Todos conocemos el rol de la moneda como elemento de intercambio para las transacciones económicas.
Percibimos claramente la conveniencia de su estabilidad pero no tenemos plena conciencia racional de la importancia de dicha estabilidad.
Puede que un camino paralelo nos ayude a comprenderlo mejor.
El metro es la unidad de medida o patrón de referencia de todo lo que se comercializa linealmente (telas, cables, correas de cuero, etc.).
Utilizamos el metro de manera natural y espontánea sin sentir desconfianza, duda o resquemor alguno gracias a la simple pero trascendental cualidad de tener absolutamente garantizada su estabilidad, su invariabilidad.
Es que se trata de una unidad de medida fijada a perpetuidad, inalterable e invariable por acuerdo internacional, cuyo patrón original en metal se conserva depositado en la Oficina Internacional de Pesas y Medidas en Sevres, Francia.
Gracias a estas cualidades un metro de tela, de hilo, de cable, de cuero o de cualquier otro producto, representa una cantidad (en longitud) determinada e invariable (un metro) en cualquier parte del mundo y en cualquier momento.
Al igual que el metro-aceptado como patrón de medida o de referencia de longitudes- tenemos también incorporados a nuestra vida cotidiana (con igual carácter de patrones de medida) el litro (un decímetro cúbico) y el kilogramo (peso de un litro o decímetro cúbico de agua) por lo que, tanto el litro como el kilo, son también unidades patrones de medida, inalterables e invariables, de aceptación y de vigencia internacional.
Deberíamos preguntarnos qué sucedería si algún gobierno de turno o corporación mafiosa se arrogara el derecho de incorporar (“inflacionar”) nuevas divisiones intermedias por cada centímetro del metro existente, decretando arbitrariamente que el nuevo espacio comprendido entre las nuevas divisiones seguirá siendo “un Centímetro”.
Si por un instante hiciéramos abstracción -y nos desprendiéramos- de nuestra arraigada (y correcta) concepción de que el metro es una unidad fija, invariable e intocable (al igual que sus múltiplos y sus submúltiplos) y aceptáramos además la condición de estar culturalmente sometidos para aceptar mansamente y sin cuestionamiento alguno la potestad autoritariamente arrogada por el gobernante de turno de alterar la cantidad de divisiones del metro original “agregando una nueva división por cada una existente”, notaríamos que toda nueva compra que hiciéramos utilizando el “nuevo metro resultante” (100 divisiones de las “nuevas”) sería exactamente equivalente a la mitad de lo que antes recibíamos utilizando el antiguo metro patrón.(Un “metro actual” así alterado se vería “devaluado” a la mitad del “anterior metro patrón”).
Fácilmente veríamos que todo “metro” medido con esta nueva regla sería un “metro encogido” en relación con el primitivo, más corto que el patrón original, por lo que en toda compra que realizáramos con el “nuevo metro” estaríamos recibiendo menor longitud “real” (la mitad en este caso) de tela, de hilo, de cable, de correa, de cuero o de lo que fuere que estuviéramos adquiriendo.
Nos resultaría obvio y evidente que quien modifica la escala métrica lo hace con el perverso propósito de quedarse con la diferencia.
Ha sido por esta precisa razón, la de evitar toda trampa o jugarreta, que se convino internacionalmente fijar la unidad “metro” referida al patrón inalterable conservado en Sevres.
Deberíamos preguntarnos también qué sucedería si el gobierno de algún país cualquiera se arrogara el derecho de incorporar a sus “metros nacionales” las líneas intermedias que al gobernante de turno le convinieran y/o le interesaran para “manejar sus políticas internas” según sus gustos, necesidades, antojos y/o patologías.
La respuesta a esta pregunta es bien conocida por todos aquellos pueblos del planeta que han tenido que soportar el autoritarismo de gobiernos absolutistas, despóticos, populistas y corruptos que encuentran en este perverso mecanismo el más fácil y cómodo camino para apropiarse subrepticiamente de parte de la riqueza producida por los ciudadanos para costear (bajo las figuras del “Gasto Público” y/o de las “supuestas Necesidades de Estado”) sus tropelías y desvaríos generalmente camuflados bajo pomposos títulos de revolucionarias reivindicaciones populares.
Nos sentiríamos anonadados (estafados) por resultarnos insuficiente lo que hemos adquirido pese a haber comprado (o creer que hemos comprado) la misma cantidad de “metros” que antes comprábamos.
Comprenderíamos que mediante este sutil e infame artilugio de la “inflación” y la “devaluación” encubierta del metro nos habrían sustraído parte de nuestro poder adquisitivo, es decir, *“inflación” por la emisión o incorporación de divisiones adicionales, esto es, “nuevos centímetros” dentro de la misma escala y “devaluación” porque con las nuevas divisiones incorporadas al metro existente se tendrá como resultado que “con igual cantidad de divisiones” de la nueva escala métrica se obtendrán “longitudes reales” más cortas que las que se obtenían con “igual número de divisiones en la escala del metro original”.
