Hace 5 meses hice por aquí un especial sobre burbujas absurdas, que incluían las siguientes:
- El auge inmobiliario de Florida en 1920
- Bre-X Minerals
- Los amuletos de Jakutam de Tailandia
- La Tulipomanía
- La burbuja inmobiliaria de Japón
- Compañia de los mares del sur
- Medios sociales demasiado precoces (theglobe.com)
- El repentino auge del uranio
- Ferrocarril británico
Algunas basta con leer su nombre como para esbozar una sonrisa y preguntarnos ¿Cómo pudieron invertir en “eso”? ¿Cómo es posible que un tulipán valga más que una casa? ¿Verdaderamente el Palacio Imperial de Japón podía valer más que toda California?. En definitiva, ¿Por qué somos tan insensatos? En retrospectiva, la especulación siempre parece una tontería. Aunque en el momento de la locura, resulta difícil de resistirse a invertir. Todo el mundo se forra ¿Vas a ser tu más tonto?
No hace muchos años, los científicos han empezado a descifrar los irracionales pilares de las burbujas. Consideremos un experimento económico dirigido por Colin Camerer, un neuroeconomista de Caltech. Él estableció una bolsa en su laboratorio, que consistía en acciones de una única supuesta compañía, e invitó a los licenciados de Caltech a participar. (La simulación se inspiró en una investigación parecida realizada por Vernon Smith, premio Nobel de economía). Cuando empezó el mercado, todo «inversor» recibía dos acciones y una pequeña cantidad de dinero para comprar más acciones. Para estimular correctamente la bolsa real, Camerer hizo que las acciones pagasen un pequeño dividendo de 24 céntimos al período, teniendo el mercado una duración de quince períodos. Si un estudiante tenía una acción para todo el juego, ganaba un total de 3,60$, o 24$x15.
Camerer diseñó el experimento para que el valor de las acciones fuera transparente. Por ejemplo, una acción al inicio del juego valía 3,60$, ya que eso es lo máximo que un estudiante podía esperar ganar en dividendos. En la segunda ronda, la misma acción solo valía 3,36$. En la siguiente ronda, valía 3,12$, y así sucesivamente. Si los estudiantes eran agentes racionales, las acciones perderían valor de forma constante, hasta que acabasen valiendo únicamente 24 centavos en la última ronda.
Pero eso no es lo que ocurrió. Tan pronto como empezó el “juego”, los estudiantes apostaron el precio de cada acción por encima de los 3,60$, a medida que se involucraban en una típica lucha por la exhuberancia irracional. Lo que era extraño, sin embargo, era la persistencia de esta burbuja especulativa. Incluso cuando las acciones valían menos de 1$, los estudiantes seguían apostando más de 2,50$. La lección es que incluso en un mercado transparente, el valor de la inversión era perfectamente obvio, las burbujas se desarrollan de forma inevitable. No podemos evitar especular.
Por supuesto, esto sigue planteando la pregunta: ¿por qué somos tan tontos? Para entender mejor la fuente de nuestra especulación compulsiva, Read Montague, un neurocientífico actualemente en Virginia Tech, ha empezado a investigar la formación de burbujas desde la perspectiva del cerebro. Argumenta que el impulso de especular está enraizado en nuestro programa mental. En concreto, las burbujas parecen depender de un talento humano único llamado «aprendizaje ficticio», que consiste en la capacidad para no únicamente aprender de los errores que han cometido realmente, sino que son capaces de aprender de los errores que podrían haber cometido, si hubieran hecho algo distinto.
Lamentablemente, el aprendizaje ficticio también nos puede conducir a la perdición, que es lo que ocurre durante las burbujas financieras. Los inversores, después de todo, están comprometiéndose constantemente con aprendizajes ficticios, puesto que comparan sus resultados reales frente a los resultados que deberían haber tenido, si hubieran vendido sus acciones antes de la crisis o comprado la acción de Google cuando la empresa salió a bolsa. Y de este modo, en 2007, Montague empezó a simular las burbujas del mercado en un escaner cerebral, al intentar descifrar la neurociencia de la especulación irracional. Su experimento fue así: cada sujeto recibía 100$ e información básica sobre el estado «actual» de la bolsa. Después de decidir cuánto invertir, los jugadores veían con inquietud cómo sus inversiones ganaban o perdían valor. El juego siguió durante 20 rondas, y los sujetos tenían que mantener sus ganancias. Un cambio interesante es que en lugar de utilizar simulaciones al azar de la bolsa, Montague dependía de datos de mercados históricamente famosos. Montague hizo que la gente «jugase» el Dow de 1929, el Nasdaq de 1998 y el S&P 500 de 1987, de manera que las respuestas neuronales de los inversores reflejasen las burbujas y crisis de la vida real.
