La relación entre los Estados Unidos y China se ha basado en un intenso comercio, y tras la crisis de 2008, China ha financiado la mayor parte de la deuda de Estados Unidos. Es demasiado pronto para decir si los problemas de China terminarán provocando una nueva recesión mundial, pero para nada es descartable. Sin embargo, si los eventos persisten, podría haber consecuencias significativas para los mercados financieros, el crecimiento económico en los EEUU y en definitiva el de todo el mundo.
Durante los últimos 30 años, China ha crecido a un ritmo del 10% anual, con picos anuales de un 13%. Una gran parte del rápido crecimiento de China se debe a su década de 1970 la reforma económica. En 1978, después de años de control estatal de todos los activos productivos, China comenzó a introducir los principios del mercado para estimular su economía. Durante las siguientes tres décadas, China alentó la formación de empresas rurales y las empresas privadas, la liberalización del comercio exterior e invirtió fuertemente en los medios de producción. Aunque los bienes de capital y la acumulación en gran medida han influido en el crecimiento de la nación, China también ha mantenido un alto nivel de productividad y eficiencia de los trabajadores, que sigue siendo la fuerza impulsora de su éxito económico. Como resultado, el ingreso per cápita en China se ha cuadruplicado en los últimos 15 años.
Sin embargo, parece que incluso el rápido crecimiento de China no podía durar para siempre… En los últimos cinco años, su crecimiento ha disminuido hasta el 7%. Sin embargo, para poner esto en perspectiva, la economía estadounidense creció 3,7% en el segundo trimestre de 2015, mientras que el FMI proyecta un crecimiento mundial del 3,1% para el 2015 que hemos dejado atrás. Incluso teniendo un menor ritmo de crecimiento de años anteriores, China todavía supera a la mayoría países, entre ellos muchas economías avanzadas.
En cualquier caso, se ha convertido en una creciente creencia entre algunos analistas que afirman que China está mostrando signos de un posible colapso económico, apuntando a los recientes acontecimientos en verano y los que estamos viendo ahora en enero. En el transcurso de 2015, China ha sufrido el hundimiento del precio del petróleo, un sector de fabricación en fase de contracción, una moneda devaluada y finalmente una intensa caída del mercado de valores.
La dependencia China-Estados Unidos
Mientras que Estados Unidos y China no siempre se han visto cara a cara sobre temas diplomáticos, en particular los derechos humanos y la seguridad cibernética, sin embargo han construido una relación económica fuerte, con elevada a inversión extranjera directa y la financiación de la deuda. El comercio bilateral entre China y los Estados Unidos ha pasado de 33.000 millones de dólares en 1992 a 590.000 millones de dólares en el año 2014. Después de México y Canadá, China es el tercer mayor mercado de exportación para los productos estadounidenses, lo que representa 123.000 millones de dólares en exportaciones estadounidenses. En cuanto a las importaciones, los EEUU importaron 466.000 millones de dólares en productos chinos en 2014, principalmente maquinaria, muebles, juguetes y calzado.
Asimismo, los EEUU tienen un déficit comercial importante con China debido a los bonos del Tesoro estadounidense. En la actualidad, China es uno de los mayores tenedores de deuda de EEUU, que asciende a 1,2 billones de dólares. Para China, los bonos del Tesoro son una forma segura y estable para mantener una economía impulsada por las exportaciones y la solvencia de la economía mundial. Es por ello, que mientras China siga teniendo una enorme cantidad de reservas de divisas y la deuda de Estados Unidos, la economía norteamericana estaría esencialmente a merced de China.
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Los traders chinos huyen del yuan comprando acciones de Hong Kong http://dlvr.it/DGVtbr
RUSIA el próximo cisne negro http://dlvr.it/DGVpJB
La economía española creció el 0,8% trimestral en el 4T15, y cerró 2015 con un avance medio anual del 3,2%. Por el momento los datos de actividad no evidencian efectos relevantes de la mayor incertidumbre asociada a las expectativas de crecimiento en economías emergentes, a la volatilidad en los mercados de capitales o al contexto político interno.