La camisa que nos fabricáramos con esta nueva longitud de tela no alcanzaría para cubrir nuestro cuerpo, resultaría más pequeña, escasa e incompleta, así como también el cinturón de cuero nos resultaría más corto e insuficiente para cerrar sobre nuestra cintura pese a no haber engordado.
Y puesto que hablar de “metros” es también hablar de “kilogramos” (ya que un kilogramo es el equivalente en peso de un decímetro cúbico de agua) resultará que el “nuevo kilogramo” también va a ser equivalente a menor peso o cantidad de producto.
O sea que con el “nuevo kilo” (resultante del “nuevo metro inflacionado por el gobierno”) comeremos mucho menos pan que antes.
Fácilmente notaríamos que no nos alcanza, nos daríamos cuenta rápidamente de que hemos sido estafados y saldríamos a la calle a buscar “la renuncia de los elegidos funcionarios de turno”.
Lamentablemente no hemos llegado aún a tomar plena conciencia de que deberíamos reaccionar de igual manera cada vez que nuestros funcionarios de turno emiten dinero agregando-subrepticiamente- nuevas unidades de moneda a la cantidad o masa monetaria existente que, tal como si incorporaran divisiones en el “metro”, nos reducen arbitrariamente (para sustraernos la diferencia) nuestra capacidad o poder de compra.
Así como lograrían-con el artificioso cambio del “metro”- quedarse para sí con una diferencia longitudinal, así precisamente se valen los gobiernos de turno de este vil artilugio en el orden monetario para despojarnos de una parte de nuestra riqueza y/o de nuestro poder de compra apropiándose indebidamente de lo que nos pertenece como producto de nuestro esfuerzo productivo.
Este mecanismo de expoliación típico de los gobiernos despóticos mesiánicos y/o corruptos que se arrogan la posesión de la verdad y que concentran autoritariamente en sí el poder de decidir a su antojo por sobre la voluntad y opinión de los pueblos que dicen gobernar-avasallando la libertad y derechos soberanos de los ciudadanos- es, lisa y llanamente, “explotación de los pueblos por plusvalía” en un todo de acuerdo con la más pura definición dada por Karl Marx .
(“Parte del producido de cada persona indebidamente apropiado por acción del gobernante de turno en espuria representación del Estado que debe administrar”).
“La moneda cumple un rol equivalente al del metro, el litro o el kilogramo, ya que su función es la de actuar como unidad de referencia para nuestras mediciones y valoraciones económicas y para nuestros intercambios de bienes y servicios”.
Cuando “sentimos” que la moneda utilizada es “estable” la incorporamos automáticamente a nuestras vidas como patrón de referencia, tal como nos sucede con el metro patrón y como nos ha sucedido con el dólar por largos períodos.
De no ser así (moneda inestable) la desechamos rápidamente y salimos a buscar un sustituto que reúna la condición de estabilidad que nos garantice transacciones previsibles de efectos persistentes.
El propósito específico por el cual el gobernante de turno recurre al engañoso artilugio de la emisión monetaria (y su consecuente devaluación) es el tratar de enmascarar su manejo inescrupuloso y dispendioso del Gasto Público para disimular sus efectos y consecuencias, pretendiendo escamotear al conocimiento público sus actos de negligencia y peculado en el ejercicio de la administración pública y así poder continuar con sus desvaríos y prácticas abusivas.
Es esta la manera más vil, artera e hipócrita y a la vez sutil y subrepticia mediante la cual ciertos gobiernos de turno diluyen y esconden sus despilfarros, sus gastos ineficientes, sus dilapidaciones y/o sus inescrupulosas asignaciones de recursos (corrupción incluida), transfiriendo a los sufridos y confiados ciudadanos los costos de sus tropelías.
La práctica de la emisión monetaria, en cualquiera de sus mañosas formas, debería ser tipificada a nivel internacional como uno de los delitos de usurpación y despojo más aberrantes y execrables por la magnitud del daño (expoliación masiva y desestabilización de las economías internas) que encubre.
El pilar esencial de un desarrollo económico armónico es una moneda que -al igual que el “metro”- sea absoluta y perpetuamente estable (patrón), condición únicamente alcanzable con una única cantidad total emitida de moneda, cantidad que deberá ser fija, inflexible, inamovible e inalterable a perpetuidad, a salvo de los manipuleos de los administradores de turno.
Solo así tendrán rigor y validez las evaluaciones y los cálculos económicos aunque varíen nuestras personales valoraciones relativas en razón de nuestros cambiantes deseos, gustos, apreciaciones y/o intereses.
