Pasaba por aqui
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De esta saldremos, de la próxima no
25 de marzo de 2011
Albert Esteves Castro, editor de Interempresas.
Acabaremos saliendo, mejor o peor, de esta crisis. En algunos sectores ya se empiezan a intuir algunos síntomas que hacen presagiar una recuperación inminente. En otros el encefalograma sigue plano y el remonte tardará todavía algunos meses, si no años, y seguramente será lento e irregular. Pero, en términos generales, terminaremos por subir a flote, más pronto que tarde, habiendo dejado —eso sí— bastantes cadáveres por el camino.
Pero la pregunta es ¿hemos aprendido algo de esta crisis? Me temo que muy poco. Aun en el supuesto de que no vaya a empeorar, habrá sido la crisis más profunda de los últimos ochenta años, con sectores devastados, entidades financieras quebradas, países intervenidos y el propio sistema financiero global al borde del colapso. Razones más que suficientes para que todos, gobiernos, agentes sociales, entidades académicas, instituciones internacionales, se conjuraran para sentar las bases de un nuevo orden económico-productivo, sostenible a largo plazo y con los mecanismos de regulación necesarios para impedir que una coyuntura como la actual pueda volver a reproducirse. Pero no es eso lo que está sucediendo sino justo lo contrario.
No estamos sentando las bases para impedir que una coyuntura como la actual pueda volver a reproducirse
Quienes están marcando las pautas, dando las consignas y ejerciendo, de facto, de dictadores económicos globales son eso que llamamos crípticamente “los mercados”. Detrás de los cuales hay, por supuesto, personas y entidades con nombres, apellidos e intereses muy determinados que no van justamente en la misma dirección que los intereses de la inmensa mayoría de ciudadanos, sean empresarios, autónomos o trabajadores. Todos los gobiernos del planeta están a sus pies. Patronales y sindicatos acatan, entusiastas o resignados, su chantaje. Hemos dejado que sean los pirómanos los encargados de apagar el fuego y, lo que es peor, de elaborar el próximo plan antiincendios. Es lo que tiene endeudarse hasta las trancas, acabas siempre en manos de tus acreedores.
Hay que reformar y regular estrictamente los mercados financieros y no ceder a su chantaje. Los ataques coordinados al euro en 2010, dirigidos contra la deuda de los países más débiles de la moneda única, fueron en gran medida una respuesta a la simple amenaza de regulación de los fondos de alto riesgo o de la introducción de un impuesto sobre los flujos de capitales. Los gobiernos cedieron, aterrados, y ahora estamos donde estamos. Entre otras muchas cosas, a punto de perder de forma definitiva algo tan valioso como las cajas de ahorro —y su obra social— que tan decisivamente han contribuido en el pasado a la financiación de las pequeñas y medianas empresas y al progreso de los territorios donde estaban firmemente arraigadas. Y aquí nadie dice ni pío. Asistimos indiferentes a su fagocitación por la gran banca, que en buena parte será extranjera, y no pasa nada. ¿Nos da lo mismo que la antigua Caja de Lugo, o la de Manresa o la de Murcia acaben en manos de un fondo de Qatar?
La economía financiera, en su versión más especulativa, se impone sobre la economía productiva
La economía financiera, en su versión más especulativa, se impone definitivamente sobre la economía productiva. Los valores que subyacen en una y otra son diametralmente opuestos. Es la economía productiva la que genera puestos de trabajo, la que crea riqueza y la reparte entre muchos; una riqueza fundamentada en el trabajo, en la moderación del riesgo, en el beneficio a largo plazo. Durante generaciones ésta ha sido la base de nuestro progreso. El sistema bancario era un instrumento al servicio de las empresas productivas y hoy son éstas las que se pliegan, como en una versión renovada del sistema feudal, a los designios ineludibles de los mercados financieros.
Acabaremos saliendo de esta crisis. Pero no estamos corrigiendo ninguno de los perversos mecanismos que nos llevaron a ella. Si no lo hacemos, la próxima será mucho peor.
