope, de la firma Cantor Fitzgerald, aseguraba que "los reguladores deberían aplicar una quita del 20% a la deuda griega y de un 7% a la española". Por la misma época, William Buiter, economista jefe de Citigroup, creía que ésta "en el peor de los casos alcanzaría el 30%".
Eran francamente optimistas. A principios de este año en los mercados ya se ofrecía por la compra de deuda helena un descuento del 40-50%. En marzo, el director de inversiones de BNP, Prem Thapar Martínez, calculaba la quita griega en un 50%. Y Standard & Poor's, pocas semanas después, la subía hasta el 50 ó 60%, que es lo que al final parece que ocurrirá.
Durante dos años Grecia ha sido un zombi, un país al que todos menos su primer ministro, Yorgos Papandreu, daban por muerto, pero que se resistía como un gato panza arriba a aceptar la realidad.
Juan Iranzo, vicepresidente del Instituto de Estudios Económicos, señala a ELMUNDO.es que Grecia estaba "en 'default' desde mayo del año pasado". Nouriel Roubini, quizás la voz más pesimista y escuchada en los últimos años, insistía en las últimas semanas en que Grecia debía "quebrar y dejar el euro". Y de igual forma se han pronunciado el ex primer ministro británico, John Major o el profesor de Harvard y ex presidente del Consejo de Asesores Económico de Ronald Reagan, Martin Feldstein.
Desde el inicio de verano, cuando la crisis de deuda se extendió con virulencia a España e Italia, la presión sobre Grecia aumentó incluso más. Había consenso: las cuentas de Atenas son insostenibles (350.000 millones de euros de deuda soberana), debía quebrar de la forma más ordenada posible, pronto y con una quita importante.
Los acontecimientos de los últimos días, con el fallido intento de referéndum, el voto de confianza a Papandreu y la posible formación de un Gobierno de coalición sólo han incrementado la desconfianza de los inversores y la presión para firmar, cuanto antes, el recorte.
¿Qué ocurre tras la quiebra?

Sin embargo, hace tiempo que dejó de hacerse una pregunta. Aunque fuera 'necesaria' o 'imprescindible', ¿hay vida después de la quiebra? El consenso entre los economistas parece indicar que un recorte en la deuda no es trágico. Como señaló el Nobel Joseph Stiglitz a EL MUNDO hace unos meses: "Hay vida después del 'default'. Mire el caso de Argentina. Es muy duro, pero se sale".
El célebre Paul Krugman, en su blog, ha quitado hierro al asunto del impago con un gráfico sobre la renta per cápita argentina. Las cifras del FMI muestran un deterioro notable de la situación en los años posteriores al recorte, pero una sensible mejoría después.
Y una postura similar sostiene el mundo académico (independientemente de su escuela de pensamiento y el periodístico.
Sin embargo, no todo el mundo piensa igual. Christoph Trebesch y Juan Cruces, de las universidades Torcuato Di Tella (Argentina) y Múnich (Alemania), acaban de presentar un polémico estudio titulado 'Sovereign Defaults: The Price of Haircuts' (Quiebras soberanas: el precio de las quitas) cuyas conclusiones son poco halagüeñas para Grecia y los países que quiebran.
En él afirman que los economistas han pensado hasta ahora que los inversores "olvidan y perdonan" relativamente rápido tras una quita, por lo que el retorno de un país "quebrado" a los mercados de capital es relativamente llano.
En cambio, de la documentación de Cruces y Trebesch, tras acumular datos de 182 casos en 68 países entre 1970 y 2010, se desprende algo diferente. "La investigación revela que, una vez que uno toma en cuenta la intensidad de la pérdida de los acreedores en una reestructuración (quitas o 'haircuts' en inglés), existe una correlación tal que a mayores pérdidas hay costos superiores de acceso al financiamiento para el deudor durante los siete años siguientes" señalan.
¿De qué forma se penaliza? "De dos maneras: mayores tasas de interés y menos opciones de acceder a la financiación", aunque, advierten, no se puede cuantificar con precisión, ni en dinero ni en tiempo. El premio Nobel Edmund Phelps estima que Atenas tardará por lo menos una década en poder volver a pedir préstamos a un tipo normal.
"Es muy difícil hacer juicios taxativos al respecto. Lo que nosotros encontramos es que países que hacen quitas muy grandes, en promedio reducen sus 'chances' (oportunidades) de acceder al financiamiento en el futuro".
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En el caso griego, la quita es de hecho importante. Según un 'paper' del Fondo Monetario Internacional elaborado por Federico Sturzenegger y Jeromin Zettelmeyer, entre 1998 y 2005 la mayoría de las quitas soberanas se situó entre un 25% y un 35% de promedio.
Argentina, con una quita del 73%, batió el récord, con una cifra cercana a los 100.000 millones de dólares. Pero la media entre 1970 y 2010, señala Cruces, es del 37%.
Pese al consenso en el 50% heleno, los economistas de UBS creen que si Atenas tiene que recapitalizar sus bancos, el acuerdo puede ser insuficiente. Según sus cálculos, para que el país redujera efectivamente su deuda en un 50%, la quita tendría que ser... ¡del 100%!
Los datos no despiertan el optimismo. Aunque los acreedores puedan llegar a recuperar parte de su inversión, según cifras que baraja el PASOK heleno, el partido del Gobierno, "La ganancia neta máxima, si todo va bien con la quita, será de poco más de 60.000 millones de euros". "No demasiado y desde luego no lo suficiente como para hacer viable la deuda de nuevo, especialmente si la recesión continúa y no hay crecimiento".
Sólo la banca nacional tiene invertidos hasta 80.000 millones de euros, un agujero enorme en sus balances. Según algunas estimaciones, incluso si todos los inversores privados, los bancos y las aseguradoras aceptaran reducir a la mitad el valor de sus tenencias de deuda griega, eso "sólo reduciría las obligaciones de Atenas en unos 100.000 millones de euros, o menos del 30% de la pila de la deuda total".
Otras consecuencias: el rating
 