Esto implica que deberá estar expresamente prohibido, por enmienda constitucional, modificar la cantidad total de moneda emitida, fijándose dicha cantidad a perpetuidad y prohibiéndose toda forma de emisión adicional, explícita o encubierta, sea de la misma moneda, moneda complementaria o sustitutos de cualquier otro tipo emitidos con igual perverso propósito.
Sólo podrán sustituirse (esto es reemplazar destruyendo la sustituida) unidades existentes por sus equivalentes en múltiplos o submúltiplos, tal como el sustituir una unidad de cien por dos de cincuenta o por cinco de veinte.
Siendo fija la cantidad total de moneda, todo cambio en los niveles productivos (por variaciones en cantidades y/o calidades y/o por incorporación de nuevos productos) solo inducirán reacomodamientos de los precios incluidos los correspondientes a remuneraciones por trabajo puesto que no importa que “cantidad de dinero” gana una persona sino la “capacidad o poder de compra” que ello le significa.
La convertibilidad con otras monedas será tan libre como lo es el intercambio de mercaderías en una comunidad en la que los ciudadanos deciden en libertad.
(Puede intuirse que, al igual que con el “metro” patrón, poco a poco y tarde o temprano terminará imponiéndose el uso -a nivel mundial- de una única moneda patrón.)
Ningún problema económico podrá ser entonces atribuido a la moneda ya que esta solo cumplirá el rol neutro de patrón de referencia que le corresponde por definición y por su razón de ser.
Su condición de patrón de referencia impedirá las tramposas manipulaciones a que están acostumbrados los inescrupulosos funcionarios de turno ávidos por usar y gastar desenfrenadamente la riqueza del Pueblo, Pueblo que tan solo los ha designado para el específico propósito de administrar -honesta y eficientemente- los presupuestos de los Organismos del Estado, organismos precisamente instituidos para realizar, única y exclusivamente, las prestaciones delegadas en los mismos por voluntad del pueblo soberano tal como el pueblo soberano lo ha establecido en el Reglamento Constitucional Original (cuyo texto y alcance los autoritarios de turno persistentemente insisten en ignorar y en alterar para acomodarlo a sus ambiciones de poder y a las pulsiones de sus pasiones, dependencias dogmáticas y/o patologías.)
Sabemos que los problemas económicos pueden ser la consecuencia resultante de fenómenos naturales (sequías, inundaciones, terremotos, agotamiento de las fuentes de riqueza, etc.) pero más esencialmente son la consecuencia de catastróficas administraciones públicas (desbordes del Gasto Público).
Y cabe enfatizar que es precisamente el Gasto Público la herramienta manipulada por los funcionarios de turno para satisfacer patológicas pulsiones emocionales de enriquecimiento (ilícito) y/o para satisfacer megalomaníacas desmesuras de poder y de gloria mediante la voraz y poco disimulada incautación del ahorro y de la riqueza del pueblo.
El manipuleo arbitrario de la moneda y de la propiedad de las personas son las herramientas básicas para el debilitamiento y sometimiento de un pueblo, armas cuyo uso caracteriza e identifica a cualquier gobierno autoritario que así toma y decide a su gusto y antojo el uso y destino de los bienes producidos por los ciudadanos.
Una moneda garantizadamente estable hará rápidamente evidente todo manipuleo indebido del Gasto Público (gran culpable de la miseria de los pueblos y a través del cual se nutre la corrupción pública) y contribuirá a preservar la riqueza producida por los ciudadanos, evitando su dilapidación por parte de los gobernantes de turno, estimulando la inversión productiva y fomentando el ahorro, fuente y semilla de todas las riquezas, esto es:
(a) El ahorro personal como forma de preservar parte del producido actual para seguridad y consumo futuros,
(b) El ahorro con interés, en el que el ahorro personal es prestado a terceros a cambio de una recompensa por abstenerse de su gasto inmediato para cubrir la necesidad y/o el deseo inmediato de otra persona, y
(c) La inversión, verdadero motor del progreso, mediante el cual se usa el ahorro en emprendimientos de mayor riesgo para proveer nuevos, mayores y/o mejores bienes y servicios a la sociedad a cambio de un mayor beneficio en compensación por estos aportes.
No es posible lograr estabilidad económica, seguridad jurídica y/o progreso amplio y sostenido sin contar con una firme, natural y espontánea estabilidad monetaria, libre de todo manipulación, control y/o regulación.
El camino del progreso y de la riqueza de los pueblos transita por la drástica reducción del artificioso Gasto Público, desmontando las intencionadamente hipertrofiadas estructuras estatales y abortando las desbordadas pretensiones mesiánicas y autoritarias de las arrogantes corporaciones (hoy integradas por la de los Politicastros, la Sindical y la Pseudo Empresaria) enquistadas en el Estado y ferozmente aferradas a sus compulsivos privilegios.
Roberto Fernández Blanco