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Podéis bajaros el informe aquí Inmigración: impacto y perspectivas | CaixaBank Research pero os pego la introducción:
La crisis de refugiados ha situado la inmigración en el centro de la agenda política europea. En los últimos eurobarómetros –las encuestas de opinión que lleva a cabo la Comisión Europea–, los ciudadanos sitúan la inmigración a la cabeza de su lista de preocupaciones, por encima del terrorismo y de la situación económica.
El drama humanitario que constituye la ola de refugiados –Europa recibe unas 100.000 solicitudes de asilo por mes– ha desencadenado amplias muestras de solidaridad pero también ha evidenciado serias dificultades en la coordinación de una respuesta efectiva por parte de la Unión Europea (UE). El refuerzo de las fronteras ha permitido reducir las llegadas de solicitantes de asilo a las puertas de Europa, sin embargo, más de un millón de personas continúan esperando una resolución a su solicitud y un destino para rehacer sus vidas. Algunos países, los más atractivos para los inmigrantes, han introducido controles temporales en sus fronteras con otros estados miembros de la UE. En noviembre está previsto que se revisen estas medidas, pero la presión política para mantenerlas será enorme.
Y es que, desafortunadamente, inmigración y amenaza terrorista contribuyen a crear un caldo de cultivo propicio para discursos populistas de cariz, más o menos abiertamente, xenófobo. Hace unos días, el Gobierno de Hungría organizó un referéndum en el que preguntaba «¿Quiere que la UE disponga, sin el consentimiento del parlamento húngaro, sobre el asentamiento de ciudadanos no húngaros en Hungría?». En el Reino Unido, las restricciones a la inmigración eran uno de los puntos principales de los partidarios del brexit. En EE. UU., Donald Trump propone la deportación masiva de inmigrantes ilegales y fuertes barreras a la inmigración. Se trata de discursos fáciles que apelan al miedo al terrorismo y a prejuicios sobre la inmigración derivados, como poco, de una visión parcial de la misma.
Los patrones demográficos aseguran que la inmigración seguirá siendo una cuestión central en Europa más allá de la actual crisis de refugiados. No en vano, Europa necesitará un flujo continuo de inmigrantes si desea paliar los efectos del envejecimiento de la población. Por otra parte, al otro lado de nuestras fronteras están África y Oriente Medio, regiones mucho más pobres y en las que el crecimiento de la población en edad de trabajar y emigrar (entre 15 y 44 años) va a ser el más alto del mundo en las próximas décadas. Por todo ello, resulta esencial mantener un debate sereno en el seno de la UE para trazar una estrategia que permita gestionar una realidad que está aquí para quedarse. Dicho debate, además de tener en cuenta los beneficios que aporta una inmigración ordenada, deberá explorar en profundidad las susceptibilidades que la inmigración genera entre la población autóctona.
En ese sentido, el Dossier de este Informe Mensual contrasta algunas de las percepciones y de los prejuicios en torno al fenómeno migratorio. Por ejemplo, se constata que los ciudadanos tienden a sobreestimar, por mucho, el peso de la población inmigrante en sus sociedades. También tienden a creer que los inmigrantes tienen un efecto negativo sobre las condiciones laborales de los trabajadores nativos, tanto en salarios como en tasas de empleo. La evidencia empírica, sin embargo, no apoya esta conjetura de forma concluyente y sí que confirma, en cambio, que la inmigración favorece la incorporación de la mujer al mercado laboral. Los estudios disponibles también desmienten que la inmigración suponga un coste neto para el erario público: lo que aportan los inmigrantes pagando impuestos tiende a compensar los beneficios que reciben.
Uno de los artículos del Dossier incide en el que seguramente es el aspecto más importante de las políticas de inmigración: las estrategias para la integración de los inmigrantes en el mercado laboral y, en definitiva, en la sociedad que los acoge. Sin duda, una correcta integración es fundamental no solo para una buena convivencia sino para la misma sostenibilidad, social y política, de los flujos migratorios.