El crecimiento económico continuó en niveles elevados al cierre de 2015
La evolución de la demanda privada continúa en su senda positiva
Los datos observados evidencian la dificultad del cumplimiento de los objetivos presupuestarios
El ritmo de creación de empleo se recupera en el cuarto trimestre
Los precios al consumo se estancaron en diciembre, pero la inflación subyacente continúa en tasas positivas
La capacidad de financiación de la economía española continua ampliándose
El riesgo de la deuda de Arabia iguala al de Portugal por el desplome del petróleo http://dlvr.it/DFvyF5
El peor mercado bajista de los commodities desde 1930 http://dlvr.it/DGPsd4
El peor comienzo de año en las bolsas europeas desde la década de 1970, el desajuste chino y sus previsiblemente ominosas consecuencias, la debilidad de otras economías emergentes, la nueva caída del precio del crudo, las tensiones geopolíticas, ni rastro de la ansiada inflación en Estados Unidos y la Eurozona… Demasiados ingredientes negativos como para seguir pensando que 2016 va a ser un buen año para la economía global.
Si se cierra un poco el zoom, Europa no pinta bien tampoco. El avance de la economía continental es anémico y nada parece haber cambiado susceptiblemente en la manifiesta falta de voluntad para alcanzar compromisos comunes por el crecimiento. Se ha infravalorado el huella —aunque fuera tan sólo amenazante— de un Brexit y la gobernanza europea no pasa por un momento de máxima cohesión para afrontarlo.
Entre tanto, en España, la inestabilidad política azuza esa sensación de que las sombras crecen y cada vez son menos los rayos de luz. La economía está mejorando pero hay un temor creciente a que todo pueda malograse. El poco serio desenlace de lo acontecido en Cataluña en las últimas semanas revela la escasa altura de miras. Que alguien le explique a nuestros vecinos europeos, a los inversores y cualquiera interesado en el devenir de nuestro país cómo se come eso de «sustituir una legalidad por otra» en Cataluña del modo que se está planteando.
Fuera de nuestro país (en buena medida también dentro) hay una expectativa de que la situación política irá a peor pero se espera la confirmación en forma de falta de acuerdos y fracasos repetidos para un equilibrio político. Probablemente hay más ética que otra cosa en el imperativo categórico kantiano de que quien cree en el bien común actuará en consecuencia en sus acciones personales. No está claro que ese sea el posible resultado de la negociación política en España. Cuando un juego se repite (elecciones, acuerdos parlamentarios) se pone en juego la credibilidad y debería aumentar la voluntad de cooperación. Esa racionalidad está en entredicho en España. La propia teoría de juegos muestra un conjunto amplio de situaciones en las que no se observa racionalidad en el comportamiento. La política española podría ser epítome de esta falta de coherencia y altura de miras. En las próximas semanas, los activos españoles pueden seguir perdiendo valor porque lo que se descuenta es un ambiente institucional deteriorado y una exposición a los riesgos exteriores —la de España a los emergentes no es despreciable— creciente.
Volviendo a la escena internacional, preocupa y mucho que las reservas de divisas de China vayan cayendo como un reloj de arena que cuenta atrás hacia el colapso del gigante. Será difícil que cuando suceda se hable sólo de crisis «asiática» porque el huella global será considerable y debemos prepararnos. En el mundo pasan cosas que pueden arrastrar a la economía española y la falta de cohesión interna puede propiciar que el desorden se extienda. Y encima… muere David Bowie, una inspiración sobre cómo interpretar y ordenar ideas en tiempos caóticos. Descanse en paz.
S. Carbó
Así ha limitado la Xunta la información sobre las listas de espera sanitarias http://www.eldiario.es/_1c2e682d
Las recientes tensiones en la relación de los actuales gobernantes de Cataluña con respecto del titular del Reino de España, Felipe VI, son una muestra más de las ambivalentes o a veces hostiles vinculaciones entre la Casa de Borbón y las instituciones y partidos nacionalistas, lo que nos invita a echar la mirada a siglos atrás, al comienzo del XVIII.
