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La globalización de la empresa textil

imagesCuarenta y un imputados, que se enfrentan a la pena de muerte, es el resultado hasta ahora del hundimiento, hace dos años, del edificio sede de varias empresas textiles, con la muerte de 1.138 personas que trabajaban en condiciones lamentables en Bangladesh. Esta noticia no nos afectaría lo más mínimo, al margen de lo que nuestros sentimientos humanitarios nos dictasen, si no fuera porque varias de las empresas afectadas producían para grandes marcas textiles de nuestro país.

Haciendo un poco de memoria, en abril del 2013, el edificio Rana Plaza, sede de cuatro empresas textiles locales que fabricaban para marcas reconocidas y reconocibles europeas y norteamericanas, colapsó atrapando entre sus escombros a cientos de trabajadores. El resultado fue el de más de un millar de muertos, activistas de ONG revolviendo los escombros en busca de etiquetas de marcas occidentales y grandes empresas textiles lanzando comunicados exculpatorios acerca de su nula implicación en las condiciones de trabajo en estos talleres.

De hecho, a lo pocos días, el Corte Inglés, C&A, Primark y Mango, entre otras, elaboraron sus explicaciones desmarcándose del problema, aduciendo que ellos no controlan los procesos de producción pero que aun así obligan a las empresas proveedoras a pasar auditorías para confirmar que las condiciones de trabajo cumplen los mínimos establecidos internacionalmente. Sin ir más lejos, la compañía Primark emitió una nota tras el desastre en la que explicaba que “trabaja desde hace años con ONG y minoristas para revisar los estándares de las fábricas en Bangladesh. Primark promoverá que esas inspecciones también incluyan la integridad de los edificios”.

Desde los años 70 y 80, las grandes marcas han ido desplazando la confección de los países industrializados a los nuevos países industrializados de Asia e Hispanoamérica. Este desplazamiento fue motivado por la búsqueda del aumento de la productividad y la reducción de los costes de los salarios, que en estos países eran mucho más baratos y tuvo lugar tras un baldío intento de mejora de la productividad invirtiendo en tecnología y disminuyendo carga salarial.

El caso es que a día de hoy una prenda de vestir con etiqueta española puede haber seguido un proceso como este: el algodón de India, hilada en Turquía y tejido en Bangladesh. La tela se estampa en Italia con tintes de Polonia y China. El forro de la prenda es suizo y finalmente se empaqueta en nuestro país. Todo este viaje es más que rentable para la empresa al tener subcontratados a empresas locales todos estos procesos productivos. Sólo ha subsistido en los países occidentales la rama industrial que ha adoptado alta tecnología, calidad, moda y diseño y una mínima parte de mano de obra muy especializada.

De este modo las empresas textiles, a fuerza de subcontratar a empresas locales o de montar sus propias factorías (menos frecuente) aprovechan la mejor fiscalidad de los países emergentes, el menor coste de la mano de obra y las menores presiones sindicales y/o legales para mejorar las condiciones de trabajo en los centros de producción. De hecho se calcula, según la ONG Setem en su campaña Ropa Limpia, que el coste de la mano de obra en el sector textil supone entre el 1 y el 3 por ciento del precio final de la prenda. Con ello consiguen unos beneficios astronómicos que se reinvierten en buena parte en controlar la comercialización y diseñar las campañas publicitarias, para lo cual no se duda en gastar hasta el 60% de los beneficios para pagar con importantes honorarios a aquellos personajes famosos que darán la imagen de la marca, ya que saben que estas campañas generaran nuevas ventas y un mayor aumento de los beneficios.  La mayoría de campañas publicitarias dan una imagen errónea de la realidad de la marca: lujo, consumismo, competitividad, éxito. Pero nunca nos enseñan la realidad de los talleres donde se elabora la ropa. En definitiva, estas campañas de publicidad se diseñan y se destinan a los consumidores en Europa, Estados Unidos, Canadá y Japón.

