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¿Qué está haciendo el pequeño ahorrador con su dinero?

luzA tenor de las noticias que salen en la prensa, y poniendo de antemano que las damos como ciertas, queda claro que los pequeños ahorradores no se fían ni un pelo del sistema financiero actual, ni de quien lo dirige ni de quien decreta las leyes que lo rigen. Pero la cosa tiene truco, vamos a explicarlo.

Lo que nos hemos encontrado es que, por segundo mes consecutivo, los depósitos bancarios caen, concretamente en febrero descendieron en 2.079 millones, un 0,14% menos que en el mes anterior en el cual ya habían caído. Si caen los depósitos, es porque a otro sitio va el dinero.

Si continuamos leyendo las cifras que arrojan diferentes organismos nos encontramos con que la deuda de las familias se redujo el 4,3% interanual en febrero, volviendo a cifras del año 2000, con lo cual es un indicador de hacia dónde podría ir parte del dinero que se fuga de los depósitos.

Pero otro posible destino de dinero de los depósitos que se fuga, está en el propio consumo, en el día a día, ya que los indicadores nos dicen que la tasa de ahorro de los hogares bajó al 8,2% de su renta en 2012, lo que implica no solo que ahorramos menos (luego menos dinero destinamos a los depósitos), sino que ya mucha gente emplea sus ahorros (por lo tanto parte de sus depósitos) para poder aguantar en el día a día.

Ya ni mencionar el hecho de que el Banco de España haya hecho que estos productos sean escasamente atractivos con sus medidas intervencionistas.

Hasta aquí, la cosa sería comprensible. Pero como todo en esta vida tiene dobles lecturas, o incluso en ocasiones más de dos, si entramos al detalle de la cifra de la caída de los depósitos en febrero vemos que los depósitos en manos de las familias han aumentado, siendo los que están en manos de empresas e instituciones los que han disminuido en mayor cuantía de la que lo han hecho los de las familias.

Esto nos da a entender que realmente no hay una basculación de depósitos hacia la cancelación de la deuda de los hogares, sino que es puntual, ya que sino no habrían aumentado los depósitos bancarios en manos de las familias. Pero todo en su conjunto deja una cosa bien clara, ¿en que otro producto bancario fácil de entender podrían los ahorradores meter su dinero sin riesgo?

Pesa al poco atractivo de los depósitos en términos de rentabilidad, los pequeños ahorradores prefieren los depósitos a plazo a asumir según que riesgos, con lo cual es lógico que el importe de depósitos en manos de las familias haya aumentado porque ante la alternativa de dejarlos en cuentas a la vista sin remunerar a meterlos en depósitos que, aunque poco, al menos pagan algo, la opción está meridianamente clara.

El pequeño ahorrado huye del riesgo y se agarra a productos de toda la vida, sus ‘plazos fijo’, o sea, los depósitos tradicionales.

Por eso, si nos quedamos en los titulares de las noticias, parece que las familias españolas están destinando sus ahorros, cada vez más menguados eso sí, a la cancelación de deuda, cosa que puntualmente puede ser así, pero que no es algo ni más ni menos generalizado. Conclusión: aunque sea a regañadientes, los pequeños ahorradores continúan dejando su dinero en depósitos bancarios, porque aunque no sean rentables como antaño, por lo menos, en teoría, no ofrecen ningún tipo de riesgos como fueron en sus momentos las preferentes o las cédulas hipotecarias.

Pese a quien pese, las familias en este mes de febrero pasado aumentaron sus depósitos a plazo fijo en entidades financieras.

José Luis del Campo Villares, iAhorro.

iahorro.com

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  • Con esta clase dirigente no vamos ha ningún sitio

    El vicesecretario general de Estudios y Programas del PP, Esteban González Pons, ha asegurado este lunes que «buena parte de la desafección» ciudadana por la política «desaparecerá» cuando España salga de la crisis económica actual. De hecho, ha señalado que las críticas y el alejamiento de la clase política se ha producido «históricamente» en momentos de malas situaciones económicas.

