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Clientes buenos y malos en el sector bancario

Banco de EspañaHay dos ideas que determinados expertos, políticos o medios de comunicación han intentado inculcar a la ciudadanía  durante esta larga travesía llamada crisis económica:

  1. La gente ha contratado participaciones y demás productos de inversión arriesgada porque quería duros a cuatro pesetas. Es decir, la avaricia de los clientes ha roto el saco de sus ahorros en los bancos.
  2. Muchos clientes que se han hipotecado o solicitado créditos han querido vivir por encima de sus posibilidades. Se han endeudado sin responsabilidad y ahora se quejan cuando se les desahucia de sus hogares o se les embargan sus ingresos.

Ambas ideas han calado bastante en la mente del ciudadano afectado y, sobretodo, del que no se ha visto tan afectado por estas situaciones. Entre las consecuencias de dar por buenas las ideas anteriores, surgen otras del estilo:

  1. Si los preferentistas o los tenedores de obligaciones subordinadas han querido ganar más que contratando depósitos, han arriesgado y ahora les toca perder. El contribuyente no debe sufragar con sus impuestos los errores de los irresponsables o arriesgados.
  2. Dado que yo me he comprado una casa modesta o he estado de alquiler, no es justo que ahora el Estado ayude a los que no han sido prudentes y han pedido préstamos hipotecarios demasiado elevados. Si no se sufren las consecuencias del su inconciencia, dentro de unos años se volverá a repetir lo mismo.

Voy a intentar contestar con la máxima contundencia que mi prosa y conocimientos teóricos y prácticos sobre el mundo de los bancos y sus clientes me permita. Es fundamental dejar bien claro los culpables, los responsables, las víctimas y el grado de penitencia justo para cada uno de ellos. Tal vez no sirva de nada, en cuanto a que el peso de la Ley caiga con la contundencia justa sobre cada uno de los actores de esta tragicomedia, pero sin duda es útil para que cada uno asuma la culpa en su debido grado. Sin saberlo, cuando escribí mi libro sin  pretensiones, hice una buena acción. Desculpabilizar a los afectados de culpas que no tenían. Una antigua librera, amiga de la familia así me lo hizo saber, dando sentido al esfuerzo de la obra, por mediocre que pueda resultar lo que en ella se acaba diciendo. Se puede criticar la forma, sin duda. Pero me importa mucho más el fondo.

Para los mal pensados, que deducirán que toda esta perorata inicial es solo para vender mi libro, desde ya les dejo muy claro que con este tipo de libros se gana poco dinero, algunos enemigos y muchos amigos. Si sospechas de mis intenciones, ni se te ocurra consumir legalmente mi obra. Dicho está.

Pero primero, dado que hay más mal pensados que confiados en este mundo, contestaré a los responsables de emitir una pésima nota, para los cuales sin duda un servidor es un “nuevo amigos de los consumidores, intelectual de medio pelo, que anda detrás de la presa de las preferentes y los suelos a ver si cazan una parte del negocio que van generando los buenos y malos consumidores que litigan en los tribunales”. Estos lumbreras, cuyo nombre individual no identifico, dado que su nota “CESCO RESPONDE A SUS CRÍTICOS” no viene firmada, contestan a los profesionales que han osado cuestionar un artículo de una Doctora de la entidad, que ponía en duda que tener Alzheimer fuera una causa para devolver lo depositado en preferentes de una pareja de octogenarios. El Doctor Fernando Zunzunegui explica bastante mejor que un servidor los errores jurídicos de las eminencias mencionadas. Yo incidiré en aspectos más peregrinos. Dice la nota:

El Cesco siempre ha sido un instrumento científico al servicio de la procura de la mejora de la protección jurídica de los consumidores. Pero de todos los consumidores, no de los consumidores de hoy a costa de los consumidores de mañana, que no podrán obtener préstamos hipotecarios ni invertir en productos financieros, porque los consumidores de hoy que reclaman una protección que acaso no merecen están matando la gallina de los huevos de oro”.

El resto de la nota merece ser transcrita, por casposa y carente de rigor. Me sirven la idea que intentan propagar, vestida de nota de un “Centro de Estudios de Consumo”, para atacar las dos ideas comentadas al principio:

Los ancianos no son, por definición, un colectivo que quiera arriesgar con productos financieros como las preferentes, complejas, perpetuas, arriesgadas y diametralmente diferentes a un depósito a plazo. Salvo que la inversión represente no más del 10% de su patrimonio líquido, hayan solicitado su contratación expresamente, sin ser inducidos por el banco, tengan conocimientos financieros adecuados a la complejidad del producto y a la situación real de la entidad financiera que los emite y, como no, no tengan enfermedades mentales o haya mediado algún vicio del consentimiento, cualquier persona con ahorro en preferentes ha sido engañado, mal informado o mal asesorado por el banco. He mencionado a la gente mayor a propósito, porque es evidente la mala praxis de las oficinas de bancos. Pero lo mismo es extensible a la mayoría de colectivos de clientes minoristas.

