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A vueltas con los ratings

Dicen que las apariencias engañas pero también dicen que la cara es el espejo del alma.

Dicen que a quién madruga Dios le ayuda pero también dicen que no por mucho madrugar amanece más temprano.

Dicen que al que no habla dios no lo oye pero también dicen que en boca cerrada no entran moscas.

Dicen, dicen, dicen…. Y mucho se habla últimamente de la agencias de calificación de riesgo, que como en los refranes, está lleno de contradicciones.

Algunos las defienden, como Warren Buffet:

Que las agencias de rating no supieron ver la crisis y que se equivocaron en sus valoraciones es una evidencia, pero ayer en el Congreso de Estados Unidos, el famoso inversor Warren Buffet salió en su defensa: “Se equivocaron como todos”, dijo el llamado oráculo de Omaha, cuya compañía, Berkshire Hathaway, es el mayor accionista de Moody’s. Buffet excusó a las agencias asegurando que la crisis financiera fue fruto de una “mentalidad colectiva de burbuja” que consideraba que los precios no podían desplomarse: “El alza de precios es un narcótico”, admitió el inversor.

pero otro las atacan, como sus propios empleados

Ex analistas de Moody´s confiesan presiones para mejorar los ratings

Entre las palabras más polémicas que han sonado este miércoles ante el comité se encuentran las del ex vicepresidente de la unidad de derivados de la firma, Mark Froeba, que ha asegurado que estaba claro que los banqueros de inversión efectivamente controlaban a los analistas. “Esencialmente, usaron la intimidación para crear una población dócil de analistas temerosos de enojar a los banqueros de inversión y listos para cooperar”, ha afirmado.

Independientemente de quién sea el que tenga la razón (aunque uno tenga sus sospechas) lo que está claro es que en este proceso de “refundación del capitalismo” (notesé la ironía) la reforma de las agencias de calificación crediticia debería ser un elemento fundamental. Es un poco complicado, pero lo que se necesita es un mecanismo efectivo para calificar a los calificadores (y que a su vez no requiera de un mecanismo que califique al calificador, claro).

Todo el mundo reconoce que las agencias de calificación han defraudado a los inversores. Muchos productos financieros vinculados a los prestamos inmobiliarios que Standard & Poor, Moody’s, y Fitch calificaron como seguros durante los años de prosperidad, resultaron ser letalmente peligrosos. Y el problema no se limita únicamente a esos productos financieros, con emisores de otros bonos y obligaciones que eligen y compensan a las empresas que los califican, las agencias siguen teniendo grandes incentivos para recompensarlos con buenas calificaciones. Incluso recientemente hemos comprobado en nuestras carnes como su criterio evaluador afecta profundamente a la capacidad de endeudarse de un estado.

¿Qué se debería hacer? Una opción que se ha propuesto reduciría la importancia de las opiniones de los calificadores. En muchos casos, la importancia de las calificaciones proviene en parte de las exigencias legales que obligan o animan a los inversores institucionales y vehículos de inversión a mantener carteras de valores que han recibido unas valoraciones muy altas de las agencias de renombre.

La decepción respecto al comportamiento de los calificadores y el escepticismo sobre la efectividad de la regulación, han dado lugar que se quiera eliminar la dependencia regulatoria de las calificaciones. Si las calificaciones no están respaldadas por la fuerza de la ley, según este argumento, los reguladores no tendrán que preocuparse de la calidad de las calificaciones y podrán dejar el control de los calificadores en manos del mercado.

Incluso si las calificaciones ya no fueran exigidas o fomentadas por la ley, seguiría existiendo una demanda de calificaciones, así como la necesidad de mejorar su fiabilidad. Muchos inversores no pueden constatar en qué medida el elevado rendimiento de un fondo de renta fija se debe a la asunción de riesgos, y por tanto, puede de ese modo beneficiarse de una calificación de la gestora del fondo. Considerando la experiencia pasada, no podemos confiar en la reputación del mercado para garantizar que esas calificaciones sean fiables.

