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¿Por qué los economistas no se vuelven ricos?

banker-512Si eres tan listo, entonces… ¿Cómo es que no eres rico? Probablemente sea esta una de las preguntas más  incomodas para los economistas y que tienden a evitar. Teóricamente, si los economistas son capaces de explicar las complejidades de las economías y los mercados de todo el mundo, seguramente podrían explotar su conocimiento para sí mismos. Sin embargo, la gran parte de economistas realmente vive de vender libros o dar conferencias envueltas en el manto teórico y no sumergirse en la parte práctica que forman los mercados financieros y obtener rentabilidad de su capital. Es más si repasamos la lista Forbes no encontraremos el nombre de ningún Premio Nobel de Economía.

Una desventaja relevante para los economistas es que a menudo reducen la realidad a una simplificación de variables con el fin de realizar modelos, sin tener en cuenta que al igual que la realidad, los modelos tienden a cambiar y a invalidarse. Los modelos económicos funcionan bien el entorno académico, pero no en el mundo real de los mercados financieros dominado en el corto plazo por variables psicológicas.

Un ejemplo claro de modelos fallidos sería el protagonizado en el hedge fund Long Term Capital Management (LTCM) por los Premios Nobel de economía Myron S. Scholes y Robert C. Merton y el modelo basado en la Teoría de la Eficiencia de los Mercados. Bajo este modelo, suponían que en largo plazo las tasas de interés de bonos gubernamentales convergían y que el fondo podría sacar provecho con las pequeñas diferencias entre las tasas. Long Term Capital fracasó por su gestión, visión de mercado y su excesivo apalancamiento. La crisis rusa no encajaba dentro del modelo matemático que ellos habían diseñado ya que los diferenciales se ampliaban al vender y buscar protección en los bonos a 30 años de Estados Unidos, lo que terminó llevando a la quiebra a LTCM.

Otra razón para explicar por qué los economistas no se vuelven ricos es porque en los mercados el componente psicológico es un factor esencial, al que todo el mundo queda expuesto, incluso los propios economistas. Es muy difícil que alguien, sea o no economista, que está viendo como mes tras mes sube la cotización de la bolsa y todo el mundo se está beneficiando, se resista a entrar. Independientemente de su profesión académica, se basa en la euforia de un mercado.

Incluso el gran científico Isaac Newton en la primavera de 1720 vendió sus inversiones pertenecientes a la South Sea Company, embolsándose 7.000 libras (7.000.000 millones de libras en la actualidad) con una rentabilidad del 100% sobre la inversión inicial, conociendo que los resultados de la empresa eran una mezcla explosiva entre apoyo gubernamental y una gestión claramente fraudulenta por parte de los directivos de la empresa. No obstante, desde que su venta los títulos no dejaron de subir y subir… el deseo que nace de la oportunidad perdida le hizo invertir 20.000 libras en la empresa justo antes de su debacle financiera y de su propia ruina.

Finalmente, un selecto número de economistas sí han buscado oportunidades de inversión en los mercados. Por ejemplo, David Ricardo, economista británico que fue un especulador de bonos de la Compañía de las Indias. Ricardo era un maestro de arbitraje e hizo una fortuna explotando las diferencias de precios (spreads) entre los bonos gubernamentales comparables. Incluso el propio Karl Marx, autor de “El Capital” hizo sus pinitos en la Bolsa de Londres en la década de 1860 (hasta los comunistas especulan). John Maynard Keynes hizo una fortuna en la década de 1920, se arruinó el crash de 1929, pero seguidamente hizo consiguió recperarse aprovechando el momento de pánico bursátil y el momentode un mercado en ganga.

Carlos Lopez

Redactor de Euribor.com.es. Escribiendo desde el 2006 sobre el Euribor, economía, finanzas, bolsa, hipotecas y ahorro

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  • La Fed mantiene los tipos sin cambios y reconoce que la economía de EEUU se desacelera http://dlvr.it/KL1yl7

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  • eso es como decir que por qué un profesor de literatura no escribe la mejor novela jamás escrita, una cosa es saber y otra tener inspiración.

