Incremento de los milmillonarios en el mundo entre 2012 y 2013
Porcentaje de jóvenes viviendo con sus padres
Desempleo juvenil
El centro de gravedad económico mundial y cómo se ha acelerado hacia oriente desde el año 2000
La evolución del paro en el mundo desde 1991 (mapa animado)
Exportaciones anuales en dólares
Importaciones anuales
Producción de petróleo
Internet en 1969
Lo enorme que es África
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Soy miembro del club 'yo antes tenía'
Kathleen Ann
Escritora freelance de Nueva Inglaterra
Yo antes tenía una casa. Solía irme de vacaciones. Yo antes compraba en centros comerciales, iba a la peluquería e incluso me hacían la pedicura. Ya no. Ahora soy miembro del club yo antes tenía.
Ahora vivo de alquiler, y me desespero a la espera de recibir un cheque que me permita pagar el alquiler. Aun así, soy afortunada de tener un piso con las comodidades básicas. A pesar de haber hecho una carrera en una prestigiosa universidad, y a pesar de mi sólida trayectoria profesional, no puedo encontrar trabajo. Hace tanto que no trabajo que ya me siento inservible.
Mi edad no ayuda. Pero estoy sana como una manzana, parezco bastante joven y aceptaría de buen grado un sueldo base. ¡Soy una ganga! Pero no. Ahora soy autónoma y cobro 15 dólares la hora, mientras que antes ganaba 100 dólares cada hora. De hecho, las tasas de autónomos han bajado hasta los 15 o 30 dólares la hora. Para llegar a fin de mes, también trabajo de asistenta (13,75 dólares la hora, es decir, unos 10 euros) y llevo una pequeña empresa local. Con todo, mis ingresos anuales están en torno a los 20.000 dólares (o lo que es lo mismo, no llegan a los 15.000 euros).
Me siento afortunada por vivir en Massachusetts, donde me pagan la seguridad social, y por gozar de buena salud física y mental. Sin embargo, hay días en los que pierdo la esperanza, y me veo dentro de 20 años viviendo en la miseria. Las amigas de mi edad que viven una situación financiera parecida están aterrorizadas por el futuro. Si no podemos encontrar un trabajo decente hoy en día, existen pocas posibilidades de que en el futuro consigamos un trabajo que nos permita obtener beneficios. En los últimos años hemos luchado, y hemos exprimido nuestros ahorros, pero ya no podemos rascar más la cartera. Así que nos vemos viejas, patéticas, agotadas, viviendo en una parada de autobús, guardando lo poco que tengamos en carritos de supermercado.
Para los yo antes tenía, todos los días son una lucha por mantener la esperanza. Miremos donde miremos, cualquier cosa nos recuerda lo que antes teníamos.
Los yo antes tenía solíamos trabajar para grandes y ricas empresas insertas en la burbuja laboral. No contábamos con la posibilidad del despido. Cuando me echaron, me dijeron que había supuesto una diferencia positiva para la empresa y que el valor de mis contribuciones era relevante. Estoy de acuerdo. Sé que, gracias a mí, mis jefes parecían excelentes. Soy completamente consciente de que mis contribuciones crearon la imagen de marca de la empresa. Pero parece que era prescindible.
Al entrar en los yo antes tenía, empecé negando mi condición. "¡No soy pobre!", me decía a mí misma con una risita nerviosa. Pero, a medida que iba cayendo más y más, me di cuenta de que lo más inteligente era acabar reconociendo la pobreza y tratar de aprovechar los beneficios disponibles. Hasta entonces nunca había sido pobre. No sabía cómo era eso de ser pobre. Pero, al final, he aprendido. La magnitud de mi vergüenza es inconmensurable. Es imposible explicárselo a la gente que no es pobre, a los yo tengo. Cuando voy al banco y suplico desesperada el pago que me deben, el empleado no tiene ni idea de lo terriblemente desesperada que estoy por el dinero. Y me dice: "Vuelva la semana que viene". Entonces, imploro con voz agradable pero sincera "¿no hay manera de que me rellenen ese cheque?". La respuesta es "no". Solo consiste en poner un bolígrafo sobre el papel, pero para los yo tengo, solo soy una piedra en el zapato.
