Y a pesar de eso me sigue llamando la atención cómo nos metemos en ese modelo económico por factores que nos vienen impuestos por las circunstancias de la sociedad en la que somos culpables y víctimas a la vez. Pongo un ejemplo que creo todos hemos vivido los últimos años: el televisor. Sí, un aparato del que ya pocos recuerdan que era en blanco y negro, sin mando a distancia y en el que lo que se emitía estaba limitado a un rato al mediodía y luego unas horas en la tarde-noche, y eso en el primer canal, que el segundo –que en muchos sitios no se podía ver- sólo emitía por la noche. Pero fue mejorando, tanto la calidad de la imagen como la oferta de canales gracias a la ruptura del monopolio de RTVE. El caso es que hace una década el panorama televisivo ofrecía un servicio de entretenimiento gratuito al gran público que hubiera sido casi impensable hace 2. Pero llegó la TDT.
Por un lado las televisiones públicas –estatal, autonómicas y municipales- no aprovecharon la ocasión de desaparecer o reducirse hasta instrumentos de difusión cultural sino que gastaron el dinero de los contribuyentes en las nuevas inversiones que el cambio tecnológico suponía. Por otro, nacieron nuevas televisiones privadas y las ya existentes ampliaron su oferta de canales, es decir, todos invirtieron más en un mercado limitado ya que el número de televidentes no ha variado en los últimos años, tanto por el estancamiento demográfico como por el auge de internet, medio en el que incluso cadenas de TV permiten visionar sus programas. No sólo las empresas gastaron más, los consumidores también ya que todos tuvimos que comprar o bien un sintonizador de TDT o bien un nuevo aparato preparado para ello. A todo esto la tecnología del televisor también avanzó rápidamente y de la pantalla tradicional de rayos catódicos se pasó a la pantalla de cristal líquido y de ésta al LED. Esto ha implicado muchos euros por familia de media y en algunos casos con gastos superfluos porque no toda la tecnología apareció a la vez y por ejemplo, con los primeros sintonizadores de TDT no se pueden ver los canales en alta definición.
Resumiendo, mismos televidentes y mucho mayor gasto. En el caso del consumidor ha habido parte de obligación y parte de capricho y a cambio ahora tiene más oferta televisiva con mejor calidad de imagen y sonido. Eso sí, si nos atenemos a los datos de audiencia, todo este proceso ha servido para que el gran público siga viendo los mismos programas y las mismas cadenas que antes de la TDT, siendo minoritaria la audiencia de las nacidas los últimos años. En cuanto a las empresas, todo lo ha financiado la deuda y la publicidad, excepto en el caso de TVE que justo en lo peor de la crisis renunció a este último ingreso. La deuda sólo se pagará si aumenta la audiencia en un mercado en el que hay los mismos televidentes, con lo que se han impuesto dos corrientes: agresividad entre las cadenas (por ejemplo, prohibiendo la emisión de imágenes de Antena3 en la Sexta) e intentos de concentración (que sólo han funcionado –de momento no positivamente– entre Cuatro y Telecinco). La publicidad, limitada por unas leyes que prohíben un exceso de anuncios, tampoco puede crecer mucho más; además la publicidad es rentable cuando hay un alto consumo con lo que vuelve a centrarse en el ciudadano la responsabilidad de gastar más si quiere mantener la oferta televisiva.
Si no tenemos en cuenta factores ideológicos que empujan al control de medios a pesar de su falta de rentabilidad, este proceso ha llevado a situaciones absurdas como que por ejemplo cadenas en pérdidas como la Sexta saquen dos canales más o que Telecinco controle hasta 6 canales que necesariamente se hacen la competencia entre ellos o que Antena3 no permita hacer zapping entre sus programas porque en los 4 que controla hacen los mismos anuncios al mismo tiempo o que no paren de repetirse una y otra vez espacios que ni siquiera tuvieron éxito cuando se estrenaron. Económicamente es un disparate, y aún así siguen apareciendo nuevos canales. Y eso sin contar los de pago. En el fondo es un problema similar al inmobiliario: ni las casas ni las emisiones –otra cosa son las producciones- se pueden exportar, o las consumimos aquí o traemos a inmigrantes para que las rentabilicen pero mientras no aumentemos demográficamente, lo más lógico es dejar de construir… o perder dinero.
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P.Krugman:
En los tiempos que corren, los estadounidenses no paran de oír sermones sobre la necesidad de reducir el déficit presupuestario. Esa obsesión en sí misma es el reflejo de unas prioridades distorsionadas, ya que nuestra preocupación inmediata debería ser la creación de empleo. Pero supongamos que nos limitamos a hablar del déficit, y preguntamos: ¿qué ha sido del superávit presupuestario que el Gobierno federal tenía en 2000?
La respuesta es que tres cosas principalmente. La primera fueron las bajadas de impuestos de Bush, que añadieron unos dos billones de dólares a la deuda nacional durante la década pasada. La segunda, las guerras de Irak y Afganistán, que sumaron alrededor de 1,1 billones de dólares más. Y la tercera fue la Gran Recesión, que provocó un desplome de los ingresos y un repunte del gasto en prestaciones por desempleo y otros programas de la Seguridad Social.
¿Y quién es responsable de estos destrozos presupuestarios? La gente de la calle, no.
El presidente George W. Bush bajó los impuestos por la ideología de su partido, no en respuesta a una oleada de exigencias populares (y el grueso de los recortes fue para una minoría pequeña y adinerada).
De manera similar, Bush decidió invadir Irak porque era algo que él y sus asesores querían hacer, no porque los estadounidenses estuviesen reclamando a gritos una guerra contra un régimen que no había tenido nada que ver con el 11-S. De hecho, hizo falta una campaña publicitaria tremendamente engañosa para convencer a los estadounidenses de que apoyasen la invasión, y aun así, el electorado nunca respaldó la guerra con las mismas ganas que la élite política y entendida de EE UU.
Por último, la Gran Recesión la provocó un sector financiero fuera de control, envalentonado por una liberalización imprudente. ¿Y quién fue responsable de esa liberalización? Pues fue gente de Washington con mucho poder y con vínculos estrechos con el sector financiero. Permítanme que exprese públicamente mi especial gratitud a Alan Greenspan, que desempeñó un papel importante tanto en la liberalización financiera como en la aprobación de las bajadas de impuestos de Bush (y que, naturalmente, ahora es uno de los que nos amenazan con el déficit).
De modo que fueron los desaciertos de la élite, y no la avaricia de la gente de a pie, los que causaron el déficit de EE UU. Y en líneas generales, lo mismo podría decirse de la crisis europea.
Pues yo tenía un televisor sin TDT. Cuando se dejó de emitir en analógico dejé de ver la tele.
Y estoy tremendamente satisfecho de haberlo hecho. Una liberación.
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