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  • La rentabilidad de las PYME vuelve a niveles pre-crisis http://ow.ly/XunkH

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  • Repsol ha acor­dado rea­lizar unas pro­vi­siones con­ta­bles ex­tra­or­di­na­rias por unos 2.900 mi­llones de euros en sus re­sul­tados de 2015, tras lo que el ejer­cicio pa­sado re­gis­trará unas pér­didas de 1.200 mi­llo­nes. El con­sejo de ad­mi­nis­tra­ción ha dado este paso de­bido al ac­tual de­rrumbe de los pre­cios del pe­tróleo y la caída del valor en Bolsa de la pe­tro­lera. La com­pañía ha anun­ciado que re­cor­tará un 20% sus in­ver­siones to­tales pre­vistas en 2016. Tanto el di­vi­dendo como la par­ti­ci­pa­ción del 31% que posee en Gas Natural Fenosa se man­tienen inal­te­ra­bles

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  • Son muchas economías, no solo la española, las que tratan de compatibilizar el empuje de flujos de crédito nuevo con la reducción de la deuda del sector privado. Parte de la cirugía más urgente y aparatosa de las cicatrices del endeudamiento se dio en los peores años de la crisis. Pero una reparación completa costará aún tiempo y esfuerzo. Situaciones como las que vive Abengoa son un ejemplo de las dos caras de la realidad financiera actual. Una, la de la empresa con elevado valor de franquicia que requiere de liquidez para sus proyectos. Otra, la necesidad de reestructuración de su deuda.

    Hacer funcionar el engranaje financiero de un país es una cuestión de demanda y oferta pero también del encaje institucional. En lo que respecta a la demanda, hay elementos positivos muy importantes como el crecimiento de la economía o la reducción del desempleo, aunque la parte estructural del paro no da para fiestas. No van a ayudar tampoco la incertidumbre política patria o el arrastre del chaparrón de China y los emergentes.

    Por el lado de la oferta, las condiciones de financiación han mejorado. Lo ratificaba la última encuesta de préstamos bancarios publicada por el Banco de España la semana pasada. Además, el Banco Central Europeo sigue afanado en servir liquidez en su ya prolongada barra libre. Asimismo, la presión regulatoria sobre los bancos es elevada pero está ya, en cierto modo, descontada. En todo caso, a nadie se le escapa que los bancos europeos están siendo duramente castigados en los mercados porque se duda sobre su rentabilidad. Se imponen tres pasos para remontar el vuelo: saneamiento y transparencia, reestructuración y nuevas formas de hacer negocio. En España vamos ya por el tercero mientras media Europa pelea aún con el primero. En Italia, por ejemplo, se avecina crisis bancaria y ya se habla de crear un banco malo.

    En cuanto a los factores institucionales, son particularmente importantes en España, con una estrecha conexión entre bancos y empresas. De hecho, no hay uno sino muchos mercados posibles de crédito, como se explica en el nuevo número de Papeles de Economía, que Funcas presentó ayer. Despejar las tuberías de la deuda es importante para que el sistema funcione y las empresas cuenten con distintas alternativas de financiación. Se han tomado algunas medidas esenciales para ello estos años. Entre ellas, las que propician más ágiles concursos empresariales, reducir bloqueos de accionistas minoritarios o convertir deuda en capital. Sin estas acciones, problemas como los que está sufriendo Abengoa serían aún más agudos y el empleo se resentiría aún más. Pero son sólo algunas de las muchas tareas necesarias y pendientes para diversificar las condiciones de acceso a la financiación y de resolución de deuda. Claro que estas cuestiones, por su aridez técnica, pasan más desapercibidas pero, a falta de dirección e interlocución política en los próximos meses, es necesario contar con reglas, procedimientos y nuevas posibilidades para evitar, en la medida de lo posible, pesarosas quiebras y, sobre todo, favorecer una financiación responsable.

    S. Carbó

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  • La campaña para expulsar del nomenclátor urbano, cultural y edilicio de Cataluña a los reyes de España y a otros miembros de la familia real se compone de acciones “soberanas” de algunas instituciones, por ejemplo el ayuntamiento de Barcelona que decide retirar el busto de don Juan Carlos I del salón de plenos, y de acciones intimidatorias sobre otras instituciones sobre las que no tienen jurisdicción ni autoridad.

    De este úl­timo tipo es la mo­ción apro­bada el lunes pa­sado por el ayun­ta­miento de Gerona, con la que se ha es­tre­nado su nuevo al­calde, Albert Ballesta, quien su­cede en el cargo al re­cién ele­gido pre­si­dente de la Generalidad, Carles Puigdemont.

    El ayun­ta­miento pide a la Fundación Princesa de Gerona que cambie su nom­bre. ¿Por qué? Porque “no me gusta que la Fundación lleve el nombre de una per­sona que no tiene ningún vínculo con la ciudad de Gerona”. Pasó por alto el hecho de que la Princesa de Gerona es una niña, y que por lo tanto poco puede hacer por ‘vivir’ la ciudad de su tí­tulo, y a la que el an­te­rior Príncipe, don Felipe VI, ma­ni­festó siempre su apego, como in­dica el tí­tulo de su prin­ci­pado, otor­gado por su pa­dre.