    Según los dirigentes del Partido Popular el problema no esta en que nuestra clase política sea una cueva de ladrones, estafadores profesionales , mas preocupados de mantener sus privilegios que de tratar de solucionar nuestros problemas..el problema es que con la crisis históricamente la gente lo critica todo.......

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  • odo hubiera ido mucho mejor y España sería un país mucho más justo si hubiéramos dejado que quebraran y nos hubiéramos librado de esos cretinos.
    La verdad, la idea es atractiva. Algunos bancos y cajas de ahorros se hincharon a dar créditos absurdos la pasada década, hinchando la burbuja inmobiliaria hasta cotas insostenibles. Hacer que paguen penitencia entregando las armas y pidiendo perdón a las víctimas no deja de tener sentido;  se lo han ganado a pulso.
    El problema (porque siempre hay un problema) es que los bancos y cajas de ahorros no son empresas normales. Un banco no es una fábrica que tiene maquinaria, o un almacén lleno de dinero vigilado por guardias. La descripción más sencilla, si tenemos que dar una, es un sistema de fontanería que mueve liquidez de un sitio a otro en una economía.
    En una economía siempre hay gente que tiene dinero pero no sabe dónde gastarlo, y gente que quiere gastar pero no tiene dinero a mano para hacerlo. Imaginemos, por ejemplo, que me quiero comprar una casa (sí, me gusta el riesgo), pero no tengo suficiente dinero ahorrado para pagar al contado. En un mundo sin bancos siempre puedo ir casa por casa a todos mis vecinos y pedirles un préstamo pequeñito a todos los que tengan ahorros. Cuando tengo suficientes prestamistas, me voy a la inmobiliaria. No hace falta decirlo, esto es una pérdida de tiempo considerable, y costará horrores convencer a los vecinos que todo irá bien en mi trabajo durante los próximos treinta años para que me dejen el dinero.
    Los bancos es cómo en economías avanzadas ponemos en contacto a aquellos con exceso de ahorro con los que buscan capital. En el ejemplo anterior es el banco el que pide dinero prestado a los ahorradores del barrio (recordatorio: una cuenta bancaria es un préstamo a un banco), ahorrándome el trabajo de buscar capital en solitario. Cuando me conceden un préstamo, obviamente, me van a cobrar un interés ligeramente superior que si hubiera acumulado el dinero yo solito por las molestias, y es de ahí donde sacan los beneficios. Los bancos, además, saben que los ahorradores nunca piden todo el dinero de golpe, así que pueden hacer un truco muy especial: prestar más dinero de lo que ellos han pedido prestado, esto es, apalancarse. En una economía normal, esto no es un problema, ya que es relativamente fácil predecir el flujo de dinero o pedir créditos a corto plazo para cubrir imprevistos.
    Ahora compliquemos un poco más el asunto, con bancos un poco más complicados y millones de inversores comprando casas y pidiendo préstamos. En los días de gloria de la España burbujil, todo el mundo andaba como un loco pidiendo créditos. El BCE, en su infinita sabiduría, nos dejó la economía con tipos de interés negativos durante casi una década (¡dinero gratis!) así que tonto el último en eso de endeudarse hasta las trancas. Aquí participamos (casi) todos: gente comprando casas, empresas construyendo viviendas, autonomías montando ciudades de la cultura y la Fórmula 1 y el gobierno central llenándome el país de trenes. Los bancos españoles, al principio, hacían lo que siempre habían hecho, pedir dinero a sus clientes de toda la vida y dar crédito. Con la orgía consumista que llevábamos todos dentro, sin embargo, hubo un momento en que ese dinero no bastaba, así que tuvieron que recurrir al exterior. En Alemania había muchos ahorradores sin ganas de gastar dinero, y bancos alemanes buscando a gente que quisiera gastarlo. Los bancos y cajas (especialmente las cajas) españolas tenían mucha gente pidiendo dinero y poca gente ahorrando, así que no tardaron en encontrarse. El resultado es que nos endeudamos no sólo con nosotros mismos, sino también con el exterior.
