Imaginemos una sociedad en la que se premia a los grandes cerebros. Cada vez se les premia más y antes. Es tal el cuidado que se tiene por ellos que incluso se ven recompensados sin necesidad de que hayan hecho algo útil por la sociedad, ya que hay que mimarlos con sumo cuidado. Son gente muy valiosa, no hay que quemarla.
Se podría llegar al paradójico caso de que dicho mimo hiciese que la sociedad no pudiese beneficiarse de las grandes ideas que tienen consiguiendo el resultado inverso al buscado, no se progresa porque los únicos que pueden ayudar en ello están recluídos.
Esto es exactamente lo que está ocurriendo ahora y lo contaban perfectamente el otro día en Techcrunch (uno de los blogs tecnológicos más leídos del mundo):
Tras haber sido ejecutivo técnico durante muchos años, necesitaba tomarme un descanso, y quería contribuir con la sociedad. La decana de ingeniería de la Universidad Duke, Kristina Jonson, me dio una amplia charla sobre cómo el Master en Gestión de empresas de Ingeniería (programa Masters of Engineering Management), impartido por la escuela, creaba grandes ingenieros y sobre cómo los ingenieros solucionan los problemas del mundo. Me dijo que podía hacer algo importante enseñándoles a los estudiantes de ingeniería sobre el mundo real, y animándoles a ser emprendedores. Me emocioné tanto que me uní a la universidad sin ni siquiera pedir un salario decente. Esto sucedió en 2005.
Me sorprendí, y me sentí decepcionado al mismo tiempo, cuando descubrí que la mayoría de mis estudiantes se convertían en banqueros o consultores de administración cuando se graduaban. Casi ninguno se dedicó a la ingeniería. ¿Porqué lo iban a hacer, cuando tenían grandes préstamos personales para estudiantes y Goldman Sachs les ofrecía el doble de lo que les ofrecían las empresas de ingeniería?