En nuestro país, uno de los de mayor producción textil, la empresa que más ha hecho uso de la deslocalización y con mayor éxito ha sido Inditex, por lo que es una de las que más ha sido investigada y perseguida por las asociaciones y ONG que tratan de determinar la responsabilidad de las grandes marcas en las condiciones de trabajo de sus empresas satélites en los países emergentes. Así, ha sido denunciada en Marruecos, donde en su centro de trabajo de Tánger estaba pagando 178 euros al mes a cambio de 65 horas de trabajo semanales. También en Brasil, donde el propio gobierno brasileño denunció a la empresa, denuncia que se saldó con el pago de un millón y medio de euros de indemnizaciones y un silencio discreto para no hacer daño a la marca. O en la India, donde fue denunciada por permitir que sus empresas asociadas contratasen mano de obra esclava, entre ello, niños.

Para compensar de alguna manera o sólo lavar la cara, según se quiera entender, la firma lleva a cabo en los diversos países donde ubica su producción auditorías e inspecciones en los centros de trabajo además de programas de patrocinio y mecenazgo y de desarrollo comunitario. El informe anual del 2012 de Inditex asegura que el grupo gallego invirtió medio millón de euros en este tipo de actividades en Bangladesh, habida cuenta que el grupo cerró ese mismo año con un beneficio neto de 2.361 millones de euros.

Para terminar, sólo un rumor, algo que hasta la fecha no se ha podido constatar pero que de ser verdad haría echar de menos los tiempos de la esclavitud: algunas empresas de algunos países asiáticos, por ejemplo China o Taiwan, para producir de forma más eficiente lo que hacen es meter en un gran barco materias primas y maquinaria textil junto con trabajadores, y enviarlos camino a Europa. Viven y trabajan en el barco y en las semanas que dura el viaje reciben los patrones de la ropa de moda que deben producir. Cuando el barco llega a destino, la producción está terminada, ganando así un tiempo precioso.

Manuel González

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  • El FMI afirma que de momento la economía española va extraordinariamente bien http://dlvr.it/B8B7bx

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  • Mi padre trabajó en una industria textil española que llegó a tener cientos de empleado/as.

    Llegaron a exportar mucha ropa a los USA, incluyendo ¡¡vaqueros!!, que, curiosamente, costaban menos en NY que en Barcelona... :/

    En fin, mi padre culpaba mucho a ciertas políticas del PSOE del porqué la empresa empezó a decaer y tuvieron que empezar a reducir la plantilla.

    En principio subcontrataban mucho en talleres textiles situados en pueblecitos de las provincias cercanas a "La Fábrica", que terminó siendo poco más que un Centro de Distribución, hasta que a alguien se le ocurrió pensar en Marruecos...

    En fin, hace unos años hubo un proyecto para relanzar la producción nacional; pero, por algún motivo, y después de gastarse un "pico" en adaptar y modernizar "La Fábrica", decidieron cerrar y hacer un ERE y mandar a ciento y pico personas a la calle, entre otras a mi padre, a 5 años de jubilarse... :/

    En fin, mi padre estuvo dos años en el paro y después consiguió jubilarse 3 años antes, con un "descuento" en su pensión de un 6% por año que le faltaba hasta los 65 (18% menos).

    La marca sigue funcionando, y no se donde fabrican.
    Y no venden, precisamente "ropa barata"...
    Y hasta ahí puedo leer...

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  • Buenass...
    esto del textil..tiene tela...
    Durante mi etapa de comercial, en mi curro...nos carterizaron por sector...y llevaba clientes del sector textil, de la zona de Igualada y Mataro, contemple estupefacto como vendian la maquinaria antigua a paises casi del tercer mundo...ellos euforicos...para ver como poco despues, los tecnicos textiles emigraban para formar a tecnicos en aquellos paises...se embarcaron en grandes proyectos de renovar maquinaria y mejorar producccion, pero nada pudieron hacer con la avalancha de ropa barata de esos paises del tercer mundo, a los que previamente vendieron la maquinaria y posteriormente captaron los mejores tecnicos para formar a su gente..eso fue asi...asi se destruyo la industria textil en catalunya

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  • Las grandes marcas hacen auditorias... eso es verdad... pero son auditorias relacionadas con el proceso de produccion y las finanzas de la subcontrata, no se interesan para nada de los salarios y condiciones laborales... eso lo sé de primera mano.

