A) Su nivel de compromiso
B) La intención que tiene.
Me explico: el nivel de compromiso es necesario porque no sólo es importante el dinero que se va a utilizar, aún lo es más conocer el tiempo que pretende dedicar. Ese puede ser el factor que determine el tipo de operativa (si de corto o medio plazo) y los productos (contado, futuros, cfds…) que más le convienen. No debemos olvidar que con la volatilidad actual, incluso un inversor bursátil esporádico, puede arriesgar en unas horas el sueldo de todo el mes…y eso son muchos madrugones.
Y cuando me refiero a la intención, intento saber si la persona que se quiere meter en el mundo de la bolsa tiene como principal objetivo ganar la mayor cantidad de dinero posible o distraerse. Y aunque la respuesta parece muy obvia no lo es; este factor es clave porque hay quien disfruta más llevando razón que ganando dinero, o comprando y vendiendo por entretenimiento; hay quien acaba considerando que le falta algo y se aburre cuando no está invertido en algo. En este punto un posible buen inversor se puede convertir en un adicto que opera en exceso y por lo tanto comete más errores. El análisis fundamental, el técnico, las pautas estacionales…ninguna de estas herramientas servirá si no tenemos disciplina psicológica. Y en eso entran muchos factores, por ejemplo algo tan básico como el alcohol o cualquier tipo de drogas, igual que influyen mucho en nuestro riesgo conduciendo, también inciden en la operativa, sobre todo si es de trading rápido. A mi me ha pasado que por un dolor de muelas tomé unos días amoxicilina y en ese momento no me di cuenta pero repasando a fin de mes mis operaciones comprobé que esos días había arriesgado más y en productos que no suelo utilizar.
Si se tiene claro que lo que se busca es rentabilidad, entonces se puede ser objetivo y comprar si la tendencia es alcista aunque tu opinión sea bajista: sólo se comprará o venderá cuando haya altas posibilidades de obtener un beneficio, seremos menos impulsivos y eso se traducirá en menos y mejores operaciones porque el primar el dinero sobre los sentimientos permitirá poder cortar las pérdidas y dejar correr las ganancias. Como he dicho muchas veces la clave está no en acertar más, sino en ganar más cuando se gana que lo que se pierde cuando se pierde. El método de inversión del idolatrado Warren Buffet, de comprar “un buen valor” y olvidarse, no es posible para un individuo normal ya que sólo un multimillonario de su edad puede permitirse algo así, el resto no, y si vemos un gráfico del Nikkei o de Bank of Ireland o de Colonial o de Kodak es fácil entender por qué.
Teniendo esto claro ya se puede hablar de métodos de inversión o de productos y aprovecho para explicar algo sobre los futuros: son un producto de riesgo porque al permitir con poco capital un apalancamiento muy grande (con 9 mil euros puedes comprar un futuro del Ibex que es el equivalente –a un precio de 9 mil- a invertir 90 mil euros) las pérdidas pueden ser enormes (un -1% se convierte en un -9%) pero también es cierto que gracias a ello se pueden tomar posiciones más controladas que las de contado. El riesgo lo pone la forma de utilizarlos, no el producto en sí. A nivel operativo, los futuros ofrecen otras posibilidades que pueden traducirse en un menor riesgo como las operaciones muy rápidas -que sólo pueden ser rentables gracias al apalancamiento que los futuros permiten- o la facilidad para la operativa basada en diferenciales, que pueden dar un buen beneficio con un riesgo menor. Por ejemplo, comprar BBVA y vender Santander o comprar oro y vender plata…de hecho este año grandes inversores que han ganado mucho dinero con el diferencial entre el petróleo Brent y el de Texas sin tener que preocuparse de si el crudo subía o bajaba. En general, no hay mayor riesgo –si excluimos la quiebra del valor en el que operemos- que el direccional: que compres y baje o que vendas y suba, por eso no se deben excluir otras opciones. Los futuros tienen muy mala fama porque se les considera responsables de la alta volatilidad. No es cierto, antes de existir ya se movían mucho las cotizaciones tanto de la bolsa como del crudo como de la plata y segundo, productos sin posibilidad de cobertura en futuros como las cebollas son mucho más volátiles. Lo que sí producen es grandes desastres económicos a los que no ejecutan los stop-loss pero como ya dije es cuestión de la persona, no del producto. Además, los futuros sobre deuda pública, ayudan a dar liquidez a ese mercado, tan necesario para los países y pueden ser utilizados incluso como derivados para cubrir catástrofes climatológicas.
Por último, volviendo al tema de la actitud, hay que ser humildes con las ganancias –la suerte siempre es un factor- y asumir las pérdidas con resignación, sin echar las culpas a otro que no sea uno mismo. A día de hoy todos sabemos que en los mercados estamos comprando o vendiendo a otros que probablemente tengan más dinero y mejor información y herramientas que nosotros y esas son las reglas que hay…si crees que hay trampa en este desajuste entre unos pocos y el resto, quizás deberías seguir el consejo de François Mauriac que dijo una vez “No siento el menor deseo de jugar en un mundo en el que todos hacen trampa”
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A través de un sinuoso recorrido por Internet –Paul Krugman, de la Universidad de Princeton, citó a Mark Thoma, de la Universidad de Oregon, en su lectura del Journal of Economic Perspectives– llegué a una copia de un artículo escrito por Emmanuel Saez, cuya oficina está a 15 metros de la mía sobre el mismo corredor, y el premio Nobel de Economía Peter Diamond. Saez y Diamond proponen que la tasa impositiva marginal que las sociedades del Atlántico Norte deben imponer a sus ciudadanos más ricos es del 70%.
