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La semana en los mercados

dbEl otro día me preguntaban en el foro qué me parecería a mi que el estado alemán rescatara a Deutsche Bank, si llegara el caso. Y es una cuestión difícil porque mi opinión es que si una empresa de servicios fracasa es porque la gente, los consumidores, le han dado la espalda y por tanto debe cerrar. Que los que han invertido en ella asuman las pérdidas pero que no se use dinero público en mantenerla abierta; en los EUA, economía famosa por su dinamismo, el acogerse al “chapter 11” (lo podríamos traducir como declararse en quiebra) implica un descuento en el pago de las deudas y la posibilidad de acabar de forma rápida con un mal proyecto y tener las manos libres para intentar el siguiente. Por supuesto hay un coste social que son los empleados pero para eso el político de turno debe tener claras sus prioridades que deben ser sanidad, educación y emergencias sociales. Por ejemplo en España con 3 millones de empleados públicos y un déficit crónico, no creo que sea correcto que fondos del erario –en realidad procedentes de endeudarnos- vayan a mantener empresas privadas zombies en lugar de en comprar, por poner un caso, más aparatos de rayos X que también generarán trabajo indirecto.

¿Entran los bancos en el mismo saco que el resto de empresas? Sí y no. En teoría (y en mi opinión) sí pero en la práctica las entidades financieras, gracias al poder otorgado por los políticos, tienen una capacidad de creación de dinero (por el mínimo coeficiente de caja, por la facilidad en la que los bancos centrales les prestan dinero a corto plazo para que ellos los puedan invertir a largo etc.) tan grande que la quiebra de un banco puede tener consecuencias muy traumáticas para la economía de un país (o incluso del planeta entero como pasó con Lehman Brothers) y esto los coloca en un status diferente. Y como también nos han enseñado en los EUA, no hay que ser dogmáticos. Por ejemplo, Obama destinó dinero público para salvar a las empresas automotrices con la excusa de salvaguardar empleados y, contrariamente a lo que yo pensaba cuando ocurrió, le salió muy bien. Del mismo modo, allí han dejado cerrar cientos de bancos regionales pero han utilizado fondos del erario para salvar a bancos grandes como el Citibank (eso sí, con condiciones) y han ganado dinero, demostrando que hay que ser flexibles. Y es que auto-encasillarnos (o que nos encasillen) en una ideología determinada es muy respetable pero desde un puesto ejecutivo, sea político o empresarial, hay que ser prácticos, dejar a un lado los supuestos teóricos y mirar por el bien común a la hora de resolver un problema grave.

En el caso español lo hicimos todo mal, en lugar de ir cerrando las cajas pequeñas en cuanto se vio que su modelo de negocio estaba acabado y que cuando con el aval de un mismo activo –una vivienda inflada de precio- se conceden créditos a constructora, promotora y cliente final, no hay solución posible, lo que se hizo fue hacerlas más y más grandes, inyectarles fondos públicos que todos sabíamos no serían reembolsables (y aquí lo dije en cuanto el FROB nació), se acabó con unas cajas de gran tamaño y nacionalizadas con lo que su solvencia de algún modo se ligaba a la del país (como vimos en 2012 con la prima de riesgo por encima de 600). Lo curioso es que somos de los países que menos han invertido en solventar problemas de entidades financieras puesto que los bancos privados se las supieron apañar mejor que en otros lugares, pero también somos de los que menos retorno hemos obtenido de esa inversión. Es decir, los que más dinero hemos tirado ya que otros –como Holanda con ING- hasta ganaron prestando fondos públicos a bancos privados. Deberíamos reservarnos algo de la rabia que nos provocan las tarjetas black, que apenas es una malversación de unos pocos millones de €, y destinarla para los que han dilapidado miles de millones con la pésima gestión de la crisis financiera española.

Y llegamos a la situación del Deutsche, un banco rentable, con unos activos tangibles, que tiene un problema de confianza y de capital (esto último en gran parte por una enorme multa) y cuya caída hundiría a Europa entera en la recesión, ¿Estoy yo de acuerdo en que el estado alemán, que tiene superávit, que se financia en los mercados a tipos negativos, evite esa situación entrando, con condiciones como por ejemplo que se suspendan los dividendos y se destine todo el beneficio a recapitalización, en el accionariado del banco? Pues en teoría no pero en la práctica, si yo fuera Ángela Merkel, desde luego no me arriesgaría a una debacle económica por unos pocos miles de millones de inversión que seguramente proporcionen beneficios en el futuro a la hacienda pública alemana. Otro caso es el portugués… ¿aceptaría por salvar a una banca zombie que lleva años sin ser rentable, un rescate con fondos europeos que llevará implícito un fuerte recorte de gastos y una pérdida de autonomía del gobierno nacional? Quizás entonces sí merezca la pena el riesgo…

