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Son tantos los que han escrito tanto contra las ideas confusas que hoy abruman el sentido común en materia de política comercial dentro del gobierno de Estados Unidos que uno se pregunta si realmente queda algo por decir. Sin embargo, vale la pena recordar lo que según se sabe Pierre-Joseph Proudhon le dijo al intelectual ruso Alexander Herzen: "¿Y usted piensa que es suficiente con decir algo una sola vez?... Hay que inculcárselo a la gente, es preciso repetirlo una y otra vez".
Lo que debemos hacer ahora es una guía de las principales ideas erróneas con la esperanza de que, a diferencia de la Ley de Gresham, según la cual la moneda mala expulsa de circulación a la moneda buena, la buena economía sacará de circulación a la mala economía. En particular, hay cuatro ideas equivocadas que es necesario corregir.
La primera idea errónea es que las exportaciones crean empleos, mientras que las importaciones no -una falacia de la cual el gran economista especializado en comercio Harry Johnson encontró rastros en el mercantilismo, y que Estados Unidos hoy hizo resurgir-. De hecho, en un mundo donde las partes y los componentes provienen de todos lados, la interferencia en las importaciones pone en peligro la competitividad. El éxito de las compañías de entrega de paquetes, por ejemplo, depende de las importaciones, que deben traerse desde las fronteras tierra adentro, así como de las exportaciones.
Segundo, el credo "Comercio, no ayuda" ha dado lugar a la idea equivocada de que el comercio importa menos que la asistencia extranjera. El electorado compuesto por los trabajadores, siempre temeroso de la competencia de las importaciones, socavó la política comercial. También desvió la política de ayuda en direcciones que le asignan prioridad a áreas donde los retornos para los esfuerzos estadounidenses son relativamente minúsculos.
En consecuencia, el Departamento de Estado norteamericano ha dejado de ser un defensor de la liberalización del comercio multilateral, a pesar de décadas de enormes réditos obtenidos como resultado de la eliminación de las barreras comerciales. Por el contrario, su brazo de ayuda, la Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional, hoy sólo se dedica a programas de bajo rendimiento concebidos como experimentos aleatorios. Esa técnica impresiona a Bill Gates, y el nuevo administrador de USAID, Rajiv Shah, tiene experiencia en el tema. Pero, incluso si todos los programas de ese tipo tuvieran éxito, sus beneficios no alcanzarían ni a una fracción de las ganancias documentadas que se incrementaron gracias a las políticas comerciales y a nivel macro en las que Estados Unidos ha perdido interés.
Tercero, muchos creen que las industrias merecen un respaldo preferencial. Este es prácticamente el mantra de la administración del presidente de Estados Unidos, Barack Obama, y le ha costado el apoyo no sólo de gran parte de los expertos en materia económica, sino también de Christina Romer, que presidió su Consejo de Asesores Económicos. En un comentario periodístico reciente, Romer refutó prácticamente todos los argumentos presentados por los lobistas industriales para recibir un trato especial.
Sumemos a las críticas la del premio Nobel Robert Solow, un partidario acérrimo del Partido Demócrata de Obama. El coincide en que existen actividades que ofrecen mayores retornos sociales que privados. El problema, observa, es que ni él ni ningún otro puede llegar a saber cuáles son, mientras que los lobistas sostienen que lo saben con precisión.
Los defensores de una política de "la industria primero" sostienen que los "grupos" de negocios son más productivos que los negocios individuales. Pero los efectos de un gran agrupamiento son difíciles de encontrar. Los economistas Glenn Ellison y Edward Glaeser determinaron que la asociación en grupos es mayor sólo marginalmente si los negocios se distribuyen de manera aleatoria. Por otra parte, cuesta aceptar que, según las famosas palabras del economista Frances Cairncross, cada vez más vemos la "muerte de la distancia".
Finalmente, se ha llegado a considerar al sector financiero como la ruina de la moralidad. En un mundo de fraude financiero y tráfico de influencias, esto resulta fácilmente creíble, así como aceptar que debe gravarse al sector financiero con impuestos. Pero la moralidad atraviesa sectores. Existe mucha gente honesta en los senderos de la vida, y también sinvergüenzas. La visión cuasi marxista de que nuestra moralidad surge de nuestra posición económica pasa por alto el papel moralizador de la familia, la religión, la cultura y el arte.
Frente a estas ideas erróneas, el proteccionismo volvió a surgir como un enemigo temible. En 1999, cuando la cumbre ministerial de la Organización Mundial de Comercio estalló en amenazas de bomba y caos, le pregunté al entonces director general Mike Moore si no deberíamos estar dispuestos a morir por la gran causa del libre comercio. Debería haber dicho: deberíamos al menos estar dispuestos a vivir por ella.
Entre las viejas y las nuevas confusiones, y la perspectiva certera de que la demolición de toda mala idea simplemente les permite a otras echar raíces y ocupar su lugar, la tarea del defensor del libre comercio nunca termina.