    No obs­tante, Ballesta, en un es­fuerzo de im­par­cia­li­dad, re­co­noció al diario La Vanguardia que la Fundación “hace una tarea en­co­mia­ble” y que él se­guirá par­ti­ci­pando en los actos que or­ga­nice. La Fundación no de­pende del ayun­ta­miento, y se halla bajo el pa­tro­cinio de la Cámara de Comercio de Gerona, la Caixa y otras fun­da­cio­nes, que de mo­mento ase­guran su in­de­pen­den­cia.

    Que la Cámara de Comercio de Gerona pa­tro­ci­nase la Fundación es una forma de re­co­no­ci­miento a una tra­di­ción re­for­mista que la ma­yoría de los his­to­ria­dores ca­ta­la­nes, na­cio­na­listas o no, atri­buyen a la vo­luntad e in­fluencia de los pri­meros Borbones, en su in­tento de mo­der­nizar las es­truc­turas eco­nó­micas de España, creando con ello el marco po­lí­tico para la re­cons­truc­ción eco­nó­mica de Cataluña, en la que tu­vieron papel pro­ta­go­nista los lla­mados Tres Cuerpos de Comercio, ins­ti­tu­ción que logró la ex­pan­sión de las pro­duc­ciones ca­ta­lanas por el mer­cado es­pañol y el ame­ri­cano, y re­forzó in­dus­trial­mente a Cataluña me­diante la re­cons­truc­ción de la ar­mada real y la re­la­ción con la Italia bor­bó­nica.

    Así lo re­co­nocen mu­chos his­to­ria­dores cuya obra ha sido re­cen­sada por el ca­te­drá­tico de la uni­ver­sidad de Lérida Roberto Fernández, autor del libro “Cataluña y el ab­so­lu­tismo bor­bó­ni­co”, del que me he ocu­pado va­rias veces en esta co­lumna tra­tando de in­dagar en las raíces de la alie­na­ción entre los na­cio­na­listas ca­ta­lanes y gran parte de la opi­nión es­pañola, por un lado, y entre los pro­pios his­to­ria­dores ca­ta­la­nes, di­vi­didos en esta ma­teria entre los que culpan a los Borbones de la pér­dida de las “libertades”, y los que atri­buyen a esos mismos Borbones haber creado con­di­ciones po­lí­ticas y eco­nó­micas fa­vo­ra­bles al desa­rrollo eco­nó­mico y so­cial de Cataluña.

    Todavía bor­bó­nicos y aus­tra­cistas

    En mi an­te­rior ar­tículo (“Sigue viva la ten­sión entre Borbones y na­cio­na­listas ca­ta­la­nes”, 14 de enero 2016) seguí a Fernández hasta la época con­tem­po­rá­nea, a su examen de dos his­to­ria­dores que no si­guen la pauta na­cio­na­lista, ca­rac­te­ri­zada por su im­pronta unas veces ro­mán­tica, y otras an­ti­his­tó­ri­ca­mente reivin­di­ca­tiva de los reyes de la Casa de Austria, sino otra co­rriente más pro­fe­sio­nal, que adopta las téc­nicas de in­ves­ti­ga­ción más ac­tua­li­za­das: Jaume Vicens Vives y Pierre Vilar. Como señalé, nin­guno de estos dos au­tores hace reivin­di­ca­ción de las su­puestas li­ber­tades per­di­das, ni acuden a la iden­tidad ca­ta­lana como ex­pli­ca­ción de la evo­lu­ción his­tó­rica de Cataluña, sino que hacen hin­capié en los fe­nó­menos so­cia­les, el juego di­plo­má­tico de po­ten­cias, la evo­lu­ción de las tec­no­lo­gías y los in­ter­cam­bios de co­mer­cio, etc. En fin, un modo de es­cribir his­toria que evita las dis­tor­siones pro­pias de algo tan sub­je­tivo como el irre­den­tismo te­rri­to­rial y cul­tu­ral. Para Fernández, este úl­timo modo de es­cribir his­toria es “el la­mento por la ‘desnacionalización’ del país ca­ta­lán”. Y sobre la obra de Vilar, Fernández pre­cisa: en él “no hay ca­bida para el dis­curso de los agra­vios, para el vic­ti­mismo his­tó­rico… Ni tam­poco para el con­cepto ideo­ló­gico de ‘desnacionalización’”.

    Los dos au­to­res, Vicens y Vilar, de­jaron es­cuela. Sus dis­cí­pulos y lec­to­res, como Pedro Voltes Bou, Joan Mercader Riba y Joan Reglá, en­mar­carán sus in­ter­pre­ta­ciones de Cataluña a raíz de la guerra de Sucesión lejos del la­mento por las li­ber­ta­des, y la ex­pli­carán como re­sul­tado de la lucha entre grandes po­ten­cias, como opor­tu­nidad para rec­ti­ficar un ins­ti­tu­cio­na­lismo ca­talán des­fa­sado, y origen tanto de una lucha so­cial in­tes­tina (borbónicos frente a aus­tra­cis­tas), como tam­bién motor de un no­torio des­pegue eco­nó­mico.