Otra posibilidad sería liberar el sistema de responsabilidad. Desde esta perspectiva, si los inversores pudieran llevar a los calificadores ante los tribunales, los incentivos de los calificadores mejorarían. Sin embargo, mientras esa vigilancia judicial podría ser efectiva para eliminar algunos casos flagrantes, no podría asegurar que los calificadores hicieran lo correcto cuando no se espera que los tribunales puedan pronunciarse sobre lo que es lo correcto.

No hay, por tanto, algo que pueda sustituir a los incentivos que se dan a los calificadores y que consigan que estos emitan calificaciones lo más correctas posible. Esto se puede lograr, haciendo depender los beneficios de los calificadores, no de satisfacer a los emisores que los eligen, sino de su correcta actuación con los inversores. Si los beneficios de los calificadores dependen de esa actuación, en la precisión de sus calificaciones el ánimo de lucro podría dejar de ser una fuente de incentivos perversa y empezar a proporcionarles incentivos beneficiosos.

Esto que comento se ha presentado en el senado americano y como era de esperar, encontró una fuerte resistencia de las agencias calificadoras dominantes. Standard & Poor argumentó que ese mecanismo proporcionaría a las agencias de calificación crediticia «menos incentivos para competir entre ellas, ser innovadoras, y mejorar sus modelos, criterios y metodologías.»

Pues bien, ese mecanismo reduciría de hecho los incentivos negativos de los calificadores para competir entre ellos con el fin de complacer a los emisores de valores, y para ser innovadores y mejorar para servir mejor a los inversores. Pero fortalecería los incentivos positivos de los calificadores para competir entre ellos al objeto de emitir calificaciones correctas, ser innovadores y mejorar con la finalidad de alcanzar ese objetivo más beneficioso para la sociedad.

Las agencias de calificación han sido y deberían seguir siendo un aspecto importante de los mercados de capitales modernos. Pero para que las calificaciones funcionen, los calificadores tienen que ser calificados.

En Europa andamos con la misma preocupación y la semana pasada Bruselas propuso que su control sea verificado de manera exclusiva por un supervisor europeo, la Autoridad Europea de Mercados y Valores (AEMV), que es una de las futuras cuatro nuevas instituciones previstas en la reforma del sistema financiero de la UE. La nueva autoridad controlará a las tres grandes agencias que realizan esta actividad, Fitch, Moody’s y Standard and Poor’s, así como a sus filiales europeas. Aunque viendo lo rápidos que somos en el viejo continente para estas cosas, igual lo arreglamos en la siguiente crisis.

Por tanto, para abrir el tema de debate de hoy ¿Que grado de culpabilidad asignáis a las agencias de calificación? ¿Debería haber un mayor control sobre ellas o será el mercado el que las controle?

Carlos Lopez

Redactor de Euribor.com.es. Escribiendo desde el 2006 sobre el Euribor, economía, finanzas, bolsa, hipotecas y ahorro

Ver comentarios

  • Los especuladores del mercado financiero podrían desbaratar las ganancias obtenidas de los duros recortes presupuestarios y otras medidas de austeridad griegas, que han perjudicado principalmente a los trabajadores, dijo el lunes el ministro de Trabajo de Grecia. Andreas Loverdos, en un discurso a la Organización Internacional del Trabajo (OIT) en Ginebra

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  • El ex ministro de Economía y Hacienda (1985-1993), Carlos Solchaga, indicó hoy que no hay razón para pensar “particularmente” preocupados por los niveles de endeudamiento de España. A su juicio, las previsiones del Gobierno que estiman que el déficit se mantendrá por debajo del 6% el próximo año supondrán “un esfuerzo de caballo”. En ese sentido, Solchaga matizó que es necesario que España reduzca el déficit "rápidamente" por debajo del 3% aunque considera que “no es que no sea manejable”.