    La burbuja estalla, tenemos millones de gente que pierden su trabajo y todos esos créditos que tan alegremente habíamos repartido dejan de funcionar. Esto quiere decir que el banco, que había pedido dinero prestado para poder conceder créditos, ahora resulta que no tiene dinero para devolver lo que debe. Cuando la abuelita va a sacar dinero del cajero para hacer la compra, ese dinero no está ahí porque el sobrino molón que vive en Murcia ha dejado de pagar las letras de su BMW. El banco siempre puede pedir un crédito a alguien para que los depositantes reciban su dinero cuando lo piden, ciertamente, sea de otros bancos o del banco central. El problema es que el resto de entidades no son del todo estúpidas, y llegará un momento en que cerrarán el grifo. El hipotético banco que no puede recuperar lo prestado tampoco puede pagar sus deudas, y la abuelita pierde todo su dinero.
    La cosa, sin embargo, no queda aquí. Para empezar, tenemos un fondo de garantía de depósitos, un seguro público que evita que los pequeños ahorradores pierdan hasta la camisa cuando su banco se la pega sin que ellos hayan hecho nada. Esto protegerá a la abuelita (bieeeen) pero dependiendo del tamaño del banco, puede salirnos caro. Cuando la entidad implosionante es especialmente enorme, de hecho, puede llegar a costar una cantidad descomunal de dinero, hasta el punto que puede salir más barato para un gobierno rescatar a un banco evitando que vaya a la bancarrota que cubriendo los destrozos tras su hundimiento.
    El otro problema, aún más grave, es que un banco en problemas acostumbra a deber cantidades asombrosas de dinero a otros bancos. Las entidades financieras se pasan la vida prestándose dinero unas a otras constantemente, sea en el mercado interbancario a corto plazo, sea con cosas más sofisticadas cuando se dedican a invertir en otros activos (desde acciones a CDOs, CDS y deuda pública griega). Si de repente una entidad se desvanece en el aire de forma imprevista, el sistema financiero puede encontrarse con un vacío preocupante y nadie que sepa quien va a pagarlo. Un proceso de bancarrota, en teoría, sirve para decidir quién cobra qué y cuánto, pero en el caso de un mega-banco con montones de operaciones a corto y apuestas financieras complicadas esto no acostumbra a bastar, especialmente si estaba muy apalancado. Una bancarrota de una entidad sistémica (esto es, enorme y con dinero repartido en todas partes- too big too fail) puede empujar otros bancos a situaciones contables más que precarias. Si la primera quiebra es lo suficiente chapucera para generar dudas sobre el resto, el resultado puede ser que un montón de bancos que antes estaban sanos ahora tengan problemas para tener acceso a financiación a corto y no puedan afrontar pagos. Añade dos pizcas de pánico y confusión, y tenemos el desbarajuste que vimos con Lehman Brothers el 2008.
    Traduzcamos esto al caso español, y supongamos una bancarrota incontrolada de CatalunyaCaixa o Bankia. Primero, el estado español se va a comer una buena galleta; las cajas, con sus miles de pequeñas oficinas de barrio, tienen el dinero de muchísimos ahorradores. Segundo, cualquier banco que haya pasado remotamente cerca de estas dos entidades va a ser sospechoso; por muchos créditos que pidieran al exterior, no hace falta ser un genio para saber que otras entidades españolas tendrán un agujero en sus balances. Sabiendo lo mal que va el país, ni Dios va a prestar dinero a bancos españoles a esas alturas, estén sanos o no; con el endeudamiento exterior que tenemos, veríamos bancos solventes quedándose sin liquidez y muriendo tontamente. Por supuesto, el impacto no se limitaría a nuestro sistema financiero; esos alegres prestamistas bávaros estarán en un buen lío. Si alguno se ha pasado de frenada, tendremos otras quiebras allá arriba, aún menos acceso a crédito en España, y un agujero todavía mayor.
    Esta historia debería llevarnos a dos conclusiones. Primero, nunca debemos dejar caer un banco sistémico. Nunca. Si una entidad grande y muy apalancada se la pega, el pollo que va armar en su caída va a ir mucho más allá de cargarse sus propios accionistas. Las quiebras bancarias generan enormes daños colaterales, y deben evitarse a toda costa. Es por eso que cuando Bankia se fue al garete la nacionalizamos, simplemente. No hacerlo hubiera sido mucho peor.
    Segundo, debemos evitar que un banco sistémico pueda quebrar. Esto se hace o bien prohibiendo la existencia de estas entidades (limitando el tamaño de los bancos con leyes draconianas), o bien regulando a los que existan con un celo y fanatismo salvaje para que nunca, nunca, nunca hagan nada remotamente arriesgado que pueda costar un duro al contribuyente. Si estás planteándote si tienes que rescatar o no un banco, ya has fracasado. Nunca deberías haber llegado a ese punto. El estado regula el sistema financiero con fuerza precisamente por su enorme capacidad de destrucción cuando las cosas van mal. 