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Además, hay otro problema: las agencias de calificación. Éstas no distinguen entre quiebras voluntarias, acordadas o forzosas. Para Standard & Poor�s, un rating valora "la capacidad y voluntad de un deudor para hacer frente a sus deudas en el plazo de vencimiento". Y Grecia, si al final se aprueba el acuerdo con la UE, no ha tenido la capacidad.
Desde el verano, Irlanda y Portugal han visto recortada su calificación, precisamente, a causa de los riesgos 'ajenos' a ellas. Pese a reconocer las mejoras y aplaudir las medidas puestas en marcha, Moody�s rebajó su nota ante el peligro de que los mercados, sabiendo que pueden tener que pagar parte de los rescates, sean más reacios a invertir. Lo que, a su vez, eleva los intereses que tienen que ofrecer los países para colocar sus emisiones.
Tamon Asonuma, de la Universidad de Boston, ha estudiado y cuantificado algunas de las consecuencias de las quiebras en los países emergentes. Por ejemplo, que "la prima de riesgo de los bonos de los países que incurrieron en 'default' en el pasado (con la excepción de Chile y Egipto), es más alta que la de los países que no incurrieron en ella".
Además, "los países que en el pasado fallaron, tienden a registrar un diferencial mayor en las nuevas emisiones de bonos, incluso si su nivel de deuda externa como porcentaje del PIB es igual que antes".
Y por si fuera poco, Asonuma señala que "los que en el pasado llegaron al impago tienen ratings más bajos que los que cumplieron con sus obligaciones".

Un historial dudoso
Por desgracia para Grecia, su historial no es precisamente perfecto. En 'Esta vez es distinto: ocho siglos de necedad financiera', la Biblia moderna de las crisis de deuda, Kenneth S. Rogoff y Carmen Reinhart recuerdan que "el número total de impagos y/o reprogramaciones de Grecia desde 1800 es de cinco".
La cantidad es menor que la de España (que lidera la tabla con nada menos que 13, casi todas, como en el caso del país heleno, en el siglo XIX). Pero hay un detalle mucho más significativo: Atenas ha estado en impago uno de cada dos de los últimos 200 años.
El de 1826, escriben Rogoff y Reinhart, "dejó a Grecia fuera de los mercados internacionales de capital durante 53 años consecutivos". Y una de las consecuencias fue, para los autores, la pérdida de soberanía a favor de Inglaterra.
Hace un año Rogoff, ex economista jefe del FMI, consideraba "muy difícil", pero "posible", evitar el 'default' heleno. Hace seis meses, lo daba por hecho. Y ahora que ha ocurrido alerta de que es inevitable que tenga que dejar el euro. Algo que Domingo Cavallo, el ministro argentino de Economía que instauró el 'corralito' y que está siguiendo muy de cerca los acontecimientos de Europa, cree un error.
Los números dicen que sí, hay vida después de la quita. Pero es extremadamente dura y muy, muy cara. Argentina dobló la rodilla en 2001, y aunque desde 2003 su PIB ha crecido a un ritmo del 8% (el año pasado todavía lo hizo por encima del 9%), la situación es delicada y la inflación supera el 20% (si bien el Gobierno sólo reconoce un 9%).
Papandreu aseguró el viernes en el Parlamento que el país no está en peligro y que no habrá bajo ninguna circunstancia un 'corralito' ni peligro para las pensiones. Pero como ha explicado Carmen Reinhart, lo normal es que, cuando la situación es límite, las noticias desagradables lleguen por sorpresa.
El pesimismo es quizás una de las grandes amenazas para el futuro de Grecia, la UE y el euro. Pero en estos días convulsos es díficil cuestionar el dicho que asevera que un pesimista es solo un optimista bien informado.
 
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