En el parecer del nuevo presidente de la Generalidad, Carles Puigdemont, expresado hace dos o tres años, unos invasores tienen ocupada Cataluña, y él y sus compatriotas se iban a encargar de expulsarlos. Si el comienzo de la invasión fue la ocupación de Barcelona por las fuerzas de Felipe V al final de la Guerra de Sucesión (y la historia no sugiere otra cosa), Puigdemont ya ha empezado a cumplir su promesa, negándose a prestar juramento de lealtad a Felipe VI de Borbón, cuando asumió hace dos días el cargo de ‘president’ que le otorga la Constitución Española.
Pero…, ‘plus ça change, plus c’est la méme chose’. Todo el episodio de su selección como candidato, acordada hace pocos días entre las fuerzas sociales del nacionalismo conservador y el revolucionario, no es algo novedoso en la historia de Cataluña. Se dio también en 1714, en los días finales del dramático sitio de Barcelona por el ejército de Felipe V, que acabó tomándola al asalto poniendo fin a la Guerra de Sucesión. En las dos ocasiones, los que detentaban la hegemonía social dentro de Cataluña (Convergencia, Mas, etc. en el último episodio) se plegaron a la voluntad inflexible de los sectores populares (CUP). Algo parecido ocurrió también en la Cataluña republicana, durante la guerra civil.
En torno a esas incidencias del segundo decenio del XVIII, pongo la mirada en el historiador Salvador Sanpere i Miquel (finales del s. XIX), y sigo el resumen ‘crítico’ que de su obra hace el catedrático de Historia de la universidad de Lérida, Roberto Fernández, en su libro “Cataluña y el absolutismo borbónico”, que he venido reseñando en esta columna.
Sanpere se ocupa de la pugna entre los defensores de Barcelona en 1714, cuando todas las evidencias mostraban que la última resistencia al ejército de Felipe V era inútil y no causaría sino más destrucción. Sucedió entonces que los “brazos privilegiados” se rindieron “a las exigencias del Brazo popular”, y prolongaron la resistencia contra la opinión de los expertos militares, una vez que éstos comprobaron que no quedaban ya recursos ni llegaría auxilio exterior. Hubo “sobra de mentecatería” en resistir, dice Sanpere, y como prueba cuenta cómo los sitiados hicieron Generala a la Virgen de la Merced para que les ayudase a prolongar la resistencia hasta que los austriacos y sus aliados volvieran a hacer la guerra a Francia y España.
La crítica de la historiografía romántica a Sanpere fue unánime, dice Roberto Fernández. Es comprensible, piensa uno: tratar la épica con sarcasmo no es fácil de perdonar. Pero hay división de opiniones. En aquella trágica situación se impuso lo que el historiador del s. XX Ferrán Soldevila llamó “el ‘seny’ más auténtico”, que “había de aconsejar, paradójicamente, la temeridad, ya que sólo ella podía salvar las instituciones catalanas de una muerte segura”.
Los Borbones trajeron progreso (al menos los tres primeros)
Aunque el tema de la diferenciación-unidad entre Cataluña y España domina la historiografía de la segunda mitad del XIX y la primera del XX, que tuvieron un sentido general de ‘tensión más convivencia’, la actual está dominada por los que no ven más que ‘extraneidad’ entre las dos entidades.
La mayoría de los autores de la Renaixença coinciden en dos tesis: que la llegada de los Borbones supuso un recorte de las libertades de Cataluña y que sus políticas trajeron un elevado grado de modernización y progreso. Así, Antoni Aulèstia: con Carlos III, dice, Cataluña “emprendió decididamente el camino hacia la vida moderna, dando impulso a todas sus actividades”. Frederic Rahola argumenta lo mismo respecto de la economía catalana. Los dos siguen la estela de Antoni de Capmany, de finales del XVIII.