Jagdish Bhagwati, profesor de Economía y Derecho en la Universidad de Columbia y miembro sénior en Economía Internacional en el Consejo sobre Relaciones Exteriores
Copyright: Project Syndicate, 2012.
Lo que debemos hacer ahora es una guía de las principales ideas erróneas con la esperanza de que, a diferencia de la Ley de Gresham, según la cual la moneda mala expulsa de circulación a la moneda buena, la buena economía sacará de circulación a la mala economía. En particular, hay cuatro ideas equivocadas que es necesario corregir.
La primera idea errónea es que las exportaciones crean empleos, mientras que las importaciones no -una falacia de la cual el gran economista especializado en comercio Harry Johnson encontró rastros en el mercantilismo, y que Estados Unidos hoy hizo resurgir-. De hecho, en un mundo donde las partes y los componentes provienen de todos lados, la interferencia en las importaciones pone en peligro la competitividad. El éxito de las compañías de entrega de paquetes, por ejemplo, depende de las importaciones, que deben traerse desde las fronteras tierra adentro, así como de las exportaciones.
Segundo, el credo "Comercio, no ayuda" ha dado lugar a la idea equivocada de que el comercio importa menos que la asistencia extranjera. El electorado compuesto por los trabajadores, siempre temeroso de la competencia de las importaciones, socavó la política comercial. También desvió la política de ayuda en direcciones que le asignan prioridad a áreas donde los retornos para los esfuerzos estadounidenses son relativamente minúsculos.
En consecuencia, el Departamento de Estado norteamericano ha dejado de ser un defensor de la liberalización del comercio multilateral, a pesar de décadas de enormes réditos obtenidos como resultado de la eliminación de las barreras comerciales. Por el contrario, su brazo de ayuda, la Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional, hoy sólo se dedica a programas de bajo rendimiento concebidos como experimentos aleatorios. Esa técnica impresiona a Bill Gates, y el nuevo administrador de USAID, Rajiv Shah, tiene experiencia en el tema. Pero, incluso si todos los programas de ese tipo tuvieran éxito, sus beneficios no alcanzarían ni a una fracción de las ganancias documentadas que se incrementaron gracias a las políticas comerciales y a nivel macro en las que Estados Unidos ha perdido interés.
Tercero, muchos creen que las industrias merecen un respaldo preferencial. Este es prácticamente el mantra de la administración del presidente de Estados Unidos, Barack Obama, y le ha costado el apoyo no sólo de gran parte de los expertos en materia económica, sino también de Christina Romer, que presidió su Consejo de Asesores Económicos. En un comentario periodístico reciente, Romer refutó prácticamente todos los argumentos presentados por los lobistas industriales para recibir un trato especial.
Sumemos a las críticas la del premio Nobel Robert Solow, un partidario acérrimo del Partido Demócrata de Obama. El coincide en que existen actividades que ofrecen mayores retornos sociales que privados. El problema, observa, es que ni él ni ningún otro puede llegar a saber cuáles son, mientras que los lobistas sostienen que lo saben con precisión.
Los defensores de una política de "la industria primero" sostienen que los "grupos" de negocios son más productivos que los negocios individuales. Pero los efectos de un gran agrupamiento son difíciles de encontrar. Los economistas Glenn Ellison y Edward Glaeser determinaron que la asociación en grupos es mayor sólo marginalmente si los negocios se distribuyen de manera aleatoria. Por otra parte, cuesta aceptar que, según las famosas palabras del economista Frances Cairncross, cada vez más vemos la "muerte de la distancia".
Finalmente, se ha llegado a considerar al sector financiero como la ruina de la moralidad. En un mundo de fraude financiero y tráfico de influencias, esto resulta fácilmente creíble, así como aceptar que debe gravarse al sector financiero con impuestos. Pero la moralidad atraviesa sectores. Existe mucha gente honesta en los senderos de la vida, y también sinvergüenzas. La visión cuasi marxista de que nuestra moralidad surge de nuestra posición económica pasa por alto el papel moralizador de la familia, la religión, la cultura y el arte.
Frente a estas ideas erróneas, el proteccionismo volvió a surgir como un enemigo temible. En 1999, cuando la cumbre ministerial de la Organización Mundial de Comercio estalló en amenazas de bomba y caos, le pregunté al entonces director general Mike Moore si no deberíamos estar dispuestos a morir por la gran causa del libre comercio. Debería haber dicho: deberíamos al menos estar dispuestos a vivir por ella.
Entre las viejas y las nuevas confusiones, y la perspectiva certera de que la demolición de toda mala idea simplemente les permite a otras echar raíces y ocupar su lugar, la tarea del defensor del libre comercio nunca termina.
Jagdish Bhagwati, profesor de Economía y Derecho en la Universidad de Columbia y miembro sénior en Economía Internacional en el Consejo sobre Relaciones Exteriores
Copyright: Project Syndicate, 2012.