Montague, descubrió una señal neuronal fuerte que dirigía muchas de las decisiones de inversión. La señal era el aprendizaje ficticio. Tomemos, por ejemplo, esta situación. Un inversor decide apostar un 10% de su cartera total en el Mercado, que es una apuesta bastante pequeña. Entonces, ve como el mercado sube de valor de forma muy significativa. En este momento, el inversor experimenta un enorme arrepentimiento, se trata de un efecto secundario del aprendizaje ficticio. (Pensamos cuánto más ricos podríamos ser si hubiéramos invertido más en el mercado). Este sentimiento negativo va precedido de una oleada de actividad en una pequeña zona situada en el centro del córtex. En lugar de disfrutar de nuestras ganancias, nos centramos en los beneficios que hemos perdido, lo que nos conduce a hacer algo distinto la próxima vez. Como consecuencia de ello, los inversores del experimento adaptaron de forma natural sus inversiones a corriente y flujo del mercado. Cuando los mercados estaban en alza, como con la burbuja del Nasdaq de finales de los 90, la gente aumentó sus inversiones continuamente. De hecho, muchos de los sujetos de Montague finalmente colocaron todo su dinero en el mercado alcista. Se habían convencido de que la burbuja no era una burbuja. Este auge sería distinto.
Y entonces, tal cual, la burbuja estalla. El Dow se hunde, el Nasdaq se desploma, el IBEX explota. En este momento, los inversores se apresuran a deshacerse de todos los activos que están perdiendo valor, a medida que sus cerebros se dan cuenta de que han cometido errores muy caros. Nuestras decisiones de inversión siguen estando dirigidas por el arrepentimiento, pero ahora ese sentimiento nos indica que vendamos. Es entonces cuando nos entra el pánico financiero.
Durante el último año, Montague ha ampliado estos resultados provocadores. Ha mostrado, por ejemplo, que los muy fumadores son menos vulnerables al aprendizaje ficticio. Esto se debe posiblemente a que han aprendido a lo largo del tiempo a ignorar sus pensamientos de arrepentimiento que les indicaban que dejasen de fuma. (Aunque lamentan su adicción a la nicotina, saben que les está matando, siguen fumando). El resultado es que su capacidad para no aprender de escenarios ficticios puede hacerles también más resistentes al atractivo de las burbujas. Se ve que una adicción se cura con otra…
Montague también ha empezado a explorar el poder de la comparación social, la típica conversación que teníamos en España hace 5 años cuando siempre salía el tema de la vivienda y lo mucho que todo el mundo había ganado con la suya. En una serie de experimentos en curso, Montague estudió lo que ocurre cuando la gente compite en un juego de inversión. Mientras algunos sujetos toman decisiones sobre la bolsa, Montague controla su actividad cerebral en dos máquinas de resonancia magnética. Lo primero que descubrió fue que ganar más dinero que otra persona es algo muy placentero. Cuando los sujetos «ganaban» el juego de inversión, se observó un elevado aumento de actividad en el estriado, una zona del cerebro típicamente asociada al procesamiento de recompensas placenteras. Lamentablemente, este mismo impulso de superar a los demás también puede dar lugar a que la gente asuma riesgos temerarios.
Más recientemente, un equipo de neurocientíficos italianos dirigido por Nicola Canessa y Matteo Motterlini, comprobaron que el arrepentimiento también es contagioso, de modo que «observando resultados de arrepentimiento de las elecciones de otros reactiva la red de arrepentimiento». (En otras palabras, internalizados los errores de otros. Vivimos sus emociones como si fuesen las nuestras.) Además, esta empatía afecta a nuestras propias decisiones.
Hay dos aspectos importantes en esta investigación. El primero es que la neurociencia puede contribuir muy pronto a los diagnósticos macroeconómicos, permitiéndonos distinguir mejor entre auges y burbujas. Por ejemplo, se puede hacer que sujetos intervengan en el actual mercado del oro en un escáner, solo para comparar su actividad cerebral con la de la gente que intervino en burbujas del mercado anteriores.
El segundo es que las burbujas especulativas están enraizadas en un mecanismo de aprendizaje muy adaptable, lo que probablemente sea la razón por la que es tan difícil de evitar. La única manera de que evitar pujar más alto por la acción de Apple y los tulipanes es dejar de aprender de los razonamientos opuestos a los hechos. Por supuesto, esto significa que nos aislaríamos de medios esenciales de automejora, una forma de beneficiarnos de los errores que realmente no cometimos.
En otras palabras, la razón por la que a veces cometemos decisiones de inversión tan estúpidas es porque somos condenadamente listos. Vamos, porque nos pasamos de listos.