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Actualizado: 19 de Septiembre de 2024
Categorías: Articulos

El agotamiento del modelo sindical

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Están nuestros sindicatos envueltos en su mayor escándalo desde el comienzo de la democracia. Las noticias sobre financiación ilegal, facturas falsas, connivencia con los políticos en el escándalo de los ERE falsos en Andalucía, etc. han llevado a estas instituciones a la peor crisis de credibilidad de su historia. Siendo muchos los que creen que su relación con la política, tanto a nivel institucional como a nivel económico ha contaminado la esencia misma del movimiento sindical en España.

Fue a mediados del siglo XIX cuando tuvo lugar el nacimiento del movimiento sindical en este país, aunque CCOO nació en 1976, una época marcada por profundas tensiones políticas y sociales y con importantes logros por parte de estas organizaciones. El punto álgido estuvo en los años de la Segunda República, donde sindicatos como el anarquista CNT, tuvieron un pronunciado, y desafortunado, protagonismo que acabó tras la Guerra Civil, con la instauración de un único sindicato afín al régimen.

Con la democracia volvieron con fuerza estas instituciones: el sindicato transversal fue sustituido por unos sindicatos ya no tan afines al gobierno, pero sí a los partidos políticos a cuya sombra siempre habían medrado. Es en estos tiempos demócratas en donde los dos sindicatos mayoritarios han logrado su mayor desarrollo con el enfrentamiento sistemático a todo lo que a reminiscencias del viejo régimen pudiera sonar. Siendo precisamente la antaño todopoderosa CNT, que nunca tuvo un partido político asociado, la que ya no ha logrado ni la sombra de la representatividad obrera que alcanzó.

Para ello han contado con fuentes de financiación que se han ido multiplicando conforme aumentaban las necesidades de los cada vez más aparatosos organigramas sindicales. Comenzaron financiándose con las asignaciones del estado y con las cuotas de los socios; a día de hoy reciben también del estado determinadas cantidades por asumir la formación de los trabajadores (el INEM, o sus sustitutos autonómicos, ya casi no imparten formación); además reciben ingresos por sus participaciones en entramados de sociedades que, en muchos casos, poco tienen que ver con su actividad sindical; y obtienen también ingresos por sus labores de asesoramiento a trabajadores, afiliados o no, como el porcentaje del 5 al 15% por la tramitación de los ERE. Y aun así, parece no bastar estas fuentes de financiación, debiendo buscarse otras menos ortodoxas y hasta menos legales, a la vista de los últimos acontecimientos.

¿Y en los países de nuestro entorno? En aquellos países donde los sindicatos se financian con asignaciones del estado, como Francia o Italia, se tiende a una mayor politización de los mismos y al oscurantismo respecto a su financiación, así como una mayor permisividad con las políticas económicas de sus respectivos gobiernos; en países cuya financiación corre a cargo exclusivamente de sus ingresos por cuotas sindicales, como Gran Bretaña o Alemania, se observa mayor transparencia y más independencia política.

Urge, por tanto, una renovación de los sindicatos. El pacto que permitió en su día la estabilidad suficiente para el establecimiento de la democracia debe ser revisado. Se les cedió entonces a los sindicatos poder político, financiación estable y concesiones de tipo patrimonial; a cambio, éstos aportaron paz social. Esto ha sido fundamental en la historia de la democracia: el hecho de que política económica, patronal y sindicatos hayan estado en consonancia salvo en casos puntuales ha tenido consecuencias positivas por la estabilidad creada, aunque ahora se empiezan a ver también las negativas, debidas sobre todo al agotamiento del modelo: los sindicatos deben ser independientes económica y políticamente de los partidos.

La pérdida de confianza en la que están inmersos, la falta de capacidad para reaccionar a las demandas de la sociedad, el acomodamiento de los cuadros sindicales en sus puestos, el descaro y la desvergüenza mostradas, no sólo en las tramas de financiación ilegal, sino en el mismo hecho de muchas de sus labores cotidianas (me gustaría que alguien me pudiera explicar cómo puede ayudar a la formación de un trabajador, en paro o no; un curso de risoterapia), nos han llevado a que muchos ciudadanos piensen de los sindicatos lo que piensan.

