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Economía sumergida, los trabajadores de la miseria

pobrezaSorprendía el 1 de Enero el Ministro De Guindos con un mensaje tan optimista con la marcha y las previsiones de la economía española que llegó a afirmar que los trabajadores “han perdido el miedo” a quedarse sin empleo. Entiendo que las fechas no son las más adecuadas para realizar declaraciones de gran calado, pero para decir eso, mejor cantar villancicos. Porque lo que este señor Ministro debería también saber es que 728.300 hogares españoles no disponían en septiembre de 2014 de ningún tipo de ingreso familiar declarado; es decir, oficialmente, estaban en la indigencia. De este total de hogares, 200.000 contaban a su cargo, además, con uno o más menores de 16 años.

Por si fuera poco, estos datos los ha remitido el propio Gobierno al Congreso de los Diputados a partir de los datos de la Encuesta de Población Activa, lo que aun da más motivos para pensar en los estragos que las fiestas navideñas han causado en el Ministro. Los datos mostraban la consolidación de un drama diario a pesar de los datos de “brotes verdes” ofrecidos por el Gobierno: en el tercer trimestre del 2014, 200.300 hogares con niños menores de 16 años carecían de ingresos declarados, es decir, el 27,50% del total de las familias sin ingresos.

Quienes se encargan de rebatir la certeza de estas cifras alegan que, si esto fuese cierto, la necesidad de estas familias hubiese provocado ya un estallido social, por lo que, lo que ocurre en realidad es que estas familias están inmersas en la economía sumergida y no están tan mal como las cifras apuntan. Aunque este sea un razonamiento válido, no por ello es menos falaz: evidentemente que muchas de estas familias malviven realizando trabajos mal pagados dentro de la economía sumergida, como malviven dependiendo de la caridad de familiares y amigos, así como de diversas instituciones como Cáritas, o la Cruz Roja, o rebuscando chatarra o comida en los contenedores, pero eso no significa que su situación no sea cada vez más angustiosa y que no deban preocuparnos porque sea evidente que siguen subsistiendo. Porque ese razonamiento nos llevaría a que sólo cuando mueran de hambre o frío, o cuando salgan a la calle a pedir o a tomar desesperadamente una solución se convertirían efectivamente en algo que deba preocuparnos.

Lo cierto es que efectivamente, según el informe publicado por Randstad sobre la Flexibilidad en el trabajo 2014, la economía sumergida supone un 18,6% del PIB, representando en torno a 190.000 millones de euros y que coloca a nuestro país, sin contar con los países del este europeo, con tasas aún más escandalosas, sólo por detrás de Portugal, de Grecia y de Italia. En teoría, si todo este empleo sumergido aflorase tendríamos una tasa de paro reducida a la mitad de la actual.

En lo que quizás no se entre en tanto detalle es en cómo son muchos de estos empleos de los que se habla: hablamos de empleos que, dada la estructura actual de los costes de contratación, así como los costes asociados al pago de una simple nómina de manera legal, estos empleos nunca podrían existir en la economía dentro de la ley. Además, el grado de desespero de estos trabajadores les lleva a aceptar prácticamente cualquier condición de empleo y sueldo que el contratante les quiera ofrecer.

Otra de las conclusiones del estudio detecta que los países con niveles elevados de corrupción en el sector público tienen una mayor presencia de trabajo no declarado en el mercado laboral. Bien mirado, quizás no tengamos tanto empleo sumergido como podríamos tener. Esto se debe a que el empleo sumergido supone una “vía de escape para quienes se enfrentan a la corrupción cuando tratan de desarrollar su actividad dentro de la legalidad”.