25 de marzo de 2011
Albert Esteves Castro, editor de Interempresas.
Acabaremos saliendo, mejor o peor, de esta crisis. En algunos sectores ya se empiezan a intuir algunos síntomas que hacen presagiar una recuperación inminente. En otros el encefalograma sigue plano y el remonte tardará todavía algunos meses, si no años, y seguramente será lento e irregular. Pero, en términos generales, terminaremos por subir a flote, más pronto que tarde, habiendo dejado —eso sí— bastantes cadáveres por el camino.
Pero la pregunta es ¿hemos aprendido algo de esta crisis? Me temo que muy poco. Aun en el supuesto de que no vaya a empeorar, habrá sido la crisis más profunda de los últimos ochenta años, con sectores devastados, entidades financieras quebradas, países intervenidos y el propio sistema financiero global al borde del colapso. Razones más que suficientes para que todos, gobiernos, agentes sociales, entidades académicas, instituciones internacionales, se conjuraran para sentar las bases de un nuevo orden económico-productivo, sostenible a largo plazo y con los mecanismos de regulación necesarios para impedir que una coyuntura como la actual pueda volver a reproducirse. Pero no es eso lo que está sucediendo sino justo lo contrario.
No estamos sentando las bases para impedir que una coyuntura como la actual pueda volver a reproducirse
Quienes están marcando las pautas, dando las consignas y ejerciendo, de facto, de dictadores económicos globales son eso que llamamos crípticamente “los mercados”. Detrás de los cuales hay, por supuesto, personas y entidades con nombres, apellidos e intereses muy determinados que no van justamente en la misma dirección que los intereses de la inmensa mayoría de ciudadanos, sean empresarios, autónomos o trabajadores. Todos los gobiernos del planeta están a sus pies. Patronales y sindicatos acatan, entusiastas o resignados, su chantaje. Hemos dejado que sean los pirómanos los encargados de apagar el fuego y, lo que es peor, de elaborar el próximo plan antiincendios. Es lo que tiene endeudarse hasta las trancas, acabas siempre en manos de tus acreedores.
Hay que reformar y regular estrictamente los mercados financieros y no ceder a su chantaje. Los ataques coordinados al euro en 2010, dirigidos contra la deuda de los países más débiles de la moneda única, fueron en gran medida una respuesta a la simple amenaza de regulación de los fondos de alto riesgo o de la introducción de un impuesto sobre los flujos de capitales. Los gobiernos cedieron, aterrados, y ahora estamos donde estamos. Entre otras muchas cosas, a punto de perder de forma definitiva algo tan valioso como las cajas de ahorro —y su obra social— que tan decisivamente han contribuido en el pasado a la financiación de las pequeñas y medianas empresas y al progreso de los territorios donde estaban firmemente arraigadas. Y aquí nadie dice ni pío. Asistimos indiferentes a su fagocitación por la gran banca, que en buena parte será extranjera, y no pasa nada. ¿Nos da lo mismo que la antigua Caja de Lugo, o la de Manresa o la de Murcia acaben en manos de un fondo de Qatar?
La economía financiera, en su versión más especulativa, se impone sobre la economía productiva
La economía financiera, en su versión más especulativa, se impone definitivamente sobre la economía productiva. Los valores que subyacen en una y otra son diametralmente opuestos. Es la economía productiva la que genera puestos de trabajo, la que crea riqueza y la reparte entre muchos; una riqueza fundamentada en el trabajo, en la moderación del riesgo, en el beneficio a largo plazo. Durante generaciones ésta ha sido la base de nuestro progreso. El sistema bancario era un instrumento al servicio de las empresas productivas y hoy son éstas las que se pliegan, como en una versión renovada del sistema feudal, a los designios ineludibles de los mercados financieros.
Acabaremos saliendo de esta crisis. Pero no estamos corrigiendo ninguno de los perversos mecanismos que nos llevaron a ella. Si no lo hacemos, la próxima será mucho peor.