    Queda discutir tres cosas. Primero, cuando hay rescate, cómo lo hacemos para que sea lo más eficaz y lo menos injusto posible. Ramón tiene un buen artículo sobre el tema, pero ya aviso que no es un tema fácil. Segundo, cómo regular a los bancos. De nuevo, Ramón tiene mucho sobre el tema; leedlo. Tercero, qué hicimos mal en España para que esto sucediese. Eso lo dejo para otro día, pero la historia de nuestro fracaso no está en los bancos. Nuestra tragedia son las cajas de ahorros (públicas, insisto), por un lado, y nuestro desastroso mercado laboral. Supongo que os sonará.
    R. Senserich

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  • Las monedas ligadas a bienes básicos son los refugios más seguros http://dlvr.it/3BL4fR 

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  • Margaret Thatcher, eso no lo debería dudar nadie,  es uno de los líderes más influyentes de los últimos treinta años. No voy a entrar hoy en hablar de su legado (de los muertos sólo despotricamos tras un periodo de cortesía de 24 horas), ciertamente complejo, o de sus ideas, mucho menos conservadoras en la práctica que lo que su retórica puede sugerir. Lo que quiero señalar es que uno de los principales responsables de su legado no es su partido, la fortaleza de sus ideas o su liderazgo, sino algo mucho más prosaico: el partido laborista británico.
    La izquierda británica, a finales de los setenta, estaba dividida en dos grupos muy claros. Por un lado el partido laborista institucional, bajo el primer ministro James Callaghan, afrontando desde el gobierno la dura tarea de combatir la inflación durante los años de la crisis del petróleo. Por otro tenemos a la izquierda sindical del partido, liderada por Tony Benn, los inefables trotskistas de la Militant tendency (un movimiento de entrismo organizado en el partido) y varios cabezas cuadradas de la TUC decididos a que la crisis no representara una pérdida de poder adquisitivo para sus bases. Callaghan llega al gobierno con una mayoría exigua y decidido a controlar la inflación, que era horriblemente impopular con las clases medias. Para hacerlo recurre a una política de negociación colectiva y moderación salarial para contener la escalada de precios evitando tener que subir los tipos de interés. La promesa de los laboristas es que ellos sí que podrían mantener la paz social, evitando las huelgas que acabaron con el gobierno conservador de Edward Heath, mientras limitaban la subida de precios. La cosa funcionó relativamente bien: la inflación se moderó, sin que el paro aumentara significativamente.
    Para desgracia de Callaghan, los sindicatos, que habían empezado su mandato colaborando con el gobierno, se cansaron pronto. En invierno de 1978 la izquierda del partido laborista decide romper la baraja y abandona las conversaciones. En vez de moderación salarial a nivel nacional, las unions exigen negociar por separado, pidiendo subidas de sueldo a golpe de huelga. Lo peor, lo hacen realmente en serio: es el winter of discontent, una oleada de paros, manifestaciones y disturbios que llega a paralizar el país. Incluso los enterradores dejan el trabajo. El tres de mayo de 1979, Margaret Thatcher ganaba las elecciones por siete puntos, tras ver como los sindicatos habían hecho filetes a un gobierno de izquierdas.
    Thatcher, que no estaba para historias de consenso, decidió acabar con la inflación utilizando un método tan simple como efectivo: creando una recesión a base de subir los tipos de interés de forma desalmada. La tasa de paro se disparó (faltaría), aunque los precios se estabilizaron. Es lo que tiene que mande alguien de derechas.