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  • UN FACHA DE SIETE AÑOS
    por Arturo Pérez-Reverte
    EL SEMANAL,

    Me interpela un lector algo –o muy– dolido porque de vez en cuando aludo a España como este país de mierda. El citado lector, que sin duda tiene un sentimiento patriótico susceptible y no mucha agudeza leyendo entre líneas, pero está en su derecho, considera que me paso varios pueblos y una gasolinera. Le extraña, por otra parte, y me lo comunica con acidez, que alguien que, como el arriba firmante, ha escrito algunas novelas con trasfondo histórico, y que además parece complacerse en recuperar episodios olvidados de nuestra Historia en esta misma página, sea tan brutal a la hora de referirse a la tierra y a los individuos que de una u otra forma, le gusten o no, son su patria y sus compatriotas.
    La verdad es que podría, perfectamente, escaquearme diciendo que cada cual tiene perfecto derecho a hablar con dureza de aquello que ama, precisamente porque lo ama. Y cuando abro un libro de Historia y observo ciertos atroces paralelismos con la España de hoy, o con la de siempre, y comprendo mejor lo que fuimos y lo que somos, me duelen las asaduras. Aunque, la verdad, ya ni siquiera duelen Al menos no como antes, cuando creía que la estupidez, la incultura, la insolidaridad, la ancestral mala baba que nos gastamos aquí, tenían arreglo.
    La edad y las canas ponen las cosas en su sitio: ahora sé que esto no lo arregla nadie.
    España es uno de los países más afortunados del mundo, y al mismo tiempo el más estúpido. Aquí vivimos como en ningún otro lugar de Europa, y la prueba es que los guiris saben dónde calentarse los huesos. Lo tenemos todo, pero nos gusta reventarlo. Hablo de ustedes y de mí. Nuestra envilecida y analfabeta clase política, nuestros caciques territoriales, nuestros obispos siniestros, nuestra infame educación, nuestras ministras idiotas del miembro y de la miembra, son reflejo de la sociedad que los elige, los aplaude, los disfruta y los soporta. Y parece mentira.
    ¡Con la de gente que hemos fusilado aquí a lo largo de nuestra historia, y siempre fue a la gente equivocada! A los infelices pillados en medio. Quizá porque quienes fusilan, da igual en qué bando estén, siempre son los mismos.
    Pero me estoy metiendo en jardines complejos, oigan. El que quiera tener su opinión sobre todo eso, acertada o no, pero suya y no de otros, que lea y mire. Y si no, que se conforme con Operación Triunfo, con Corazón Rosa o con Operación Top Model, o como se llamen, y le vayan dando.
    Cada cual tiene lo que, en fin, etcétera. Ya saben. Por mi parte, como todavía me permiten y pagan este folio y medio de terapia personal cada semana –es higiénico poder morir matando–, me reafirmo un día más en lo de país de mierda.
    Y lo voy a justificar hoy, miren por donde, con una bonita anésdota anesdótica. Una de tantas.
    Verán. Un niño de siete años, sobrino de un amigo mío, observando hace poco que varios de sus amigos llevaban camisetas de manga corta con banderas de varios países, la norteamericana y la de Brasil entre ellas –algo que por lo visto está de moda–, le pidió al tío de regalo una camiseta con la bandera española. «Van a flipar mis amigos, tito», dijo el infeliz del crío.
    Según cuenta mi amigo, el sobrinete bajó al parque como una flecha, orgulloso de su prenda, con la ilusión que en esas cosas sólo puede poner una criatura. A los diez minutos subió descompuesto, avergonzado, a cambiarse de ropa. El tío fue a verlo a su habitación, y allí estaba el chiquillo, al filo de las lágrimas y con la camiseta arrugada en un rincón. «Me han dicho que si soy facha o qué», fue el comentario.
    ¡Siete años!, señoras y caballeros. La criatura. Y no en el País Vasco, ni en Cataluña, ni en Galicia. ¡En la Manga del Mar Menor! provincia de Murcia.
    Casualmente, y sólo una semana después de que me contaran esa edificante historia infantil, otro amigo, Carlos, gerente de un importante club náutico de la zona, me confiaba que ya no encarga polos deportivos para sus regatistas con el tradicional filetillo de la bandera española en las mangas y en el cuello. «En las competiciones con clubs de otras autonomías –explicó– están mal vistos.»
    Dirán algunos que, tal y como anda el asunto, podríamos mandar a tomar por saco ese viejo trapo (nuestra bandera) y hacer uno distinto.
    Al fin y al cabo sólo existe desde hace dos siglos y medio. Podríamos encargarle una bandera nueva, más actual, a Mariscal, a Alberto Corazón, a Victorio o a Lucchino. O a todos juntos. Pero es que iba a dar igual. Tendríamos las mismas aunque pusiéramos una de color rosa con un mechero Bic, un arpa y la niña de los Simpson en el centro; y en las carreteras, el borreguito de Norit en vez del toro de Osborne.
    El problema no es la bandera, ni el toro, sino la puta que nos parió.
    A todos nosotros.
    A los ciudadanos de este país de mi.e.rda.

