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Actualizado: 19 de Septiembre de 2024
Categorías: Articulos

Repasando lo básico: el PIB y el paro

dineroDesde siempre pero sobre todo desde que ya no funciona el “patrón oro” y un billete no representa nada físico sino simplemente la fe en su emisor se ha oficializado el viejo dicho que dice que la base de la economía es la confianza. Mientras haya confianza la economía puede ir bien aunque haya puntos “oscuros”. ¿Por qué? Porque si los consumidores, las empresas y los bancos creen en un buen futuro gastarán, invertirán y prestarán y de esto modo se generará empleo bien pagado por lo que el círculo virtuoso seguirá funcionando y se seguirá gastando, invirtiendo y los bancos financiando los proyectos de futuro.

Para que la confianza no se pierda los discursos de los responsables políticos y económicos suelen ser mayoritariamente tranquilizadores ya que su falta puede hacer caer el crecimiento económico y se entra en un círculo vicioso: los consumidores no gastan, las empresas ganan menos y reducen su inversión y los bancos contraen el crédito porque la morosidad aumenta. Y el orden de los factores puede ser diferente como está ocurriendo con la actual crisis: los bancos reducen el crédito ante el estallido de la burbuja inmobiliaria y por sus malas inversiones y el consumidor, asustado ante todo esto, gasta menos y por lo tanto compra menos a las empresas que reducen sus beneficios y esto genera paro lo que provoca un aumento de la morosidad que alimenta otra vez la contracción del crédito. Aparte del problema en la sociedad que esto genera, es evidente que si el paro aumenta y las empresas y bancos ganan menos también se rebajan los ingresos de la administración pues se cobran menos impuestos a la vez que debe aumentar el gasto social.

Todo esto es muy básico y nada original pero hay un factor que puede minar la confianza y que habitualmente pasa desapercibido: la veracidad de los datos oficiales. No ya porque sean ciertos o no, sino por la forma de calcularlos y lo que indican. No olvidemos que no es lo mismo lo que pasa que lo que mide lo que pasa. Y harían falta páginas para explicar cómo por ejemplo el dato de pedidos industriales USA se distorsiona cada mes con los pedidos gubernamentales de maquinaria de guerra o los manejos del Departamento de Trabajo con el dato de empleo mensual…hay muchos ejemplos. Por eso, aunque pueda parecer un asunto farragoso, es imprescindible conocer los 3 datos sobre los que se basa el análisis económico básico, sus características, virtudes y defectos. Son términos que a todos nos suenan familiares: el IPC, el paro, el PIB ¿qué reflejan exactamente?

P.I.B.

Es un acrónimo de Producto Interior Bruto, un indicador que pretende valorar el tamaño de una economía y cuyas subidas y bajadas son traducidas como épocas de expansión y contracción. Ha tenido tanto éxito porque es bastante fácil de calcular, teniendo todos los datos, con una sencilla fórmula: El PIB es igual al Consumo (consumidores y empresas) + la Inversión + Gasto del Gobierno + Exportaciones netas (exportaciones menos importaciones). El mayor problema a mi juicio es que, con la excepción de las exportaciones, el PIB mide el gasto, algo que puede mantenerse artificialmente gracias a la deuda que no aparece reflejada por ninguna parte. Si un país dispara el gasto del gobierno emitiendo más deuda, su PIB crece o frena su decrecimiento pero está retrasando el crecimiento del futuro puesto que esa deuda más sus intereses restarán antes o después. Durante las crisis los bancos centrales suelen bajar los tipos de interés y suele ser más barato endeudarse y en estos años eso ha beneficiado a algunos países como los EUA, Reino Unido, Japón, Alemania… que, a pesar de un fuerte volumen total de deuda, han disfrutado de un reducido coste en intereses. Sin embargo, otros –como España- han tenido que pagar los máximos tipos de interés de este siglo para colocar deuda justo cuando más la aumentaban. Además, al crecer la deuda pública se reducen las posibilidades de colocar con facilidad y buenos precios la deuda privada.

