Mientras Grecia lucha para alcanzar un acuerdo que lo mantenga en la zona euro, el bloque monetario ya se ha abocado al asunto más importante de cómo corregir las fallas que lo llevaron tan cerca de la disolución
En una detallada hoja de ruta presentada el lunes, el presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker, dio su propia respuesta: más “políticas económicas y fiscales efectivas”, para prevenir crisis, y mejores amortiguadores para cuando inevitablemente ocurran recesiones y crisis.
El informe, sin embargo, elude la paradoja en el centro de los problemas de la región, que el propio euro provocó los desequilibrios que llevaron a la crisis y le quitó a los miembros la capacidad de absorber el impacto. Las medidas correctivas que ha adoptado el bloque desde 2010 y las que Juncker propone ahora no resuelven esa paradoja.
Para entender por qué, es necesario repasar lo que significa una unión monetaria. Cuando un país tiene su propia moneda, la inflación, la productividad y las tasas de interés pueden variar de forma considerable respecto de las de sus socios comerciales. Si una inflación más alta o una menor productividad le quitan competitividad, su divisa puede ser ajustada para resolver los déficits comerciales resultantes.
A cambio de los beneficios económicos y políticos de la unión monetaria, los estados miembros pierden esa válvula de escape. Los arquitectos del euro supusieron que, en consecuencia, las economías convergirían, con tasas de inflación, costos laborales y presupuestos en el sur de la región similares a los del norte.
El euro logró la convergencia en un aspecto, que es que el capital fluía a través de las fronteras y las tasas de interés en los países periféricos cayeron a los niveles de las de Alemania. De forma perversa, esta convergencia financiera obstruyó la convergencia económica. El auge crediticio produjo burbujas en el sector de viviendas en Irlanda y España, así como gigantescos déficits fiscales en Grecia y Portugal. Eso elevó los sueldos, pese a que Alemania flexibilizó su mercado laboral, lo que mantuvo los salarios bajo control. La actividad manufacturera en Grecia, Portugal, España e Italia se contrajo y sus economías se hicieron menos diversificadas. Sus déficits comerciales se dispararon conforme el superávit alemán aumentaba.
La convergencia de las tasas de interés también redujo el incentivo de los gobiernos del sur de la zona euro para arreglar sus deficiencias económicas estructurales. Un profundo análisis de los economistas académicos Jesús Fernández-Villaverde, Luis Garicano y Tano Santos señala que las reformas de “mercados laborales rígidos, mercados de productos monopolizados, sistemas educativos fallidos o sistemas impositivos enormemente distorsionadores plagados de evasión fiscal fueron abandonadas o incluso revertidas”.
Los países golpeados por una crisis y una recesión suelen responder con cierta combinación de menores tasas de interés, devaluación de la divisa y estímulo fiscal (tomando préstamos para financiar mayores gastos o recortes de impuestos). El euro descartó las tres opciones: los países en crisis no podían devaluar, apenas podían emitir deuda porque los inversionistas temían que incumplieran sus pagos (lo que no es un problema para los países que imprimen su propia moneda) y no se beneficiaban de las bajas tasas de interés del Banco Central Europeo porque los fondos salían a raudales de sus bancos.
En lugar de eso, todos tuvieron que implementar penosas medidas de austeridad fiscal y una “devaluación interna”, lo que los obligó a reducir sus precios y sueldos para recuperar competitividad frente a Alemania.
Los déficits presupuestarios y comerciales se han reducido desde entonces, pero a costa de profundas recesiones, pese a que Alemania prosperó. “Ahora hay una considerable divergencia a lo largo de la zona euro”, reconoce Juncker. “En algunos países, el desempleo está en mínimos récord, mientras que en otros está en máximos récord”. En pocas palabras, el euro ha logrado lo opuesto de lo que se proponía.
Hay tres potenciales canales para corregir esto. Uno es eliminar el riesgo de cesaciones de pagos de deuda soberana de los mercados financieros. Aquí, ha habido un gran progreso, a través del fondo de rescate del Mecanismo Europeo de Estabilidad y la voluntad del Banco Central Europeo de actuar como prestamista de último recurso. Una medida relacionada es aislar a los bancos de la suerte de sus gobiernos nacionales, mediante, señala Juncker, “una supervisión bancaria única, una resolución bancaria única y un seguro de depósitos único”.
El segundo es una unión fiscal, como en Estados Unidos, que transfiere dinero de estados sólidos a débiles y permite que los déficits se expandan y contraigan con el ciclo de negocios. Juncker propone un Tesoro común que con el tiempo tomaría decisiones presupuestarias que ahora son controladas por los gobiernos nacionales, pero la realidad política dicta que una verdadera unión fiscal sigue siendo un sueño lejano.
El tercer, y más importante, canal es eliminar la brecha de competitividad entre el norte y el sur. Aquí, Juncker recomiendo las reformas que ya están en marcha: “mercados de productos y laborales” más eficientes e “instituciones públicas más fuertes” (es decir, menos burocracia y corrupción). Al llevar los precios y los costos en el sur en línea con los del norte, esto corregirá la brecha de competitividad.
Sin embargo, este es un proceso lento y doloroso que, según reconoce Juncker, “nunca ocurrirá tan rápido como el ajuste de la tasa de cambio”.
La pregunta crucial, entonces, es si los países del sur tolerarán los años de alto desempleo y menores sueldos necesarios para que esto funcione. A los griegos se les agotó la paciencia y eligieron un gobierno que se ha acercado peligrosamente a una ruptura con el euro. Los inversionistas temen que España sea el próximo.