Es una afirmación fascinante, dada la manía de recortes impositivos que ha prevalecido en esas sociedades durante los últimos 30 años, pero la lógica de Diamond y Saez es clara. Los superricos controlan y disponen de tantos recursos que realmente están saciados, aumentar o disminuir su riqueza no afecta su felicidad. Por lo tanto, sin importar cómo ponderemos su felicidad en relación a la de los demás –ya sea que los consideramos loables industriales que merecen sus encumbradas posiciones, o como ladrones parásitos– sencillamente no podemos hacer nada que la afecte a través de aumentos o disminuciones de sus impuestos.
La consecuencia inevitable de este argumento es que cuando calculamos la tasa impositiva para los superricos no debemos considerar el efecto de sus variaciones sobre su felicidad, ya que sabemos que es cero. Por el contrario, la pregunta central debe ser el efecto de un cambio en sus tasas impositivas sobre el bienestar del resto de nosotros.
De esta simple concatenación lógica deriva como conclusión nuestra obligación moral de gravar a nuestros superricos en la cima de la curva de Laffer: cobrarles impuestos para obtener la mayor cantidad de su dinero posible, hasta llegar al punto más allá del cual su reasignación de energía y talento para evitar impuestos y protegerse implicaría que cualquier gravamen adicional no elevaría sino reduciría los ingresos.
La lógica económica utilitarista es clara. Sin embargo, probablemente más de la mitad de nosotros rechacemos la conclusión alcanzada por Diamond y Saez. Creemos que es incorrecto gravar a nuestros superricos, exprimiéndolos como a frutos maduros hasta el punto en que más impuestos solo nos dejarían con menos semillas. Y pensamos así por dos motivos, ambos planteados hace más de dos siglos por Adam Smith –no en su obra más famosa, La riqueza de las naciones, sino en un libro mucho menos comentado, La teoría de los sentimientos morales.
El primer motivo corresponde a quienes viven de rentas. Según Smith,
«Alguien ajeno a la naturaleza humana, quien viese la indiferencia de los hombres a la miseria de sus subordinados y la forma en que se lamentan e indignan por las desgracias y sufrimientos de sus superiores, podría imaginar que el dolor debe ser más atroz y las convulsiones de la muerte más terribles para las personas de mayor rango que para los de puestos más mediocres...»
Pensamos así, cree Smith, porque simpatizamos naturalmente con los demás (si escribiese hoy, seguramente recurriría a los «neutrones espejo»). Y cuanto más agradables son nuestros pensamientos sobre las personas o los grupos, más tendemos a simpatizar con ellos. Que el estilo de vida de los ricos y famosos «parezca casi la idea abstracta de una situación perfecta y feliz» nos lleva a «lamentar [...] que algo pueda echar a perder y corromper una situación tan agradable! Hasta podríamos desearles la inmortalidad...».
El segundo motivo se aplica a los ricos trabajadores, personas del tipo que
«se dedica siempre a perseguir riqueza y grandeza [...] Con la diligencia más implacable trabaja día y noche [...] sirve a quienes odia y es obsequioso con quienes desprecia [... E]n los últimos instantes de vida, con su cuerpo desgastado por el esfuerzo y las enfermedades, su mente amargada y alterada por la memoria de mil injurias y desilusiones [...] finalmente comienza a descubrir que la riqueza y la grandeza son meras baratijas de nimia utilidad [...] El poder y riquezas [...] alejan el chubasco de verano, no la tormenta de invierno, y lo dejan tan expuesto como antes, y a veces más aún, a la ansiedad, el miedo y el dolor; a las enfermedades, el peligro y la muerte...».
En resumen: por un lado, no deseamos interrumpir la felicidad perfecta del estilo de vida de los ricos y famosos; por otra parte, no queremos sumar problemas a los de quienes han agotado su posesión más preciosa –su tiempo y energía– en perseguir chucherías. Los dos argumentos no guardan coherencia, pero eso no importa. Ambos inciden sobre nuestra forma de pensar.
A diferencia de los actuales economistas especializados en finanzas públicas, Smith entendía que no somos calculadores racionales utilitarios. Ciertamente, ese es el motivo de nuestro desastroso desempeño colectivo hasta el momento, que hemos presenciado durante la última generación con relación al enorme aumento de la desigualdad entre la clase media industrial y los superricos plutocráticos.
J. Bradford DeLong, ex secretario adjunto del Tesoro de los EE. UU., es profesor de Economía en la Universidad de California en Berkeley, e investigador asociado en la Oficina Nacional de Investigaciones Económicas.