A pesar de la desaparición de la clase media y la proliferación de los yo antes tenía, las grandes empresas estadounidenses se muestran tan indiferentes como cuando me despidieron. Recuerdo que los fines de semana y en vacaciones solía trabajar horas extra para una entidad financiera de Nueva Inglaterra. Me dolía el brazo de sacar tantas fotocopias, al tiempo que intentaba arreglar el atasco de papel de la máquina. Llevaba camisetas deportivas, pues a veces nos tocaba mover cajas de un local a otro. Ya veis, hice todo tipo de sacrificios por mantener mi trabajo.
Estos últimos años, John Boehner y el Congreso republicano han sido una prueba increíble de la despreocupación por los yo antes tenía. Su egoísmo no tiene rival: mientras que sus salarios rondan los 174.000 dólares anuales, más beneficios adicionales y la opción de votarse un aumento, se posicionan contra la reforma de la sanidad, paralizan conscientemente el gobierno, recortan ayudas alimenticias y suprimen subsidios por desempleo.
El Congreso no tiene valor para llamar a sus lobbies y a los mandamás e insistir para que contraten a más desempleados en las compañías de las que tanto alardean.
La prensa le llama "La gran recesión". En realidad, se trata de La gran estafa. El robo a la clase media (público, aunque a veces disimulado) ya se ha llevado a cabo, pero ahora sabemos quiénes lo han perpetrado. Sabemos quiénes son las empresas que carecen de coraje, escrúpulos o corazón para ayudarnos, quiénes son los responsables de la recesión y quiénes son los políticos que han aplicado políticas tóxicas. Los yo antes tenía no somos estúpidos.
Como miembro del club yo antes tenía, estoy más que enfadada. No soy una nunca tuve. Sé lo que es pagar las facturas a tiempo y que me quede para vivir. Me acuerdo de las vacaciones, de las pedicuras y de las cenas en restaurantes. Como yo antes tenía, sé exactamente lo que las grandes empresas, los lobbies y los políticos me han quitado. Los yo antes tenía y nuestros hijos no lo olvidaremos. Los yo antes tenía somos cultos. Muchos de nosotros y de nuestros hijos tenemos un talento impresionante, además de premios académicos. Sabemos cómo hacer las cosas. Y aunque todas las apuestas vayan en nuestra contra, no nos daremos por vencidos.
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-¿Cómo te va por el gimnasio?
-¡Brutal! Me salen músculos que ni siquiera conozco. ¿Mira, cómo se llama éste?
-Trapecio.
-Yo a ti también, tío, y mucho.
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La memoria es corta. Tendemos a interpretar el pasado filtrándolo por el tamiz de lo que vemos en el tiempo presente. Si en una charla de cafetería preguntásemos cuál de estas dos regiones, Cataluña o Galicia, contaba con más población en el siglo XVIII, indudablemente la mayoría de los parroquianos nos dirían que Cataluña, pues hoy la comunidad mediterránea aventaja a la atlántica en 4,8 millones de habitantes. Sin embargo, lo cierto es que en 1787 Galicia tenía más población que Cataluña: 1,3 millones de gallegos frente a 802.000 catalanes. Los saludables datos demográficos del confín finisterrano eran además un síntoma de pujanza. En el siglo XVIII algunos pensadores ilustrados presentaban a Galicia ante otros pueblos de España como un ejemplo de sociedad bien articulada económicamente.
Bendecida por un clima templado y con generosos dones naturales, ya bien conocidos desde los romanos, buenos amigos de su oro y su godello, entre 1591 y 1752 se estima que Galicia duplicó su población. Su éxito se basaba en una agricultura autosuficiente, que recibió un empujón formidable con la perfecta y temprana aclimatación del maíz a los valles atlánticos. Pero había más. Una primaria industria popular, cuyo mejor ejemplo era el lino. Y también, claro, los recursos de las salazones de pescado, donde tanto ayudaron empresarios catalanes; la minería, las exportaciones ganaderas, el comercio de sus puertos… Todo ese edificio gallego, tan perfectamente ensamblado durante siglos y triunfal en el XVIII, entrará en crisis súbitamente en el XIX y se vendrá abajo. Fue un colapso de naturaleza maltusiana (Galicia se torna incapaz de atender las necesidades que genera su bum demográfico) y da lugar a un éxodo de magnitudes trágicas: desde finales del siglo XVIII hasta los años 70 del siglo pasado se calcula queun millón y medio de personas huyeron de la miseria de Galicia. Buenos Aires fue durante largo tiempo la segunda ciudad con más gallegos y ese gentilicio todavía es allí sinónimo de español.