Manuel González

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  • Cuando la tensión parece imponerse como método y estado de ánimo, ha llegado la hora de reivindicar la moderación. Hacen falta moderados en este momento político, algunos de cuyos perfiles nos retrotraen al periodo 1976-80, cuando en España –y en especial en Catalunya– triunfó la alianza entre audacia y prudencia. O sea, el sentido de la realidad. Moderación significa voluntad de pacto; no debilidad, ni indeterminación. La moderación es más necesaria que nunca cuando las posturas son antagónicas. Ser beligerantes en favor de la moderación constituye, pues, un ejercicio de responsabilidad. Estamos dispuestos a defender la moderación incluso con vehemencia para que emerja en medio del diálogo de sordos al que, con preocupación, estamos asistiendo.
    Se aproximan tiempos de ajuste y de cambios en el marco político-institucional como consecuencia del paso del tiempo en un modelo de convivencia que ha aguantado más de tres décadas sin modificaciones sustantivas. El desgaste por el paso de los años, con los consiguientes relevos generacionales, se ha visto acelerado por el huella de una crisis económica que la mayoría de la sociedad está encajando con ejemplar estoicismo, pero no de manera pasiva. Vienen tiempos de reajuste y probablemente Catalunya, como ya ha ocurrido en otros momentos de la historia española, esté actuando como avanzada de los cambios necesarios. Se aproxima un ciclo electoral muy azaroso y no todos los relojes marcan el mismo tiempo histórico. Unos van más adelantados que otros y hay momentos en los que su sincronización parece muy difícil.
    Por primera vez en su historia contemporánea, España es hoy un país en el que parece erradicada la violencia política. España está en paz y a la vez está en tensión como consecuencia de la incertidumbre económica. Formamos parte de Europa y vivimos en libertad. En consecuencia, toda deliberación pública discurre con muy pocas inhibiciones. El ruido es hoy gratuito. Por ello, hacen falta los moderados. Los partidarios del pacto y de los puentes. Y los moderados deberán alzar la voz, puesto que la moderación es una actitud positiva. La moderación debe afirmarse en Catalunya.
    El momento es interesante porque se plantean verdaderos asuntos de fondo. No es verdad que estemos ante un simple estallido emocional, aunque los sentimientos siempre han influido mucho –a veces, demasiado– en la política catalana. Se está discutiendo sobre asuntos de fondo y, a pesar del ruido ambiental, es alentador ver como crecen, en toda España, las opiniones y pronunciamientos favorables a la revisión y reforma del modelo de 1976-80, forjado con gran consenso y también bajo una fuerte presión fáctica que hoy ha dejado de existir. La fuerza de propulsión de aquel momento histórico se está extinguiendo. Hoy en día, más del 70% de los ciudadanos españoles no votaron la Constitución de 1978. Las constituciones no suelen tener cláusulas de revisión generacional, pero en las democracias avanzadas el debate al respecto no resulta tabú. La corriente de opinión favorable a las reformas va creciendo, aunque no todos sus actores digan lo mismo, ni abriguen los mismos objetivos. Y no hay duda de que Catalunya es el desencadenante de esta corriente.
    Defendemos el diálogo, pero no somos ilusos. Las posibilidades de entendimiento hoy parecen bloqueadas. Mientras la corriente favorable a las reformas se va ampliando –desde un Partido Popular de Catalunya que aboga por una revisión a fondo del sistema de financiación hasta los sectores socialistas que apuestan, ahora sí, por la superación del desdichado café para to
    dos–, la gama de propuestas es cada vez más amplia. Mecanismos de control objetivo de la solidaridad, federalismo asimétrico, reconocimiento de la singularidad de Catalunya, consulta catalana en el marco de la Constitución, revisión de la Constitución... Estas ideas hoy comienzan a aparecer en los medios de comunicación españoles. Hace cinco años, parecía imposible. ¿Quién ha dicho que nada se mueve? ¿Quién sostiene que el diálogo es imposible?
    Paradójicamente, mientras crecen las ideas reformistas, el Gobierno español parece estar hoy más interesado en el choque que en el diálogo; parece preferir el hermetismo a la apertura. Parece que teme a la consolidación de una tercera vía catalana, dispuesta a una negociación real y efectiva. ¿Tiene miedo el Gobierno de España de los moderados catalanes? Esta es hoy la pregunta pertinente. Y no es de recibo el intento de desviar a terceros la solución de un grave problema político. La sociedad civil catalana es plural, también su empresariado, y se ha comportado siempre con sensatez. El Gobierno que reclama la unidad de España como bien primordial no puede apelar a terceros para afrontar una cuestión sustantivamente política que se ha agravado como consecuencia de erróneas decisiones políticas y emocionales sobre las que en su día ya advertimos. El pacto hallará siempre fuertes apoyos en la sociedad civil catalana. Pero la política de ninguna manera puede inhibirse de sus responsabilidades.
    Conviene repetir la pregunta. ¿Tiene miedo el Gobierno de España del pluralismo interno de las sociedades catalana y española? ¿Tiene miedo de los moderados catalanes? ¿Tiene miedo del éxito de una tercera vía? La misma pregunta es aplicable al Gobierno de Catalunya y a los partidos que lo apoyan en el Parlament. ¿Tiene miedo el Govern de la Generalitat de los moderados catalanes? Si la respuesta fuese positiva, estaríamos ante un hecho muy preocupante. Nos hallamos inmersos en un proceso político muy complejo, afortunadamente delimitado por nuestra irrenunciable pertenencia a la Unión Europea, cuyos centros de decisión comienzan a estar atentos a lo que ocurre en Catalunya y al debate interno español. Si se confirmase un clima de renovada y sistemática hostilidad del centro político español hacia las posiciones moderadas, la deliberación del asunto catalán adquiriría la máxima urgencia en las instancias europeas. Entretanto, son muchos los catalanes, muchos más de los que pueda parecer, que insistirán y perseverarán en la vía de diálogo que en este momento parece levantar tantas reticencias. Señal inequívoca de que es la buena vía

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  • El problema del descrédito de los sindicatos es el mismo que el resto de las instituciones en este país y es el que la hace NO la paga.

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  • A mi personalmente los sindicatos me dan un asco que no veas. Han tenido un papel macabro en muchos ERES, no me refiero a Andalucia solamente, sino a muchos otros casos donde solo negociaban "lo suyo" dejando a los trabajadores a su suerte o incluso trabajando en contra de sus intereses... Unos vendidos en toda regla.
    Es verdad que si acudes te dan algo de informacion y existen casos cuando han ayudado a algun trabajador, pero comparado con el dinero que chupan sale un servicio mas caro que un abogado privado... 
    Con dos palabras: Son Casta
     

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  • No sólo tienen que ser independientes de los partidos.Deben de ser independientes del gobierno.
    Tienen que autofinanciarse.Lo único a lo que acudimos es a la subasta de la clase trabajadora entre SINDICATOS Y PATRONAL con el arbitraje del GOBIERNO.

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