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  • El ex ministro de Economía y Hacienda, Miguel Boyer, reconoció hoy que el ajuste de la economía española es inevitable. “No hay más remedio que hacer un ajuste”, expresó Boyer durante su intervención en un curso organizado por la Universidad Menéndez Pelayo y la Asociación de Periodistas de Información Económica (Apie) en Santander. Boyer indicó además que, a su juicio, el pesimismo que pesa sobre España es “asombroso”. “Muchos expertos nos condenan, en vez de salvarnos”. "No veo porque no vayamos a superar esta situación", aseveró.

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  • En un nuevo tono optimista, el presidente Barack Obama prometió el lunes que las "cosas volverán a la normalidad" en las costas del Golfo de México y el mar quedará mejor que antes del catastrófico derrame petrolero de BP

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  • Las autoridades ordenaron el lunes la "intervención a puertas cerradas" del banco privado Federal por presentar una "grave situación financiera", mientras el propietario de la institución denunció que la medida responde a una represalia debido a que es accionista del canal de noticias Globovisión, única televisora crítica del gobierno

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  • Al comienzo de la crisis, el Gobierno vio en la agencia estatal una tabla de salvación para la fluidez del crédito. Su rating 'AAA' permitía que obtuviera una financiación barata y casi ilimitada. Así, en colaboración con la banca privada, podía inyectar liquidez en una economía a la que la crisis había cogido por sorpresa con un nivel de endeudamiento insostenible. Sólo en 2009, el ICO tenía casi 40.000 millones para repartir a empresas y autónomos a través de una multitud de líneas de mediación, cada una con su propio objetivo. El resultado estuvo lejos del esperado, la mitad de los fondos no se utilizaron y hubo una gran disparidad entre el éxito de unos y otros productos.

    En este escenario y con el reto de ser uno de los financiadores de la Ley de Economía Sostenible, el Gobierno decidió crear un nuevo intermediario: el facilitador financiero. Su misión no era otra que reestudiar las operaciones rechazadas por las entidades. Además, con el cambio en la presidencia (José María Ayala relevó a Aurelio Martínez) también se plantearon cambios en las líneas. Y así se redujeron en número y se simplificaron las condiciones, pero manteniendo el mecanismo. Tampoco dio resultado.

    Por ello, el Gobierno pensó que la solución podía ser separar al ICO de bancos y cajas. Es decir, dejar de compartir riesgos. Esta vez el Ejecutivo no se quedó solo y su propuesta fue una de las pocas que salieron adelante en los llamados Pactos de Zurbano. Algunos auguran que esta enésima reinvención será otro fracaso puesto que las entidades tienen liquidez de sobra para dar créditos y, si no lo hacen, es porque no encuentran prestatarios solventes. Entonces, ¿cuál sería el nuevo papel del ICO? ¿Asumir riesgos de más o robar clientela a bancos y cajas? Otros son más optimistas, sí esperan que pymes y autónomos empiecen a notar esa liquidez que tanto reclaman.

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  • Las Cajas Rurales han dado un nuevo paso en la creación de una macro alianza en el sector con la constitución del Grupo Cooperativo Cajas Rurales del Mediterráneo (CRM), que liderará uno de los dos grandes Sistemas Institucionales de Protección (SIP) de éstas que posteriormente se unificarán. Las 72 cajas rurales pertenecientes al Grupo Caja Rural ultiman esta alianza con el fin de cerrarla en próximas semanas, como quiere el Banco de España

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