En una situación en la que se hace difícil aumentar el gasto y la deuda por parte de los estados, una forma de contener las bajadas del PIB o incluso de mostrar alzas es aumentando las exportaciones. Esa ha sido la obsesión mayoritaria de las grandes áreas económicas mundiales aunque lógicamente, es imposible que todos exporten más sin aumentar también sus importaciones. Para ayudar en esta batalla los bancos centrales han tomado medidas debilitadoras para las monedas ya que cuanto más barata sea una divisa, más baratas, al cambio, son sus exportaciones para terceros países. A esto se le ha llamado “guerra de divisas” y es algo que nadie reconoce oficialmente hacer pero que ocurre. Pongo un ejemplo muy básico: si dos países con dos monedas diferentes fabrican móviles y su coste de fabricación es el mismo (pongamos 1 escudo y 1 doblón)  y quieren venderlos a un tercer país, el cambio de divisas es fundamental ya que si el receptor, al cambio, paga 0.90 por cada escudo y 1.10 por cada doblón, la diferencia para el consumidor final en esa moneda será del 20% y beneficiará al fabricante que exporta con la moneda más débil, en este caso escudos. Y lo mismo ocurre si se quiere atraer turistas, para ellos lo más económico es viajar allí donde la moneda es más débil respecto a la suya de origen. Se acusó a China de manipular su divisa durante décadas ya que es el propio gobierno chino el que decide el cambio del yuan y no “los mercados” como en el resto de divisas mundiales pero lo cierto es que con la crisis la mayoría de bancos centrales han aplicado políticas destinadas a debilitar la moneda siendo el principal perjudicado aquellas economías emergentes con menor peso internacional que para poder defenderse ante la apreciación de sus propias monedas han llegado en algunos casos a establecer, para compensar, aranceles y otras medidas contra el libre comercio. La contrapartida de tener una moneda débil viene porque se importa inflación pero eso lo veremos en el próximo artículo.

Un error muy común del PIB es usarlo para valorar una economía usando su cifra total como algunos hacen con China o la India que están ya en los 5 primeros puestos mundiales. Sin embargo, si dividimos por el número de habitantes que tienen –lo que se denomina el PIB per cápita- estas dos naciones que son justo las más pobladas del planeta, resulta que el que está destinado a ser el número 1 antes del 2020 está en el medio de la tabla y el otro está más cerca del último puesto que del primero…

El paro.

Aquí nos encontramos con un concepto que todos entendemos fácilmente pero que se mide de formas muy diferentes. Por ejemplo, en España la EPA es una encuesta telefónica a miles de familias en la que se considera parado a aquel con más de 16 años que no tiene empleo y lo ha buscado durante las 4 semanas anteriores a la llamada y se muestra favorable a buscarlo durante al menos dos semanas más, condiciones similares a las que utiliza Eurostat, la agencia europea, para ofrecer unas tasas de paro armonizadas para todo el continente. La tasa de paro de la EPA aspira a decirnos, en términos coloquiales, qué porcentaje de los que quieren trabajar no pueden hacerlo porque no encuentran trabajo. Dicho en lenguaje algo más técnico, la tasa de paro es la relación entre el número de parados y la población activa. Forman parte de la población activa todos aquellos individuos en edad de trabajar con voluntad de hacerlo, estén trabajando o no.

Sin embargo, el dato de los “Servicios Públicos de Empleo” (antiguo INEM) sólo incluye aquellos que están registrados en él y además no están realizando cursos de formación o recibiendo subsidios agrarios y algunas excepciones más por lo que la cifra es menor a la de la EPA. Esta polémica con las diferentes “varas de medir” no es exclusiva de España ni mucho menos. En los EUA, cuyos datos tienen especial relevancia al ser la primera economía mundial, cada vez que el primer viernes de mes el Departamento de Trabajo publica sus “nonfarm payrrolls”, normalmente acompañado de revisiones de cifras anteriores, las críticas a su metodología son mordaces.

Como en el caso del P.I.B., creo que la cifra total de paro, sea numérica o de la tasa, no es tan importante como la tendencia. No obstante, creo que en el caso español tenemos un dato mucho menos polémico y lo suficientemente fiable como para valorar la salud de nuestro mercado laboral: el número de afiliados a la Seguridad Social. Por supuesto ninguno de ellos puede valorar la economía sumergida y la sensación que existe es que en España siempre hemos tenido una tasa de paro mayor a la del resto de Europa por ese motivo. Seguro que algo influye pero lo cierto es que si nos comparamos con Italia, otro país en el que también existe mucha economía sumergida, seguimos teniendo unas cifras muchísimo peores de empleo. De hecho, tener más del doble de tasa de paro que la media de nuestra área económica es inaceptable se pongan los peros que se pongan.