La idea de que hemos vivido por encima de nuestras posibilidades ha calado mejor, como intoxicación informativa, ya que en un inicio no parecía que hubiera implicada gente mayor. Sin embargo, cuando se ha empezado a subastar las casas de los avalistas, abuelos y padres, la cosa ha cambiado un poco. Claro que hay que dejar bien claro que todos tenemos una responsabilidad individual en nuestros actos. Y que firmar escrituras hipotecarias sin entender lo que ponen (o sin leerlas) es una insensatez. Insensatez que la mayor parte de la población ha cometido; unos por pereza, otros por ignorancia o falta de cultura financiera. Pero hay una razón adicional que cambia mucho las cosas: la confianza en el sistema, supuestamente supervisado por el Banco de España y la CNMV. Con unos bancos que han de actuar con la diligencia de un bonus argentarius (muy superior a la de un buen padre de familia o similar que ha de tener un cliente), un notario que ha de dar fe de que lo que se firma es entendido por los firmantes (o como mínimo conocido, y para eso hay que leer en alto toda la escritura), unos tasadores que valoran objetivamente el inmueble y demás agentes implicados en la supuesta “seguridad” del sistema.

Los que han concedido hipotecas irresponsablemente son los bancos, con la inoperancia de sus supervisores. Evidentemente el cliente ha recibido un dinero, se ha comprometido a devolverlo y, de no hacerlo, ha de responder. Pero no con deudas que no ha contraído, perdiendo la casa por el 60 o 70% de su valor de tasación, con intereses de demora que no tenían límite (ahora es el triple del interés legal del dinero) y gastos judiciales más que cuestionables. Y encima dejando en la calle a las familias que podrían pagar durante un tiempo un alquiler social, para traspasar estas viviendas vacías al engendro llamado Sareb y que las venda a precio de saldo a inversores internacionales.

No hay buenos y malos clientes, no. Hay clientes confiados y otros desconfiados. Y a partir de ahora, me temo, todos tendremos que ser desconfiados con el sistema. Y con las ideas que propagan determinados amigos de los bancos, banqueros y bancarios irresponsables (que no todos).