¿Por qué se hunde Galicia en el siglo XIX? Porque decisiones políticas externas voltean su modo de vida tradicional. La apuesta por la industria del algodón mediterránea, que será protegida con reiterados aranceles por parte del Gobierno de España, arruina la mayor empresa de Galicia, la del lino. Los nuevos impuestos del Estado liberal, que sustituyen a los eclesiásticos, obligan al campesinado a pagar en líquido, en vez de en especie, y lo acogotan. Aislado del milagro del ferrocarril, el Noroeste languidece, lejano, ajeno a los nuevos focos fabriles, establecidos en Cataluña, con su monopolio de la industria del algodón, y en el País Vasco, cuya siderurgia pasa a ser también protegida como empresa de interés nacional.
Stendhal ante el proteccionismo
El declive de Galicia en el XIX coincide con el espectacular ascenso de Cataluña, debido al ingenio y laboriosidad de su empresariado y a su condición de puerta con Francia. Pero hubo algo más. En su Diario de un Turista, de 1839, Stendhal, el maestro de la novela realista, recoge con la perspicacia propia de su talento sus impresiones tras un viaje de Perpiñán a Barcelona: «Los catalanes quieren leyes justas –anota–, a excepción de la ley de aduana, que debe ser hecha a su medida. Quieren que cada español que necesite algodón pague cuatro francos la vara, por el hecho de que Cataluña está en el mundo. El español de Granada, de Málaga o de La Coruña no puede comprar paños de algodón ingleses, que son excelentes, y que cuestan un franco la vara». Stendhal, que amén de escritor era también un ducho conocedor de la administración napoleónica, para la que había trabajado, capta al instante la anomalía: el arancel proteccionista, implantado por los gobiernos de España en atención a la perpetua queja –y excelente diplomacia– catalana, ha convertido al resto de España en un mercado cautivo del textil catalán, cuando es notorio que es más caro y peor que el inglés. Un premio colosal, pues no había entonces industria más importante que la del algodón, que será pronto matriz de otras, como la química. Esa descompensación primigenia, el arancel, reescribe toda la historia económica de España. A partir de esa discriminación positiva inicial, que le permite arrancar con ventaja frente a las otras comunidades, pues España era un páramo industrial, Cataluña va acumulando más y más espaldarazos por parte del Estado. Aunque también hay que ensalzar el ímpetu y la capacidad de la burguesía catalana.
Cataluña, siempre lo primero
La primera línea férrea de España es la Barcelona-Mataró, en 1848. Galicia contará con su primer tren en 1885, ¡37 años después! La primera empresa de producción y distribución de fluido eléctrico a los consumidores se creó en Barcelona, en 1881, se llamaba, y es relevante, Sociedad Española de Electricidad. La primera ciudad española con alumbrado eléctrico fue Gerona, en 1886. La teoría del agravio a Cataluña no se sostiene. De hecho, el resto de España todavía aportará algo más: mano de obra masiva y barata para atender a la única industria que existía, la catalana (salvo el oasis de Vizcaya).
En el siglo XX llegaran más ventajas competitivas para Cataluña. En 1943, Franco establece por decreto que solo Barcelona y Valencia podrán realizar ferias de muestras internacionales. Ese monopolio durará 36 años. Fue abolido en 1979 y solo entonces podrá crear Madrid su feria, la hoy triunfal Ifema. Catalanas son las primeras autopistas que se construyen en España (Galicia completó su conexión con la Meseta en el 2001 y la unión con Asturias se culminó hace dos semanas). La fábrica de Seat, la única marca de coches española, se lleva a Barcelona. Otro hito son los Juegos Olímpicos del 92, un plató de eco universal, conseguido, concebido y sufragado como proyecto de Estado (o acaso cree alguien que aquello se logró y se costeó solo por obra y gracia del Ayuntamiento de Barcelona y el gracejo de Maragall). En los años noventa se completará la entrega a empresas catalanas del sector estratégico de la energía, un opíparo negocio inscrito en un marco regulado. En 1994, el Gobierno de Felipe González vendió Enagás, monopolio de facto de la red de transporte de gas en España, a la gasera catalana, por un precio inferior en un 58% a su valor en libros. Repsol, nuestra única petrolera, también pasará a manos catalanas.Los modelos de financiación autonómica se harán siempre a petición y atención de Cataluña. También es privilegiada en las inversiones de Fomento y se le permite aprobar un estatuto anticonstitucional que establece algo tan insólito como que la instancia inferior, Cataluña, fije obligaciones de gasto a la superior, España. Todas las capitales catalanas están conectadas por AVE en la primera década del siglo XXI, mientras que la línea a Galicia todavía no tiene fecha cierta y los próceres de CiU presionan que no se construya.