Droblo

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  • De un tiempo a esta parte, y gracias a los buenos oficios y la pesadez de socialistas de izquierda y derecha, la definición de paraíso fiscal es simple: todo aquel lugar que tenga un IVA inferior al 21%, un marginal del IRPF por debajo del 56% y un impuesto de Sociedades que no llegue al 30% sobre los beneficios. La única fiscalidad posible es la que padecemos en España, todo lo demás es pirateo, aprovechamiento y delitos contra la Hacienda Pública. Con un baremo tan estricto es normal que el mundo esté lleno de paraísos fiscales. Hace unos meses, cuando estalló lo de Chipre, la principal –por no decir única– acusación que los pirracas habituales le hacían es que era un “paraíso fiscal”. Evidentemente Chipre no es un paraíso fiscal. Existe el impuesto sobre la renta, el de sociedades, el IVA y un ramillete interminable de tasas. Pero, ay, el IVA en la isla es del 15%, y eso sí que no, hasta ahí podríamos llegar. O nos roban a todos por igual o se rompe la baraja.
    Aunque parezca mentira, los países de la Unión Europea no pueden fijar el IVA que les venga en gana. La unión fija un mínimo que, adivine cuál es… bingo, del 15%. A partir de ahí cada Gobierno puede ponerlo donde le venga en gana. Los que han decidido dejarlo en el mínimo deberían ser motivo de admiración, no de reproche. Pero la estatalización de las mentes ha llegado ya a tal extremo que buena parte de la población aplaude con las orejas cuando el Gobierno sube los impuestos. Creen, o quieren creer, que el dinero recaudado se va a ir en “servicios sociales”, mejores carreteras o calles más limpias y seguras. Nada de eso. Luxemburgo, el país de la UE con los impuestos más bajos, tiene los mejores “servicios sociales”, las carreteras más cuidadas y las calles más pulcras. En España, en cambio, pagamos el 21%, seis puntos más, y soportamos “servicios sociales” abarrotados e ineficientes, carreteras llenas de baches y calles sucias e inseguras. Podríamos hacer el mismo ejemplo con Holanda, y hasta con la mitificada Suecia que, a pesar de lo que se cree, tiene una presión fiscal inferior a la nuestra. ¿Ve como no hay una relación directa entre impuestos altos y bienestar?
    Si los incrementos fiscales no repercuten necesariamente en la mejora de los servicios comunes, ¿en qué se emplea todo ese dinero? Básicamente en política y clientelas, o, mejor dicho, en mantener políticos y en que a las redes clientelares de los mismos no les falte de nada. De ambas cosas vamos sobradísimos en España. Tenemos más políticos por habitante que cualquier otro país europeo y, respecto a las clientelas, las coleccionamos de todos los colores. Las tenemos blancas –de la sanidad estatal–, verdes –de la educación estatal–, negras –de la minería estatal– y así sucesivamente hasta completar un arcoíris de dependientes del maná estatal que nos ha dejado baldados.
    Llegados a este punto podríamos concluir sin temor a equivocarnos que los impuestos altos significan atraso económico y, más malestar que bienestar para la gente común. No sería este un descubrimiento especialmente novedoso. Desde los tiempos de la antigua Roma las épocas de crisis y descontento siempre han ido unidas a una fiscalidad dura. En la España medieval, por ejemplo, en aquel puñado de reinos que plantó cara al Islam y lo expulsó de la península se pagaban pocos impuestos y en ocasiones ninguno. Unos siglos más tarde, con el reino en plena decadencia, amenazado por la despoblación, los españoles trabajaban de sol a sol para mantener las ínfulas imperiales de sus gobernantes. Está todavía pendiente un estudio serio sobre el huella de los impuestos y el despilfarro real en la desintegración del imperio español. No lo harán porque es más fácil echar la culpa a los curas, a los judíos o al sursuncorda. Todo con tal de no tocar al Estado.
    En definitiva, lo que la historia nos enseña la mala teoría económica y los periódicos nos lo desenseñan. En lugar de admirar a esos pocos lugares privilegiados en los que han sabido contener al Leviatán les miramos por encima del hombro, les tachamos de piratas y, en algún caso bien conocido por todos, hacemos lo posible por anexionárnoslos para que ellos también padezcan nuestra enfermedad. Hablo, claro, de Gibraltar. Dicen que es un paraíso fiscal, y eso ya es motivo suficiente para condenarles al averno.
    Pero antes, digo yo, habría que definir qué es un paraíso fiscal. ¿Es un país en el que los impuestos no existen o uno en el que los impuestos sean bajos o, simplemente, más bajos que en los países vecinos? En el primer caso no hay paraísos fiscales ni los ha habido nunca. En Mónaco, Liechtenstein, las islas Vírgenes, Gibraltar o Singapur hay que pagar impuestos, unos cuantos además. La clave es que no son altos. Monegascos, gibraltareños o singapurenses tienen que retratarse regularmente ante el fisco, lo que no hacen es trabajar para el fisco. ¿Entiende la diferencia? Bien, pues apliquémonosla y dejemos de hacer el primo con el asunto de Gibraltar.  