Pau A. Monserrat

Economista de Futur Finances

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  • Nuestro Gobierno, como Rodrigo de Triana en la Pinta, anda subido a la cofa gritando “¡tierra a la vista!” cada vez que ve, cree ver o se imagina alguna mancha gris en el horizonte. Hace tres años, el expresidente sonriente confundió el lomo de una ballena con tierra firme, y gritó “¡brotes verdes!” instantes antes de que aquélla se sumergiera y la lisa superficie del océano de la crisis retornara a la normalidad. Los de ahora creen ver algo y vuelven a señalar el horizonte alborozados y con todo tipo de aspavientos.
    Resulta sorprendente que se siga prestando tanta atención a lo que dice un presidente de Gobierno o un ministro de Hacienda (de cualquier color, de cualquier país) sobre las perspectivas de la economía. Ellos carecen de una capacidad superior de predicción o de análisis de la realidad, como demuestra de forma palpable su penoso historial predictivo. Si realmente tuvieran la bola de cristal no se habrían pasado toda la vida entre la sede del partido y el ministerio, sino que hace tiempo habrían creado un hedge fund, habrían ganado mucho dinero y serían capaces de leer el Financial Times sin traductor online. No, los políticos sencillamente venden su producto, que consiste de forma exclusiva en procurar resultar reelegidos por el pueblo (o por el líder). Aun así, ciegos a la contundente evidencia empírica, los medios de comunicación les siguen otorgando una extraña credibilidad. En España este fenómeno de la mitificación del poder político es particularmente llamativo, y se extiende también a otras partes del establishment pertenecientes al mundo de las finanzas o de la gran empresa, que en nuestro país nunca han mostrado ni independencia ni capacidad crítica con el gobernante de turno. A modo de ejemplo, el presidente de uno de los principales bancos españoles pronosticaba en 2007 que la economía española mantendría “elevadas tasas de crecimiento”, en 2008, que la crisis pasaría “pronto” y hoy afirma que estamos en un momento “fantástico”. Los miembros del establishment también venden su producto, sea una emisión de bonos, las acciones de su empresa o una regulación menos hostil. Por lo tanto, no debemos impresionarnos ni tomarnos tan en serio las declaraciones de unos y otros, sino que tenemos que ponerlas en contexto con una sana dosis de escepticismo y distancia emocional.
    Dicho esto, parece que la situación se está normalizando en el sentido de que el paro aparenta estar estabilizándose. Era lógico, puesto que con el 26% ya teníamos una de las mayores tasas de paro del mundo. Sin embargo, existe otro fenómeno de naturaleza puramente financiera que está distorsionando la percepción de la situación actual, haciendo creer que puede tratarse de una recuperación sólida en vez de una tímida estabilización.
    En verano de 2012, los mercados, convenientemente demonizados por los políticos y los medios de comunicación, estaban “atacando” España y el resto de la Europa periférica; los mercados de acciones y bonos caían cerrando las puertas de la refinanciación de nuestra galopante deuda. Los culpables de todo, nos decían entonces, eran los malditos especuladores, esa especie salvaje, inhumana y sin escrúpulos que con total insolencia desconfiaba de las promesas y de los números presentados por los políticos. En aquel momento acudió el Banco Central Europeo y prometió que imprimiría cuantos billetes hiciera falta para comprar esos activos que nadie quería. Confiando en esa promesa y aparentemente fatigados de tanto atacar, los malditos especuladores que antes despreciaban nuestra deuda pública y la de otros países mediterráneos se reformaron de forma súbita. Repentinamente ya no eran malditos, sino benditos; ya no eran siquiera especuladores (lo que en la vieja Europa es un insulto, casi un delito), sino inversores serios. Comenzaron a comprar indiscriminadamente bonos y acciones con el ansia tan característica de las histerias alcistas, empujados por el dinero creado de la nada por los bancos centrales y reafirmados por las salvaguardas de sus fantásticas promesas. Desde entonces, los precios de los activos de los países periféricos han subido de forma simultánea y bastante brusca: la bolsa española ha subido un 60%, pero también la portuguesa un 45%, la italiana un 55% y la griega casi un 100%. Asimismo, en los mercados de bonos ha disminuido el coste de la deuda y la famosa prima de riesgo de todos. El coste de la deuda española a 10 años ha pasado del 7,5% al 4%, pero también la portuguesa ha pasado del 11% a menos del 6%, la italiana del 6,5% al 4% y la griega del 27% al 8%. Al hacer por fin aquello que los políticos deseaban que hicieran (para favorecer su reelección), los especuladores han pasado de ser criticados con fiereza a observar con estupor cómo salimos todos con pancartas a lo Bienvenido Mr. Marshall cuando uno de ellos compra acciones de alguna empresa española. Aquí, esta tregua ha hecho que nuestro Gobierno se sumerja en la autocomplacencia más absoluta sin siquiera sentir la necesidad de fingir con más mini reformitas. Para mayor bochorno, se ha colgado la medalla de la subida de los mercados como si se tratara de una particularidad española y de un éxito propio (que, a su entender, bien merece una reelección, naturalmente), con el descaro tan típico de la política.
    ¿No estaremos confundiendo una burbuja financiera (otra más) con una recuperación económica sólida? Porque, ¿qué ha cambiado realmente en estos doce meses? No veo que tengamos los ingredientes de un crecimiento económico sano y sostenible. Muy en primer lugar, ¿hemos reducido nuestro nivel de endeudamiento? ¿El sistema financiero es robusto y funciona con normalidad? ¿Poseemos repentinamente un marco económico de libertad favorable al emprendedor y a la creación de empleo y riqueza? ¿Tenemos impuestos más bajos? ¿Se ha reducido nuestro despótico maremágnum de normas y regulaciones? ¿Somos un país que goza de una reputación de seguridad jurídica? ¿Se ha afrontado el problema del tamaño del sector público y el monstruo autonómico? Entonces, ¿vamos acaso a crecer por arte de magia?
    El papel de los bancos centrales
    La liquidez creada de la nada por los bancos centrales de medio mundo está generando nuevas burbujas por doquier. Sin embargo, en casi todos los países, poco o nada de este vasto experimento se está traduciendo en una mejora de la economía productiva. De hecho, cada vez se alzan más voces alarmadas a ambos lados del Atlántico cuestionando esta política monetaria que tan poco fruto ha dado y tanto ha aumentado la fragilidad del sistema. Queda, por tanto, mucha crisis por delante y, de forma perversa, ésta se alargará por la inevitable explosión de la enésima burbuja creada por los malditos banqueros centrales (si me permiten una apropiación temporal del epíteto).
    La Francia de finales del XVIII –escribía Dickens en Historia de Dos Ciudades– “rodaba con extraordinaria suavidad ladera abajo fabricando papel moneda y gastándoselo”. Se refería el escritor inglés a la tremenda crisis económica que precedió a la Revolución de 1789, y que fue disimulándose con la tradicional trampita monetaria hasta su estallido final. Plus ça change, plus c'est la même chose. Han pasado dos siglos y no sólo Francia, sino España, Europa y casi todo Occidente ruedan con extraordinaria suavidad ladera abajo imprimiendo papel moneda y gastándoselo. Durante un tiempo parece que no pasa nada, que el tratamiento es eficaz e inocuo, pero luego, de forma inevitable, se desatan todos los infiernos.
    http://www.fpcs.es