    Luego me chirilla eso de que ¡Investigan las ONGs! al margen que no me fio ya ni un pelo en ninguna ONG, surge la pregunta ¿Que hacen las autoridades? ¿No tenemos organos que deben investigar y llevar a juicio esas cosas?

    Si es que ya vamos de cachondeo...

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  • NOS ENCONTRAMOS en un momento de agitación como consecuencia de los pactos que se ven obligados a trenzar los partidos políticos tradicionales a los que, por fin y felizmente, los españoles empiezan a dar la espalda. Es mucha trapacería la que se ha consentido y es bueno que el votante dé muestras de estar enojado con ellas. De momento lo hace de manera tímida pero todo es cuestión de empezar tomándole el gusto a la sana práctica de pensar cada uno por su cuenta, libre de las presiones de esas campañas envilecidas por la apelación al «voto útil» o al «miedo a perder la pensión», a la «guerra civil» y demás sutilezas políticas que han sido moneda corriente en el repertorio de los últimos años.
    Lástima es que, cuando el observador se acerca a las propuestas concretas llevadas al tapete de los acuerdos, quede siempre defraudado porque suelen incurrir en la vaguedad cuando no en la extravagancia. A excepción de las referencias a la lucha contra la corrupción, lo que es lógico por el ambiente mefítico que respiramos. Pero incluso en este renglón –el más trabajado por los partidos– se echa de menos –ahora que estamos renovando los ayuntamientos– compromisos específicos en relación con la garantía de independencia de secretarios, interventores y tesoreros de las entidades locales, por citar un ejemplo clamoroso de «libres designaciones» a gusto de las componendas y las arbitrariedades de alcaldes y presidentes de diputaciones.
    Abundan, por el contrario, palabras huecas como «gobierno para todos», «de centralidad», abierto a «políticas sostenibles»... O lo que debemos llamar el abracadabra de la superficialidad, el epítome de la sencillez ideológica: opciones de «derechas» frente a «alternativas de izquierda» o, mejor «de progreso», esta última ya la filigrana consagrada de la vacuidad. ¿Aprovecharemos esta ocasión compleja en la que estamos para enterarnos de que es preciso disparar con más puntería y afinar mejor nuestras posiciones?
    Porque veamos: ¿es de progreso o de regreso defender la prolongación de la Castellana en Madrid? ¿Y prorrogar el contrato de Mobile World Barcelona? ¿Y qué de paralizar nuevos trayectos del AVE?
    Rescatar las concesiones de las autopistas ¿es de derechas o de izquierdas? Y la moratoria para las licencias de construcción de nuevos hoteles ¿forma o no parte de un pacto «de progreso»?
    ¿Es de izquierdas abrir un debate sobre las procesiones de la Semana Santa? ¿O decir que se van a suprimir las corridas de toros en ciudades como Sevilla, Pamplona, Madrid, Valencia, Salamanca, Bilbao...?
    Financiar un Auditorio para conciertos o para representaciones de ópera ¿dónde se encaja?
    Ahora, en estos días, estamos viviendo cómo el Tribunal Constitucional –¡por fin!– está desmontando las simplezas que se habían dicho acerca de las «privatizaciones» en la Comunidad de Madrid. Y así ha recordado que «el artículo 41 de la Constitución no exige que el mantenimiento de un régimen público de seguridad social requiera necesariamente y en todo caso un sistema de gestión pública directa» pues los rasgos esenciales de su «publicidad» «han de apreciarse en relación con la estructura y el régimen del sistema en su conjunto». De forma que «la apertura a fórmulas de gestión o responsabilidad privadas queda en todo caso condicionada a la preponderancia de los elementos definitorios del carácter público del sistema de seguridad social» (el subrayado es nuestro).