    La his­to­rio­grafía se po­li­tiza

    J. A. González Casanova cree que con la lle­gada de los Borbones lo que Cataluña perdió fue una au­to­nomía “feudal in­serta en una mo­nar­quía”, y “no un es­tado ca­ta­lán”. Bajo la nueva di­nas­tía, Cataluña vivió un pe­riodo “claramente po­si­tivo para los in­tereses de unas clases do­mi­nantes que de­ci­dieron no uti­lizar los sen­ti­mientos po­pu­lares de iden­ti­dad”, y par­ti­ci­paron “en la crea­ción de un nuevo Estado bor­bó­nico más mo­derno y más es­pañol”, aunque a la postre el re­sul­tado fue “un mo­saico de di­fe­rentes te­rri­to­rios con una fuerte atrac­ción por la uni­dad”.

    González Casanova sim­bo­liza la in­mer­sión de los es­tu­dios his­tó­ricos sobre Cataluña en las co­rrientes po­lí­ticas del mo­mento. De la Transición, con­cre­ta­mente, cuando el na­cio­na­lismo, como reivin­di­ca­ción, hace fuerte eclo­sión en la his­to­rio­grafía ca­ta­lana. Roberto Fernández ca­rac­te­riza ese pe­riodo como la re­in­ter­pre­ta­ción de “el pa­ra­digma fi­loaus­tra­cista desde po­si­ciones pro­gre­sis­tas”. En el caso de Casanova, desde el mar­xismo.

    Fernández no lo dice, pero éste es el mo­mento para la eclo­sión de los “políticos his­to­ria­do­res”. El pri­mero que cita es Joaquín Nadal (partido so­cia­lista de Cataluña, PSC). Según Nadal, con los Borbones Cataluña perdió su sis­tema propio de go­bierno, es de­cir, una parte de su iden­ti­dad, aunque ad­mita que el sis­tema servía para que de­ter­mi­nadas clases so­ciales “se re­ser­varan una serie de be­ne­fi­cios pro­pios de su status es­ta­mental y pri­vi­le­gia­do”.

    Otro po­lí­tico, Ernest Lluch, sos­tiene que el s. XVIII fue menos des­na­cio­na­li­zador de lo que Soldevila había tra­tado de pro­bar. Se re­cor­dará que su co­rriente po­lí­tica (PSC), fue uno de los mo­tores del es­tado de las au­to­no­mías, ins­crito en la Constitución Española. La ‘Renaixença” de Cataluña, según Lluch, no se debió tanto a las reivin­di­ca­ciones ro­mán­ticas del pa­sado sino al Siglo de las Luces, o Ilustrado (coincidiendo con los pri­meros Borbones). Según esta co­rriente, las reivin­di­ca­ciones ‘provincialistas’ del XVIII se con­vierten en fe­de­ra­listas en el XIX, y cul­minan en el XX con la res­tau­ra­ción de la Generalidad y la au­to­nomía de Cataluña.

    Frente a esta co­rriente se eleva otra, que pro­fun­diza en el hi­po­té­tico al­cance que hu­biera te­nido el desa­rrollo po­lí­tico de Cataluña bajo los Austrias, y que hu­biese dado lugar a un país so­be­rano, y ade­lan­tado de las de­mo­cra­cias ca­pi­ta­listas eu­ro­peas. Aparece, pues, la de­nuncia de los go­biernos bor­bó­nicos como un in­tento de cas­te­lla­ni­za­ción de Cataluña, con un pro­grama de erra­di­ca­ción del ca­ta­lán. Así, Joaquim Albareda, quien pen­saba que el mo­delo po­lí­tico aus­tra­cista no fra­casó por in­ca­pa­cidad sino por la fuerza de las ar­mas, aunque atri­buye en gran parte su de­rrota a las ma­ni­pu­la­ciones di­plo­má­ticas de Inglaterra, que pri­mero alentó al ar­chi­duque Carlos y la re­be­lión ca­ta­lana, y luego aban­donó su causa.

    Como habrá ob­ser­vado el lec­tor, con estos úl­timos pá­rrafos nos hemos in­tro­du­cido en la época con­tem­po­rá­nea, la del na­cio­na­lismo mi­li­tante y su con­ver­sión al in­de­pen­den­tismo. Se trata de los años del pu­jo­lismo po­lí­tico, al­ta­mente equí­voco al tiempo que cui­da­do­sa­mente di­señado como plan es­tra­té­gico orien­tado hacia lo­grar la in­de­pen­den­cia. Quede para otro día.

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