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  • Liberbank se ha hecho un hueco en las carteras más selectas del país. Si primero fueron Bestinver y la familia Masaveu los que apostaron por el banco, ahora son dos ricos de cabecera como Juan Abelló y el inversor indio Ram Bhavani los que desembarcan en el capital del grupo formado por Cajastur, Caja de Extremadura y Caja Cantabria. Como corresponde a un valor con escaso 'free float', las participaciones son en todos los casos modestas pero muy representativas del vuelco de las expectativas respecto a los bancos que generan la inmensa mayoría de su negocio en España. Los grandes inversores están apostando por la historia de reestructuración bancaria que significa Liberbank.

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  • No es sólo Grifols la única empresa española que compra una filial del gigante farmacéutico suizo Novartis. Este martes en todos los mercados de materias primas se está también calibrando el alcance de una segunda operación igual de audaz y ambiciosa: la multinacional Ecom ha llegado a un acuerdo para quedarse con el brazo comercial en cacao, café y azúcar del holding Armajaro Asset Management LLP, con sede en Londres. Ecom tiene su sede en Lausana desde mediados de los años 60 del siglo pasado, pero va ya por la sexta generación con el apellido Esteve en la cabeza de esta firma fundada en Barcelona en 1849 por el primer José Esteve.
    La gran prensa internacional especializada toma nota de que el gigante se hace aún más líder. Entre ellos, las agencias Bloomberg y Reuters y los diarios Financial Times y The Wall Street Journal. En el ránking del comercio mundial de materias primas, Ecom ya figura como el primero en tueste y segundo en compraventa de café, el cuarto en algodón y entre los diez primeros en cacao. Precisamente la absorción de este área de negocio de Armajaro fortalece su posición. El comunicado oficial de Ecom menciona claramente la aspiración de convertirse en el número uno.
    Actualmente, el apellido Esteve es poco más o menos todo lo catalán y español que queda en Ecom. Cuatro hermanos Esteve y sus familias poseen el 94% de la empresa, que es suiza a todos los efectos. Tan suiza que uno de sus grandes clientes es Nestlé. Entre otros clientes en sus operaciones y sede en Europa, América y el resto del mundo figura, cómo no, Starbucks. El año pasado negociaron 13 millones de sacos de café de 60 kilos, más o menos el diez por ciento de la producción mundial. Hasta la suma de las operaciones de Armajaro, la posición en cacao es inferior: 260.000 toneladas del total mundial de cuatro millones de toneladas.
    Pero en el siglo XIX en Barcelona mandaba el textil, que es como empezó el primer José Esteve. Para 1885 ya se había establecido en Nueva York, Georgia, Luisiana y Texas, y más tarde en Brasil, México y Paraguay. En la segunda mitad del siglo XX se incorporó el negocio del café y posteriormente el del cacao. La filosofía de los Esteve y de Ecom puede parecer de cajón, pero hay que interiorizarla y cumplirla: hacer las cosas bien. Lo explicaba Antonio Esteve hace dos años en una presentación de la Asociación Mundial del Algodón: hay que funcionar desde un punto de vista sostenible, y eso quiere decir que siempre debe haber algodón para comprar y vender, porque de otra forma se acabó el negocio.
    Otro Esteve, Ramón, le contaba a Bloomberg otro pequeño secreto en relación con el café, muy parecido al anterior. Como muchos de los países productores de café están en el Tercer Mundo, Ecom se acogió a la iniciativa del Comercio Justo. Sin cinismo pero tampoco sin candidez, Ramón Esteve dijo que 'no somos filántropos, sino hombres de negocios'... ¿Entonces? Descubrieron que incorporando las etiquetas de Comercio Justo se vendía un diez por ciento más.

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