Sin dudas, los escépticos del euro a menudo han desestimado el atractivo político del euro; líderes y votantes en el sur de Europa equiparan la membresía en la moneda común con la membresía en el continente. Eso en última instancia podría resultar ser su salvación, y no la conflictiva lógica económica en su núcleo. WSJ
En una detallada hoja de ruta presentada el lunes, el presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker, dio su propia respuesta: más “políticas económicas y fiscales efectivas”, para prevenir crisis, y mejores amortiguadores para cuando inevitablemente ocurran recesiones y crisis.
El informe, sin embargo, elude la paradoja en el centro de los problemas de la región, que el propio euro provocó los desequilibrios que llevaron a la crisis y le quitó a los miembros la capacidad de absorber el impacto. Las medidas correctivas que ha adoptado el bloque desde 2010 y las que Juncker propone ahora no resuelven esa paradoja.
Para entender por qué, es necesario repasar lo que significa una unión monetaria. Cuando un país tiene su propia moneda, la inflación, la productividad y las tasas de interés pueden variar de forma considerable respecto de las de sus socios comerciales. Si una inflación más alta o una menor productividad le quitan competitividad, su divisa puede ser ajustada para resolver los déficits comerciales resultantes.
A cambio de los beneficios económicos y políticos de la unión monetaria, los estados miembros pierden esa válvula de escape. Los arquitectos del euro supusieron que, en consecuencia, las economías convergirían, con tasas de inflación, costos laborales y presupuestos en el sur de la región similares a los del norte.
El euro logró la convergencia en un aspecto, que es que el capital fluía a través de las fronteras y las tasas de interés en los países periféricos cayeron a los niveles de las de Alemania. De forma perversa, esta convergencia financiera obstruyó la convergencia económica. El auge crediticio produjo burbujas en el sector de viviendas en Irlanda y España, así como gigantescos déficits fiscales en Grecia y Portugal. Eso elevó los sueldos, pese a que Alemania flexibilizó su mercado laboral, lo que mantuvo los salarios bajo control. La actividad manufacturera en Grecia, Portugal, España e Italia se contrajo y sus economías se hicieron menos diversificadas. Sus déficits comerciales se dispararon conforme el superávit alemán aumentaba.
La convergencia de las tasas de interés también redujo el incentivo de los gobiernos del sur de la zona euro para arreglar sus deficiencias económicas estructurales. Un profundo análisis de los economistas académicos Jesús Fernández-Villaverde, Luis Garicano y Tano Santos señala que las reformas de “mercados laborales rígidos, mercados de productos monopolizados, sistemas educativos fallidos o sistemas impositivos enormemente distorsionadores plagados de evasión fiscal fueron abandonadas o incluso revertidas”.
Los países golpeados por una crisis y una recesión suelen responder con cierta combinación de menores tasas de interés, devaluación de la divisa y estímulo fiscal (tomando préstamos para financiar mayores gastos o recortes de impuestos). El euro descartó las tres opciones: los países en crisis no podían devaluar, apenas podían emitir deuda porque los inversionistas temían que incumplieran sus pagos (lo que no es un problema para los países que imprimen su propia moneda) y no se beneficiaban de las bajas tasas de interés del Banco Central Europeo porque los fondos salían a raudales de sus bancos.
En lugar de eso, todos tuvieron que implementar penosas medidas de austeridad fiscal y una “devaluación interna”, lo que los obligó a reducir sus precios y sueldos para recuperar competitividad frente a Alemania.
Los déficits presupuestarios y comerciales se han reducido desde entonces, pero a costa de profundas recesiones, pese a que Alemania prosperó. “Ahora hay una considerable divergencia a lo largo de la zona euro”, reconoce Juncker. “En algunos países, el desempleo está en mínimos récord, mientras que en otros está en máximos récord”. En pocas palabras, el euro ha logrado lo opuesto de lo que se proponía.
Hay tres potenciales canales para corregir esto. Uno es eliminar el riesgo de cesaciones de pagos de deuda soberana de los mercados financieros. Aquí, ha habido un gran progreso, a través del fondo de rescate del Mecanismo Europeo de Estabilidad y la voluntad del Banco Central Europeo de actuar como prestamista de último recurso. Una medida relacionada es aislar a los bancos de la suerte de sus gobiernos nacionales, mediante, señala Juncker, “una supervisión bancaria única, una resolución bancaria única y un seguro de depósitos único”.
El segundo es una unión fiscal, como en Estados Unidos, que transfiere dinero de estados sólidos a débiles y permite que los déficits se expandan y contraigan con el ciclo de negocios. Juncker propone un Tesoro común que con el tiempo tomaría decisiones presupuestarias que ahora son controladas por los gobiernos nacionales, pero la realidad política dicta que una verdadera unión fiscal sigue siendo un sueño lejano.
El tercer, y más importante, canal es eliminar la brecha de competitividad entre el norte y el sur. Aquí, Juncker recomiendo las reformas que ya están en marcha: “mercados de productos y laborales” más eficientes e “instituciones públicas más fuertes” (es decir, menos burocracia y corrupción). Al llevar los precios y los costos en el sur en línea con los del norte, esto corregirá la brecha de competitividad.
Sin embargo, este es un proceso lento y doloroso que, según reconoce Juncker, “nunca ocurrirá tan rápido como el ajuste de la tasa de cambio”.
La pregunta crucial, entonces, es si los países del sur tolerarán los años de alto desempleo y menores sueldos necesarios para que esto funcione. A los griegos se les agotó la paciencia y eligieron un gobierno que se ha acercado peligrosamente a una ruptura con el euro. Los inversionistas temen que España sea el próximo.
Sin dudas, los escépticos del euro a menudo han desestimado el atractivo político del euro; líderes y votantes en el sur de Europa equiparan la membresía en la moneda común con la membresía en el continente. Eso en última instancia podría resultar ser su salvación, y no la conflictiva lógica económica en su núcleo. WSJ