Enric Fernández
Economista jefe
La crisis de refugiados ha situado la inmigración en el centro de la agenda política europea. En los últimos eurobarómetros –las encuestas de opinión que lleva a cabo la Comisión Europea–, los ciudadanos sitúan la inmigración a la cabeza de su lista de preocupaciones, por encima del terrorismo y de la situación económica.
El drama humanitario que constituye la ola de refugiados –Europa recibe unas 100.000 solicitudes de asilo por mes– ha desencadenado amplias muestras de solidaridad pero también ha evidenciado serias dificultades en la coordinación de una respuesta efectiva por parte de la Unión Europea (UE). El refuerzo de las fronteras ha permitido reducir las llegadas de solicitantes de asilo a las puertas de Europa, sin embargo, más de un millón de personas continúan esperando una resolución a su solicitud y un destino para rehacer sus vidas. Algunos países, los más atractivos para los inmigrantes, han introducido controles temporales en sus fronteras con otros estados miembros de la UE. En noviembre está previsto que se revisen estas medidas, pero la presión política para mantenerlas será enorme.
Y es que, desafortunadamente, inmigración y amenaza terrorista contribuyen a crear un caldo de cultivo propicio para discursos populistas de cariz, más o menos abiertamente, xenófobo. Hace unos días, el Gobierno de Hungría organizó un referéndum en el que preguntaba «¿Quiere que la UE disponga, sin el consentimiento del parlamento húngaro, sobre el asentamiento de ciudadanos no húngaros en Hungría?». En el Reino Unido, las restricciones a la inmigración eran uno de los puntos principales de los partidarios del brexit. En EE. UU., Donald Trump propone la deportación masiva de inmigrantes ilegales y fuertes barreras a la inmigración. Se trata de discursos fáciles que apelan al miedo al terrorismo y a prejuicios sobre la inmigración derivados, como poco, de una visión parcial de la misma.
Los patrones demográficos aseguran que la inmigración seguirá siendo una cuestión central en Europa más allá de la actual crisis de refugiados. No en vano, Europa necesitará un flujo continuo de inmigrantes si desea paliar los efectos del envejecimiento de la población. Por otra parte, al otro lado de nuestras fronteras están África y Oriente Medio, regiones mucho más pobres y en las que el crecimiento de la población en edad de trabajar y emigrar (entre 15 y 44 años) va a ser el más alto del mundo en las próximas décadas. Por todo ello, resulta esencial mantener un debate sereno en el seno de la UE para trazar una estrategia que permita gestionar una realidad que está aquí para quedarse. Dicho debate, además de tener en cuenta los beneficios que aporta una inmigración ordenada, deberá explorar en profundidad las susceptibilidades que la inmigración genera entre la población autóctona.
En ese sentido, el Dossier de este Informe Mensual contrasta algunas de las percepciones y de los prejuicios en torno al fenómeno migratorio. Por ejemplo, se constata que los ciudadanos tienden a sobreestimar, por mucho, el peso de la población inmigrante en sus sociedades. También tienden a creer que los inmigrantes tienen un efecto negativo sobre las condiciones laborales de los trabajadores nativos, tanto en salarios como en tasas de empleo. La evidencia empírica, sin embargo, no apoya esta conjetura de forma concluyente y sí que confirma, en cambio, que la inmigración favorece la incorporación de la mujer al mercado laboral. Los estudios disponibles también desmienten que la inmigración suponga un coste neto para el erario público: lo que aportan los inmigrantes pagando impuestos tiende a compensar los beneficios que reciben.
Uno de los artículos del Dossier incide en el que seguramente es el aspecto más importante de las políticas de inmigración: las estrategias para la integración de los inmigrantes en el mercado laboral y, en definitiva, en la sociedad que los acoge. Sin duda, una correcta integración es fundamental no solo para una buena convivencia sino para la misma sostenibilidad, social y política, de los flujos migratorios.
Enric Fernández
Economista jefe