Retroceso con la libertad
Cuando llegan las libertades económicas y se evaporan los aranceles y los monopolios, España logra crear, contra todo pronóstico, la mayor multinacional textil del planeta, Inditex. Resulta harto revelador que la compañía nazca en La Coruña, en el confín atlántico, y no en la comunidad que durante un siglo largo disfrutó del monopolio del algodón y el textil. Lo mismo sucede con las ferias de muestras de Barcelona y Madrid.
En realidad la libertad económica, unida al ensimismamiento nacionalista, sienta mal a Cataluña, acostumbrada a competir apoyada en la muleta del Estado intervencionista. Según la serie histórica de desarrollo regional de Julio Alcaide para BBVA, en 1930 la primera comunidad en PIB por habitante era el País Vasco y la segunda, Cataluña; Galicia se perdía en el puesto quince. En el año 2000 Baleares era la primera; Madrid, la segunda; Navarra, la tercera, Cataluña caía al cuarto lugar; y el País Vasco, al sexto; por su parte Galicia recortaba varios puestos.
Las sorpresas del siglo XXI
El corolario de esta historia es que hoy Galicia coloca sus bonos y presenta unas cuentas saneadas, mientras que Cataluña vuelve a estar sostenida por el Estado, pues su deuda padece la calificación de bono basura y se ha quedado fuera de mercado.
Galicia ha vadeado el sarampión nacionalista (Fraga fue un disperso presidente regional, pues su gobernanza era un atolondrado ir de aquí para allá sin proyectos claros, pero tuvo una idea genialoide: ocupó el espacio del nacionalismo, creando un galleguismo sentimental e intrusivo, pero imbricado en España).
Los gallegos saben que si un café vale 1,20 euros en Tui y 90 céntimos al otro lado del río, en Valença do Minho (Portugal) es porque formar parte de España reporta un mayor nivel de vida, y asumen que ese plus es lo que hace viable a Galicia.
Por el contrario Cataluña, desconcertada al verse obligada a competir en el mercado abierto, desangradas sus arcas por la entelequia identitaria, se deja embaucar por los cantos de sirena de la independencia, inculcada sin descanso por el aparato de poder nacionalista, con técnicas de propaganda de trazas goebbelianas.
España es una buena idea. La libertad, también. Y a veces, como ahora, libertad y España son sinónimos.
La devaluación salarial hace horas extraordinarias
Los indicadores de actividad auguran un buen inicio de 2014. El PMI de manufacturas y el de servicios aumentaron de forma sustancial en enero y se mantienen en niveles acordes con el crecimiento económico (52,2 y 54,9, respectivamente). Esta mejora se debe, en parte, al repunte de los pedidos del extranjero, que debería reflejarse en un aumento de las exportaciones en los próximos meses.
La recuperación de la producción industrial se consolida. El aumento en diciembre de 2013 (+1,7% interanual) dibuja una clara tendencia alcista. Destaca el dinamismo de los bienes de equipo (+2,8% interanual), apoyado por la mejora de la inversión.
Los datos de enero corroboran el cambio de tendencia del mercado laboral. A pesar del descenso en el número de afiliados a la Seguridad Social (-184.031), este fue menor al registrado en años anteriores. La mejora fue notable en las actividades de mercado, aunque también recibió el respaldo de la administración pública y del sector de la educación. En este contexto, el paro registrado mantuvo la senda decreciente, con una caída del -3,3% interanual.