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«Esta vez necesitamos un repunte sostenido, no un rebote. Si esta vez tiene que ser diferente, necesitamos convicción, no incertidumbres. Necesitamos que quienes toman las decisiones sean los impulsores de las mismas. Necesitamos resultados», así se expresaba Christine Lagarde, directora gerente del Fondo Monetario Internacional, en un discurso ante los miembros del Instituto Peterson de Economía Internacional. Unas palabras que expresan claramente la necesidad de lograr un cambio decisivo en la crisis global.
Cinco años después de que se desatara la Gran Recesión, la economía mundial no ha recobrado el ritmo de avance registrado en años anteriores. La recuperación mundial presenta fragilidades evidentes y es más lenta que en otros episodios de crisis. Pero algo no ha cambiado: el papel decisivo de Estados Unidos en el concierto económico mundial. Pese al auge extraordinario de los países emergentes, no cabe duda de que el país americano sigue siendo la primera locomotora y que sin su empuje no es posible cerrar el episodio de la crisis. Por esto es importante el resultado de las elecciones presidenciales que se celebrarán en noviembre en Estados Unidos, especialmente teniendo en cuenta que los dos contendientes, Obama y Romney, plantean políticas económicas bien distintas.
Las finanzas públicas están en el corazón de la batalla electoral. El déficit del sector público se acerca al 8% del producto interior bruto y la deuda sobrepasa el 105% del mismo. Son cifras que en Europa abocarían a cualquier estado a la intervención, tal es la magnitud de un problema que se debe abordar sin demora. El actual presidente opta por subir impuestos. El candidato, por reducir el gasto. En liza, dos modelos distintos sobre cuestiones tales como el tamaño de la administración pública, la composición del gasto o el mix de impuestos a aplicar.
Menos discrepancias plantea la política monetaria, comandada por la Reserva Federal de Ben Bernanke. Vista la imposibilidad de reducir más los tipos de interés, la Fed ha optado por políticas expansivas no convencionales, entre las que destacan los programas de compra de activos por parte del banco central. Se trata de un territorio poco conocido, que plantea interrogantes sobre sus posibles efectos inflacionarios futuros o sobre las distorsiones que puede generar en términos de asignación eficiente de los recursos financieros.
Pero la cuestión es hasta qué punto las políticas monetaria y fiscal están estimulando la economía. La evidencia disponible apunta a que probablemente han evitado una recaída de la actividad, si bien no están consiguiendo arrancar decididamente el mercado de trabajo ni aumentar la utilización de la capacidad productiva. El freno en la demanda de empleo responde a un tono general de incertidumbre sobre las perspectivas económicas en un contexto de sobreendeudamiento y agotamiento de estímulos fiscales. Pero no se trata solo de efectos cíclicos, ya que se detectan cambios de carácter estructural que están mermando la tradicional flexibilidad que ha exhibido el mercado de trabajo estadounidense para adaptarse a las más diversas coyunturas.
Con Europa sumida en la recesión y China desacelerándose, la resolución de estos y otros interrogantes que tiene planteada la primera economía mundial (comercio con China, inmobiliario) marcará la evolución no solo de sus asuntos propios sino que será determinante para dejar atrás el periodo de crisis e incertidumbre internacional abierto hace un lustro.
continúa en: http://www.pdf.lacaixa.comunicacions.com/im/esp/201210_esp.pdf
Cinco años después de que se desatara la Gran Recesión, la economía mundial no ha recobrado el ritmo de avance registrado en años anteriores. La recuperación mundial presenta fragilidades evidentes y es más lenta que en otros episodios de crisis. Pero algo no ha cambiado: el papel decisivo de Estados Unidos en el concierto económico mundial. Pese al auge extraordinario de los países emergentes, no cabe duda de que el país americano sigue siendo la primera locomotora y que sin su empuje no es posible cerrar el episodio de la crisis. Por esto es importante el resultado de las elecciones presidenciales que se celebrarán en noviembre en Estados Unidos, especialmente teniendo en cuenta que los dos contendientes, Obama y Romney, plantean políticas económicas bien distintas.
Las finanzas públicas están en el corazón de la batalla electoral. El déficit del sector público se acerca al 8% del producto interior bruto y la deuda sobrepasa el 105% del mismo. Son cifras que en Europa abocarían a cualquier estado a la intervención, tal es la magnitud de un problema que se debe abordar sin demora. El actual presidente opta por subir impuestos. El candidato, por reducir el gasto. En liza, dos modelos distintos sobre cuestiones tales como el tamaño de la administración pública, la composición del gasto o el mix de impuestos a aplicar.
Menos discrepancias plantea la política monetaria, comandada por la Reserva Federal de Ben Bernanke. Vista la imposibilidad de reducir más los tipos de interés, la Fed ha optado por políticas expansivas no convencionales, entre las que destacan los programas de compra de activos por parte del banco central. Se trata de un territorio poco conocido, que plantea interrogantes sobre sus posibles efectos inflacionarios futuros o sobre las distorsiones que puede generar en términos de asignación eficiente de los recursos financieros.
Pero la cuestión es hasta qué punto las políticas monetaria y fiscal están estimulando la economía. La evidencia disponible apunta a que probablemente han evitado una recaída de la actividad, si bien no están consiguiendo arrancar decididamente el mercado de trabajo ni aumentar la utilización de la capacidad productiva. El freno en la demanda de empleo responde a un tono general de incertidumbre sobre las perspectivas económicas en un contexto de sobreendeudamiento y agotamiento de estímulos fiscales. Pero no se trata solo de efectos cíclicos, ya que se detectan cambios de carácter estructural que están mermando la tradicional flexibilidad que ha exhibido el mercado de trabajo estadounidense para adaptarse a las más diversas coyunturas.
Con Europa sumida en la recesión y China desacelerándose, la resolución de estos y otros interrogantes que tiene planteada la primera economía mundial (comercio con China, inmobiliario) marcará la evolución no solo de sus asuntos propios sino que será determinante para dejar atrás el periodo de crisis e incertidumbre internacional abierto hace un lustro.
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