Joaquim Rubio i Ors, aunque fue quien entregó a Alfonso XII el famoso “Memorial de Agravios”, atribuye grandes beneficios a la dinastía Borbón. Lo hecho por Felipe V logró “asombrar a Europa” con su fortaleza militar, su conquista de Sicilia y la toma de Orán, y por levantar las “abatidas industria y agricultura” de Cataluña, crear las Reales Academias, etc. Enric Prat de la Riba, autor de “La nacionalidad catalana” (1906) y redactor de las Bases de Manresa para el autogobierno, aunque afirma que los enemigos seculares de Cataluña habían sido Castilla y Francia, califica la Junta de Comercio de Barcelona, creada por Fernando VI, de “institución memorable, primer portaestandarte de nuestro renacimiento”, pero no cede en su argumento de que la nacionalidad catalana había sido mediatizada por la castellana desde el tiempo de los Trastamara (s. XV). Muchos de los seguidores de Prat comparten una misma dicotomía analítica: España es un estado, Cataluña es una nación. Otros, sin embargo, admiten una doble nacionalidad y un doble patriotismo, muy en la línea de los ‘románticos’ Bofarull y Balaguer. Salvador Sanpere realiza esta síntesis desde una posición historiográfica más científica que lo que se estilaba en la época.
Sanpere postula “una España de las Españas”, es decir, una Cataluña y una Castilla, etc. ‘españolas’, y atribuye la pérdida de influencia de Cataluña en España “a una de las cualidades más características del pueblo catalán, su antipatía por las novedades políticas” (cursiva de Sanpere). En consecuencia, mantener la fidelidad a las viejas leyes “ha sido la causa de la ruina de nuestra nacionalidad”. Esas viejas leyes, cuando Felipe V las abolió, estaban ya ‘débiles’ y ‘enfermas’. Sanpere no es el favorito de los historiadores nacionalistas actuales.
Auge y crítica del nacionalismo
Después de dos decenios de relativa inactividad historiográfica entre el XIX y el XX, Fernández señala su reactivación en el tercer decenio de esta última centuria, hasta la II República. Destaca en este periodo Antoni Rovira y Virgili, para quien el Setecientos culmina el proceso de “desnacionalización de Cataluña”. La guerra civil española agudiza su desconfianza hacia lo castellano y español, que vienen a ser lo mismo: “Felipe V y Franco buscaban las mismas metas: desnacionalizar Cataluña”, según la síntesis que Fernández hace del pensamiento de Rovira. Este creía que a finales del s. XVIII, “Cataluña había olvidado la causa catalana”, y por eso la misión de los historiadores futuros deberá ser la ‘renacionalización’ de Cataluña.
Es la misión que asume Ferrán Soldevila, que también perteneció a las filas de los ‘derrotados’ en la guerra civil, pero lo hace apoyándose en una ingente labor de investigación que publica durante el franquismo. En su obra, Soldevila busca “un equilibrio entre su visión catalanista con su visión de Estado español”, en el decir de Fernández. Suya es una “Historia de España” en ocho volúmenes, editada bajo el franquismo, lo que parece corregir la visión de la vida académica de ese periodo como un erial, según tratarían luego de hacer ver los historiadores neo-nacionalistas. Soldevila celebra, como “uno de los hechos más trascendentales de nuestra historia”, “la articulación de la economía catalana con las de otros territorios peninsulares”.
Con todo, como tengo escrito en otro artículo anterior (“Hacen falta herramientas geopolíticas para entender lo de Cataluña”, 28 de diciembre 2015), el nacionalismo historiográfico catalán debió sobreponerse, después de Soldevila, al impacto científico de dos autores, uno catalán (Jaume Vicens Vives) y otro francés (Pierre Vilar), que se aproximaron al estudio de la historia con nuevas técnicas y aportaron criterios historiográficos que corregían seriamente o rechazaban la visión nacionalista de la historia de Cataluña. Queden las reseñas sobre los historiadores post-Vives y post-Vilar para otro día.