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La semana en los mercados

rajoyAl gobierno de Rajoy hay mucho que criticarle aunque yo lo hago más por lo que no ha hecho que por lo que ha hecho. Desperdiciar una mayoría absoluta para no hacer cambios estructurales tan necesarios como garantizar la independencia judicial, agilizar la estructura del estado, eliminar organismos inútiles o cambiar el sistema electoral… entre otros muchos, me parece un error enorme. ¿Y en economía, cómo lo ha hecho el PP? Cuando me comentan que el balance económico de la gestión de Rajoy estos 4 años es positivo –algo que creo cree la mayoría- siempre comento tres cosas: una es que en una economía tan globalizada y siendo tan dependientes de las decisiones europeas, es muy difícil valorar el mérito de un gobierno nacional (tampoco hay mucha diferencia con lo que hecho por los socialistas en Francia e Italia e incluso con lo que está haciendo Syriza ahora en Grecia), otra es que no es posible saber si un gobierno de otro signo lo hubiera hecho mejor porque las circunstancias nunca son exactamente iguales y por último saco las cifras. Y las cifras dicen que los números de la economía española son similares a los de hace 4 años, hasta el número de empleados y parados es casi igual y sí, hay más crecimiento y mayor control del déficit pero a cambio la deuda pública ha crecido más, pagamos más impuestos, se ha reducido la hucha de las pensiones, los salarios son menores… Objetivamente han mejorado más cosas pero es que el paso del tiempo también influye, por ejemplo es normal que los precios inmobiliarios no bajen más tras tantos años cayendo y sin apenas construcción o que se haya prácticamente arreglado la reestructuración de las antiguas cajas de ahorros, ¡faltaría más tras tanto dinero público gastado que hasta incluyó un rescate internacional!

Entonces, ¿por qué el PP ganará las elecciones básicamente porque sus votantes creen que la economía ha mejorado y ante el desespero de los que no le votan? Mi teoría es que lo que más importa aquí es la tendencia. Por ejemplo, ahora que el Ibex lleva 2 años rondando los 10 mil puntos, si se va a 9000 nos parecerá que está cayendo cuando hace 3 años esos mismos 9000 nos parecían un precio muy positivo ya que unos meses antes estaba cotizando a 6000. El precio es el mismo pero la percepción es distinta. Creo es lo que está pasando con la impresión que la población española tiene de la situación económica cuando hace balance de la legislatura. A finales de 2011 los votantes aún tenían fresco en la memoria el cómo vivían en 2007 y sobre todo la tendencia bajista que hacía que cada año fuera peor que el anterior. Dieron la espalda al gobierno del PSOE y dejaron entrar a los que entonces parecían ser la única alternativa: el PP. Ahora estamos a finales de 2015 y todo apunta a que el PP, aunque con muchos menos votos, volverá a ganar (y en mi opinión si hubieran tenido la inteligencia de retirar a Rajoy que para mí es un candidato quemado, con fácil 20 escaños más de los que finalmente conseguirán) porque hace 3 años vivimos el peor momento de la crisis y desde entonces, aunque estemos en el mismo sitio que hace 4 años, hemos tomado una tendencia alcista.

Con todos los peros que se le quieran poner y todos los deméritos que se le quieran hacer al actual gobierno, esto es así: de finales de 2012 a finales de 2015 hay un salto (también en la mayoría de la Eurozona, todo hay que decirlo) hacia delante. Y es más, hay una esperanza bien razonada en que dentro de 12 meses las cosas estarán mejor que ahora, algo que muy pocos sentían a finales de 2011. En teoría hay muchos motivos para no votar al PP, los de un lado porque mintió sobre la reforma del aborto por ejemplo, los de otro porque recortó donde dijo que no lo haría, muchos por la corrupción… pero es algo estudiado que cuando hay crisis el bolsillo es el principal factor para la mayoría de votantes (que se lo cuenten al chavismo que estoy seguro no ha perdido por la falta de libertad de expresión o por la violencia en las calles sino por la caída del precio del crudo que hundió la economía venezolana). Y lo cierto es que cualquier análisis serio de hace 4 años sobre cómo estaría España a día de hoy ofrecía peores cifras macro de las que tenemos, y eso es algo que reconocen hasta economistas de izquierdas. Por supuesto no todo son las cifras macro pero algo de ellas ha traspasado al ánimo de la gente. Incluso la fecha electoral es psicológicamente favorable al actual gobierno porque es época de optimismo ante el nuevo año y de sensación de riqueza ante el aumento de consumo por la Navidad.