    De donde se sigue que, cuando una Administración opta por atribuir a un concesionario la gestión de un servicio, no está privatizando nada sino acudiendo simplemente a la prestación indirecta de un servicio público. Estar obligado a recordar esto a tanto amigo de la confusión engañosa produce un poco de tedio pues así se construyeron –ruboriza escribirlo– los ferrocarriles en el siglo XIX (por poner un ejemplo de bulto). Y lo dicho para la concesión vale igual para la constitución de una sociedad donde se entrelacen el capital público (o en plural, los capitales, si proceden de varias Administraciones) junto a los capitales privados.
    Y parecida argumentación se ha empleado en el asunto del Canal de Isabel II. Cosa distinta es la liberalización de servicios o sectores.
    Hace años vivimos en España un ejemplo que producía mucha risa por los términos en que acabó planteándose el debate de un asunto serio: aquel que dividía a los españoles entre derechistas e izquierdistas en función de que defendieran la aproximación o el alejamiento de la costa del Prestige, barco que había protagonizado una tragedia ambiental.
    Se verá, a través de estos ejemplos, que las alineaciones a un lado u otro de esa mágica línea que divide a los buenos de los malos es bastante tenue y llena de trampas porque los argumentos se agolpan en ambas direcciones. Como por lo demás es propio de los grandes debates cuando estos son abordados por personas adultas y con las entendederas apropiadas, mentes no aniquiladas por la digestión de tópicos vertidos en los tuits que –como se sabe– son la vestimenta moderna que han adoptado las antiguas vulgaridades de taberna. Con la diferencia de que aquellas se proferían a cara descubierta y las actuales se hacen valientemente bajo el cobijo del anonimato.
    Como siempre es preciso recurrir a los humoristas porque son ellos quienes, con la acidez y la lucidez de sus habilidades artísticas, aciertan a la hora de desenmascarar tanto comportamiento hipócrita y tanta mentira envuelta en el celofán de una verdad inconcusa. Así, Miguel Mihura, en su Ninette y un señor de Murcia presenta al padre de Ninette, un exiliado español con ideas claras y distintas, preguntándole a su huésped, que acabaría de novio y casándose con Ninette, si prefería «el cocido o la fabada». Como quiera que el joven contestara que a veces gustaba de tomar fabada pero otras comía también con mucho agrado el cocido, el futuro suegro le increpa y le dice que «usted tiene que inclinarse por una de las dos cosas. No se puede ser conformista. Hay que tomar siempre partido. Estar con uno o estar con otro. Ser cocidista o ser fabadista». Y sigue el diálogo: «¿Pero es que no me pueden gustar las dos cosas?» «No, señor, eso no es político, sólo le puede gustar una y dar la vida por ello si es preciso».
    SE COMPRENDERÁ que la hora actual de España consiste justamente en superar la diabólica alternativa gastronómica del padre de Ninette.
    Ahora se aproximan las elecciones generales. En lugar de recurrir de nuevo a fórmulas gastadas, muchos esperamos oír a las formaciones políticas explicaciones fundadas acerca de qué piensan sobre las cuotas de refugiados asignadas a los Estados miembros desde las instituciones europeas, o sobre la posible salida del Reino Unido, o sobre las ayudas al carbón y la política energética y medioambiental a ellas anudadas, o sobre el Tratado de libre comercio con los Estados Unidos o sobre las Universidades...
    Permítasenos utilizar estos buenos bocados a aderezar, digerir y explicar ya que hemos recurrido a un par de capítulos egregios de la gastronomía española.

    Francisco Sosa Wagner y Mercedes Fuertes son catedráticos de Derecho Administrativo.

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