En cuanto a la actualidad de la semana, el comienzo del mes de octubre ha sido más tranquilo de lo esperado a la espera del dato de empleo USA de hoy que puede mover los mercados ya que cada cifra se interpreta como un sí o un no a una subida de tipos de la FED en diciembre. Como apunté el lunes la exageración por los problemas de Deutsche Bank ha menguado –ha habido un espectacular rebote desde mínimos de sus acciones también- pero ha aumentado la de las consecuencias del Bréxit con la noticia de los mínimos de más de 3 décadas de la libra porque se confirma que el proceso de salida de la UE empieza en unos meses pero tampoco eso ha disminuido el optimismo de los mercados. Resaltable el mínimo de rentabilidad del bono a 10 años español, el precio del crudo que se estabiliza muy cerca de los máximos anuales y poco más. Como imagen, no sólo hemos entrado en el trimestre más alcista para Wall Street

Es que además en los últimos 20 años (a pesar de su mala fama debida a los crashes de 1929 y 1987) Octubre es el mejor mes del año

Esperemos que tanta evidencia estadística no conduzca a una excesiva complacencia.

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  • España tiene motivos para ser más chula que nadie en este momento de populismos de derechas y de izquierdas, de miedos y xenofobias, de proteccionismos y exaltaciones nacionalistas. Es lo que vienen a decir este jueves algunos organismos y analistas internacionales. No, España no es como la Francia de Marine Le Pen. Ni como la Holanda de Geert Wilders. Ni como la Alemania de Alternativa para ídem. Ni como la Hungría de Viktor Orban. Ni como la Polonia de Jaroslaw Kaczynski y Beata Szydio.

    Y mucho menos como la Gran Bretaña de la pri­mera mi­nistra Theresa May, la úl­tima en llegar a esta ca­rrera de po­pu­lismos cas­posos y que se ha co­lo­cado en ca­beza en estos dos úl­timos días. Apoyada en su mi­nistra del Interior Amber Rudd, ha dado la nota en la Conferencia del Partido Conservador con tres la­ti­ga­zos, dos a de­recha y uno a iz­quierda.

    A de­re­cha. Uno: el Brexit será a lo bes­tia. Dos: se pondrá tope a la in­mi­gra­ción y las em­presas harán un lis­tado de em­pleados ex­tran­je­ros. A iz­quierda: aviso a las élites del ca­pi­ta­lismo, que se acabó la que se daba y hay que acor­darse del tra­ba­jador nor­mal.

    Con este doble po­pu­lismo y unas cuantas frases de­ma­gó­gi­cas, Theresa May ha hecho el más di­fícil to­davía y se ha puesto al frente de lo que llama ‘revolución tran­quila’ con la que pre­tende ova­ciones de las ma­sas. Entre otras co­sas, pro­mete que el Reino Unido vol­verá a ser por su cuenta, sin ne­ce­sidad de la UE ni de na­die, una gran po­tencia para po­nerse a la al­tura de las dos o tres más gran­des.

    Pero ya hay em­pre­sa­rios y ex­pertos que ad­vier­ten: su po­pu­lismo no es bueno para los ne­go­cios, los aplausos del res­pe­table no van a durar y los tics de xe­no­fobia tiene un tic como de ‘Mein Kampf’ de Hitler, según el co­no­cido lo­cutor de radio James O’Brien.

    En cam­bio, España no tiene Gobierno pro­pia­mente dicho desde hace casi diez meses y todo pa­rece fun­cio­nar, aunque em­pieza a no­tarse el can­san­cio. Los es­pañoles están ‘exhaustos’, decía The New York Times esta se­mana, y el CIS acaba de con­firmar que se ha du­pli­cado el por­cen­taje de ciu­da­danos preo­cu­pados por el blo­queo ins­ti­tu­cio­nal.

    Pero con todo y eso, el FMI ha ava­lado casi con so­bre­sa­liente la marcha de la eco­nomía es­pañola. En sus in­formes para la Asamblea anual en Washington, ha me­jo­rado en medio punto las pers­pec­tivas de cre­ci­miento del PIB, del 2,6% al 3,1%, y ha lle­vado la con­traria a casi todo el mundo al afirmar que se cum­plirá el dé­ficit este año y en 2017. Por el lado ne­ga­tivo, la deuda no ba­jará del 100% del PIB hasta 2019, el paro se­guirá en tasas in­so­por­ta­bles y hay que es­pa­bilar y aco­meter re­formas sin de­mora.