No hay que desesperarse aunque no nos guste, es la democracia; lógicamente, cada uno tiene sus preferencias pero realmente ninguno sabemos quién será el que mejor gobierne España los próximos cuatro años porque dará igual que nos caiga simpático o no o que tome decisiones menores que nos agraden más o menos, al final lo que más interesa al conjunto es que la recuperación –respecto a los mínimos de 2012- siga. Y el discurso del PP, astutamente, utiliza el temor a un cambio de tendencia si ellos no ganan para pedir el voto. Y parece que le saldrá bien. No conseguirá mayoría por lo que es muy probable que, incluso si se cumplen las encuestas y vuelven a gobernar, esta legislatura sea mejor que la anterior. Al menos eso espero. Mi opinión es que la recuperación es tan frágil –pero no por culpa del PP, es así en todo el globo- que es fácil que descarrile, gobierne quien gobierne en España. Y probablemente depende más del contexto exterior que de lo que pueda decidir un gobierno nacional que hace ya tiempo que se pone medallas que pertenecen al BCE.

Precisamente BCE, o más concretamente Draghi, con unas declaraciones el viernes tras el bajista cierre semanal de las bolsas europeas, hizo unas declaraciones destinadas a devolver la alegría a los mercados que les había quitado el jueves pero sólo sirvió para el lunes, el resto de la semana la bolsa ha seguido bajando y el € rebotando, continuando el mal ambiente que dejaron las últimas decisiones de nuestro banco central. Y no porque fueran malas, sino porque los mercados cada vez piden más droga, son adictos a la liquidez barata. Ahora todo depende de lo que haga la FED –curiosamente si sube tipos muchos traders lo vivirán por vez primera ya que la última vez que pasó algo así fue el 29 de junio de 2006- pero confiemos en que tras mucha volatilidad -como con BCE la semana pasada- al final pese más la tendencia alcista bursátil típica de diciembre y el maquillaje en las cuentas y se cierre el año lo más arriba que se pueda. Como imagen, he tomado prestado a la revista mensual tradersecrets esta tabla con lo que le costó a cada partido los diputados que obtuvieron las pasadas elecciones. Así es de “justo” nuestro sistema electoral. Quizás cuando PPPSOE dejen de ser los más votados y no sean los más beneficiados, quieran cambiarlo:

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  • "Existe una probabilidad nada desdeñable de entrar en recesión en 2016" http://ow.ly/VGc3R

