Jean Pisani-Ferry: "¿Quién perdió a Grecia?"

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Aún no ha llegado la hora de las acusaciones en Europa. Un acuerdo entre Grecia y sus acreedores privados y sus prestadores públicos le permitirá cumplir el 20 de marzo con el próximo plazo para la amortización de la deuda. Los europeos son dignos de elogio por haber dado un paso importante en una dirección realista. Los acreedores privados han aceptado un recorte de más del 50 por ciento de sus reclamaciones y una rebaja de los tipos de interés, con lo que el alivio de la deuda asciende a más de dos terceras partes.

Pero, si bien se encontró una solución in extremis, muchos creen que sólo servirá para aplazar el día de la verdad, pues Grecia no aplicará la austeridad prometida y acabará ora decidiendo salirse de la zona del euro ora expulsada de ella a raíz de una posible suspensión de pagos. Aun antes de que se lograra el último acuerdo, dirigentes políticos de los Países Bajos y Finlandia y algunos de Alemania estaban preguntándose en voz alta por qué habría de permanecer Grecia dentro de la zona del euro. En Atenas, la exasperación ha alcanzado grados mayores y el encono de las disputas ha empezado a parecerse peligrosamente a las furiosas disputas sobre las reparaciones alemanas del decenio de 1920.

“¿Quién perdió a China?”, se preguntaron los estrategas americanos en el decenio de 1950, a raíz de la victoria de los comunistas de Mao Zedong en 1949. Podría ser que los europeos no tardaran en empezar a hacerse la misma pregunta sobre Grecia.

Los culpables principales son, naturalmente, los propios griegos. La apatía de sus políticos ha caído hasta profundidades mayores, el clientelismo ha pervertido a su Gobierno, el índice de corrupción de Transparencia Internacional sitúa a su país en el octogésimo puesto del mundo y en septiembre de 2011 el Tesoro griego sólo había llevado a cabo 31 de las 75 inspecciones tributarias de personas con grandes ingresos prometidas para todo el año.

Pero sería demasiado fácil limitarse a eso y absolver de responsabilidad al resto de Europa. El primer error de los funcionarios europeos fue el de andarse con dilaciones durante meses para luego presentar sólo un programa de asistencia carente de realismo y que pronosticaba el regreso de Grecia a los mercados de capitales en 2013. Ahora ya está claro que se tardarán años, tal vez un decenio, en reformar la economía y corregir sus desequilibrios.

El segundo error de Europa fue su incoherente reacción ante la crisis de solvencia. Dos estrategias eran posibles: o una reducción temprana de la deuda soberana de Grecia, con lo que se habría restablecido la solvencia rápidamente, o la mutualización de la deuda griega con el fin de preservar la reputación colectiva de todos los soberanos de la zona del euro. Cualquiera de esas dos estrategias habría sido coherente, pero Alemania y Francia acordaron una combinación de las dos, que no lo era. Alemanes y franceses fingieron que Grecia era solvente y le prestaron con tipos de interés prohibitivos, lo que empeoró la situación. Tuvieron que pasar dieciocho meses para que se abandonara esa política.

El tercer error fue el de equivocar las prioridades. Desde el comienzo de la crisis, el Fondo Monetario Internacional diagnosticó un doble problema: una hacienda pública frágil y una gravísima pérdida de competitividad. Lamentablemente, las autoridades se centraron en la primera y abrigaron despreocupadamente la esperanza de que las reformas estructurales resolviesen la segunda. Las autoridades griegas invirtieron la mayor parte de su capital político en el ajuste presupuestario y no en construir una economía competitiva.

El programa ahora ultimado invierte el orden de prioridades, al colocar la competitividad y el crecimiento por delante de la plena consolidación presupuestaria. Aun así, la cuestión sigue siendo la de por qué hubo que esperar dos años para adoptar esa decisión.

En cuarto lugar, no se ha hecho nada sólido en materia de crecimiento y el programa de ajuste es por necesidad recesivo, pero no por ello hay que abandonar las medidas para movilizar los instrumentos en pro de la recuperación económica. En principio, Grecia podría haber contado con una gran cantidad de ayuda para el desarrollo regional con cargo al presupuesto de la Unión Europea, infrautilizada por falta de cofinanciación local. Hasta el verano pasado no se reconoció –y aun entonces sólo en pequeña medida– que se podía recurrir a esa ayuda para apoyar la recuperación económica.

El error final de Europa fue cierto nivel de indiferencia para con el reparto justo de la carga. Es comprensible que el FMI, institución tecnocrática, no se aventure allende la macroeconomía, pero la UE es una entidad política que ha hecho de la justicia social uno de sus objetivos fundamentales. No puede pedir una reducción del salario mínimo y a la vez atribuir importancia secundaria a la evasión fiscal entre el diez por ciento de los contribuyentes –los que obtienen mayores ingresos–, que cuesta una cuarta parte de la recaudación del impuesto sobre la renta.

Al contrario de lo que indican las críticas facilonas, no se puede reprochar a Europa que imponga austeridad a los griegos. Ésta es la necesaria contrapartida de un importante esfuerzo de apoyo financiero y un país con semejantes desequilibrios debe someterse inevitablemente a un rigor extremo.

Pero sí que se puede reprochar a Europa un programa inicialmente tardío, mal concebido, desequilibrado y carente de equidad. Si algún día se llega a plantear la pregunta de quién perdió a Grecia, habrá muchos a quienes culpar.

Jean Pisani-Ferry es director de Bruegel, centro de estudios económicos internacionales, profesor de Economía en la Universidad París-Dauphine y miembro del Consejo de Análisis Económicos del Primer Ministro de Francia.

Copyright: Project Syndicate, 2012.
Traducido del inglés por Carlos Manzano.
 
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