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¿Quién es demasiado grande para quebrar? http://dlvr.it/yr0RC
Con o sin crisis, el rito del puente se mantiene vivo. Nunca ha logrado alterarlo ninguna de las llamadas a la racionalidad que vienen proliferando, últimamente más. El debate sobre las ventajas e inconvenientes de tan asentada costumbre no es nuevo, pero sí parece haberse revitalizado algo desde que las cosas van mal. A un lado, se defiende como una especie de derecho natural al ocio. Al otro, se patrocina trasladar todas las jornadas festivas a lunes o viernes, siguiendo el ejemplo de la mayoría de países más desarrollados. Al menos una vez, esta idea estuvo a punto de prosperar, pero acabó frustrada por la presión de la jerarquía católica, con la relativa concurrencia de los sindicatos argumentando que variar el sistema lesionaba los derechos de los trabajadores.
Este año en particular, los próximos siete días van a ser un ejemplo extremo de lo que comporta mantener jornadas festivas entre semana: prácticamente se puede dar por inhábil en su totalidad. Lunes, miércoles y viernes serán teóricamente laborables, pero ¿alguien va a trabajar siquiera dos? Todo, a menos de quince días de que lleguen las libranzas navideñas, que ralentizarán la actividad -basta ver el calendario- desde el 23 de diciembre al 9 de enero.
Los efectos derivados son conocidos y fáciles de describir. En primer término, en cada empresa o lugar de trabajo se plantea la discriminación entre quienes deben trabajar y los que no. Entre los primeros suele haber más base que jerarquía: abundan los jefes que acaban descansando todos los días, haciendo del puente un extenso acueducto, sin ninguna concesión a la ejemplaridad.
Un segundo efecto es la disparidad. Esta suerte de mini-vacaciones no se organiza del mismo modo en todas partes. No resulta sencillo, por tanto, saber de antemano quiénes ni dónde van a mantenerse activos… o no. Algo que es bueno recordar tienen notables implicaciones en una dinámica productiva cada vez más interrelacionada y global.
Un tercer efecto, en cambio, tiene carácter beneficioso para un sector: todo lo relacionado con el turismo, el ocio y la vacación. Las previsiones apuntan a millones de desplazamientos, con altos índices de ocupación en aviones, trenes, hoteles, restaurantes y demás. No puede extrañar, por tanto, que ahí resida una porción de partidarios de preservar el sistema actual, aunque no acabe de estar claro cuán importante sería el perjuicio si se sustituyera por extender el fin de semana a lunes o viernes, en vez de puentear.
La cuestión central es si a una economía como la española, tan urgida de ganar eficiencia, productividad y por tanto capacidad competitiva, le vendría bien o mal introducir un poco de racionalidad en el calendario festivo. Empezar por debatirlo seriamente no puede perjudicar.
Avatares del matrimonio Merkozy http://dlvr.it/ywQJN
El BCE se reúne en un contexto cada vez más tenso para la €zona http://dlvr.it/ywCbJ
Los procesos concursales continúan en aumento. De enero a noviembre se han registrado un total de 5.591 en España, un 13 por 100 más que el mismo periodo del pasado año. Además, la cifra supera los 5.407 concursos con los que se cerró el año 2010, como refleja el Estudio sobre Evolución Mensual de Concursos publicado por Informa D&B.
En cuanto a noviembre, la cifra ha supuesto un pequeño alivio ya que los 603 contabilizados son un 1 por 100 menos que el mismo mes en 2010, aunque se trata del tercer mes este año en el que se supera la cifra de 600.
Por comunidades, Cataluña es la que tiene más concursos en el acumulado de estos once meses, 1.237 procesos, el 22 por 100 del total, y también en el mes de noviembre, con 155. Por otro lado, de enero a noviembre los datos de concursos solo descienden en dos comunidades: Asturias y Navarra, ambas el 6 por 100. Los mayores aumentos en valor absoluto los experimentan Andalucía, 184 concursos más, Baleares, 97, y Valencia, 92. En noviembre, los incrementos más destacados en valor absoluto se ha dado en Andalucía, 24 concursos más, y Canarias, que suma 16.
El sector con más concursos entre enero y noviembre es el de la construcción, con 1.221, que suponen el 22 por 100 de todos los procesos registrados en el país, seguido por los 1.068 de la Industria manufacturera, 19 por 100 del total, y los 970 de Comercio, el 17 por 100 del total. La actividad concursal disminuye únicamente en tres sectores: educación, 29 por 100, Intermediación financiera, 13 por 100, y sanidad, 5 por 100.
En el mes de noviembre la evolución fue más variada. El sector que más concursos ha registrado es la construcción, con 141 procesos, un 9 por 100 más que el mismo mes en 2010. Le ha seguido el comercio, con 121, que es el que ha presentado el mayor incremento en valor absoluto respecto al pasado año, sumando 25 procesos. El que más disminuye en valor absoluto, 43 concursos menos, es la industria manufacturera.
Europa cambia sus hábitos ¿es tanto así? http://dlvr.it/ywbhx