Los grandes momentos del oro español (2): El oro de América

Se podría pensar que el siglo XVI español fue tan esplendoroso económicamente como lo fue en lo militar y en lo político. De hecho forma parte de nuestro imaginario colectivo la imagen de los grandes galeones cruzando el océano cargados hasta la bandera de todos los tesoros que imaginarse pueda. Sin embargo, aunque el oro afluyó en abundancia de la recién descubierta América, fue la plata el metal precioso por excelencia que inundó los mercados europeos dando lugar al poderío militar español, a la prosperidad de según qué países de Europa y a la ruina de según qué otros, incluido el nuestro.

De hecho, durante el siglo XVI los envíos de oro a España, alcanzaron un punto máximo hacia la mitad del siglo y cayeron en picado a partir de 1610; los envíos de plata lograron su cenit hacia el año 1600 e iniciaron un marcado declive a partir de 1630. Sin embargo, a pesar de esta ingente cantidad de plata frente a la de oro, hoy en día y, por supuesto, aún más en aquella época, seguimos alimentando leyendas acerca de las fabulosas cantidades de oro que de las Indias afluían o quedaban por descubrir; leyendas como la de El Dorado, Las Siete ciudades de Cíbola, acompañadas de hechos reales como el fabuloso rescate de Moctezuma, exacerbaron la imaginación popular de toda Europa, con consecuencias, alguna de las cuales, aún padecemos.

Así, por ejemplo, está el hecho del expolio de las riquezas del Nuevo Mundo que muchos autores y políticos hispanoamericanos argumentan. Nada más falso: en aquella época aquello era tan España como podría serlo Badajoz, por ejemplo, y mucho más que Aragón, los Países Bajos o el Milanesado, con un gran autogobierno e instituciones propias. Por tanto, en nombre del Rey, Castilla explotó esas riquezas como propias, implantando a cambio un sistema social, una cultura, unas infraestructuras y un desarrollo como sus posibilidades le permitieron. Además, se dio el hecho paradójico de que los primeros interesados en preservar lenguas, costumbres e integrar a los nativos en la nueva sociedad fueron los propios españoles, con leyes y ordenanzas a tal efecto que, aunque no lograron impedir todos los abusos, sí los mitigaron y algunos hasta los corrigieron.

Por otro lado, en los demás países de Europa, enemigos todos ellos de España debido a la mala labor diplomática y el buen hacer militar, se despertó igualmente el ansia por poseer una parte al menos de aquel manantial de riqueza. Esto no ayudó a evitar las grandes guerras en Europa y motivó una intensa acción de piratería para intentar cortar el suministro de riquezas. Ni por la guerra directamente, ni por la actividad bucanera se pudo conseguir gran cosa: los Tercios recorrieron Europa venciendo siempre en cada batalla y la organización de las Flotas de Indias lograron contrarrestar las acciones de los piratas casi siempre.

Pero fue precisamente el aporte de riqueza lo que empobreció a Castilla (o sea a España), las enormes remesas de metales preciosos sólo sirvieron para dos cosas: por un lado comprar y por otro guerrear. De hecho, una vez que el oro y la plata empezaron a afluir en cantidad, los españoles fueron mucho más proclives al gasto que a la producción. Y así, durante el siglo XVI el 80% de las mercancías exportadas por la península, con destino sobre todo a las colonias, fueron bienes cultivados o fabricados en otros países, llegando a declarar las Cortes castellanas a finales de siglo: «Cuanto más llega, menos tiene el reino […]. Aunque nuestros reinos deberían ser los más ricos del mundo […] son los más pobres, porque sirven sólo como puente para que [el oro y la plata] vayan a los reinos de nuestros enemigos».

De hecho, lo que la llegada de metales provocó fue una subida espectacular de precios (lo que hoy se denominaría inflación) lo que motivó que fuese más barato pagar a otros países por los bienes de consumo, convirtiéndose Castilla en «las Indias de los extranjeros». Además, el tejido económico del país se había visto gravemente perjudicado tras la expulsión de los judíos y musulmanes, mucho más cultos y preparados que el resto de la sociedad castellana de la época. De hecho, buena parte de la sociedad cristiana de Castilla sólo conocía el analfabetismo y la pobreza, de la que se podía salir a través de la Iglesia o por el ejercicio de las armas, y a partir del siglo XV, haciendo fortuna en ultramar. La posterior rebelión y expulsión de los moriscos terminó de apuntillar también al sector agrario. El intento de respuesta por parte de la corona española fue intentar hacerse con los centros económicos neurálgicos de la Europa de la época, como era el norte de Italia y los países bajos, dos de los escenarios de batalla más activos de los siglos XVI y XVII.

Así, mientras nuestro poderío militar y político dominaban el siglo XVI, sustentados por los sustanciosos pero siempre insuficientes envíos de metales preciosos, Castilla se empobrecía, la corona se endeudaba más de lo que nunca podría llegar a devolver debido a sus ansias de poder y de gloria y lo mejor de la población castellana de la época se debatía entre morir de hambre en el terruño, servir al rey en sus aventuras imperialistas o emigrar al Nuevo Mundo para labrarse un futuro. Por este mismo motivo, tampoco es de extrañar que el siglo XVII fuera el de la gran debacle económica, ni que ésta viniera acompañada de la derrota militar, que se vio culminada por la entrada de una nueva estirpe reinante, la cual ya sin los recursos metalíferos de la dinastía anterior, pero con menos delirios de grandeza inició un lento proceso de intentar levantar a un país exhausto y empobrecido, pero así mismo con un potencial tremendo si empezaba la explotación de sus recursos coloniales en productos agrarios y manufactureros. El oro de América había cumplido su paradójica misión de empobrecer al poseedor y enriquecer al rival: los países vencedores de la larga disputa con España, a pesar de haber perdido casi todas sus batallas en lo militar, habían ganado la guerra económica; y con un tejido económico, comercial e incipientemente industrial considerables tomaban el relevo en la conquista del mundo.