06-03-12
Aldo Abram, Director de la Fundación Libertad y Progreso
Hay economistas, como Paul Krugman, que afirman que John Maynard Keynes tenía razón cuando dijo que el boom, y no la recesión, es el momento indicado para la austeridad fiscal. Si Keynes quiso decir que el mejor momento para la austeridad fiscal era el auge, pues estaba en lo correcto. Si no fue así, ni él ni Krugman tienen razón.
Supongamos que uno trabaja en forma independiente y que tiene un negocio que le permite ganar lo suficiente para vivir bien y, de pronto, ese mercado desaparece.
¿Qué puede hacer a partir de ese momento para poder seguir pagando las cuentas?
Nada.
Lo importante será lo qué hizo hasta ese entonces. Si en la época de auge fue austero y ahorró, entonces podrá sobrevivir con esos recursos hasta encontrar un nuevo trabajo. Otra posibilidad, es que en el pasado haya sido una persona confiable, que pagaba sus deudas y cumplía con su palabra; lo que podría permitirle conseguir prestado el dinero que necesite, hasta poder devolverlo cuando tenga nuevamente un ingreso. Ahora, si ni ahorro ni fue una persona a la que se le pueda dar crédito, está en problemas.
En las épocas de "vacas gordas", los gobiernos deberían ahorrar y/o sembrar credibilidad para tener préstamos que les permitan evitar los ajustes cuando lleguen los tiempos de "bolsillos flacos". Sin embargo, en general, durante los auges, los políticos (impulsados por eminentes economistas) se dedican a aumentar el gasto en base a endeudamiento para generar una mayor bonanza económica, artificial; pero redituable en votos. Imaginémonos la situación de una persona a la que le va muy bien; pero gasta mucho más de lo que puede, usando al límite su tarjeta de crédito. Si pierde su fuente de ingreso, estará quebrado. Eso es lo que le pasa a muchos gobiernos hoy, por ejemplo, en Europa. No pueden gastar más porque, después de sus despilfarros y endeudamientos anteriores, nadie los financiará. Son austeros por la fuerza y no por virtud; ya que nadie puede gastar lo que no tiene o no le prestan.
Algunos sabios economistas consideran que las comparaciones de un Estado con una familia o persona no son apropiadas. Habría que preguntarle cuál es la diferencia. La única respuesta factible es que, los primeros, son dueños de la máquina de imprimir moneda. Por lo tanto, si nadie les presta, le pueden ordenar al Banco Central que les compre los títulos públicos que emitan. En resumen, dado que un ajuste por reducción de gasto o aumento de la presión tributaria formal es muy costoso políticamente, se aumenta el impuesto inflacionario.
Así vemos que las propuestas de generar recursos donde no los hay y, con ellos, gastar más desde el Estado son soluciones mágicas. Lo que estos "manosanta" de la economía están proponiendo es estafar a los tenedores de moneda nacional y de títulos públicos nominados en la misma, quitándole un pedazo de sus tenencias, mediante su licuación. Dado que la gente la gente no se da cuenta, se les puede sacar del bolsillo los recursos sin tener que "dar la cara" en el Congreso para sancionar un nuevo o mayor gravamen y, así, seguir aumentando demagógicamente el gasto público. Fuente: Elcronista
Aldo Abram, Director de la Fundación Libertad y Progreso
Hay economistas, como Paul Krugman, que afirman que John Maynard Keynes tenía razón cuando dijo que el boom, y no la recesión, es el momento indicado para la austeridad fiscal. Si Keynes quiso decir que el mejor momento para la austeridad fiscal era el auge, pues estaba en lo correcto. Si no fue así, ni él ni Krugman tienen razón.
Supongamos que uno trabaja en forma independiente y que tiene un negocio que le permite ganar lo suficiente para vivir bien y, de pronto, ese mercado desaparece.
¿Qué puede hacer a partir de ese momento para poder seguir pagando las cuentas?
Nada.
Lo importante será lo qué hizo hasta ese entonces. Si en la época de auge fue austero y ahorró, entonces podrá sobrevivir con esos recursos hasta encontrar un nuevo trabajo. Otra posibilidad, es que en el pasado haya sido una persona confiable, que pagaba sus deudas y cumplía con su palabra; lo que podría permitirle conseguir prestado el dinero que necesite, hasta poder devolverlo cuando tenga nuevamente un ingreso. Ahora, si ni ahorro ni fue una persona a la que se le pueda dar crédito, está en problemas.
En las épocas de "vacas gordas", los gobiernos deberían ahorrar y/o sembrar credibilidad para tener préstamos que les permitan evitar los ajustes cuando lleguen los tiempos de "bolsillos flacos". Sin embargo, en general, durante los auges, los políticos (impulsados por eminentes economistas) se dedican a aumentar el gasto en base a endeudamiento para generar una mayor bonanza económica, artificial; pero redituable en votos. Imaginémonos la situación de una persona a la que le va muy bien; pero gasta mucho más de lo que puede, usando al límite su tarjeta de crédito. Si pierde su fuente de ingreso, estará quebrado. Eso es lo que le pasa a muchos gobiernos hoy, por ejemplo, en Europa. No pueden gastar más porque, después de sus despilfarros y endeudamientos anteriores, nadie los financiará. Son austeros por la fuerza y no por virtud; ya que nadie puede gastar lo que no tiene o no le prestan.
Algunos sabios economistas consideran que las comparaciones de un Estado con una familia o persona no son apropiadas. Habría que preguntarle cuál es la diferencia. La única respuesta factible es que, los primeros, son dueños de la máquina de imprimir moneda. Por lo tanto, si nadie les presta, le pueden ordenar al Banco Central que les compre los títulos públicos que emitan. En resumen, dado que un ajuste por reducción de gasto o aumento de la presión tributaria formal es muy costoso políticamente, se aumenta el impuesto inflacionario.
Así vemos que las propuestas de generar recursos donde no los hay y, con ellos, gastar más desde el Estado son soluciones mágicas. Lo que estos "manosanta" de la economía están proponiendo es estafar a los tenedores de moneda nacional y de títulos públicos nominados en la misma, quitándole un pedazo de sus tenencias, mediante su licuación. Dado que la gente la gente no se da cuenta, se les puede sacar del bolsillo los recursos sin tener que "dar la cara" en el Congreso para sancionar un nuevo o mayor gravamen y, así, seguir aumentando demagógicamente el gasto público. Fuente: Elcronista