    FERNANDO DÍAZ VILLANUEVA

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  • El Gobierno luso se enreda en un escándalo por uso de derivados financieros http://dlvr.it/3nW2Kn 

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  • Decathlon prepara su propio smartphone y tablet Quechua por menos de 300 euros http://dlvr.it/3mygYl 

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  • Diferentes analistas de la vida política y periodistas han echado cuentas de las mentiras del presidente en esta última intervención y hasta diecinueve he contado en alguno de ellos. Las más sonadas, quizá, las que tratan de ocultar la confianza y el evidente apoyo prestado al tesorero corrupto por Rajoy y la dirección de su partido, incluso después de que sus operaciones hubieran sido descubiertas; o las que tratan de echar tierra sobre la retribución en dinero negro recibida por diferentes dirigentes populares. Y hasta ochenta mentiras más se relacionan en videos y páginas web en donde se recuerda, por ejemplo, que Rajoy afirmó que no subiría el IVA, que no tocaría las pensiones, que no abarataría el despido, que no habría copago, que no crearía un banco malo, que el rescate a la banca no nos costaría dinero..., entre otras.
    El líder del Partido Popular está desarrollando tal capacidad de recrear la realidad para presentarla ante los ciudadanos en la versión que más le conviene que está convirtiendo su quehacer en “el crimen perfecto” que decía Jean Baudrillard que se comete en nuestra época cuando se asesina a la verdad para provocar el “exterminio progresivo del mundo real” que lleva a la gente al “ombligo de los limbos”. Donde descansan los votantes convertidos por tanta mentira en sumisos creyentes.
    Y tan viva es en Rajoy la mentira que la convierte en un arte. Hace falta temple y finura para mentir sin alterarse, aunque dicen que guiña un ojo cuando lo hace, y hay que ser “un hombre de genio extraordinario”, como decía de Quincey que lo fue Caín, para poder hacerlo tantas veces: como cuando dijo que no había habido sobresueldos en su partido; que Bárcenas hacía años que no tenía responsabilidades en el PP o que “todo lo que se refiere a mí no es cierto, salvo alguna cosa”.
    Pero Rajoy debería dejar de mentir. Aunque seguro que se ve a sí mismo como un ser “morbosamente virtuoso”, como define de Quincey a su personaje, si miente terminará como terminan todos los criminales, según el también autor de Confesiones de un inglés comedor de opio: “Uno empieza por permitirse un asesinato, pronto no le dará importancia al robar, del robo pasa a la bebida y a la inobservancia del día del Señor, y se acaba por faltar a la buena educación y por dejar las cosas para el día siguiente”. Algo impropio de un presidente “como Dios manda”.
     
    @juantorreslopez

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  • Montoro abrió una inspección fiscal a 'El Mundo' el día que afloró el caso Bárcenas http://ow.ly/nLV8w 

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  • Buen repaso

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  • Las NFP son EL dato, nada mueve el dolar y las divisas igual, hay eventos no esperados, luego hay eventos como BCE o speechs de Bernanke o FOMC que generan una volatilidad extraordinaria, pero como dato, no hay nada tan espectacular como ver la reacción cuando sale las NFP, sobretodo si sale algo inesperado.
    Por cierto, las minutas de la FOMC son comunicados que son largos de leer, pues bien, una vez se publican a los pocos segundos el mercado ya toma una decisión y una dirección, ¿Los traders son capaces de leer 15 páginas en un segundo y sacar las conclusiones? Un poco raro, ¿no?  
    Felicitar a Droblo por el artículo.
    ---
    Todavía del viernes: Fabricando pues llevo días leyendo lo que encuentro de Gonzalo Alonso, un biólogo español asesinado en Brasil mientras defendía un parque natural, esto es o máximo a lo que podemos aspirar, un ejercicio supremo de generosidad y amor hacia todos nosotros, por tanto es un privilegio y un honor compartir nacionalidad con alguien así. La muerte distorsiona la visión de una persona, pero en este caso la muerte es la prueba de la entrega absoluta y de la valentia extrema de este caballero, un honor ser español como él.
    Además, tienes razón, los seres de luz tb tienen lo suyo, pero nos queda mucho por mejorar para ser como ellos, admitamos la realidad aunque salgamos mal parados. 

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