El caso es que, efectivamente, nuestra economía parece estar remontando la crisis, sobre todo en lo que a grandes fortunas y empresas se refiere, los cuales, no sólo han recuperado lo perdido, sino que además están obteniendo ganancias netas gracias a la depreciación de los salarios. Que estas ganancias se acaben redistribuyendo al resto de la población será lo que haga que las familias realmente empiecen a notar los brotes verdes. Por ahora, lo que tenemos son estas 728.300 familias sin ingresos y una tasa de paro del 24%, con pinta de que tales cifras no vayan a mejorar sensiblemente a corto plazo, y más de dos millones de españoles ya residiendo en el extranjero, lo que nos vuelve a convertir en un país de emigrantes, tendencia que se lleva dando desde 2008.

Mientras tanto, los niños, nuestra generación futura, los que pagarán nuestras pensiones, de momento sólo pagan el pato. El nivel de fracaso escolar en las familias con problemas económicos es enorme, de hecho estos niños tienen el triple de papeletas a la hora de repetir curso que otros niños cuyas familias se hallen en situación más desahogada. Evidentemente aquí se incluyen los niños de estas 200.300 familias sin ingresos, pero hay muchas familias más cuyos ingresos están dentro de la legalidad pero son insuficientes: más de dos millones y medio de menores (29,9%) viven en hogares con ingresos por debajo del umbral de la pobreza relativa, según datos recogidos por el informe de Save the Children de hace un año, y el 33,8% están en riesgo.

La respuesta del Gobierno es reducir la partida presupuestada para el año que viene en educación compensatoria, la que ofrece ayuda a alumnos con problemas, hasta 5,2 millones de euros, un 92% menos que en 2014. Quizás de esta manera queda asegurada la continuidad del modelo.

Manuel González

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  • Las ideas de Syriza en torno a la deuda griega –que tantos votos pudieron haberle reportado en las urnas el pasado domingo– se han convertido en su principal handicap frente al resto de Europa nada más constituirse el nuevo Gobierno de Alexis Tsipras. Uno de los asuntos centrales de la reunión del Eurogrupo de ayer fue la graduación de la respuesta que se debía dar al nuevo Gobierno para no convertir una acogida muy flexible en un incentivo para que los electores de los países en problemas voten masivamente a formaciones radicales en el futuro. Éste es el anverso de la campaña que la misma Syriza y sus aliados explotaron en los medios de comunicación cuando el Fondo Monetario Internacional decidió suspender las negociaciones el 29 de diciembre.
    Si aquello era «una presión inaceptable» sobre el electorado, una respuesta positiva a los requerimientos de los griegos se convertiría ahora en un inmenso aliciente para votar a los partidos quitadores de deuda. La posición del Eurogrupo fue unánimemente expresada al respecto, por la cuenta que les trae.
    Quizá por eso Yanis Varoufakis, el probable ministro de Hacienda del Ejecutivo de Syriza, se apresuró a señalar en la cadena BBC que el nuevo Gobierno formado por Tsipras con los Griegos Independientes no buscará la «confrontación» y admitió que ha habido una cuota de fingimiento en su programa (Varoufakis, griego de origen australiano, utilizó el término posturing que podría traducirse como pose, aunque en este caso se refiere más a una actitud destinada a provocar un efecto en los demás). Las palabras del profesor Yanis Varoufakis serían la primera señal de que Syriza no dijo toda la verdad en la campaña, cosa que se intuía.
    De los graves problemas que padece Grecia, la deuda no representa en estos momentos el más acuciante. Su monto se eleva al 175% del PIB, pero en gran parte se debe al hundimiento de éste último. Al disminuir el numerador, el porcentaje aumenta incluso con un denominador constante.
    Pero en los próximos 10 años, el Gobierno no tiene que amortizar grandes volúmenes de deuda y el pago de los intereses ha sufrido hasta cuatro reestructuraciones favorables a Atenas desde que el país fuera rescatado. Hay grandes porciones de deuda a más de 30 años y la que Grecia tiene con los mecanismos europeos ya se puede considerar como perpetua. En realidad, salvo rascar en los bordes, aquí hay poco que conseguir, aunque el propio Varoufakis insista en que el calendario de pagos es inasumible (como era previsible, algo de posturing hay que conservar).
    Más importante es la reorganización de la economía para que consolide la fase de crecimiento en la que entró tras despedir la recesión en el IV trimestre de 2014. Y para eso es fundamental reestructurar el Estado que sigue siendo un manual de lo que no hay que hacer. Uno de los casos más aberrantes en la última legislatura fue la subida de los costes energéticos, que se comió toda la ganancia de competitividad registrada vía ajuste de salarios. ¿Por qué? Porque la principal compañía generadora griega (DEI) es pública y, en vez de privatizarla para conseguir hacerla más eficiente, se le autorizó a subir las tarifas y, además, se pusieron nuevos impuestos con el objetivo de alcanzar el equilibrio presupuestario. El resultado es que la ganancia de competitividad fue nula.
    johnmuller