    El mismo pro­nós­tico po­si­tivo acaba de rea­lizar el gi­gante de los es­tu­dios eco­nó­micos y sec­to­riales IHS Markit: efec­ti­va­mente, España cre­cerá este año un 3,1% y no un mero 2,6%. Y no sólo eso, sino que de las cuatro grandes eco­no­mías de la eu­ro­zona, ‘continúa siendo el chico des­ta­ca­do’, como a su vez sub­raya Pan Pylas, de la agencia Associated Press. Igual que el FMI, Markit señala los riesgos de la in­cer­ti­dumbre po­lí­tica.

    En sus in­for­mes, el FMI ha lla­mado la aten­ción sobre esos po­pu­lismos y na­cio­na­lismos que ame­nazan la glo­ba­li­za­ción, el co­mercio in­ter­na­cional y el cre­ci­miento mun­dial. Y ahí es donde entra este jueves David Gardner con un ar­tículo en el que dice que en medio de todo el fo­llón in­ter­na­cio­nal, ‘es mé­rito eterno de los es­pañoles el que no hayan ce­dido a la xe­no­fobia po­pu­lis­ta’. Gardner es re­dac­to­r-­jefe de Internacional de Financial Times, donde lleva algún tiempo, tanto como 38 años.

    En su co­lumna en FT, Gardner ana­liza los ‘días dra­má­ti­cos’ que ha pa­sado España: la di­mi­sión o ‘defenestración’ de Pedro Sánchez; los jui­cios de la trama Gürtel y las tar­jetas black; y la pér­dida de un es­caño del PNV a favor de Bildu, que hace más di­fícil la go­ber­na­bi­lidad tanto desde Ajuria Enea como desde Moncloa porque alejan po­ten­ciales alian­zas. Su tesis es que con todas esas ten­sio­nes, el ‘país real’ res­ponde con se­re­nidad y sen­sa­tez.

    Pone como ejemplo al len­da­kari Íñigo Urkullu con su de­nuncia del ‘infantilismo po­lí­tico’ de los aber­tzales más ra­di­cales y de los in­de­pen­den­tistas ca­ta­lanes en su ma­xi­ma­lismo de ‘o todo o na­da’. Los que se em­peñan en esa vía ‘acaban sin na­da’. Esa pos­tura de calma y es­ta­bi­lidad es ‘muy buena para España’.

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  • Aunque se va clarificando el calendario del Brexit, no ocurre lo mismo con el modelo que Gran Bretaña adoptará para su salida de la Unión Europea. Se prevé un proceso complicado, costoso y largo, debido no sólo a la complejidad del intento, sino también a que el gobierno y sus apoyos parlamentarios apenas habían contemplado la posibilidad de perder el referéndum del 23 de junio.

    El pa­sado do­mingo, en la con­fe­rencia del par­tido con­ser­va­dor, la pri­mera mi­nis­tra, Theresa May, anunció que en marzo pró­ximo no­ti­fi­cará a la Unión la vo­luntad de su go­bierno, de re­ti­rarse del bloque con­ti­nental eu­ro­peo, según el art. 50 del tra­tado de la Unión (Lisboa), y pe­dirá abrir ne­go­cia­ciones tanto para poner fin a las obli­ga­ciones mu­tuas como para es­ta­blecer un nuevo mo­delo de re­la­ción. El anuncio ha sido un gran alivio para las ins­ti­tu­ciones eu­ro­peas, pues el RU alega que no hay es­ta­ble­cido un pro­ce­di­miento legal que le obligue a pedir su sa­lida; así que anun­ciar la vo­luntad de ne­go­ciarla es una gra­ciosa con­ce­sión de Londres a Bruselas. El cese de las obli­ga­ciones del Reino Unido ne­ce­sita, si em­bargo, la apro­ba­ción, por ma­yoría cua­li­fi­cada, de los otros so­cios de la Unión; aunque no así para el caso del cese de las obli­ga­ciones de la Unión con el Reino Unido.

    Con oca­sión del pró­ximo dis­curso de la Reina, el par­la­mento vo­tará lo que se ha dado en llamar el Great Repeal Bill, que abo­lirá la European Communities Act de 1972, que ha dado fuerza de ley a los acuerdos del go­bierno con las ins­ti­tu­ciones eu­ro­peas. La se­pa­ra­ción y el mo­delo de nueva re­la­ción serán ne­go­ciados du­rante los si­guientes dos años, anunció May, y se es­pera que el pro­ceso se cul­mine a pri­meros de 2019.

    La elec­ción del nuevo tipo de re­la­ción con la UE será una tarea tan com­pleja como la de eje­cutar el Brexit, dado que los mo­delos que han sido ba­ra­jados por los di­versos grupos de in­terés eco­nó­mico, so­cial y po­lí­tico, son en gran parte in­com­pa­ti­bles.