    ¿Cual fue la reacción del partido laborista, mientras tanto, ante la derrota? Los moderados, obviamente, se echaron las manos a la cabeza, atónitos que las trade unions hubieran sido tan irresponsables.  Tony Benn y sus muchachos, mientras tanto, decidieron que el partido había perdido las elecciones por la traición a la clase obrera que había sido la moderación salarial, la renuncia a nacionalizar los bienes de producción y el rechazo al desarme nuclear unilateral, y decidieron intentar tomar la organización.
    Los años siguientes son, probablemente, los peores del laborismo británico. Tras la renuncia de Callaghan (en los países normales cuando uno pierde elecciones dimite), los MPs (members of parliament – diputados, vamos) laboristas tuvieron que escoger un nuevo líder. Ante los aullidos del sector radical, que pedía unas primarias abiertas a la militancia, los MPs escogieron a Michael Foot, un hombre del ala izquierda del partido, para intentar apaciguar a las bases.
    No funcionó. Tony Benn y sus muchachos exigieron se opusieron a cualquier intento de Foot de parecer razonable, hasta el punto de forzar la salida de un grupo de moderados del partido que acabaron formando el SDP, predecesor de los actuales LibDems. La guerra de las Malvinas no hizo más que fracturar aún más al partido, con el ala izquierda oponiéndose a la intervención militar. Para acabarlo de rematar, los sindicatos fueron capaces de forzar un cambio de reglas y tomaron el control de la redacción del programa electoral de las elecciones de 1983, creando un documento que acabó por ser llamado la nota de suicidio más larga de la historia. El partido laborista se presenta a unas generales pidiendo nacionalizaciones, desarme nuclear, salida de la Comunidad Económica Europea (sí, en esa época eso era de izquierda radical. No preguntéis) y pierde las generales por quince puntos, sólo dos puntos por delante de la alianza entre liberales y SDP. Lo que es peor, el partido destruye su imagen de alternativa de gobierno de forma dramática, quedando atrapado en la oposición durante más de una década.
    Los años siguientes, bajo Neil Kinnock, los laboristas hacen básicamente dos cosas: primero, perder elecciones, algo que a Kinnock se le daba muy bien. Segundo, contemplar como los sindicatos, que habían destruido los dos últimos primeros ministros, son demolidos a consciencia por Thatcher aprovechando la deriva radical de  sus líderes. Tercero, trabajar muy, muy duro para reformar el partido de arriba a abajo, purgando (no hay otra forma de decirlo) a la gente de Militant, limpiando poco a poco los restos de los sindicatos de cretinismo irresponsable y convirtiéndose, poco a poco, en un partido socialdemócrata moderno primero bajo John Smith, después bajo Tony Blair (sí, Tony Blair es de izquierdas. Mirad las cifras).
    La gran transformación de la sociedad y la economía inglesa bajo Margaret Thatcher, sin embargo, son sólo posibles gracias dos extraordinarios golpes de suerte: primero, el winter of discontent y la implosión del viejo laborismo. Segundo, la invasión de las Malvinas y su (todo hay que decirlo) valiente decisión de ir a la guerra por ellas. Sin Tony Benn y los chiflados de la verdadera izquierda, Thatcher no hubiera llegado al poder en 1979. Sin el pobre liderazgo de Foot y Galtieri, Thatcher hubiera tenido problemas para ser reelegida en 1983 (¡un 10% de paro!), y desde luego no hubiera podido aplicar sus reformas más radicales durante su segundo mandato. Un líder sólido, carismático y transformador no sólo necesita ser listo, también necesita tener suerte. Thatcher la tuvo con sus enemigos
    R. Senserich

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  • La esposa del presidente del Congreso movió millones en negro con un banco de su familia que acabó intervenido: http://www.eldiario.es/_71247ca 

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