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  • “He decidido que me gustaría pasar más tiempo con mi familia. Es broma, me han despedido”. Esta es la irónica frase que usó Andrew Mason, ex CEO de Groupon (lo de ex es pura redundancia después de su entrecomillado) para decir adiós a sus empleados. Mason tiró de humor al alegar uno de los motivos de dimisión más repetidos de la historia corporativa: disfrutar de la familia.
    Enternecedor argumento si no fuera porque gran parte de las veces es sólo una vía para disfrazar un despido. “La gran mayoría de las dimisiones que conocemos son forzadas”, sentencia José Ignacio Jiménez, socio director de Talengo. “El 90% las decide la empresa”, puntualiza Ceferí Soler, profesor de Esade.
    Evitar especulación
    ¿Pero conviene vender un despido como una dimisión? Ambos expertos creen que a todas las partes les beneficia la diplomacia. “Cuando son empresas cotizadas y con mucha visibilidad, donde las noticias afectan a la valoración de las empresas y por tanto al bolsillo del accionista, es normal que estos temas se traten de la manera más neutra posible. El directivo salva mejor su reputación y la empresa no da al mercado una noticia tan negativa”, dice Jiménez. Y añade: “Al prescindir de un CEO hay que actuar con discreción y planificando la comunicación al milímetro para que la imagen de la compañía sufra lo menos posible”.
    El ejecutivo tiene que jugar en la misma liga, “siendo muy flexible y consciente de la situación. En estas posiciones todo el mundo debe saber cuáles son las reglas del juego, y éstas dicen que cuando se quiebra la confianza, se llega a un acuerdo de la manera más limpia y discreta posible. Ese acuerdo, ese fair play, debería estar contemplado previamente en el contrato de alta dirección del directivo”, explica el socio director de Talengo.
    Otro matiz interesante es el que apunta Soler: “Irse bien es una puerta abierta, porque la empresa le puede volver a llamar en cualquier momento. No sería la primera vez”.
    El fundador y expresidente de Pimco, Bill Gross, reconoció hace unos días que, a pesar de alegar una marcha voluntaria es su momento, había sido despedido. “A veces, cuando uno remueve el pasado puede tener unos motivos ocultos”, avisa el profesor de Esade.
    Los ejemplos de esta mutación del despido en dimisión son bastantes, pero hay algunas empresas que últimamente se han sumado a la senda contraria y han optado por llamar a las cosas por su nombre. Si no, que se lo digan a Henrique de Castro, director de Operaciones de Yahoo!, que vio como su jefa, Marissa Mayer, no recurría a los eufemismos para anunciar su partida.
    Soler señala incluso diferencias geográficas: “Hay países más proclives a ser diplomáticos en la empresa, y España es uno de ellos. La imagen importa mucho y la especulación no interesa”.

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  • ¿que no veis que la crisis ya es historia? hay que estar ciego para no ver que la tendencia ha cambiado y que hay que confiar en Rajoy porque consiguió lo que ZP no pudo y lo que otros países de Europa tampoco. Menos quejas y a arrimar el hombro que no estamos tan mal y sobre todo, vamos por el buen camino

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