    En su dis­curso ante el con­greso del par­tido, May desechó los mo­delos suizo y no­ruego de aso­cia­ción con la UE. El pri­mero su­pone libre co­mercio con la Unión, libre mo­vi­miento de tra­ba­ja­do­res, pero li­mi­ta­ciones en el mer­cado ban­ca­rio. El mo­delo no­ruego con­siste en la per­te­nencia de Oslo al Área Económica Europea (AEE), per­te­nencia plena al área de libre co­mer­cio, de­re­chos de ‘pasaporte’ para la banca y li­bertad de mo­vi­mien­tos, pero tam­bién obli­ga­ción de con­tri­buir al pre­su­puesto co­mu­ni­ta­rio.

    ¿Qué va a hacer el Reino Unido de sí mismo?

    Un mo­delo fa­vo­re­cido en el pa­sado por el hoy mi­nistro de Exteriores, Boris Johnson, es un tra­tado de libre co­mer­cio, si­milar al que se está ne­go­ciando entre la UE y Canadá. Éste eli­mina la mayor parte de las ta­rifas sobre bie­nes, pero ex­cluye los ser­vi­cios, y no obliga a Canadá al libre mo­vi­miento de tra­ba­ja­do­res.

    El ideal, desde el punto de vista bri­tá­nico, pa­rece ser el ‘traje a me­di­da’, que se cor­taría sobre la plan­tilla de la AEE menos el libre mo­vi­miento de tra­ba­ja­do­res, sobre el su­puesto de que a la UE le in­teresan las más fluidas re­la­ciones con el ‘país ter­cero’ (Reino Unido) que hoy cons­ti­tuye el prin­cipal mer­cado na­cional para las ex­por­ta­ciones del bloque eu­ro­peo.

    Un mo­delo in­tere­sante, pero con no mu­chas pro­ba­bi­li­dades de éxito, por pedir trans­for­ma­ciones im­por­tantes de la es­truc­tura de la Unión, es el del Bruegel Institute, que pro­pone “una nueva forma de co­la­bo­ra­ción, una Asociación Continental (AC)”, con­sis­tente en la co­la­bo­ra­ción del bloque eu­ropeo con un grupo de países fir­me­mente unidos a la eco­nomía co­mu­ni­taria (Islandia, Noruega, Liechtenstein) pero que apenas dis­ponen de poder ins­ti­tu­cional ante la UE. Su poder de ne­go­cia­ción, sigue el ar­gu­mento, se po­ten­ciaría por la en­trada del Reino Unido en el grupo. La AC com­par­tiría con la UE la li­bertad de in­ter­cam­bios en bie­nes, ser­vi­cios y ca­pi­ta­les, in­cluso un cierto grado de mo­vi­lidad la­bo­ral, pero sin par­ti­ci­pa­ción de los países de aquel grupo en los me­ca­nismos de de­ci­sión su­pra­na­cio­nales y en las ins­ti­tu­ciones co­munes eu­ro­peas.

    El pro­blema con la se­lec­ción del mo­delo de aso­cia­ción con la UE no es sólo adop­tarlo, ya que obliga al go­bierno a ar­bi­trar entre in­tereses in­ternos y ex­ternos con­tra­pues­tos, sino sobre todo ne­go­ciarlo con la UE. El mo­vi­miento po­lí­tico que ganó el re­fe­réndum del Brexit no pro­puso ningún mo­delo en par­ti­cu­lar, ya que su in­terés era romper los lazos con la Unión más que el de re­de­finir la re­la­ción. El go­bierno, se­guro como es­taba de que ga­naría el ‘no’ al Brexit (su op­ción pre­fe­rida) no quiso es­pe­cular con mo­delos al­ter­na­tivos por temor a es­ti­mular el ‘sí’.

    La tarea que ahora le queda por de­lante a Whitehall es im­pre­sio­nante. Primero ha de elegir entre di­versos mo­delos de vin­cu­la­ción con la UE, y a con­ti­nua­ción ne­go­ciarlo in­ter­na­mente desde Westminster. A se­guido, acordar con los so­cios co­mer­ciales del RU en todo el mundo los re­ajustes re­sul­tantes de con­vertir las re­la­ciones mul­ti­la­te­rales del bloque eu­ropeo con países ‘Otros’, a re­la­ciones bi­la­te­ra­les. Esto será es­pe­cial­mente sig­ni­fi­ca­tivo en el caso del pro­yec­tado Tratado de Comercio e Inversiones de la UE con los Estados Unidos. Y lo más in­ti­mi­da­torio de todo: tras­poner las más de 12.000 leyes y re­gla­mentos que unen el RU y la UE, y tras­la­darlos a las re­la­ciones bi­la­te­rales de Londres con cada uno de los países miem­bros de la Unión.

    Es lo que tienen los re­fe­rén­dums: que fre­cuen­te­mente les sale el tiro por la cu­lata.

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