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  • Los populismos revolucionarios y separatistas han fracasado. Quienes hoy parecen tentados a imitarles harían bien en aprender la lección, y dosificar su creciente oferta de emociones: quien se pasa, pierde.
    La proliferación de debates y charlas de sofá con políticos confirma el temor de que aumentar la competencia entre partidos, lejos de mejorar la calidad de la discusión política, la trivializa.
    Es preocupante que las principales formaciones, a la vez que arrinconan sus diminutas propuestas de reforma, hayan empezado tan pronto a repartir privilegios entre todo tipo de intereses particulares, desde los guardias municipales a los oligarcas sindicales. PP y PSOE nos sirven continuidad, edulcorada por la derecha con regalos tardíos y adornada por la izquierda con derogaciones imposibles. Ambos, con la retórica de principios y objetivos tan grandiosos como vacíos.
    La novedad era Ciudadanos. Inició su andadura nacional proponiendo una discusión racionalista; pero, ahora, cuando no claudica al reparto de privilegios como el IVA cultural o la expropiación de pisos, modula su mensaje en el plano emocional. Ha pasado de cuestionar los beneficios del AVE a proponer un estatismo que sabe trasnochado, pero que tiene demanda; y a apelar, en esencia, a la frescura y simpatía de sus líderes. Tras este giro, sus perspectivas electorales han mejorado. Por tanto, no le culpen. Hace bien en huir del racionalismo, pues la simpatía y el pastoreo de Estado venden más que la reflexión y la responsabilidad individual.
    Desde siempre nos hemos quejado de que falta un debate político de calidad. Hoy observamos que esa calidad empeora al aumentar la competencia y la fragmentación. El motivo es el mismo que lleva a la telebasura a liderar la audiencia incluso el día en que ocurre un grave atentado terrorista. Como en la tele, la competencia asegura que los partidos sirvan lo que los votantes pedimos. No sólo en cuanto al contenido de las políticas sino acerca de cómo debatir y decidir sobre ellas.
    Nuestra democracia es eficaz. El debate nos ofrece lo que queremos: indicios de que el aspirante «es de los nuestros» o de que «sabe cuál es la solución». Su clave reside en que el escéptico pueda identificar afinidades y el convencido, combatir adversarios.
    Ni siquiera en su versión más intelectual se busca comparar los costes de las distintas opciones disponibles, recitando la lúgubre letanía del «nada es gratis». Basta y sobra la pretensión de identificar quién puede venir a «resolver» el problema.
    La pobreza del debate guarda así relación con nuestro pobre concepto de decisión social: no queremos elegir por nosotros mismos y entre opciones costosas, sino por persona interpuesta e, idealmente, entre magias alternativas. Tanto es así que, si un problema se enquista, lo achacamos a que falta «voluntad política» o «consenso».
    Nos gusta tan poco el verdadero debate que, por estar en campaña, preferimos que los políticos pacten no hablar de asuntos difíciles, como el terrorismo. O apostamos tontamente por el consenso para reformar la educación. No queremos ver que, en cuanto a las variables pedagógicas fundamentales (quizá la verdadera causa del problema), llevamos instalados en el consenso al menos desde 1970. Es cierto que discrepamos sobre la lengua o la religión en la escuela, pero se tratan de «discrepancias habituales», poco más que excusas para no confrontar los asuntos de fondo.
    Dada esta función ocultadora de nuestros pactos políticos, su ruptura, en contra de lo que parece, es poco costosa, pues suele referirse a lo accesorio. Incluso es informativa, pues despierta al ciudadano para decirle que el problema sigue sin resolver. Y, en todo caso, permite que los partidos vuelvan a pactar, recreando la ilusión de que han resuelto el problema.
    ¿Tenemos remedio? Sí, como confirma el agotamiento de los populismos más primitivos y tribales, cuya magia radical ya no vende. Su versión revolucionaria hace esfuerzos ímprobos por disfrazarse; y la separatista también querría mutar, pero no acierta aún a saber cómo. No le den alas, pero denle tiempo. Ambas versiones sufren el castigo por sus excesos. Al prometer el cielo y acercarnos al precipicio, han animado al ciudadano a salir del pasotismo y la abstención. Que tomen nota los partidos aficionados al electoralismo emocional: quien se pasa, pierde; y me temo que unos y otros están tentados a pasarse, tanto ahora, para ganar las elecciones, como después del 20-D para alcanzar pactos que les permitan gobernar.
    Ni siquiera estamos condenados a la adolescencia perpetua. Debemos elevar la calidad del debate político poco a poco, con paciencia, confiando en que la mundialización de nuestra sociedad y, sobre todo, su exposición al exterior –que ya exige otro tipo de individuo– también demande otro tipo de ciudadano.
    Lo prioritario es no cometer grandes errores, aquellos que en el pasado frenaron nuestro progreso durante décadas, o que incluso ahora abonan el campo para las magias radicales. Basta con cambiar de actitud: abandonar la creencia –ingenua en la masa, soberbia en los líderes– de que existen o tenemos «soluciones» fáciles, que son, en realidad y sin excepción, el primer paso de esos grandes errores.
    El contenido de los debates electorales ilustra uno de ellos, no por contraintuitivo menos importante: la mayor competencia política a la que nos ha llevado la crisis no va, por sí misma, a resolver nada, y puede empeorar las cosas. Si es así, debemos ser escépticos y extremar la prudencia al reformar las instituciones, sobre todo cuando esa reforma aumenta la competencia sin mejorar la información. Y no me refiero a la información que proporcionan la educación y los medios, de valor discutible en este ámbito, sino a la que el ciudadano recibe, aun sin quererlo, en su vida cotidiana, al pagar impuestos o elegir entre servicios públicos; al confrontar, en suma, el coste de sus deseos.

    Benito Arruñada es catedrático de la Universidad Pompeu Fabra.

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  • Venezuela ha ini­ciado una nueva etapa, un vuelco po­lí­tico que acaba con el do­minio del cha­vismo du­rante 16 años y que abre la puerta a un cambio del mo­delo eco­nó­mico vi­gente. Uno de los sec­tores más afec­tados por el des­mo­ro­na­miento de la eco­nomía de ese país es el de las ae­ro­lí­neas ex­tran­je­ras, que no han po­dido desde hace años re­pa­triar los miles de mi­llones de dó­lares que han re­cau­dado por la venta de bi­lle­tes. Ante la es­casez del bi­llete verde, el es­tricto con­trol sobre su venta y el des­plome del bo­lí­var, el es­tado ve­ne­zo­lano ha re­te­nido todo ese di­neral para fi­nan­ciarse

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  • Los precios de las exportaciones caen un 1,3%

    España recibe un 4,4% más turistas internacionales

    La producción industrial crece un 2,9%

    Los precios de la vivienda crecen un 4,5%

    Las previsiones económicas de los españoles, estables

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